Y TODAVÍA SEGUÍ LLORANDO cuando
se disipó la visión y mis sentidos
se destaponaron explotando: una miseria
estridente de cláxones y destellos de metal como estiletes en el centro de los
ojos me recibió. (Por un momento me pareció que estaba en la plaza de
Embajadores de Madrid hacia 1982; pero fue un déjà vu de otra novela). -
Yo lo veía como el que viene de un mundo submarino, como de vuelta de playas. Fuera
del líquido amniótico, sufrir las aristas de las cosas. - Observé también
que el aire desta otra ciudad era más marítimo, más fresco, sentimental...
Entonces por
fin pude volverme hacia mi compañero: -
Ya no le vi como un perro vagabundo, un maldito de las calles, alguien
que te capta para su secta, te contagia su delirio y no te deja escapar.
Él seguía
mirando al cielo donde ya no pasaba nada y sonreía como si no nos halláramos en
un siniestro parquecillo frente a la comisaría sino en algún lugar de idilio,
desde el cual contempláramos el océano o alguna otra maravilla natural.
-
De Ella no íbamos a hablar. ¿Era realmente mi hermano?
- Nos
levantamos sin decir palabra, y fuimos a buscar el vanidoso documento, la
lista.
Catálogo de las bellas que
amó jean souffrance
“La botánica es el estudio de un ocioso y de un
perezoso solitario... Uno pasea, vaga libremente de un objeto a otro, pasa
revista a cada flor con interés y curiosidad tan pronto como empieza a captar
las leyes de su estructura, gusta de
observarlas con un placer sin esfuerzo tan vivo como si costara mucho. Hay en
esta ociosa ocupación un encanto que no se siente más que en la calma plena de
las pasiones pero que basta, él solo, para hacer la vida feliz y dulce; tan
pronto como se le mezcla un motivo de interés o de vanidad, sea para cubrir
puestos o para hacer libros, sea que se quiera aprender solo para instruir, que
se herborice solo para convertirse en autor o en profesor, todo ese dulce
encanto se evapora, ya no se ve en las plantas más que instrumentos de nuestras
pasiones, no se encuentra ningún placer auténtico en su estudio, ya no se
quiere saber sino mostrar lo que uno sabe, y cuando uno está en los bosques,
está sobre el teatro del mundo ocupado por el cuidado de hacerse admirar”.
Jean-Jacques Rousseau,
Las Ensoñaciones del Paseante Solitario
EL INSTITUTO
Me he prometido escribir
por fin la lista, cerrar el catálogo de todas las mujeres que alguna vez me
turbaron, confiando –esto es una especie de superstición- en que extirparé mi
mal si concluyo esta tarea.
Es decir, que abandonaré
el hábito incesante, iniciado no sé cuándo, de enamorarme, gozar o ser
rechazado, vivir en pareja (con su agonía) o romper (atravesando el dolor),
como un planeta de seres que fueran muy felices los días pares, totalmente
desdichados los impares.
- ¿Qué tipo de vida iniciaré
después de mi purgación? Sin mujeres no me imagino más que muy amargado. Por
otra parte, según se acumulan los años, los nombres, los viajes, los amoríos,
voy perdiendo la esperanza...
- No era así a los 16, cuando
venía de ser expulsado de aquel colegio de curas: Primero los buenos sacerdotes
y seglares maestros de la infancia nos enseñaron a decir la Verdad y a amar al
Prójimo. Lo hicieron en el jardín, entre el jolgorio y la libertad de la
infancia. Recuerdo: tocábamos la flauta debajo de una olorosa higuera.
Más tarde los malos curas
nos expulsaron del colegio precisamente por gritarles a la cara que mentían y
que eran egoístas.
El instituto donde ingresé
tras la expulsión distaba mucho de tener los ventanales de vidrio ahumado o las
canchas de baloncesto del colegio privado, con sus cestas impecables a las que
nunca les faltaba ni un nudo. En vez de eso, un campo de tierra donde siempre
jugábamos al fútbol de través debido a las interminables dimensiones del
terreno. Los defensas apenas vislumbraban las acciones de los delanteros sino
como trabajos en la lejanía, marineros de la misma flota que se han aventurado
muchas millas mar adentro, distinguiéndose tan sólo sus pequeñas cabezas entre
las oscilaciones del oleaje.
Tres pistas semi-derruidas
de cemento, aptas tanto para la práctica del basketball de escuerzos
como del futbito de suburbio, rodeaban al campo interminable. Aquí y allá
afloraban, si había llovido en invierno, matojos de yerbajos o láminas de grama
que nadie se preocupó nunca por arrancar y que daban al instituto un aire
alegremente selvático. Las canastas nunca tenían cestas; en eso se diferenciaba
lo privado de lo público. Si el movimiento había sido muy rápido, no sabíamos
si el balón había entrado o no por el aro.
Pero con mucho la
construcción más tétrica del centro era un vestuario casi totalmente tapado por
las plantas salvajes en un rincón del recinto: Semejante a esas ruinas
ultramodernas que aparecían en películas de ciencia-ficción como El Planeta
de los Simios, el techo atravesado por un árbol pujante posterior a la
Tercer Guerra Mundial. No tendría ni diez años, pero ya el acceso a sus puertas
de aluminio se había hecho impracticable, las persianas de plástico blanco
estaban cubiertas de polvo naranja y en la pequeña acera de cemento que lo
rodeaba, los tréboles y los matojos de margaritas vencían a lo artificial y
abrían grietas. Uno se imaginaba dentro, duchas jamás usadas desde su
instalación, de loza extrañamente reluciente, no desgastada, pero al mismo
tiempo sucia, bancos y wáteres que jamás sufrieron las substancias y hedores
para los que estaban destinados, percheros intactos y ya viejos.
El edificio principal donde
se daban las clases estaba a tono con el resto: Como una liviana caja de
“ladrillo-visto”, de ventanas fragilísimas, por sus pasillos largos y
tenebrosos revoloteaban bolsas de patatas fritas, papeles arrugados y capuchones
de bolígrafos y otras inmundicias pues siempre había tonificantes corrientes de
aire en el interior aunque fuera no se moviese ni una brizna de aire. Ese
triste olor matutino a tortilla francesa. Radiadores pintados de gris plateado
que sólo servían para apoyarse porque no funcionaban nunca.
Y sin embargo aquel paisaje
esquilmado constituía el escenario habitual de profesores aseados y prudentes
cuya ciencia sobrepasaba en muchos grados a la de la mayoría de sus colegas del
colegio de pago. Tal vez por eso nos pasábamos la vida soñando con Cuba y con
Buenos Aires.
Una auténtica victoria del
espíritu sobre la materia que don Federico Fontela, por ejemplo, expusiese los
últimos hallazgos sobre la fuga del valido Antonio Pérez tal como los había reseñado para la revista Historia
16 (por modestia solo firmaba con sus iniciales (F.F.) pero nosotros
conseguimos identificarle) mientras sus zapatos pisaban trocitos de cal
desprendidos del techo.
O que nuestra profesora
de Inglés de origen cubano (pero de Miami; es decir, para nosotros una
traidora) nos instruyese en el idioma de Shakespeare mientras el relente del
invierno se colaba por el cristal roto de una ventana.
Matemáticas, funciones
derivadas de don Ezequiel al máximo nivel pero explicadas sobre una pizarra con
fisuras como de terremoto.
Las investigaciones sobre
nutrición y genética de Faustino Cordón
escuchadas casi a oscuras en una clase a la que le faltaban dos o tres tubos de
neón.
La Historia del Arte
desde el paleolítico a Duchamp desplegada por una catedrática que fue llamada a
la universidad al curso siguiente; pero las
imágenes se proyectaban mediante un aparato de diapositivas minúsculo,
sobre una pantalla sombría, circo arcaico, linterna mágica, barracón de títeres en Auschwitz.
El talentoso y admirado
Ángel Campos pronunciaba ciclos de conferencias sobre la guerra de Vietnam en
una capilla de pésimo gusto franquista (crucifijo de hierro negro de formas
abstractas, grandes plafones de madera, vidrieras horrorosas que parecían
caramelos gigantes de colores). Nuestra profesora de Literatura, Blanca –que
era blanca y rubia como su nombre- nos descubría la revolución de las técnicas
narrativas desde Joyce a Martín-Santos en un aula friolenta.
También Álvaro, el dueño de
la cafetería superaba con creces la miseria de su entorno. Veinte años de
fidelidad le habían convertido en un autodidacto permeable a las más variadas
disciplinas, psicólogo aficionado, hombre de consejo, cronista inasequible al
olvido de las desavenencias e incidentes de dos décadas.
En un instituto donde no se
hizo nunca una ficha de préstamo porque no fue liberado por la llave del
conserje ninguno de los vetustos ejemplares de las estanterías con vitrina,
todavía había estudiantes que escribían cuentos a la manera de Borges, novelas
al estilo de Onetti y versos rimados en inglés. Sin que hubiesen penetrado esas
nociones en la venerable y soñolienta biblioteca (especie de prisión dorada o
de limbo para la Crítica de la Razón Pura o la Summa Theologica
en ediciones-mamotreto), se charlaba por los pasillos sobre el monólogo
interior, la corriente de conciencia, la onmisciencia del narrador, la ruptura
del eje narrativo, las matanzas de la guerra civil en el Cuartel de la Montaña,
el Teatro de la Crueldad, la poética de Paul Valéry o los alucinógenos de los
Tarahumara.
Sin poseer gimnasio ni
instrucción atlética alguna, el instituto ofrecía al visitante números de
acróbata: Alumnos de espontánea agilidad como Julián (Titín) subían hasta el techo
del pasillo apoyando pies y espalda en cada una de las estrechas paredes.
Aunque la penumbra de las
galerías no permitiera distinguir casi nada fuera del constante ventarrón y los
pequeños tornados de desperdicios, a veces en medio de la inclemencia cruzaban,
imperceptibles como ciervas en la bruma, andares soberanos de muchachas muy
dignas. Como si entre el revuelo de murciélagos se adivinaran los cuerpos
esbeltos de tres bailarinas o en la oscuridad de una cueva brillasen verdes y
cálidos los ojos de una virgen.
Al igual que el instituto culto y paupérrimo,
Ella, I., –a la que luego llamé “la
Verdad y la Belleza”- era extraordinariamente sofisticada por dentro, sencilla
por fuera.
LA VERDAD Y LA BELLEZA
Tenía una gran nariz, una nariz protuberante y
cuadradota a la que solo le habría faltado la guinda roja de plástico para ser
de payaso. Y sin embargo ese rasgo no afeaba su mirar ámbar, triste y tranquilo
bajo la melena rubia. Todo lo contrario: Nariz de muchacha que rompe los aires
del mundo con una bien construida Puerta de Brandenburgo por proa, ojos serios,
muy atentos siempre, a veces severos, a ambos lados del sólido peñasco de su
nariz, nave muy delicada para navegaciones sentimentales.
Sí, ella está todavía con su
desgastada camisa azul de muchacho, su larga melena rubia, dulce y afable como
las orejas de un setter irlandés, su bella nariz de muchacha valiente en el
sobrecargado bar del instituto donde huele a bocadillos de tortilla francesa,
café de máquina y cigarrillos Fortuna de los que se compran sueltos (que huelen
mejor que los de cajetilla).
Fue aquel un invierno
magnífico, memorable, lleno de aventuras tras abandonar el buen colegio de los
malos curas para pasarme al lóbrego instituto de brillantes maestros...
Descubrimiento adolescente
del mundo de los bares, tascas cerca de la Plaza Mayor con grandes ventanales
empañados de vaho, el interior también es una agradable bofetada de aire
caliente y hay un maremágnum de pañoletas palestinas o similares, abrigos con
capucha de esos que se abotonan con colmillos, parkas, olor a noviembre y a
manchas de cervezas, bufandas de estudiantes dispuestos a “tomar cañas” hasta
que les echen del último bar...
Es muy divertido acabar a
las tantas con I (la Verdad y la Belleza) y con algún otro en la plaza oteando
la niebla y manteniendo conversaciones filosóficas. Yo no sabía que se podía
hablar de este tipo de cosas con las chicas. Iria negra, Emma verde, Rosa
blanca, Lola roja, Celia azul no hablaban de temas. En sus mejores
momentos hablaban de personas pero no de asuntos elevados como hacía la
Verdad y la Belleza: Cuba, Gadafi y el Libro Verde, educación no-autoritaria,
arqueología medieval, maoísmo, anti-psiquiatría, poesía de Benedetti... Las
horrendas martinas, marivíes, mamens y maycas, matildes que martirizaron mi
infancia tampoco parecían interesadas en esas cosas...
Estar en la gélida Plaza Mayor esperando que
se acerquen las campanadas de las once junto a I. y algún otro, es un raro
privilegio y ahora comprendía que había hecho bien en auto-expulsarme del buen
colegio de los malos curas: Lo había hecho sin saber pero en realidad para
conocer a aquella Mujer Rubia, usualmente vestida con camisa de manga larga,
siempre en vaqueros y zapatillas de deporte, una rara serenidad al andar, como
si su espalda y sus nalgas se recreasen en ser esbeltas... Más tarde C.C., el Genio, escribiría que se
notaba por su forma de abrir las piernas que era una mujer sincera.
Ella dijo –muchos años
después- que si yo me lo hubiera montado bien, ella “habría salido conmigo”.
Ni remotamente aceptaba yo
esa posibilidad. Primero, porque I. no era del todo una chica... Al menos no
era como Sylvie, como Michelle, como las amigas de mi hermano o las marichuses
de la plaza. No era del todo una chica. Vestía como un chico, gesticulaba como
un chico, tenía la voz grave y profunda de un chico, podía hablar como un
chico. Sin embargo, sus labios eran anchos y sensuales, la forma de sus caderas
o de los senos en la camisa azul decían que era una chica.
Además, yo no sabía que
estaba enamorado. Siempre había gente a su alrededor y yo no me sentía
preferido. Así empecé a enfermar de admiración hacia I. desde lejos. La única
vez que nos citamos a solas fue para romper. Pero eso ocurrió mucho después...
Poco después de comenzar aquel curso 1979-1980, se produjo la huelga.
LA HUELGA
Crónica
Afectados por los
disturbios callejeros de Madrid contra la L.O.U. (ley de ordenación
universitaria) y tal vez recogiendo el descontento de los más jóvenes y
radicales después de cuatro años de democracia sin que cambiase casi nada, se
convocaron virulentas asambleas en la sala de exámenes colindante con la
cafetería. Se votó a favor de la huelga salvo la voz de un empollón que hizo el
ridículo aludiendo a los guardias civiles muertos a manos de ETA: - “¿Por qué
no hacemos huelga por ellos?”, era un tipo aisladísimo que le caía mal a todo
el mundo. Le abuchearon. Hablar bien de la Guardia Civil, criticar la “lucha
armada” del Pueblo Vasco era facha. Ni caso. Se aceptó el compromiso de hacer
huelga y asistir al instituto con el mismo horario pero sin dar clase. Huelga a
la japonesa pero sin trabajar. Colapsaríamos la producción sin dar un palo al
agua.
Casi nadie cumplió lo
acordado. Ni siquiera los delegados y líderes de aquella especie de revuelta
que parecía ir más allá de una ley de educación. Ni siquiera I., delegada de su
curso y parte activa de la rebelión aunque ella no solía hablar en público.
Así lo observó el Genio (
C.C.) que ya entonces era escéptico
hacia cualquier cambio social y se reía de los oradores, del Cojo Manteca y de
todo ese lenguaje incendiario; tenía en su memoria una impronta misteriosa de
la Guerra Civil como si la hubiera vivido, como si hubiera nacido sabiéndola
(aunque solo tuviese dieciséis años); esto le provocaba un hondo sarcasmo
contra las izquierdas.
Yo sin embargo pensé que
I. –bella, verdadera- llegaba al
instituto a las once porque habría estado en reuniones con estudiantes de otros
institutos o quién sabe si en la Delegación de Educación discutiendo con el mismísimo
Máximo Jefe Provincial; ella era muy capaz. Ella era honrada. Ella era
inteligente. Ella era bondadosa. Ella era sensible. Ella era innovadora,
eficaz, trabajadora, sociable, cordial...
No podía encontrarle
defecto alguno y su presencia, aunque siempre la rodeara mucha gente, era como
un aura de música.
No podía escuchar a nadie
hablando de ella, pronunciando su nombre –me parecía que al pronunciarlo (I.)
podían romperla, mancharla...- sin estremecerme. Sentía un vivísimo interés por
todo lo que se refiriese a I. Me interesaba extraordinariamente. La
admiración hacía que se cegase la conciencia de mi deseo. Era una turbación
extraña, más hiriente que los muslos de Sylvie en aquel calor del verano sin
tiempo; más enigmática que los mohínes de Michelle con su estigma.
Poco a poco no tuve más
remedio que darme cuenta de que estaba totalmente enamorado de I. en el sentido
de no desear más que su compañía constante y gozar aún más de su ausencia,
inundada de fantasías. En seguida el ideal de I. –la Mujer Rubia, La Verdad y la
Belleza y otros nombres secretos en poemas secretos- desplazó a la realidad de
I. Así su presencia física comenzó a ser decepcionante, mera ocasión de
recopilar datos para a solas seguir ensoñando con I., con una mujer como I.
pero idealizada, divinizada.
A
partir de la huelga, I. comenzó a adquirir una dimensión mítica.
Yo no
había conocido chicas que fueran revolucionarias. Durante aquellos días había
estado más lejana y más rodeada de gente que de costumbre debido a sus
funciones de delegada y organizadora de la huelga. La miraba de lejos como a la
hermosa Sylvie con mal de femme cuando se la llevaban las mujeres a otro
mundo... Luego, te acercabas a ella y era como siempre, no se le había subido a
la cabeza como a otros, ni nada, era demasiado inteligente para eso. Terminó
muy decepcionada de la huelga y sobre todo del comportamiento de los
huelguistas. Ella era más coherente, más responsable, más auténtica, más
valiente, más digna. La mayoría de nuestros compañeros habían buscado unos días
de asueto y les importaba bien poco lo que ocurriese en Madrid con la L.O.U. o
con la L.A.U.
En la asamblea de la gran sala
de exámenes, donde se lucía haciéndose el incendiario nuestro amigo A. R. de C.
–mi primer y mejor amigo (Riquiescat In Pace)- y donde I. nunca intentaba
lucirse, en la sala enorme como un hangar, había parecido por un momento que la
nación entera y nuestro instituto en particular iban a revolucionarse. Con esa
credulidad de los quince años llegué a creer que en Madrid se estaba
produciendo el famoso retorno de las hordas rojas, un completo desorden y matanzas
en la calle como las del 36.
Luego, no pasó nada.
Al menos sí sirvió para ver
el instituto vacío y sin profesores, nosotros dueños de las aulas, un aire como
de anarquía...
Ahora era como si Ella
volviera de alguna batalla perdida, escéptica y triste, defraudada. Y yo la
respetaba aún más y era como si solo Ella tuviera dignidad de verdad, como si
los demás de una manera o de otra nos hubiéramos traicionado a nosotros mismos
a cambio de nuestra pereza, de nuestra cobardía. La Revolución era el intento
de que todo el mundo tuviera dignidad, dar a todo el mundo la oportunidad de
poder llevar una vida con la que estar de acuerdo. Pero la mayoría de la gente
–nuestros compañeros de instituto- no querían eso y volvieron a las aulas, al
curso, a los exámenes, a la normalidad (la indignidad) como borregos después de
darse un pequeño despiste.
MAZAGÓN
El curso volvió a su rumbo
y ahora nuestros corazones estaban puestos en el profesor de Biología que era
joven, nos trataba como a amigos, tomaba cervezas con nosotros en La Gramola
–el santuario de la vanguardia local, siempre con la vista puesta en Madrid-,
sabía mucho, celebraba muchos debates en clase, fumaba porros y descendía a los
temas personales desde el primer día: –La Reproducción Sexual fue el
primero del programa por decisión de los
alumnos-, charlas que nos sorprendían por su franqueza: Un compañero de pueblo
algo mayor confesó a 7ª hora, con ambiente muy ennocturnecido aunque perdurase
alguna clase de formalidad entre nosotros, que él se iba de putas.
También se extendió en ciertos detalles anatómicos bastante escabrosos.
El
nuevo profesor de Biología era alto, bien formado, pecho de atleta a lo Kirk
Douglas, ropa siempre con un cierto morbo post-moderno, como sus grandes gafas
de sol cromadas que algunas noches no se quitaba en clase... Como su forma de
hablar arrastrada, vacilona y madrileña. Era como si nuestros hermanos mayores
hubieran vuelto de Madrid barnizados por la Movida y el Rockola y se hubieran
hecho profesores. Dábamos por supuesto que fumaba drogas y que su sueño era
cultivar sus propios tomates y vivir en plan ecologista. Todos y todas -I.
incluida- nos enamoramos en diversos grados de él y no se faltaba a su clase,
aunque fuera de 9 a 10 de la noche, con el centro casi desierto, impune,
semi-vacío como durante la huelga.
Todavía Muro (así se
llamaba) se hizo más popular cuando nos fuimos de cámping con él a Mazagón.
Había alumnos que no habían visto nunca el mar. La mayoría era la primera vez
que salían a dormir fuera de casa. Todo el mundo estaba muy emocionado y
nuestro líder único e indiscutible, con su estatura de gladiador culto, tenía
siempre un gesto o una palabra cariñosa para cada uno, era nuestro hermano
mayor más que nuestro tutor, lo dirigía todo sin reñir a nadie ni levantar la
voz. Nos tenía aprisionados y unidos con la fuerza de la admiración y del
cariño y a su lado, sabíamos que no nos podía pasar nada malo: él respaldado por nosotros, nosotros
dirigidos por él, resolveríamos cualquier dificultad que se presentase.
Normalmente a los extraños ni se les ocurría ser descorteses con nosotros.
Llovió en el cámping, hizo
un tiempo pésimo. Yo me sentía de pronto transportado a otro mundo por completo
diferente del instituto y de la pequeña ciudad de provincias. El vacío de
aquellos días en el bosque donde éramos los únicos campistas en medio de las
ventoleras y tormentas, el hecho de dormir en las tiendas o compartir
conversaciones bajo la lluvia y la lona, constituían otro privilegio paradójico
como lo de estar en la Plaza Mayor a las once de la noche filosofando en la
niebla.
Porque para cualquiera
hubiera sido un chasco que lloviera en el pinar próximo a la playa. Pero para nosotros,
- el cogollo de intelectuales y artistas de quince y dieciséis que rodeaba al
maestro Muro -, era una preciosa suerte verse condenados a pasar las horas
comiendo galletas Príncipe y charlando con I., con Muro, con A. y con otros selectos
en la rara intimidad de la tienda de campaña.
Veíamos a los demás transformarse
monstruosamente: Matutes, el empollón intratable, andaba siempre borracho y
excedido, bañándose vestido en las duchas y pegando chillidos. Nadie
reconocería al gélido y arisco adolescente del instituto. Los simpáticos allí, acá
resultaban sosos. Los que en la ciudad carecían de interés, en el bosque se
revelaron como futuros amigos.
Solamente I., Muro y K.R.
se mantenían inalterables, como personas que están atravesando una temporada
más, una de tantas en sus vidas y no por la máxima experiencia emocional de
sus vidas. Ellos estaban tranquilos, iguales a sí mismos.
Yo trataba de imitarles
sin éxito y de hacerme el intelectual en sus reuniones. Pero estaba demasiado
emocionado... El Chino había enarbolado la pipeta de un preservativo como
trofeo en el mástil de su tienda canadiense... Una excursión de cordobesas o
sevillanas de nuestros mismos años había llegado el tercer día y se establecían
alianzas automáticas entre los dos grupos: Sexo fácil para casi todo el mundo:
Parecían formar parte de una operación de cruce de ganaderías. – Pero eso era para el vulgo..., porque para
los que éramos como I., como K.R. o como yo, las sevillanas ni existían.
Vivíamos reconcentrados en nuestro propio salón de snobs, absortos en
nuestro juego elegante y lo único que parecía importarnos era ese espejeo del
alma en un grupo de cuatro o cinco personas especiales.
“Os he
entregado la palabra,
me habéis
arrebatado la ira
mas ahora
soy más que simple vida;
soy un
trozo de horizonte que se implanta.
“Soy el
árbol que se arruga y se levanta,
soy un
viento que se ha helado en su caída,
soy un
viento de poemas que se para.
Me desbordaba en poemas como la mayoría de mis compañeros (la masa) se
desmadraba con el alcohol. Yo en mi Parnaso no necesitaba eso, pero sí una
especie de eyección lírica; era muy pesado estar veinticuatro horas diarias
participando en sesudas discusiones filosóficas como las que le gustaban a I. y
a su séquito.
“Soy la
Luna:
el óculo
en cada cita.
“¡Mar,
sol, viento y firmamento,
luz,
poesía y vida e ira,
escuchad,
que un dios os habla!
–Entonces la soledad con olor a
pino, la soledad con olor a marengo de la playa, la soledad con olor a plástico
del suelo de la tienda, la soledad en la ducha con lejanos olores a excrementos
y la soledad de esos minutos antes de caer en el sueño. La soledad hechizada
del campo, casi indistinguible de la sensación de amor... - Por eso yo estaba
casi sin habla y sin ira, como terrícola abducido y teletransportado a un
universo paralelo a diez mil años-luz. - Y ahora era más que arrastrarme y
seguir vivo, ahora me sentía fuerte como la autoridad del horizonte, duro y
joven como una encina, prodigioso como un viento que se helara en su caída o
una borrasca de versos inmóviles. - Omnisciente como Selene. - Me sentía como
Dios, me sentí Dios y por un instante yo y el campo, mi soledad, éramos Dios. -Reconciliados.
- Por fin. - Sólo por un santiamén...
“Mirad mi
corazón en mil astillas,
mirad mi
corazón hecho piltrafas.
Y en mil
bocas y en mil fuegos y en mil almas”.
Mis poesías eran una
celebración de este estado de felicidad y enamoramiento que presentía pasajero.
“Una luz azul te atravesó
y
convirtió tu imagen en recuerdo.
De
presente inconmovible realizó
una
estatua de pasado y de silencio”.
Todas las poesías eran
para I., dechado de perfecciones femeninas. Ni se me habría ocurrido leérselas.
Porque no eran para ella sino para la Diosa o imagen fantástica que Ias
inspiraba en mi corazón. Las poesías eran un tortuoso auto-ritual de auto-adoración
de un autoconcepto.
Ella, siempre
encantadora, buena, especial, bella, verdadera..., no parecía darse cuenta de
nada, parecía mantener cinco o seis romances simultáneos con todos los varones
de la crème. Yo nunca le diría que me gustaba, seguiría adorándola a
distancia, le escribiría millares de poemas gloriosos que no leería nadie, ella
nunca sabría nada, yo siempre estaría enamorado, y mi soledad no terminaría
nunca. Así concebía yo la felicidad de la vida.
Sin embargo, empecé a
traicionar en seguida ese proyecto poético: empecé a leer mis versos a los
amigos y descubrí que les gustaban; como una enfermedad de la que estaban
vagamente afectados: Luego seguí escribiendo versos en la arena de la playa
tersa, antes de que se los llevase la marea. Una vez se los enseñé a ella
mientras las olas los iban destrozando. Me acompañó comprensiva, amistosa,
elogiando mi poesía. No parecía comprender que se lo había escrito para ella. Y
yo estaba tristísimo en medio de la fiesta de despedida... Su amabilidad me
sepultaba.
...La auto-expulsión del
colegio de curas, la huelga, el viaje a Mazagón... Resultaba obvio que el
inteligente Muro, al arrastrarnos hacia el Sur, había querido hacer algo más
que una excursión de fin de curso. Quizás había querido enseñarnos su utopía
política: Olor a interior de tienda de campaña bajo el aguacero, galletas
Príncipe, porros, amoríos, largas charlas...
Yo
cada vez me encontraba más excedido, más loco.
CORAZONES ROTOS
Terminó el viaje a Mazagón
como la huelga: como un presentimiento de un placer y de una libertad muy
grandes y un retorno aturdido a las rutinas. De nuevo en la pequeña ciudad de
provincias, de pronto ya nada era como antes. Ya éramos los que sabíamos que
podíamos vivir a base de galletas y de leche condensada en una tienda de
campaña bajo los pinares de Huelva sin que pasara nada. Posiblemente otras
cosas que considerábamos incuestionables –la familia, el dinero, los
fundamentos de las Matemáticas- se podían desconectar, anular, prescindir de
ellas...
Yo no era el único que
tenía un amor no correspondido: El Genio (C.C.) estaba enamorado de una tal
Carmen, pizpireta y resuelta compañera de su clase que le trataba solamente-como-a-un-buen-amigo
mientras se enrollaba con A. R. de C. - Descanse En Paz-, el mismo que se había
lucido en las asambleas con frases apocalípticas. A. R. de C. no era tan intelectual,
pero era rubio, alto, con aspecto de ser mayor y atractivo.
Comprendíamos que esto
del amor tenía un lado salvaje e instintivo: que ellas se sentían atraídas por
algo de lo que nosotros carecíamos, una destilación secreta como el mal de
femme de Michelle, algo que tenía que ver con la machedumbre y no con la
sensibilidad o la inteligencia. Las chicas eran para los tipos duros. Aunque
A.R. de C. no iba de duro sino de
cortés, pero era muy viril.
“Muera Dios el insensato,
asesino
inteligible,
loco Dios
del imposible,
absurdo
creador del páthos”.
Nacho también estaba
enamorado y no era correspondido. Sus calabazas habían sido tan grandes que
había debido faltar al colegio. Por primera vez en nuestras vidas oíamos la
palabra “depresión” y nos pareció que Nacho, el Chino, padecía un mal invisible
(como el de Michelle, como el de Sylvie, la misma languidez) que tenía que ver
con la sensibilidad.
Mientras tanto la primavera se iba abriendo paso a través del invierno.
J. LL. también había
enfermado de amor como Nacho y había abandonado sus estudios y ahora vivía en
la huerta de sus padres replanteándose o replantando no se sabía el qué. A sus diecinueve años parecía un viudo en los
últimos días de su vida. Algunos decían
que en realidad a J. LL. lo que le gustaba era cavar y rastrillar en la huerta
para ponerse cachas. Nos recibía en su pago y rápidamente sacaba una frasca de
vino no se sabía de dónde. Las reservas de mosto fermentado sin denominación de
origen no tenían fin. Sucedía siempre poco antes de la hora de comer, a eso de
las dos y media. Era evidente que la angustia de las tres de la tarde y la
obligación de sentarse como un ejército ante el sagrado telediario, en aquella
casa de bohemios no existía. Nos atrevíamos a demorarnos. Aquel excelente vino
blanco sin aditivos nos dejaba clavados a esta tierra, era muy bella la
glorieta con rosal, la antigua alberca y el olmo centenario. -A veces estaba la
hermana mayor de J.LL. (Pilar) tomando el sol de espaldas, más desnuda que si
hubiera estado desnuda porque se enrollaba la parte de abajo del bikini para
que el sol le diera de lleno en los glúteos y su perfecta serenidad allí,
aurirrosada en la mancha de sol, nos turbaba. -La intimidad del vino era un exceso
dulzón en los labios y el deseo de seguir bebiendo, hasta una pérdida de
conciencia, un ofuscamiento total.
Yo era muy feliz y me daba
cuenta de que estaba viviendo el mejor año de mi vida incluso mientras lo
estaba experimentando. No sé por qué. Pero cada vez que aparecía I., -el
fantasma carnal de la Diosa ensoñada a solas-, una sombría tristeza se
apoderaba de mí y ya no levantaba la cabeza, como si una mujer se hubiese
perdido. Aun antes de haberle confesado que me gustaba, aun antes de “haber
intentado” nada con ella.
Por eso me encerraba en
un mutismo afectado de Tristán, hombre de dieciséis años con las esperanzas
perdidas, devoto de una amada interior eternamente. O algo así. Todos
padecíamos de la locura del amor y nos la contagiábamos.
EL FUEGO
Alrededor de su ardor ha de haber
Siempre
combustible ardiendo: gasolina, por ejemplo,
La yerba
de marihuana, la punta de la doncella, el Dinero.
Su sonrisa irradia un brillo de deleite
Cuando resplandece
al Sol, cuando un rayo
Fulge en
el nácar y es Sol y arena en un mismo punto.
LEJOS DE LA VERDAD Y
LA BELLEZA
De modo que al final de
aquella primavera, ya casi en verano quedé con Ella en la Gramola. Naturalmente
era para romper –o para analizarlo- como
siempre. Y como siempre estaba la omnipresente María. Tras esperar mi turno
entre los cojines beiges de las bancas de yeso, le propuse muy trágico que
saliéramos a caminar y entonces se me atragantó en la boca el solemne discurso
que había preparado para la ocasión y que sonaba absurdo. Andando por las
calles próximas a su casa quise expresar el dolor de no ser correspondido, de
tener que separarme de ella y sin embargo jurar que nunca dejaría de pensar en
ella. Creo que esto ya se lo había dicho en alguna ocasión, pero dentro de mí
había algo demasiado oculto todavía, profundo como la música de Silvio bajo la
que vivíamos hechizados, algo que necesitaba contar con palabras más
altisonantes, con gestos dramáticos, como si la poesía no bastara en ese
desbordarse.
Ella me había escuchado
una vez más con paciencia y nos despedimos con un beso y un abrazo. A partir de
entonces la vida me pareció sin sentido y sin colores. Creí llegado el momento
de declararme enfermo como J.LL. o Nacho que hasta llegaban a faltar a clase
por asuntos del corazón. Yo estaba deprimido y de vacaciones. Me embriagaba con
las Cartas para la educación estética del hombre de Schiller. Y aunque no entendía casi nada, era todo lo
que necesitaba para vivir semi-borracho de Poesía.
LONDRES. NOCHEVIEJA
DE 1980
El curso avanzaba suave a
través del invierno y yo, que me había aficionado a huir en viajes, me enteré
de que organizaban uno a Londres las comunidades cristianas. Fui a su reunión y
el precio me pareció digno de aguantar a aquellos curas y seglares de barrio.
No pensaba decir que era ateo, pero nadie podía obligarme a rezar o a no
blasfemar sobre la oración... Tales eran mis pensamientos cuando llegué a la
reunión catecumenal de Taizé en Londres. Estábamos en el tumulto de la
Nochevieja en Trafalgar Square junto a unas italianas y podías besar en
los labios a todas las chicas que te cruzaras mientras repitieras maquinal “Happy
new year”; a nosotros también nos asaltaban británicas jovencitas más o
menos beodas y nos rozaban los labios con sus labios. No todas besaban igual.
Ahora entendía por qué Londres era un sitio tan importante.
Al regreso había sobrevivido
a diversas peripecias en el Soho, extrarradio y tabernas del centro londinense.
Me invadía la vanidad del “viajado” y hombre con mundo. Me consideraba con 17 años un tipo bastante
capaz de solventar dificultades. Sabía que me podía ganar mi sustento con mis
brazos. Irme solo a Londres y volver con amigos. Etcétera.
LO ABISMAL. EL AGUA
“Tú no te llames Mar
No te llames Agua
no te llames
Dime quién eres
que no te llamas
y siempre vuelves
“Mira : ahora es otra vez
la pista de baloncesto derruida:
embutidos en horribles chaquetones
charlamos del amor adolescente
que nos sucede con otros
“Otra vez tus manos
Otra vez tu boca
en un mundo todavía
de caramelos y soles
la lustral casa de pueblo
con sus suelos impolutos
“Es otra vez la primera noche
tempestad en la ciudad mientras
caemos
por una euforia atropellada de
perfumes
“De nuevo cuando te quedaste
Plantada en el centro de la calle
dentro del retrovisor
y cada vez más pequeña.”
“Lo Abismal es el agua, son fosas, es la emboscada, es el
doblar para enderezar y doblar para torcer, es el arco y la rueda. Entre los hombres significa los melancólicos,
los enfermos del corazón, los que tienen dolores de oídos. Es el signo de la
sangre, es lo rojo. Entre los
caballos significa los de lomo hermoso, los de arrojo salvaje, los que andan
con la cabeza gacha, los que tienen cascos delgados, los que tropiezan Entre los carruajes significa los que
tienen muchas fallas. Es la penetración atravesante, es la luna. Entre las especies de madera significa
las que son sólidas y tienen mucha savia”
El
Libro de las Mutaciones
MI NOVIA
El invierno desarrollaba
suavemente sus nieblas, la pequeña ciudad aún parecía más pequeña y recogida,
con sus flecos de bruma en las plazas o gravitando en los paseos, en el halo de
las farolas. Nacho ya no estaba tan afectado por las calabazas de M. Ahora se
dedicaba a leer cosas rarísimas de André Gide, de Céline y de un tal Borges
cuyo nombre no sabíamos si era Jorge Luis o José Luis.
Todo el mundo había cambiado
de amores y todo el mundo continuaba siendo desafortunado.
Francesca
había aparecido ese año en clase: una chica de pueblo con la que
resultaba agradable charlar y bromear.
En cierta forma no era una chica, le pasaba lo
que a I. pero en otro sentido: Fr. no era
una chica porque era una compañera de clase y porque era de pueblo.
A las compañeras de clase,
-de acuerdo a una norma tácita-, uno no las podía mirar como a las demás
chicas. Igual que con las hermanas o con las primas, se podía soñar con una
platónica admiración o tener alguna amistad; pero nada más. Eso no significaba
que la mayoría de las compañeras de clase no fueran deseables como sus
vaporosos escotes invernales a las 9 de la mañana.
Y además Fr. no era de cualquier pueblo sino de uno diminuto y desconocido, en las estribaciones,
y no vivía con sus padres sino en un colegio menor. - Se vestía, se reía,
hablaba y gesticulaba con una gracia nerviosa de aldeana encantada de la vida.
Por eso no era una chica sino una pueblerina simpática.
No era una chica, no era el
objeto del Amor, y yo aún estaba enamorado (Para Siempre) de Mujer Rubia, de
Diosa. Pero en la pequeña realidad, la necia, -en los días que serán olvidados
porque no sucedió nada memorable-, debía reconocer que cada vez que pasaba un
rato casual con Fr. me sentía más ligero,
más a gusto conmigo mismo. -Y pensar en la amistad con la pueblerina se parecía
un poco a la esperanza del Amor.
Por eso no era de verdad una chica; quedaba
muy lejos del espectro amedrentador de la mariajesuses y marichuchis que
martirizaron con sus melindres mi
infancia. Fr. no era remilgada sino descarada y directa. Pero por algún motivo
su cercanía no dejaba la idea de ningún interés sexual. Hablando un día sí y
otro también, habíamos empezado a confesarnos nuestras penas de amor
respectivas, "embutidos en nuestros
horribles chaquetones de febrero, sobre la pista de baloncesto derruida del
instituto, hablábamos del amor adolescente, el que nos sucede con otros".
Una tarde al comienzo de la
primavera nos sorprendió la directiva del centro invitándonos a todos a una
fiesta con refrescos, bocadillos, música y baile en el Instituto el sábado a
las seis de la tarde. Era evidente que
les había sobrado dinero del presupuesto y querían justificarlo derrochándolo
con nosotros de esa forma. No nos extrañó, porque los gastos eran mínimos en
aquel feo y friolento edificio rectangular de ilustres profesores. Ante la novedad
de recibir un bocadillo gratis, se amontonó todo el mundo a las puertas en día
festivo. Era inusitado este aire de fiesta y por tercera vez el lugar se
sumergía en la extravagancia: Ver el Instituto en fiestas un sábado de mayo a
las seis de la tarde..., la lejana sensación de que algo va mal, de que se está
cometiendo una transgresión sutil contra las leyes naturales al empezar la
fiesta tan temprano, todavía con luz y ya música y baile, no pega, luz natural
y fiesta, tarde y discoteca.
Alejándome del bullicio del
baile que se despepitaba en la gran sala de exámenes, me senté en el radiador
de la cafetería junto a Fr. pero mirando a
I. largamente; charlaba con el Nervios y con Muro a unos quince metros. No era
mucha distancia, pero parecía infinita como las cosas y tramos que separan a la
élite del vulgo, a los menos del montón, a los esclavos de los fuertes. Ella
era la élite en aquella miserable cafetería de instituto, Ella y Muro las dos
únicas individualidades que me interesaban, a las que hubiera deseado acercarme
y por un compromiso de mi orgullo consigo mismo, no podía. Absorto en ese
instante raro, -la cafetería del instituto un sábado por la tarde, yo
compartiendo una fiesta con I.-, apenas prestaba atención a mi compañera de
clase Fr. que estaba sentada a mi izquierda
en el mismo radiador. Contestaba distraído y le volvía casi por completo la
cara, girada en dirección al mostrador de Álvaro.
Entonces Fr. dijo algo que ya no pude dejar de oír. Me
volví hacia Fr. Estaba muy guapa. Era
evidente que no se había dado cuenta de lo que acababa de decir, ella pensaba
decir que se había muerto su perrita. Me olvidé de todo, de I., de la fiesta,
del mundo, durante un instante largo solo existió el rostro de Fr. La vi de otra forma. Dije “Tú también me
gustas a mí”, sintiendo que había empezado a decirlo por Agradecimiento
pero que había terminado de decirlo con Deseo: La besé conmovido, febril, algo
que se parecía mucho al Amor. Salimos casi corriendo por la ciudad, en una euforia atropellada de perfumes. Era la
primera vez que besaba a una chica en la boca. Caía un aguacero de primavera,
una tormenta de verano, nosotros corríamos sin rumbo, nos refugiábamos en
portales y nos besábamos una y otra vez, hasta que ella se escurrió del último
beso en la puerta de su colegio.
TERSURA Y BRASA
“Tibieza
ardiente su piel; tersura abrasa.
Remota,
muda, el firmamento en su piel.
“La
sombra oscura, ceñida, casi ciega.
La otra
tenue, vagarosa, imaginaria.
“Profunda
una mirada, dulce y ebria.
La otra
ámbar”.
PRIMERA CITA
Había vivido las utopías
cubano-maoísta-líbicas de I., luego la huelga de la L.O.U., luego la utopía de
Muro en Mazagón, luego mi propio sueño de poeta malditamente enamorado. Y
también el de joven obrero agrícola independiente. Y el de truhan infiltrado
entre cristianos en Londres. O el de dandi que invita a todo el mundo a su
villa de campo porque se muere de tedio.
De todas maneras, las
verdaderas utopías eran las que quedaban más allá de mi alcance. Por ejemplo,
formar parte de la élite sin tener que estar siempre haciendo méritos,
temblando por mi posición, descendido una y otra vez al grueso de la masa, los
normales, los que no eran del circulito de elegidos.
Fr.
era sumamente normal. Por eso quedar al día después de los besos resultaba
bochornoso. Todo había sido irreal y caótico el sábado de la fiesta en el
Instituto. Ahora íbamos a vernos a la luz del día, sin esa embriaguez que nos
arrastró. Por primera vez –exceptuando el viaje a Madrid- quedábamos fuera de
clase por la tarde. Por primera vez tenía cita con una chica. Me moría de
miedo. De un miedo nuevo, muy mezclado al recuerdo del sabor de sus labios. La
palabra cita se me amontonaba en la
boca del estómago como el atenazamiento del miedo, como el clima de
insinuaciones hirientes de las niñas que aparecieron en el cumpleaños de
Norberto Pérez P. cambiándolo todo.
Y
yo que la había besado tantas veces, hasta aturdirme con el sabor de su saliva,
de su cuerpo y de su ropa, hasta tener las manos perturbadas por su piel y en
la soledad buscar su olor como con avaricia sobre mis manos, ¿cómo iba a
mirarla ahora, cómo iba a hablar, cómo podíamos tratarnos en adelante?
Todo resultó muy sencillo.
Ella en seguida le dio al encuentro una fácil naturalidad y yo me avergoncé de
mis preocupaciones cuando la salida era tan simple: Charlaríamos paseando por
la ciudad como charlábamos por el patio del instituto; solo que ahora íbamos
mucho mejor vestidos y algo en nuestra apariencia –algo como transfigurado-
evidenciara que nada era igual. Poco a poco una naturalidad desplazó a la otra.
Casi sin darme cuenta ya no hablaba para confesar el amor por I., la historia
romántica de mis penas ni nada de eso, sino que hablaba por mirar los labios de
Fr., el destello de sus dientes perfectos en
su perfecta boca. Era una boca alegre como la rosa rosa sobre el nácar blanco.
Ya no conversaba con ella por contarle nada sino por mantener sus ojos verdes
prendidos de mis ojos. Ni caminaba hacia ningún sitio en particular sino por
observar en movimiento sus piernas y sus caderas en las que nunca me había
fijado porque ella no era una chica sino una compañera de clase. Tenía las
piernas llenas y esbeltas como sus rodillas redondas y sin defecto.
El encuentro terminó al
borde de un pequeño campo de césped junto al pabellón de deportes que estaba
enfrente de su colegio menor. Era un rincón que se situaba en la parte de atrás
del paseo y de la carretera de C., allí nos sentíamos protegidos de las miradas
de los curiosos. Allí Fr., que era más
experta, me enseñó a besar. A menudo nos reíamos de mi torpeza y hacíamos un
churro de beso con la explosión de nuestras risas. Pasaba horas aprendiendo a
besar con Fr. Así empezó todo.
Al terminar el curso, Fr.
tuvo unas notas malísimas y se volvió llorando y culpándose a su pueblo de las
estribaciones sin que yo consiguiera consolarla. Yo también me sentía culpable
no solo de haber colaborado con su fracaso en el instituto sino porque
secretamente me parecía bien que se
marchara. Porque ella no era del todo una chica. Porque todo había
ocurrido demasiado deprisa. Como una avalancha de besos.
TERSURA Y
BRASA
“La sombra oscura, ceñida, casi ciega.
La otra
tenue, vagarosa, imaginaria.
Tibieza
ardiente su piel; tersura abrasa.
Remota,
muda, el firmamento en su piel.
“Profunda
una mirada, dulce y ebria.
La otra
ámbar
“Tibieza
ardiente su piel; tersura abrasa.
Remota,
muda, el firmamento en su piel.”
VAGABONDAGES
Fr. se marchó, y Bernardo me
propuso un extraño viaje a Cáceres y a Galicia. Había que ir en tren hasta
Cáceres y una vez allí, un amigo suyo que tenía coche nos llevaría a Galicia.
Al cruzar Gredos, el
seílla de Rafa empezó a toser y se hizo inevitable que bajásemos dos pasajeros:
Bernardo y yo de común acuerdo, que nos desplazaríamos a dedo hasta reunirnos
con nuestros compañeros donde acabaran las montañas. Así lo hicimos e
iniciamos un mes de vagabundeos juntándonos con los callejeros de las ciudades
y los mochileros de la carretera. No pasaba nada, es verdad. Podías dormir bajo
la marquesina de las estaciones, en las playas, en las plazas, debajo de los
puentes, en los trenes, en los parques y no había mayor problema. A veces te
robaban el sombrero. Podías colarte en los expresos de largo recorrido
(Orense-Madrid); te pillaba el revisor y no pasaba nada. Podías quedarte money-free
durante días y conseguir algo para comer. No era para tanto. Lo habíamos
comprobado.
Durante todo ese tiempo
interminable que era otra utopía –la utopía de la bohemia- no pensaba en otra
cosa más que en Fr., en volver a besar a Fr. Estaba a veces a punto de
convertirla en poesía, en ensueño, en una nueva Diosa como había hecho con I.,
pero el recuerdo del sabor de sus besos (los únicos que conocía) me devolvía a
la realidad y ya no podía ver una chica más o menos guapa, durante nuestro
miserable viaje, sin acordarme de la intimidad de Fr., en el pequeño campo de
césped del pabellón cubierto. Y era como si todas las chicas guardasen un
tesoro hasta entonces desconocido y solo Fr., por una dulce casualidad,
quisiera compartirlo conmigo.
HERMAPHRODITE
LA SIGUIENTE VEZ QUE ME
ENAMORÉ fue de Hermaphrodite. Hermaphrodite era Alejandra;
Alejandra Vidal-Olmos era Hermaphrodite.- Tras un año de languidecer “en
pequeña capital de la provincia”, conseguí llegar a Madrid. Estar en Madrid y
no en la pequeña ciudad era vivir una utopía.
No solo me codeaba con
monumentos como la Cibeles, Neptuno o la Puerta del Sol, donde podía pasar
tanto tiempo como quisiera –lo mismo que en el Museo del Prado, de entrada,
gratuita - sino que conocía ya a madrileños que me invitaban a sus casas. Me
sentía muy honrado de dormir en aquel sórdido pisucho de Sombrerería.
Conocí a Marcos que me cayó
bien porque llevaba un libro de Franz Kafka. Fue ver su libro y empezar a
hablar con él con una espontánea simpatía. Vestía completamente de negro, tenía
barba y pelo muy negros, gafas de montura negra... era imposible no verle como
un personaje de Kafka.
Muy poco después de haber
establecido alguna clase de tácita alianza con Marcos y con Juan Huertas –y yo
de nuevo me sentía transportado a la élite, a una nueva- , apareció una muchacha muy guapa pidiéndonos los
apuntes y meneando mucho su grande y rizada melena negra, agitanada. Se llamaba
Hermaphrodite y era difícil no haberse fijado en ella. Tenía presencia.
Al menear su melena meneaba también otras partes de su cuerpo. Sin embargo nos
abordó desde el principio con una extraña modestia, como si ella fuera una
ignorante y nosotros unos jóvenes sabios.
Otra vez empezó a ocurrir.
Tras unos cuantos encuentros con más personas, la figura de Hermaphrodite
empezó a invadir mi soledad por completo y a desbordarse en poemas que la
fantaseaban Ariadna abandonada por Dionýsos. Y cada vez fue a más hasta
hacerse doliente. La doliente necesidad de confesárselo: Una grave mañana los
dos solos en un banco del Parque del Oeste. “Lo sabía”, dijo como si
aquello fuese una enfermedad que ella había diagnosticado por su cuenta y de la
que ahora recibía confirmación... ¿Iba ella a curarme o no? Su cara reflejaba
solo la satisfacción de no haberse equivocado. Y su abrazo y su pequeño beso,
nada más que consuelo. Me dijo que yo no le gustaba. Me pareció natural.
Conocía de memoria el papel de maldito enamorado, pero la acompañé hasta la
noche paseando y en la estación antigua de Atocha al marcharse y dejarme en la
cafetería me selló los labios con un beso breve, vibrando de espera, y luego
exclamó hipnepta, como si hablase consigo misma: “¿Lo ves? A veces
basta con un beso”. Emocionado dije que sí con la cabeza y ella se arrancó
de mi lado.
BLANQUEO
Os venderemos primero
El Oro,
No en
esquirlas sino en ríos,
En
estanques,
En
mezquitas, en cúpulas
de oro
potable.
Todo el
metal y el papel y en cualquiera de sus formas.
¿El
tesoro de la Reserva escondido y en sótano tanto oro?
Lo
compramos.
Sonrisas
de video-putas ad
vaginam deslumbradas.
Sonrisa
del mendigo calculada en su escudilla
Por
timbre de la moneda.
Y os compraremos el Agua, y os compraremos el Aire
Y será
nuestra la Tierra y ya ni tendréis el Fuego.
Y os
compraremos el alma.
Serán
nuestros vuestros cuerpos.
Y os
venderemos a Dios.
INTERREGNO
HERMAPHRODITE-Hermine me había dejado, yo era el más triste de los
hombres y sin embargo algo así como la sangre no podía evitar sentirse feliz,
erotizada como la primavera y los dieciocho años.
Mis emociones eran tristes
como haber sido abandonado por Hermine (a quien confundí con Alejandra
Vidal-Olmos del Informe sobre Ciegos), tener 18 años y a pesar de la
tristeza una cierta palpitación de la sangre a causa del aire de aquella
primavera.
Mi hermano era un pícaro de
los primeros 80. Casi nunca iba a clase, pero a través de sus contactos
periódicos se mantenía al tanto de la marcha de las asignaturas. Cuando se
anunciaban los exámenes, recaudaba apuntes fotocopiados y se encerraba como
mucho durante cinco días para memorizar o hacer chuletas. Aprobaba
invariablemente.Luego volvía a su vida de play-boy, su enorme cama de
matrimonio. Con frecuencia mi hermano pasaba el fin de semana en su harem
con una chica y solo salía al cuarto de baño, sonriente, decrépito, decadente, pourri
como se suponía que debían ser nuestros hermanos mayores, los de la movida madrileña,
más avanzados en la descomposición moral...
A veces el fantasma de las
cosas que se fueron me asaltaba en la biblioteca de Filosofía y Letras de la
Complutense y la imaginación se me volaba en dirección al recuerdo o al sueño
de Ortega, a las patas torneadas, rollizas de las mesas, al siglo XIX. De nuevo
me parecía que jamás iba a ser tan feliz durante el resto de mi vida como en
ese ahora necio, leyendo el mamotreto de Frances A. Yates, Giordano Bruno y la
Tradición Hermética que ya me sé de memoria y delante mi hermano apuntando
chuletas y consultando quinielas y sobre los ventanales de la antigua
biblioteca peinándose las hojas de los árboles.
Y yo soy feliz -aunque
Hermine me haya dejado, aunque nunca vaya a conocer el Amor Correspondido-, porque
hoy ya he jugado al tenis y he corrido y me he duchado y ahora estoy con mi
hermano preparando el ataque a un examen que ya casi ni me da miedo porque me
lo sé todo, y hasta tengo tiempo para soñar y distraerme. Mi memoria descansa,
no sufre; estudio los teatros de la memoria de los maestros italianos y los
sueño, no necesito forzar los recuerdos, es un libro muchas veces leído,
estudiado, comentado, escrito, repasado. Voy a escribir una virguería sobre el
Renacimiento. Ya sé desde hace mucho que si haces lo que quieres, no pasa nada:
Hace poco me daba miedo venir a Madrid y me parecía que la ciudad, como un
Monstruo, me iba a tragar; ahora me la conozco
como la palma de mi mano, me he tropezado con todo tipo de gentes, los
madrileños me invitan a dormir en sus
casas, he tenido una historia con una nativa (aunque del cinturón suburbial) y
no me asusta atravesar a las tantas de la madrugada las callejas desiertas de
Lavapiés y Embajadores hacia Santa María de la Cabeza. Me siento como en mi
casa...
LA PRIMERA CRISTINA
LUEGO TARDÓ en reaparecer,
ese fluido lírico de Sylvie y de Michelle y de las otras.
Recuerdo cuando volví a sentirlo. Fue una
noche en la universidad que llamábamos la Caja de Cerillas. Se había convocado
la primera reunión de un seminario sobre Unamuno y Kierkegaard. El estar de
noche en un centro académico no me pareció de buen agüero. Era como la fiesta a
deshora en el Instituto, algo que no casaba.
Los que
dirigían aquel nocturno seminario de Filosofía (eran jóvenes y barbudos)
empezaron por preguntar a los presentes qué sabían sobre el existencialismo.
Parecía una encerrona. Una heteróclita caterva de estudiantes de filosofía de
diversos grados, procedentes de ambientes muy distantes de la capital, comenzó
a desplegar monólogos sobre el existencialismo. La situación era interesante y
cuando llegó mi turno traté de decir lo menos posible mientras muchos ni me
miraban.
Al terminar, una muchacha de pelo claro, gafas
redondas y aspecto de tiradilla de las calles, voz arrastrada pero pedante,
había acaparado la mayoría de los minutos del coloquio. Me levanté un poco
molesto y acompañado de Marcos y de Juan Huertas emprendimos en la noche el
camino andando hacia Moncloa. Bastantes metros más adelante se distinguía la
figura de la chica que había hablado tanto y que seguía ahora sin parar
contándole cosas con grandes gestos a su amiga, morena, más pequeña y mucho más
guapa, llevaba una ropa como de punky de lujo con el pelo en cresta y muchos
adornos de plexiglás, y yo nunca he conocido una mujer como ésta. Parece
totalmente urbanita y sin embargo su boca y su mentón tienen algo brutal,
también la separación entre sus ojos.
Pero todavía no la he visto bien. Vamos
caminando detrás de ellas en la noche y aunque fingimos –sobre todo Marcos y
yo- que no nos interesan, nuestras miradas permanecen clavadas sobre sus
espaldas que ya están a la altura de Caminos. Nuestros pasos se aceleran y no
hablamos más que de ellas. Charlo con Marcos, pero me parece que no me escucha,
su perfil está adelantado, como volando hacia las chicas por delante de sus
pies. Es poco habitual ver a Marcos tan apasionado, él que es el eterno cenobio
y siempre va de negro. Al llegar cerca de San Pablo, en el terraplén alto por
donde antaño pasaba el tranvía, les damos alcance y entramos en conversación
sin la menor dificultad. La locuaz se llama Yosune (nombre que no había oído en
mi vida y que me parece de mal fario) aunque también se llama de otra forma, y
su apellido también es dudoso, está emparentada con la familia real de una
forma extraña y un velo de misterio se difunde sobre los orígenes de esta mujer
que no duda en contarnos un incidente de agresiones físicas a un alcalde por parte
de su novio, el de Yosune Gómez-Acebo. A base de tremendismo, cautiva a la
audiencia. Ya no dejará su uso de la palabra en toda la noche y a mí me
sorprende que Marcos la escuche con tanto interés. Yo me entretengo mientras
tanto con la chica morena que dice llamarse Cristina y en las calles de
Argüelles me confiesa estar enamorada de Marcos y casi solicita mi ayuda. Yo no
había conocido chicas que confesaran este tipo de cosas a un chico tan
abiertamente... Pero como soy un joven viajado, un hombre de mundo, simulo y
sonrío, pondero las excelentes prendas de mi amigo como si comprendiera que
cualquier mujer pueda sentirse atraída por Marcos. Mientras tanto Marcos charla
con Yosune y Yosune habla y habla sin parar por diversas tabernas de Moncloa
con Marcos. Mi casa queda cerca y
subimos todos atronados por la voz de Yosune que nos larga discursos sin pausa
a los que yo por lo menos no presto más que una ligera atención. Su voz es una cosa continua, un
elemento, un fondo, una parte del paisaje. Mientras sacamos bebida al salón, en
un momento en que estamos solos, y escondiéndonos de la voz universal de
Yosune, Cristina la punky me confiesa que es ninfómana y me deja helado porque
desde hace años he querido conocer a una mujer que padezca esa perversión, de
modo que mi primera reacción, como una jugada impecable con cuyo saber uno ha
nacido, es contestar que no me lo creo. De inmediato la llevo a mi cuarto para
enseñarle cosas personales. Mis cosas. Se sienta en mi sillón de estudiante,
bajo mi flexo, de pronto su nuca brilla mucho bajo el foco, es delicada y
pequeña, con vellocinos de pelo negro y aún más abajo rubio bozo, y no tengo
más remedio que inclinarme a besar su nuca. Su cuerpo entero se arquea como el
lomo de una gata lenta y nerviosa y sus manos derraman sin control los papeles
con dibujos y poesías que yo le estaba enseñando (en aquel momento parecen un
pretexto, algo sin ningún valor). Nos besamos, me penetra hasta el alma el olor
de su jersey verde a colonia, cortante, no lo olvidaré. Es un olor deportivo,
fresco, no es un perfume dulzón. Está en su nuca pero también en otras zonas de
su piel. Su piel es luminosa y dorada, parece desnudarse con facilidad, como si
en el espacio entre su jersey y su cuerpo desnudo hubiera grandes espacios y
frescos donde sopla el viento de su colonia. Ni siquiera conocía chicas que
vistieran como ella y es raro empezar a desnudarla. Me sorprende muchísimo que
se entregue e, igual que otras veces, doy gracias al Cielo por tener tanta
suerte, no puede haber nadie más beneficiado por los dardos de Eros, su milagro
es tener en brazos a una mujer con la que uno no soñaba ni siquiera en hablar.
Hay una manifiesta intención por parte del Destino en señalarme la mano de la
Providencia mediante los continuos triunfos de Amor. También es verdad que he
perdido para siempre al único amor de mi vida: Mujer Rubia; es cierto que no he
podido amar a Fr. que me habría amado si yo hubiese querido; pero aunque mi
corazón parece vencido por estos primeros acontecimientos, viejo y cansado como
si tuviera mil años, todavía este perfume de Cristina que me va embriagando
cada vez más mientras se suceden los besos y las cargas cada vez más atrevidas
contra su cuerpo en mi pequeña mesa de estudiante.
Es más gruesa de lo que se considera normal en
una chica de su edad, pero su cuerpo me fascina y hay en todo él un aire de
limpieza y de elasticidad, como si su carne fuese del mismo material plástico y
suave de su bolso y de sus abalorios. Los demás llaman con discreción a la
puerta y con miradas de picardía ante nuestra repentina pareja –llevamos encima
algún tipo de evidencia, un rastro de besos y desvestimientos-, se despiden y
se marchan. Yosune sale hablando con voz que retumba en la escalera del
edificio de pisos, luego su voz queda silenciada por el hueco del ascensor y su
viaje submarino, pero en cuanto se abre la puerta de abajo vuelve a escucharse
la voz de la decidora Yosune: ha ido desarrollando su cháchara todo el tiempo
que ha durado el trayecto, de hecho lo que va contando ahora presenta alguna
relación con lo que iba diciendo cuando se despidió, su voz se extingue al
salir del portal pero es evidente que tiene rollo para rato, como para mantener
callados y atentos a Marcos y a Juan durante horas y horas de perorata. No
comprendo cómo se las ha arreglado para seducirlos de esa manera. Vuelvo con
Cristina y pienso que se ha presentado como ninfómana. También me cuenta que
ese mismo verano participó en una orgía con su exnovio y otros tíos. Una triste
experiencia a juzgar por el tono en que lo cuenta. Me da un poco de pena porque
se ve que se considera una puta y que siente haberse degradado tanto ante su
novio que la desprecia. La consuelo de muy buena gana tumbados ya en el
colchón. De las expectativas ninfomaniacas vamos pasando a la confesión
sentimental. De repente ella tiene muchas ganas de hablar y de contarme su
vida, es como si el espíritu de Yosune que narra sin interrupción su
autobiografía a quien se le acerque, es como si ese espíritu delirante se
hubiese quedado en la casa y hubiera poseído a Cristina. A fuerza de escuchar
acabo por compadecerme. Comprendo que estoy ante el especimen desconocido de
muchacha madrileña del barrio de Salamanca disfrazada de punky de plexiglás y
preocupada por su libídine. A lo largo de la noche voy conociendo los detalles
de su problemática familiar. También vuelve de vez en cuando a acordarse de
Marcos y me hace preguntas sobre Marcos, es como si Marcos estuviera con su
chaquetón negro metido en la cama entre nosotros. Me divierto alargando el tema,
mostrándome el menos posesivo de los hombres. Aunque me duermo, termino por
convencerme del gran sentimiento de Cristina hacia Marcos, está bastante
enamorada de Marcos, la pobre, aunque estemos en mi cama y se vaya a quedar a
dormir conmigo. Ojalá Marcos se enamore de ella y la saque de esa vida de
ninfómana que de mano en mano va. Su
lista supera a la de Hermaphrodite (unos 135). Yo me siento fuera de su
elenco sexual de momento, (tal vez fue ella la que me enseñó a levantar un
catálogo de las bellas a las que amé).
Al final hicimos el amor. Pero en el último
círculo de la madrugada. Desfallecidos. Como si la vida -o la pena- se nos
escurriese por los genitales.
LA INFIEL
Si
hubiera otra vida –eterna y desencarnada-, podríamos dedicarnos a pensar en
toda la gente a la que no hemos dado importancia; los personajes que pasaron
por nuestro escenario sin desencadenar el nudo de la acción. - Y quizás aprenderíamos más de esos seres
casuales que del recuerdo consciente de aquellos que hemos convertido en hitos
señalados de nuestra biografía.
- Por
eso Tú, improbable lector, -el siempre-joven puesto que puede que vivas más que yo- antes piensa
en los petimetres del fondo de los cuadros que en los personajes
destacados de la primera línea:
-Veo
todavía a la Infiel al lado de su novio:- La Infiel se reía mucho cada vez que
levantaba los ojos para mirarme. -Y ahora es patético pensar que él -a quien yo
conocía y apreciaba- bromease con la turbación de su chica, que al final era el primer indicio de que le
iba a terminar poniendo los cüernos.
Estaba
convencido de que la Infiel nunca le abandonaría y, después de todo, no se
equivocó: -Al final se casó con él.
- (Como si para
ser infiel -el estúpido asunto que satura todas las novelas, todas las
películas, todas las canciones, los
artículos de todas las revistas, las
fantasías de todos los hombres y de todas las mujeres- hubiese que
ser fiel al mismo tiempo: - La
Infiel es la que siempre vuelve con su novio, reposo de la guerrera).-
Yo y el Genio –el que tenía desde que
nació una impronta misteriosa de la guerra civil- nos encontramos con la pareja una noche de
principios de verano. Nos esforzamos por pensar que el novio era el mejor de
los muchachos, con su rostro atlético de cow-boy, sus modales toscos pero
cordiales. Pertenecía a esa clase de personas que siempre están invitando a todo el mundo a un banquete de
cordero o de paella en su campo. Bruto y bueno, todo lo contrario que nosotros.
Por eso nos
caía bien. Por eso creímos que nos quedábamos con ellos. No porque nos interesase la Infiel, como dos
animales en celo que esperan que sucumba el macho viejo para abalanzarse sobre
su hembra en un sórdido reparto sexual.
Y el novio
por su parte tampoco tuvo celos: Sin que fuese aún muy tarde - trabajaba muchas
horas; nosotros no- se marchó tranquilamente a dormir no sin antes
encomendarnos que cuidásemos bien a su chica. “Le apartaremos los moscones”, le
prometí siniestramente.
Al
principio nos imaginamos que podíamos acompañar a la bella semejantes a dos
ángeles guardianes.
- Pero ya en
cuanto nos quedamos los tres solos, se produjo esa alegría que suspende un
instante la respiración de los niños mientras aguardan el portazo de los padres
que se marchan dejándoles por toda la noche la casa para ellos. - Todavía no
había nada turbio ni siquiera en esa fruición. Porque ella era muy bella, y
nosotros bien corteses.
Y entonces
era natural que buscásemos un hermoso local de verano, el Vértigo, con plantas
suspendidas sobre sus tirabuzones negros, poca gente, las luces de la pista
acariciando a rachas el jardín, el aire con olor a adelfos acariciándonos los
brazos.
Y era
natural y nada turbio que nos entregásemos a un torneo verbal los dos machos
supervivientes de la noche (el Genio y yo),
aunque ni siquiera me di cuenta de que estaba rivalizando y quizás por
eso -por distracción – vencí.
-(Como si
la mejor manera de ser atrayente consistiese en no intentar nada, no tener
codicia, ser tan solo uno mismo; como si el que recibe esa aureola tan rara
-ser deseado por una mujer muy deseada- no fuera el que más se esfuerza.)-
- (Y sin
embargo el que los ojos de una mujer nos conviertan en ese ser afortunado y
grácil, el que nuestras palabras se vean bañadas por el fresco tintineo de una
risa femenina, recuperar la inocencia y la belleza, notar en la piel y hasta en
los movimientos más nimios esa dulzura y
facilidad nuevas de Eros, nos importa mucho a casi todos).-
- ( De modo que es muy raro aquél que no haya aspirado
en su vida a ser un don Juan por más que las circunstancias de la vida, el
premio ambiguo que se obtiene del matrimonio, la falta de confianza en las
propias posibilidades, el estigma social que pesa sobre ese personaje, el temor
a la soledad, a la mayoría le disuada de imitarle.)-
- (Y aunque en
su juventud muchos mozos lo intenten, pocos son los que perseveran. Firman su sentencia de muerte en la vicaría,
renuncian bajo juramento a toda libertad personal poniendo a Dios por testigo
en algún momento, y a partir de entonces recuerdan con nostalgia aquel afán y
se refieren a él como a un veneno embriagante del que ellos ya se libraron.
-Sin embargo eso no les impide sonreír con simpatía al inexperto que con entusiasmo acaba de sumarse
a las émulos de Casanova.) -
-Nada
turbio, no, ninguna doble intención cuando ella propuso que fuéramos a correr
juntos por la mañana, sí, a hacer
deporte . Cuando me lo decía, toda clase de arrastres eróticos se produjeron en
torno a sus labios y a sus dientes hasta hacer su voz un poco ceceante. -La
idea de estar con ella en pantalones cortos y en la soledad del campo, era
inseparable del deseo de violarla.
Cada uno
durmió en su casa. Nos despedimos con formalidades de trío y besos en las
mejillas. Habíamos cumplido bien el encargo de su novio: la habíamos acompañado
a tomar unas copas como dos caballeros.
-Solo
que por algún matiz de sus ojos, de su forma continuada de mirarme, me pareció
indudable que yo le gustaba. Ella también me gustaba a mí sin la menor duda.
Que tuviera novio no significaba nada: primero, porque aún no habíamos hecho
nada y no estaba prohibido quedar con ella en pantalón corto para hacer
deporte; segundo, porque si es su novio –aspirante oficial a pareja-, será un
cerdo: un maltratador y un explotador, como el 99% de los tíos; tercero, porque
el problema moral en todo caso lo tendrían ellos: yo estoy soltero: he perdido
para siempre al amor de mi vida: me rechazó I. (la Verdad y la Belleza) y luego
abandoné a mi novia.
Tengo muchas razones para permitirme a mí
mismo cornear a su novio. Y se me ocurren muchas más: -Corro a ver a la
Infiel nada más despertarme. Es como si
mi alma volara naturamente hacia ella, empujado por alguna clase de viento.
- Solo
nos hemos separado para dormir cada uno
en su casa, pero los sueños,
-intensamente eróticos- , de poco
después de habernos despedido igual que los de poco antes de volver a vernos a
la mañana siguiente, son una
continuación confusa de la única realidad: la ilusión de estar más cerca.
- Cuando
apareció vestida con shorts para nuestro domingo deportivo, me pareció
que ella también había pasado la noche entregada a fantasías sexuales conmigo.
Algo en nosotros delataba que no habíamos dejado de pensar en el otro ni un
minuto, absortos soñadores entre el recuerdo vívido y la anticipación
anhelante. -El deseo, a veces, hace que las almas parezcan haber estado juntas
aunque los cuerpos hayan dormido en
lugares alejados.
Estuvimos
un rato simulando que hacíamos footing por el pequeño monte que está a unos kilómetros de Ciudad Maldita,
único lugar de interés paisajístico en los alrededores, especie
de atalaya en la llanura. Allí había también un hospital psiquiátrico infantil
dominando la altura con su enorme edificio. – Como si todo en Ciudad
Maldita estuviera maldito y hasta la belleza de aquella colina de pinares y
romero en flor y hasta orquídeas quedase manchada por la figura amenazante del
centro de internamiento.
Pero todo era hermoso y primaveral
aquella mañana de domingo en los senderos del bosque junto a ella. Correr no me
fatigaba porque estaba acostumbrado. No tenía compromiso con nadie. Ni
obligaciones familiares ni laborales. Ni deudas. Ni pecados de los que
arrepentirme. Estaba de vacaciones por mucho tiempo. Disfrutaría de mi sueldo
para toda la vida como Funcionario Modelador de Membrillo –(en este tipo de
cosas yo no era tan bohemio ni tan hippy) -, una salud perfecta y
todo el tiempo del mundo. Y ninguna atadura.- Mi vida no era una agonía trágica
sino una alegría continua.
-Y sin
embargo no era feliz aunque a todo el mundo le pareciera lo contrario. - Llevo
en el fondo de mi corazón la herida del amor, la de
la muerte, la de la vida.-
También
me sentía joven y bello a mis 28: Pasaba casi todo el tiempo haciendo las cosas
que me gustaban: estar solo en los riscos, bañarme en los ríos, mirar la Luna,
ligar, masturbarme y leer poesía. –No
tenía tampoco mayores necesidades y no me sentía avergonzado de estar contento.
–Sí, ya sabía que la inmensa mayoría de la humanidad estaba amargada, que eran
unos desdichados. Una pena. Pero ¿les ayudaba en algo si yo dejaba de ser uno
de los happy few? -No, en
absoluto; había pensado en este asunto con detenimiento –como paso mucho tiempo
solo, puedo meditar hasta no tener nada que meditar- y la conclusión era obvia:
No se consigue nada compartiendo la desdicha.
- Sí,
les podía compadecer durante un rato pero luego me cansaba y me iba por ahí a
darme mis gustos; como cuando después de las manis, me marchaba de cacería por
los bares del centro. –En el fondo, los motivos de descontento o desdicha de la
gente me parecían, casi todos, una verdadera estupidez. - Pero me hacía el
comprensivo: Ablandarles el corazón puede a menudo servir para amasarles las
tetas.
Ella era de los satisfechos y
por eso me atraía: - La cansé en seguida:
Yo estaba acostumbrado a correr y a nadar casi a diario, y tenía fondo
para dar y regalar.- La Infiel, congestionada, doblada y con las manos sobre
las rodillas, respiraba con dificultad mientras yo no había sudado ni gota.
–Por un momento pensé que tal vez me
había llevado al campo para examinar mi estado físico. No sé qué es lo que nos
pasaba que casi todo tomaba un cariz sexual: De repente me pareció que me había
obligado a ponerme de camiseta y pantalón corto, para poderme mirar mejor; y
que me había hecho correr para ver cómo rendiría en el ejercicio sexual.
Si así
era, yo había pasado la prueba con nota de excelente y sin despeinarme. – (En
general esto me sucede a menudo. Por eso no soy nada competitivo y confío en
Dios solamente). –Ella me miraba, enrojecida y exhausta y yo la contemplaba con
cierta superioridad enternecida: enrollarse con ella solo parecía cuestión de
tiempo, ya ni me acuerdo de cuándo pasó a la categoría de presa segura,
yo creo que desde el primer instante que nos vimos. No había sentido un deseo
así en mi vida.
La
Infiel tenía buenas intenciones de hacer jogging y todo eso, pero no era
una deportista. Su cuerpo, del que yo no podía apartar la atención de mis cinco
sentidos, así lo indicaba: Pero verla sudando, despeinada, advertir las
imperfecciones de su anatomía (su delgado vientre algo abultado, sus dientes y
sus labios superiores algo adelantados), no hacía que disminuyesen las ansias
de estar más cerca; más bien aumentaban:
Todo en ella olía bien.
Entonces
sugirió que fuéramos a una piscina. –¿Ya me había visto en atuendo de corredor
y ahora querría verme con atuendo de nadador?: ¡Qué mujer más cerebral, ni que
estuviera comprando un caballo! - Planificaba un discreto strip-tease
conmigo, cosa que me parecía muy bien. -Si luego me pide que también me
arranque el bañador, tampoco tendré
ningún problema en complacerla. –Es bastante más joven que yo y no siento
ningún pudor, más bien lo contrario.
Todas las avenidas de la vida llevan a la bendición de
que pronto estará desnuda y en mis brazos. -No tengo ninguna prisa pues mi
victoria es segura.
Y la verdad
es que no estamos haciendo nada malo. Solo estamos haciendo deporte. – (Ya
hemos empezado a tocarnos pero solo en las brazos, en las manos, y en zonas
duras, como hacen los amigos y hasta los amigos de los novios con sus
novias: pequeños toques tolerados. - Pero cada vez que nos tocamos de esa
manera natural, me recorren escalofríos y teleles de arriba abajo, me parece
que su mano cuando se posa en mi antebrazo está a mil grados de temperatura; y
siempre se queda un poco más de lo normal..., un instante que parece una
eternidad).-
Pero si todo era tan limpio no se veía
bien por qué había de preocuparle que amigos de su novio nos vieran. El caso es que por culpa de ellos tuvimos que
cambiar de lugar de baño y aunque podía entrar dentro de lo normal que una
muchacha con pareja fuese a nadar con otro, el miedo en su cara blanca, la
necesidad de tranquilizarla, contaminaban la situación con otra substancia.
-(Y suele
ocurrir con la Infiel que es ella y no nosotros quien se enfrenta al problema
moral .Y suele ocurrir que ella nos pide precisamente a nosotros –los que vamos
a ejecutar las operaciones de nuestro hermano el Diablo- , que la aliviemos y
la consolemos en su sacrificio. Y ante los relámpagos de su tempestad y las
bofetadas de su culpa, todavía nos enamoraremos más, la admiraremos porque
sufre. -Tal vez contemplemos entonces a su novio como a un amo-ogro, un
patriarca atroz que sin merecérsela la está poseyendo y haciéndola
desdichada.)-
- (Y esa
pretensión de que a nuestro lado la Infiel no necesitaría engañar a nadie. De
que le engaña a él porque en el fondo no es verdaderamente suya. - Cuando en
realidad la naturaleza de la Infiel consiste en engañar no a aquél que no da la
talla y que como falso compromiso, error de perspectiva, terminará por pasar;
sino, al contrario, al hombre a su medida, a aquél que más puede
satisfacerla; pues a la Infiel lo
satisfactorio es lo que no la satisface. Pierde uno tras otro al hombre de
su vida.)-
- (Pero quizás sea absurdo
pensar en las infieles como en una raza de mujeres fatales más extrañas que las
otras, o más atormentadas; quizás son las circunstancias, el dinero, la
facilidad, la curiosidad, incluso la audacia, lo que a algunas les empuja a esa
forma de desconfiar en el amor. - ¿Todas son infieles?)-
- (Pero la mayoría prefiere
creer que la infidelidad o es una evidencia de la insaciabilidad de ciertas
mujeres o una prueba de que sus maridos no las sacian. Así la falacia tambaleante
del matrimonio obtiene una confirmación: Hay putas.)
- (En un planeta donde las
miradas o las palabras insinuantes -pero ¿insinuando qué? - produjeran el
máximo placer sexual -por carecer los habitantes de genitales-, nadie
traicionaría a nadie, no existiría la aventura suicida de Emma Bovary; pero los
orgasmos serían más numerosos.)-
- (En ese planeta no
existiría tampoco el ladrón de corazones.)
- (Ni la violación.)
De modo
que con un ánimo más canalla, deshechas casi por completo las máscaras formales
, entramos en el paraíso con olor a cloro y a césped, la música en los
altavoces invitando a una fantasía de veraneo erótico muy lejos de la Costa.
Estuvimos
hablando de cualquier cosa, tumbados en las toallas uno frente a otro, las
cabezas muy cerca... Tanto, que al terminar una frase, ella, sin saber lo que
hacía, unió en un gesto inercial sus labios a los míos. La Infiel me miraba
siempre como si estuviera soñando. Aunque solo nos habíamos visto dos veces,
perdía la cabeza por mi cara (aunque yo no soy guapo). A veces se quedaba
embobada mirandome los labios o, perdida en mis ojos, le faltaba el aliento
y se le olvidaba lo que iba a decir.
Como
estábamos tan cerca, no había podido evitar besarme. Fue como si de pronto
cayera en un estado de trance y un aire
empujara sus labios hacia los míos. Ese fue nuestro primer beso. En cuanto se
separó, bajó la cabeza arrepentida y se disculpó. Yo la tranquilicé por haber
cedido a ese impulso superior a sus fuerzas. - Su culpabilidad me parecía
excitante, como deben serlo las semi-negativas de una monja seducida en su
celda de convento, su debate interior:-
Pobrecilla: Tenía novio y estaba empezando a enamorarse de mí. Se estaba
metiendo en problemas (yo no tenía ninguno).
- (Los besos
que se escapan de la boca de las mujeres que no querían besarnos. Los ojos
entornados, como de humo en el instante en que se van a dejar llevar. Leves
como el pañuelo que vacila un momento prendido a un zarzal , entretenido en una
roca antes de que el torrente lo
arrastre de nuevo.)-
El beso
terminó por deshacer del todo nuestra mascarada de amigos que van a respetar al
novio. Deseo iba más deprisa que nosotros y nos dejaba con un palmo de narices:
Era el primer día que salíamos y ya casi parecía urgente e inevitable que nos
aislásemos en algún sitio cerrado para fundirnos.- El sentimiento de culpa de
la Infiel o mi afición a prolongar la tensión, parecían cosa de chiste comparados
con esa especie de fuego que se extendía en una franja de piel por debajo del
ombligo, como cuando sentimos terror. –El ansia de devorarnos, de tocarnos, de
penetrarnos era una materia casi tangible.
En los
altavoces se anunció que debíamos abandonar las instalaciones: ¡Llevábamos 8
horas (desde la 1) tête-à- tête,
8 horas tumbados en la hierba jugando al antiguo pasatiempo del cortejo y del
ansia! - Y no queríamos separarnos. No nos separarían.
- (Pero al final nos separamos: Hace muchos años que
no la veo; con frecuencia sueño con ella; y ahora que escribo esto, sueño con
ella todo el tiempo; y sé que mi sueño la alcanzará: Eros es una vibración
física.)-
- (Y si por ventura fuese al final verdad aquello de
que hemos de repetir durante toda una eternidad los mismos episodios en el
mismo orden de sucesión como los están repitiendo eternamente Ulises o
Jesucristo, sin duda desearíamos haber ingresado más a menudo en esa melosidad,
la más melosa que conocemos, la que nos hace olvidarnos del Tiempo ).
-(Pero aunque perseguimos desesperados la
acumulación de los más bellos estados
de alma, ni siquiera los poetas pintan sobre sus vidas una serie de romanticismo
perfecto, ni siquiera los inductores del idilio: - En contra de la opinión
del filósofo, nadie querría el Eterno
Retorno de lo Mismo, ni siquiera el superhombre.)-
Y no
había tampoco ninguna doble intención cuando esa misma noche –sin que el exceso
que marcaban las horas de reloj transcurridas nos provocara otro efecto que
asombrarnos - ella dijo que saliésemos de la ciudad para mirar las estrellas.
Fuimos por
segunda vez a donde ya habíamos estado por la mañana: al monte del hospital psiquiátrico
infantil.- En cuanto detuve el coche, se abalanzó sobre mí y empezó a besarme
mientras me desabotonaba la bragueta. No buscaba mi pene sino mis testículos:
Aquello parecía formar parte de un examen de reconocimiento que había empezado
con el footing y había seguido con la ropa de baño.
No
parecía descontenta con lo que tocaba, sino que en el frenesí del deseo, llegó
a agarrame tan fuerte que me hizo daño. –Me permití el lujo de quejarme y de
apartarla como si yo fuese una damisela
de la que están abusando. - En realidad no me había dolido tanto; era
solo para martirizarla mostrándole lo muy
salida que estaba.
Ella se
sintió ofendida y volvió a bajar la cabeza como antes, culpable de ser
arrastrada por la pasión. Murmuraba unas irónicas disculpas que parecían
echarme en cara mi falta de aguante, como si yo fuese un blando y un quejica.
- (No
existiría mayor traición para don Juan que detallar las conductas íntimas de
sus seducidas: - Es cierto que ahora tal vez ya no sean para él más que extrañas
pero –del mismo modo que conservamos por pudor el secreto de niños a los que hemos visto sin máscaras o no
avergonzamos a nuestros compañeros de escuela con la remememoración de
determinados episodios- tampoco un
verdadero amante de las mujeres pregonará cómo ésta o aquélla gritaba en el
éxtasis o si le masajeaba el escroto como Justine. - Por el viejo código de la
cortesía de los caballeros.- Por cierta clase de fidelidad a cosas que han
dejado de ser actuales y que seguramente nadie nos exigiría.)-
Y mientras
las luces de los coches de la carretera demasiado cercana iluminaban a rachas
nuestras contorsiones entre el volante y el asiento; hicimos el amor
desastrosamente mal a causa de la
incomodidad de la postura. - Sin embargo, al penetrarla y llegar a conocerla
hasta su último rincón, supe que nunca me había gustado tanto una mujer ni me
gustaría ninguna como ella. Todos los olores de su cuerpo y el tacto de su piel
parecían compatibles con cada una de mis células.- No se puede hacer nada contra
el imperativo de la química: aun después de un mal polvo.
No fue
esta la última vez que fracasamos en el terreno supuestamente nuestro: Pues nos
habíamos convertido ya en amantes y se supone que los amantes contravienen las
normas porque follan muy bien.
- Porque
después de algunas citas, al final de las cuales sin remedio terminábamos en
algún camino del bosque o cerca de una casa abandonada entre los eriales, en
las cunetas de alguna vía perdida, en lagunas
o en los márgenes de un embalse –comprobando lo difícil que resulta no
verse acechado por testigos importunos en cualquier sitio que no sea la propia
casa y elaborando en consecuencia un fuerte apego por toda clase de
obscuridades amparadoras y de lugares desiertos que en vez de posibilidades para
el espanto se convertían en hermosos hogares sin gente, islas de impunidad,
convirtiéndonos así nosotros mismos en seres un poco con la substancia de
sombras, huidizos, asiduos visitantes de los extrarradios, las proximidades,
los mesones recónditos a los que no pasa nadie.
-
Después de esos primeros encuentros se hizo norma
entre nosotros desabrocharnos la escasa ropa de verano y fundirnos a horcajadas
casi siempre envueltos por el olor a Luna y a siega.-
- Como si esa
fuese la única propiedad, la única seguridad que nos quedaba.- Trofeo que cada
vez que nos despedíamos se deshacía pues ella –a la que no quiero llamar más la
Infiel- prefirió desde el principio que nos separáramos sin la menor garantía
de que algún día volviéramos a vernos.
La
llamaba al siguiente, después de haber soportado todo lo que pude el combate
entre la ansiedad y la prudencia, y ella hallaba un rincón de tiempo donde
podíamos juntarnos a escondidas. - Pero cada adiós era el último. Cada vez que
ella aceptaba, un imprevisto golpe de suerte.- Y por eso hacíamos tanto el amor
aunque ella se divirtiera diciéndome (o quizás era lo que sentía de verdad) que
lo hacíamos muy mal.
-Y así
se daba la paradoja en nuestra novela de jóvenes vencidos por una atracción más
fuerte que los lazos del afecto, de que el ridículo, -nuestros cuerpos
burlones, avasallando a nuestras intenciones y deseos, abriendo una fisura a la
inquietud- nos traicionasen como nunca
debía ocurrir en las grandes pasiones clandestinas del cine o de la
novela.
LA INFIEL
Postfacia et epilogii
Han pasado
más de veinte años desde aquel verano: Ella al final volvió con su novio.- A la
altura de septiembre volví a quedarme solo:
-Todo empezó
a cambiar hacia la Feria. Como siempre:
En cierto
momento su novio –el cow-boy no manso
sino tolerante- empezó a ponerse nervioso: -Una cosa es que quedáramos para
hacer deporte o para bañarnos en la piscina pública, y otra que nos marchásemos
todo el día de excursión a unas lejanas lagunas
desiertas. –Esto ya no le parecía bien; pasaba de castaño a obscuro.
Lo entendí
perfectamente cuando la Infiel, muy preocupada, como transmitiéndome una
novedad muy grave, me lo dijo: Su novio se estaba mosqueando.
Y era
natural: Llevábamos más de dos meses haciendo el amor cada noche: en el coche,
en las riberas y en los montes (nunca en camas ni en casas; jamás dormíamos
juntos). Quedábamos lunes, martes, miércoles, jueves y viernes, todas las
tardes desde bien temprano y hasta poco antes de amanecer. A él le dedicaba los
fines de semana. –Porque él tenía siempre mucho trabajo y todo eso.
Pero esto ya
se pasaba de la raya: -Sonaba a ultimatum: Yo lo comprendía: Él se había
imaginado que yo me comportaría como una especie de amigo platónico o de clown galante: que la entretendría
mientras él se dedicaba a sus negocios de hombre; pero que volvería siempre con
él, con el Hombre (como así fue); desde el principio su comportamiento daba a
entender que no me consideraba rival sino solo un acompañante curioso que su
novia había adoptado para el verano. –Tal vez un acompañante mayor.
Pero esto ya
sobrepasaba el límite, la verdad es que sí: Irnos juntos todo el día a aquella
remota y desierta zona de baño en las lagunas donde era posible besarse,
acariciarse y hacer el amor sin otros testigos que los juncales y anátidas.-Eso
ya no.
Yo compartía
su pesar y su disgusto, el dolor lógico del novio. Comprendía que no le
agradase la idea y aún habría sido peor si hubiese sabido lo que realmente
hicimos durante aquella jornada de erotismo ininterrumpido en el campo.- No
habíamos estado charlando de filosofía.
Así que le
di la razón en todo, consolé como pude a la Infiel de su complejo de culpa por
su infidelidad, y en cuanto cayó la noche empecé a pensar dónde terminaríamos
follando aquella noche.
- La noche en que ella decidió volver con su novio.- Nunca
me dijiste que fueras a dejarle.- Yo insistía en que le fueses fiel, sí, que te
quedases con él. Eso sí: sin dejar de acostarte conmigo. –Tú permanecías
atrapada entre dos caminos angustiosos y... terminabas derramándote en un beso.
Comprendía
de todo corazón a su novio, ese chico rubio y atlético como un leñador
norteamericano.-No me caía mal (aunque cuanto más deseaba a su pareja, menos
simpatía iba sintiendo hacia él). Comprendía que los celos empezasen a
agitarle: llevaba más de 60 días follándome a su prometida (por no contar el
número de nuestros besos, esos en los que ella, tras entrecerrar los ojos,
perdía la consciencia).
Yo hubiese
querido respetarle en vez de ponerle los cuernos. Pero no había podido ser: palpitaciones
naturales más hondas nos habían obligado a unirnos no de una sino de muchas
formas a lo largo de aquellos dos meses de sesenta noches. –
¡Yo qué
culpa tengo de que un solo roce de sus finos tirabuzones negros me enerve de
los pies a la cabeza! ¿Qué puedo hacer si su voz ceceante, lenta y grave me
agrada más que ningún otro sonido en el mundo? ¿Acaso he decidido yo estar
pendiente de cualquier cosa que hagan sus labios grandes, semíticos? ¿Fue en
absoluto un acto libre entregarlo todo con tal de otra vez poderla abrazar desnuda?
Por encima
de su escote de verano, sus altos y pequeños pechos dibujan dos blancos
hemisferios como grandes naranjas, dos melones pequeños, albo seno; yo conozco
ya perfectamente las diferencias entre su teta derecha y su izquierda; podría
haberle dado lecciones a su novio oficial. – ¡Yo qué culpa tenía de conocer su
olor y su sabor, aunque no me abalanzara
a besarlos en todo momento como deseaba?
En el fondo le estábamos respetando.
-Un día por fin se produjo el esperado y
temido encuentro: Aparecióse el novio en medio de la calle por donde yo paseaba
a las 5 de la tarde con la Infiel, sudando de deseo. –El novio me enfrentó:
Parecía violento pero yo no sentí más que un miedo tolerable: Le saludé con
formalidad y propuse que nos sentáramos a tomar algo los tres en una terraza.
En cuanto lo
hicimos, pude darme cuenta de que el cow-boy
pacífico se había convertido en un ciudad-malditeño agresivo: Le parecía
mal todo lo que yo dijese, me contrariaba por sistema, y no solo de
palabra. Yo miraba a la Infiel, náufraga
en la vergüenza y en el sentimiento de culpa, más cabizbaja que nunca,
arrepentida, muy bella. – Vi que su
novio no me iba a partir la cara, que solo trataría de desacreditarme sin éxito
delante de la Infiel. Una gran tristeza se apoderó de mí...
– Entonces, decidí no competir y marcharme.
...
...
- Tal vez
fue el peor error de mi vida. De ahí esos puntos suspensivos, lacrimales.-
Porque ella se fue con su novio en viaje de reconciliación a Levante. Yo la
dejé marchar sin oponer una palabra; al revés, la animé a que se congraciase
con su chico y a que le diera seguridades materiales.
- Pero cuando volvió, la Infiel ya no era la misma:
- Lo primero
que me contó fue que su novio había aumentado mucho de vello corporal últimamente.
Y luego me preguntó si yo había notado algo. Le enseñé mis brazos desnudos:
tenían el mismo vello de siempre.
-
Será
que, como primero has estado intercambiando fluidos íntimos conmigo y ahora con
él, -no sé si últimamente o desde antes porque yo no te pregunto qué haces con
el otro ni te lo prohibo- , estará circulando entre nosotros tres alguna
bacteria rara, no sé, un virus patógeno,
una mutación que a tu novio le pone peludo (todavía no me has dicho por dónde le crece
el pelo, pero es obvio que vienes de verle desnudo). Yo estoy perfectamente.
Todo era soportable, salvo la falta de amor: Todo es
insoportable salvo el Amor.
Era el final del verano y la Infiel volvía a ser fiel tras
el viaje con su novio a Levante. –Corría el mes de septiembre cuando hicimos
nuestra última excursión:- Ella había regresado de reconciliarse con su novio y
más o menos habíamos acordado no enrollarnos, dejar nuestra relación fatal, condenada desde el
principio a ser un amor de verano.
- Los amigos
de la Infiel habían organizado una excursión para pasar un fin de semana en una
casa de campo perdida en el Norte de la provincia; alejada varios kilómetros de
una ínfima aldea de una comarca recóndita en la región menos poblada de Europa,
como una fiesta abierta hasta el amanecer en el desierto de Arizona. De hecho,
aquel pasiaje esquilmado se parecía al Oeste americano. - Yo no conocía las
estadísticas de relaciones sexuales en aquella localidad de los montes y
desiertos, pero sí sabía que mis probabilidades eran escasas tal como parecía
pronosticar la nueva actitud de la Infiel, que ahora iba a volver a ser fiel.
–Yo la había
felicitado: Con novio me daba 10 veces más morbo; perdía mucho atractivo cuando
parecía enamorada de mí... - (¿Alguna vez lo estuvo? ¿Cuando me decía,
susurrante, que yo era el Diablo y todo estaba terminando entre nosotros? Pero
eso fue el final; ahora estoy en el comienzo del desenlace; solo soy un
personaje de novela.)-
-No, no: Todo era más sencillo si ella volvía con el cow-boy atareado y buena-gente y dejaba
de verme a mí que perdí a Mujer Rubia y que, no hace tanto, también perdi a mi
Novia para siempre y a Cristina y a todas las perderé siempre.- Igual que a
ella.-
Así es mucho
más romántico: -¿Y no entra dentro de lo normal que dos amantes que han
decidido a partir de ahora ser amigos –sin derecho a roce- se vayan de fin de
semana con otros amigos a una casa perdida en el campo? - ¿Qué tenía de malo?
–Bueno, sí, era conveniente en cualquier caso que su novio
no llegara a saberlo; no porque nosotros fuésemos a hacer nada –(habíamos
decidido dejarlo; como quien deja de drogarse)- sino para no herirle.
-Hablábamos casi todo el tiempo destas cosas, con voz temerosa por si alguien
nos descubría, como si viviéramos bajo una dictadura o nos vigilase la
Inquisición, pero en el fondo no era más que una continua y vertiginosa plática
de amor, donde yo no dejaba de mirarle el seno derecho pensando en cuándo podré
mordérselo.
-De alguna manera aquella aventura en el campo era la
última con la Infiel: -Yo lo aceptaba: nunca
te dije que quisiera estar eternamente contigo, nunca te lo dije.- Lo
normal es que un rollo de verano acabe hacia primeros de septiembre e incluso a
finales de agosto. – Yo esperaba que la Infiel me dejase con los primeros
fríos. –Conozco esa sensación sana de ponerte una chaqueta con los primeros
rigores de octubre y saber que has perdido a la chica del último verano; fue
después de aquel viaje, sí, como siempre.- De alguna manera yo sabía que
nuestro fin de semana en el campo era el último, y por tanto único.
Aunque le
había asegurado que estaba de acuerdo en lo de no enrollarnos más y favorecer
su re-ingreso en la cárcel o jaula de la pareja, no pensé desde que me
admitieron en el grupo sino en cosas sexuales y al mismo tiempo empezó a
venirme una serie interminable de razones para intentar seducirla:
- En primer
lugar, siempre hay que dejar buen
recuerdo, buena huella y yo tenía la impresión de que todavía no había
llegado al máximo placer sexual con ella, que no le había echado aún el polvo
de mi vida.
- En segundo
lugar, estaba también justificado porque
constituía un desafío: -Ahora que
ella iba a ser sexualmente fiel veríamos hasta qué punto yo le importaba:-
Esforzarme en contrariar sus propósitos de castidad me parecía lo más erótico
del mundo. -Ya este solo argumento despejaba todas mis dudas y valía por
millares de razones.
Además, yo
ahora tampoco tenía por qué ya serle
fiel a la Infiel (que ahora volvía a ser fiel): podía hartarme de mirar a las
bellezas de su pandilla: No sé por qué coincide que las amigas y amigos de la
Infiel son todos muy guapos. Parece que han hecho un casting. -Como en esas teleseries de CSI Los Ángeles donde la
comisaría congrega, por casualidad a una serie de bombones mulatos y Miss
Mundo-: Había la belleza rubia helénica de P., y la elegancia de Piti.
Hacía un
calor de canícula en el páramo donde decidimos aislarnos no sabíamos para qué.
Todos íbamos con muy poca ropa encima, éramos jóvenes y teníamos la temperatura
hormonal por las nubes: A algunas les
chorreaba por las orejas y por las puntas de sus ajustados bikinis de 1991. -
No descartaba tener algún encuentro sexual con alguna amiga de la Infiel.
– Y no es verdad,
dolor...: -¡¡Desde el principio soy yo el que no puedo despegar los
cinco sentidos de su presencia, sorbo el aire de cada paso que da, respiro el
hueco que su culo deja, sopeso hasta la
obsesión cada palabra que pronuncia, y solo quiero estar más y más cerca, y la
deseo furiosamente sin tocarla, y haría cualquier cosa por llevármela a la cama
...!!
-(Entiéndase:
la cama es cualquier lugar apartado e
íntimo). -Pero no puedo tocarla aún y aún espero: - Y la noche con la Luna va
pasando interminable, enloquecida y jocosa.- Entre bailes de boleros de los
Panchos y tangos de Malevaje: -Mi sintonía musical con la Infiel y su pandilla
es perfecta.- Pero aunque estemos gozando de una música que nos gusta a todos,
no soy feliz:
¡¡¡De pronto,
en medio de la madrugada he empezado a desfallecer, he empezado a pensar que la
Infiel iba a hacerme a mí lo que le hizo
a su novio: engañarle: pero además delante de mis narices!!!:- ¿¿Y
si ella fuese una desas mujeres insaciables, extremadamente adúlteras, una
libertina de libro, una promiscua con novio seguro y a la caza de pichones, y
si ahora, después de haberme probado a mí durante dos meses, empieza
a coquetear por ejemplo con su amigo Piti y también quiere saber a qué sabe, y a lo
mejor le gusta...?? -¿¿¿Qué???- -
Les veía
bailando Lo Dudo o Alma, Corazón y Vida y no podía negar
que sentía envidia y dolor al ver su sincronía. -Noté una pequeña presión doble
en la corona de la cabeza como si me estuvieran saliendo cuernecillos:- Se
llamaban celos y como son lo contrario del Amor, decidí marcharme cuanto antes
para no sentirlos.
-Así se lo
dije a ella en un aparte, - pero ella se rio de mí: -No, yo no me iba.- Me
convenció al instante: No sé si fue su manera de pronunciar esas palabras, o tal
vez su mirada de párpados entrecerrados como si siempre estuviese semi-fumada;
o, tal vez, que al final pusiera sus dos
brazos sobre mi antebrazo en un breve contacto que para mí era un compromiso
no-verbal: dormiría conmigo. Sus manos en mi antebrazo dicen: “Te deseo, voy a acostarme contigo”.-
Esto me tranquilizó. -Era imposible que no hubiera sexo entre nosotros; y una
putada para su novio.
Estaba
volviéndome a ocurrir: Me parecía genial cualquier cosa que hiciera la Infiel:
Caramba, yo le sacaba 8 años a mis 28,
pero ella me había ganado en el difícil juego de los cuernos:
-
¿Me
iba a poner los cuernos con Piti alli mismo?- Me tranquilizó riéndose de nuevo
en mi cara: Parecía menos de fiar que nunca: ¿Cómo podría reírse tanto? - Yo
sufría. Esperaba y sufría: aquella noche no se terminaba nunca, era como una
larga e insoportable caminata que terminará en un oasis.
-Primero
se disfrazaron de figuras clásicas con túnicas blancas y laureles en el pelo, y
en momentos de embriaguez se asemejaban a Apolo y a Eros bajo la luz de la Luna
del secarral.
-Por debajo
de las túnicas blancas a veces se transparentaba la ropa de baño, exiguos
biquinis y bañadores y zonas de carne desnuda muy amplias; estar en el campo
era como estar en una piscina.- No solo eran bellos de cara los amigos de la
Infiel sino de cuerpos perfectos a sus veinte años.- Aún les recuerdo en
aquella noche de las noches componiendo figuras
lánguidas, con túnicas blancas, poses griegas, sábanas sobre la piel, laureles en las cabezas, bajo la luz de la
Luna, de pie sobre los pedestales.
- Luego
bajamos al pueblo no sabíamos para qué. Todos estábamos ya muy borrachos. Latía
en el aire la posibilidad de tener una pelea con los lugareños: Era una aldeúcha de los confines, unas casas
miserables desperdigadas sobre la arcillosa tierra roja (sin robles ¿por qué
Robledo?), cerca del río. De una comarca perdida en la llanura que no lleva a
ninguna parte: Los lugareños nos observaron sin disimulo: Parecíamos una
caterva de chiflados: La mitad de nuestras chicas –incluida la Infiel- se
habían disfrazado de putis y varios de los chicos –Piti por ejemplo- se habían
travestido; yo le di un toque gay a mi
disfraz de macarra con chupa de cuero,
pintándome un triángulo morado en el ojo izquierdo. Estábamos captando
la atención de todo el mundo y a mí me daba exactamente igual.
- En el fondo no era tan malo esperar, no era tan malo ser
el perdedor, si al final va caer en mis
brazos cuando llegue la hora de dormir... ;- lo malo es que esperando se bebe
muchísimo...
- Cuando se
produjo por fin el anhelado momento de
irse todo el mundo a acostar y repartirse las camas de la casa, yo estaba más
que preparado –(pues no podía pensar en otra cosa más que en estar a solas con
ella)- rápidamente me hice con un
cuarto, lo arrebaté sin dar tiempo
siquiera a establecer las condiciones del sorteo (digamos que gané una cama
para la Infiel y para mí haciéndome el
listo.) – Se escuchó alguna lejana protesta: mi distribución perjudicaba a
otra pareja de bellezones que parecían de pelicula: el guapo Faust y su novia
(parecida a Sharon Stone); pero en
seguida cada uno se marchó a su sitio; pensé que ellos tenían más oportunidades
de dormir juntos que nosotros, nosotros no teníamos más que esta noche, jamás
habíamos compartido el sueño, jamás lo volveríamos a compartir... Asombrado vi
cómo la Infiel se derrumbó en la cama. Por fin la tenía toda para mí en una
habitación cerrada y no a la imtemperie o en el coche. Entonces...
...
...
-No,
finalmente , y en contra de cualquier prescripción terapéutica, no lo voy a
narrar:
Aquel fue nuestro último cuerpo a cuerpo y nuestra única noche. La noche de
las noches. La noche que siempre recuerdo.
FANTASMAS
Por pensar en mis fantasmas no estoy pensando en mis vivos.
Foto del 91: baranda de El Sardinero.
Veníamos
De una comuna en el Pas: violentos antimilitaristas
(Una de ellas se alegró de que los
americanos en Kuwait hubieran matado
Con fuego cruzado a los mismos
americanos. Yo no.)-
Tú,
redonda, dentro de tu plumífero blanco
Con tu sonrisa de duende, todavía con
los kilos que ganaste en Nicaragua.
Por tenerle demasiado amor a los objetos sin alma
-: Ojos, cajas, besos, bufandas-,
Pierdo seres animados:
Tú, mi amor de hoy, mi casa.
LA DUENDE
Un año después del asunto con la
Infiel yo vivía en otro lugar de cuyo nombre no quiero acordarme, con tres
hombres bastante extraños; todos
trabajábamos como modeladores de carne de membrillo. - Dos de ellos eran extraordinariamente
silenciosos, el tercero muy parlanchín. -Con los mudos experimentaba cierta
angustia: mis palabras siempre caían a un pozo de cortesía: De cortesía muda. –
Con el parlanchín (Jesús Guillera) cierto agobio.
Sin embargo en el fondo nos llevábamos
muy bien. Paco el Mudo, Jesús el
Locuaz, Luis Villar el Silente y yo: -
No discutíamos nunca porque apenas hablábamos.
-Pronto comprendí que detrás de esa
decisión de no conversar demasiado, de no confesarse ni siquiera con el
compañero de piso, no había agresividad ni
recelo.
-
Al principio tampoco con el parlanchín (Jesús) tuve problemas.
Discutíamos sin parar y a todas horas sobre el infinito no enumerable de
Cantor, el test de Türing, el teorema de Gödel, las partículas subatómicas, la
mecánica cuántica, la paradoja del spin de Einstein, el experimento de
Michelson y Morley, los espacios n-dimensionales, las supercuerdas, la física
del Caos y los fractales, la inteligencia artificial, la posibilidad de crear
ordenadores en materia orgánica, los megabrains
(al final él adquirió uno que casi le hunde en la locura), las geometrías
no-euclídeas... - Pero en el fondo
siempre acerca de la perversidad o bondad de la lógica, la ciencia y la
automatización.
-En flagrante contradicción con sus
opiniones positivistas y su confianza en
el racionalismo, mi amigo hablador vivía
enamorado sin demasiada buena fortuna de casi todas las muchachas bellas de la
Fábrica de Membrillo que le sonrieran o cruzaran con él cuatro palabras. - A mi
entender esto anulaba su ideología, pero era gracioso precisamente por aquellas
gafas de culo de vaso y aquella voz de Pitagorín y aquel nombre que siempre
despierta mi simpatía: Jesús.
-Cuando llegamos a la primavera tuve
que pedirle que me dejase estudiar en silencio. Quería aprobar mis oposiciones
al cuerpo de Moldeadores de Membrillo –ya que por entonces solo era interino- y
no pensaba distraerme más con las divagaciones continuas en Aritmética,
Análisis y Geometría de mi amigo y compañero de piso.
- Un día, en nuestro hogar de
estudiantes/modeladores muy callados,
se produjo una gran novedad: -Cuando llegué a comer, había un extraño ser en nuestro salón: Una
mujer de un tipo que yo no había visto nunca.
- Estaba sentada con los pies encima
de una silla, fumando y charlando a sus anchas como si hubiese pasado toda su
vida en nuestra casa, de hecho ella
conocía esa casa y a algunos de
sus habitantes antes que yo.
La Duende –como la llamaré en lo que
sigue- vivía en el mismo pueblo, algunas manzanas más allá, en un piso grandísimo que parecía una posada
por las enormes habitaciones vacías de muebles, con tendederos que atravesaban
un teórico salón pero llenas a menudo de gente con sacos que roncaba... - Era
rubia y pequeña como la compañera de
aventuras de Tom Sawyer o la novia de Rimbaud. Un aire como de granja, barca, alameda y río. Voz nasal sensual pero
tierna. Nariz de osita pizpireta. Ojos de pestañas extremadamente pícaras. Desde el primer momento me pareció la mujer
más atractiva del mundo.- Estaba por completo fuera de mis posibilidades de
triunfo: Era evidente, el que le gustaba era Luis; yo nada más que una figura
accidental.
Se iba ese verano de 1989 a
trabajar a ultramar colaborando con una revolución que poco después fracasó (o
tal vez fue paralizada a través de
elecciones democráticas).
Me fascinó desde el primer
momento...
-(A
los que viven atormentados por el enigma del Tiempo, también suele
atormentarles el misterio no menos incomprensible del olvido –o lo que viene a
ser lo mismo- de las iluminaciones inexplicables, súbitas de la memoria lejana .)
-(Y así lo más sorprendente no es que yo recuerde todavía los ojos
color café con leche de la Duende (tal como un inspirado funcionario de
aduanas centroamericano los definió con expresión que hizo fortuna) ni sus
frustrantes visitas).
-(Ni la cena a final de curso para despedir
a nuestra amiguita transatlántica: -Velada sentimental donde apenas me cupo
ningún papel, puesto que de repente los callados habían roto su voto, charlaban
por los codos acerca de los beneficios de la medicina no alopática, la adicción
al rhinospray...- Paco el Mudo disertaba sin pausa: Generales rusos
haciendo enjuagues de aspirina o de antibióticos en mezclas infinitesimales que
sanaban a todo un batallón. Luego sacaba
otros temas esotéricos de conversación: –Secta del Arco Iris: El jefe de
aquella organización diciéndole a una participante: Lo que te pasa a ti es
que eres un poquito puta, la chica se callaba y lo admitía.- Paco el Mudo,
especie de impersonal don Sandalio el rersto del curso, seguía contando más y
más cosas que le habían ocurrido con los del Arco Iris; algunas de las más
curiosas nos pidió que no las divulgáramos...)
-(Ni me parece raro acordarme de aquella carta que la Duende me envió ya desde
América; sobrecargada de tal calamitosa
cantidad de datos políticos y económicos,
que obligaba a enderezarse en la silla y a ponerse serio, como se hace
ante el horror de un reportaje de guerra o de un informe macabro. - Nada de la
esperable sentimentalidad epistolar, nada de guiños a distancia. - Y sin embargo, al final, se despedía
-cediendo a las efusividad del Caribe más que a la precisión europea- con un “te quiero”. )
-(Ni el modo en que estuve echándola de
menos a lo largo de la primavera y del principio del verano del 90, la mezcla
de melancolía y esperanza con la que preguntaba a sus amigas si sabían cuándo
regresaba; como si hablásemos de un
cometa o del otoño, de algún fenómeno natural muy amado pero imprevisible).
-(Lo que de verdad me asombra, el
producto más extraño de esa espontaneidad a la que damos el nombre de Memoria,
no tiene que ver con ninguno de esos acontecimientos destacados, monumentos que
las autoridades de nuestro mundo interior –cualesquiera que sean- se preocupan por mantener en buen estado y
señalizan con placas explicativas y fechas, anotaciones y diarios; sino los otros pequeños, semiolvidados,
insignificantes, casi estúpidos, ridículos detalles según el criterio de
nuestro cerebro lógico, semejantes al rincón en penumbra que los turistas no
miran:)
- La
Duende saliendo a la terraza y yo mirando por detrás sus pantalones
blancos, con deseo, con envidia, con afán de negar su belleza; los tirantes de su peto deslizándose una y otra vez
de sus hombros para descubrir el hermoso bulto de un seno tras la camiseta
gris; su voz serena pero vibrante como
un arroyo, saludándome por teléfono cuando por fin regresó un año después; su
voz semidormida en la cama de una casa extraña contestando uno por uno a mis
intentos de seducirla, como si , aun
vencida por la fatiga del
amanecer, le sobrasen fuerzas para derrotarme en el juego de estar
acostados en el mismo lecho intercambiando entre susurros ella razones para no
hacer el amor, yo razones apasionadas
para que lo hiciéramos ...
- Pero no aburriré al improbable lector
de este informe científico con una miscelánea de trivialidades eróticas
emocionantes solamente para aquél que las vivió.
- No.
-( Bastará comprobar que nuestra Memoria
(nuestra ideología acerca del pasado) miente
casi tanto como la Historia, la crónica).
-(Y si algún motivo serio existiese
para continuar este Catálogo de las Mujeres que me turbaron, de las Bellas a las
que amé –aparte del de
establecer alguna ley universal no descubierta sobre el mecanismo de los
afectos humanos (objetivo tal vez desmesuradamente ambicioso; pero también el
único que justifica la producción y el consumo de novelas )- no podría ser otro
sino el de configurar desde este oscuro tabernáculo donde escribo un campo de
fuerzas mágicas que me devuelva de algún modo a la Duende.)-
-(Puesto que no ha muerto. -Puesto que
podría esta misma noche - gracias a esas casualidades que fortalecen nuestra fe
en el Destino- encontrármela por las calles de esta misma ciudad, Ciudad
Maldita, hablar de nuevo con ella, reparar a mi manera toda la triste y
turbulenta y bella y feliz historia de cuatro años que atravesamos después de
la prehistoria y del idilio que he intentado narrar.)
- (Puesto que las invocaciones y los conjuros,
el poder de maldecir o de sanar, la capacidad profética o adivinatoria asociada
desde antiguo a la poesía, tal vez sigan siendo eficientes en nuestro siglo.)
- (Y tal vez solamente aquellos que se
entregan a las nimiedades de la rememoración, los ociosos especuladores, los
que permanecen perplejos ante el enigma de los enigmas,)
- (tal
vez solo los que no reniegan de sus corazones enfermos, pueden lanzar al aire
del mundo la substancia invisible y mágica de la que están hechas las oraciones
escuchadas.)
“... Percibes lo injusto que es el mundo y eso
hay que cambiarlo. No es fácil, ya lo sé, pero es posible, sólo que hay que
pelearlo, aquí, allá, en cualquier lugar. Pelea, hombre, pelea; por ti mismo
(por lo que amas o por quien amas) y por los demás.”
La Duende desde algún lugar de
Centroamérica. 14 de septiembre de 1990
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