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LA MUERTE DEL POETA II








        





Y TODAVÍA SEGUÍ LLORANDO cuando se disipó la visión y mis sentidos se destaponaron explotando: una miseria estridente de cláxones y destellos de metal como estiletes en el centro de los ojos me recibió. (Por un momento me pareció que estaba en la plaza de Embajadores de Madrid hacia 1982; pero fue un déjà vu de otra novela). - Yo lo veía como el que viene de un mundo submarino, como de vuelta de playas. Fuera del líquido amniótico, sufrir las aristas de las cosas. - Observé también que el aire desta otra ciudad era más marítimo, más fresco, sentimental...



                   Entonces por fin pude volverme hacia mi compañero: -  Ya no le vi como un perro vagabundo, un maldito de las calles, alguien que te capta para su secta, te contagia su delirio y no te deja escapar.



                   Él seguía mirando al cielo donde ya no pasaba nada y sonreía como si no nos halláramos en un siniestro parquecillo frente a la comisaría sino en algún lugar de idilio, desde el cual contempláramos el océano o alguna otra maravilla natural.



                   - De Ella no íbamos a hablar. ¿Era realmente mi hermano?



                   - Nos levantamos sin decir palabra, y fuimos a buscar el vanidoso documento, la lista.



























Catálogo de las bellas que amó jean souffrance







Verse 4


“La botánica es el estudio de un ocioso y de un perezoso solitario... Uno pasea, vaga libremente de un objeto a otro, pasa revista a cada flor con interés y curiosidad tan pronto como empieza a captar las leyes de su estructura,  gusta de observarlas con un placer sin esfuerzo tan vivo como si costara mucho. Hay en esta ociosa ocupación un encanto que no se siente más que en la calma plena de las pasiones pero que basta, él solo, para hacer la vida feliz y dulce; tan pronto como se le mezcla un motivo de interés o de vanidad, sea para cubrir puestos o para hacer libros, sea que se quiera aprender solo para instruir, que se herborice solo para convertirse en autor o en profesor, todo ese dulce encanto se evapora, ya no se ve en las plantas más que instrumentos de nuestras pasiones, no se encuentra ningún placer auténtico en su estudio, ya no se quiere saber sino mostrar lo que uno sabe, y cuando uno está en los bosques, está sobre el teatro del mundo ocupado por el cuidado de hacerse admirar”.

Jean-Jacques Rousseau, Las Ensoñaciones del Paseante Solitario











EL INSTITUTO



      Me he prometido escribir por fin la lista, cerrar el catálogo de todas las mujeres que alguna vez me turbaron, confiando –esto es una especie de superstición- en que extirparé mi mal si concluyo esta tarea.



         Es decir, que abandonaré el hábito incesante, iniciado no sé cuándo, de enamorarme, gozar o ser rechazado, vivir en pareja (con su agonía) o romper (atravesando el dolor), como un planeta de seres que fueran muy felices los días pares, totalmente desdichados los impares.



     - ¿Qué tipo de vida iniciaré después de mi purgación? Sin mujeres no me imagino más que muy amargado. Por otra parte, según se acumulan los años, los nombres, los viajes, los amoríos, voy perdiendo la esperanza...



    - No era así a los 16, cuando venía de ser expulsado de aquel colegio de curas: Primero los buenos sacerdotes y seglares maestros de la infancia nos enseñaron a decir la Verdad y a amar al Prójimo. Lo hicieron en el jardín, entre el jolgorio y la libertad de la infancia. Recuerdo: tocábamos la flauta debajo de una olorosa higuera.



         Más tarde los malos curas nos expulsaron del colegio precisamente por gritarles a la cara que mentían y que eran egoístas.



      El instituto donde ingresé tras la expulsión distaba mucho de tener los ventanales de vidrio ahumado o las canchas de baloncesto del colegio privado, con sus cestas impecables a las que nunca les faltaba ni un nudo. En vez de eso, un campo de tierra donde siempre jugábamos al fútbol de través debido a las interminables dimensiones del terreno. Los defensas apenas vislumbraban las acciones de los delanteros sino como trabajos en la lejanía, marineros de la misma flota que se han aventurado muchas millas mar adentro, distinguiéndose tan sólo sus pequeñas cabezas entre las oscilaciones del oleaje.



     Tres pistas semi-derruidas de cemento, aptas tanto para la práctica del basketball de escuerzos como del futbito de suburbio, rodeaban al campo interminable. Aquí y allá afloraban, si había llovido en invierno, matojos de yerbajos o láminas de grama que nadie se preocupó nunca por arrancar y que daban al instituto un aire alegremente selvático. Las canastas nunca tenían cestas; en eso se diferenciaba lo privado de lo público. Si el movimiento había sido muy rápido, no sabíamos si el balón había entrado o no por el aro.



     Pero con mucho la construcción más tétrica del centro era un vestuario casi totalmente tapado por las plantas salvajes en un rincón del recinto: Semejante a esas ruinas ultramodernas que aparecían en películas de ciencia-ficción como El Planeta de los Simios, el techo atravesado por un árbol pujante posterior a la Tercer Guerra Mundial. No tendría ni diez años, pero ya el acceso a sus puertas de aluminio se había hecho impracticable, las persianas de plástico blanco estaban cubiertas de polvo naranja y en la pequeña acera de cemento que lo rodeaba, los tréboles y los matojos de margaritas vencían a lo artificial y abrían grietas. Uno se imaginaba dentro, duchas jamás usadas desde su instalación, de loza extrañamente reluciente, no desgastada, pero al mismo tiempo sucia, bancos y wáteres que jamás sufrieron las substancias y hedores para los que estaban destinados, percheros intactos y ya viejos.



      El edificio principal donde se daban las clases estaba a tono con el resto: Como una liviana caja de “ladrillo-visto”, de ventanas fragilísimas, por sus pasillos largos y tenebrosos revoloteaban bolsas de patatas fritas, papeles arrugados y capuchones de bolígrafos y otras inmundicias pues siempre había tonificantes corrientes de aire en el interior aunque fuera no se moviese ni una brizna de aire. Ese triste olor matutino a tortilla francesa. Radiadores pintados de gris plateado que sólo servían para apoyarse porque no funcionaban nunca.



     Y sin embargo aquel paisaje esquilmado constituía el escenario habitual de profesores aseados y prudentes cuya ciencia sobrepasaba en muchos grados a la de la mayoría de sus colegas del colegio de pago. Tal vez por eso nos pasábamos la vida soñando con Cuba y con Buenos Aires.



    Una auténtica victoria del espíritu sobre la materia que don Federico Fontela, por ejemplo, expusiese los últimos hallazgos sobre la fuga del valido Antonio Pérez   tal como los había reseñado para la revista Historia 16 (por modestia solo firmaba con sus iniciales (F.F.) pero nosotros conseguimos identificarle) mientras sus zapatos pisaban trocitos de cal desprendidos del techo.



         O que nuestra profesora de Inglés de origen cubano (pero de Miami; es decir, para nosotros una traidora) nos instruyese en el idioma de Shakespeare mientras el relente del invierno se colaba por el cristal roto de una ventana.



         Matemáticas, funciones derivadas de don Ezequiel al máximo nivel pero explicadas sobre una pizarra con fisuras como de terremoto.



         Las investigaciones sobre nutrición y genética de  Faustino Cordón escuchadas casi a oscuras en una clase a la que le faltaban dos o tres tubos de neón.



         La Historia del Arte desde el paleolítico a Duchamp desplegada por una catedrática que fue llamada a la universidad al curso siguiente; pero las  imágenes se proyectaban mediante un aparato de diapositivas minúsculo, sobre una pantalla sombría, circo arcaico, linterna mágica,  barracón de títeres en Auschwitz.



     El talentoso y admirado Ángel Campos pronunciaba ciclos de conferencias sobre la guerra de Vietnam en una capilla de pésimo gusto franquista (crucifijo de hierro negro de formas abstractas, grandes plafones de madera, vidrieras horrorosas que parecían caramelos gigantes de colores). Nuestra profesora de Literatura, Blanca –que era blanca y rubia como su nombre- nos descubría la revolución de las técnicas narrativas desde Joyce a Martín-Santos en un aula friolenta.



    También Álvaro, el dueño de la cafetería superaba con creces la miseria de su entorno. Veinte años de fidelidad le habían convertido en un autodidacto permeable a las más variadas disciplinas, psicólogo aficionado, hombre de consejo, cronista inasequible al olvido de las desavenencias e incidentes de dos décadas.



    En un instituto donde no se hizo nunca una ficha de préstamo porque no fue liberado por la llave del conserje ninguno de los vetustos ejemplares de las estanterías con vitrina, todavía había estudiantes que escribían cuentos a la manera de Borges, novelas al estilo de Onetti y versos rimados en inglés. Sin que hubiesen penetrado esas nociones en la venerable y soñolienta biblioteca (especie de prisión dorada o de limbo para la Crítica de la Razón Pura o la Summa Theologica en ediciones-mamotreto), se charlaba por los pasillos sobre el monólogo interior, la corriente de conciencia, la onmisciencia del narrador, la ruptura del eje narrativo, las matanzas de la guerra civil en el Cuartel de la Montaña, el Teatro de la Crueldad, la poética de Paul Valéry o los alucinógenos de los Tarahumara. 



    Sin poseer gimnasio ni instrucción atlética alguna, el instituto ofrecía al visitante números de acróbata: Alumnos de espontánea agilidad como Julián (Titín) subían hasta el techo del pasillo apoyando pies y espalda en cada una de las estrechas paredes.



         Aunque la penumbra de las galerías no permitiera distinguir casi nada fuera del constante ventarrón y los pequeños tornados de desperdicios, a veces en medio de la inclemencia cruzaban, imperceptibles como ciervas en la bruma, andares soberanos de muchachas muy dignas. Como si entre el revuelo de murciélagos se adivinaran los cuerpos esbeltos de tres bailarinas o en la oscuridad de una cueva brillasen verdes y cálidos los ojos de una virgen.

     

          Al igual que el instituto culto y paupérrimo, Ella, I.,  –a la que luego llamé “la Verdad y la Belleza”- era extraordinariamente sofisticada por dentro, sencilla por fuera.

















































    LA VERDAD Y LA BELLEZA



          Tenía una gran nariz, una nariz protuberante y cuadradota a la que solo le habría faltado la guinda roja de plástico para ser de payaso. Y sin embargo ese rasgo no afeaba su mirar ámbar, triste y tranquilo bajo la melena rubia. Todo lo contrario: Nariz de muchacha que rompe los aires del mundo con una bien construida Puerta de Brandenburgo por proa, ojos serios, muy atentos siempre, a veces severos, a ambos lados del sólido peñasco de su nariz, nave muy delicada para navegaciones sentimentales.



     Sí, ella está todavía con su desgastada camisa azul de muchacho, su larga melena rubia, dulce y afable como las orejas de un setter irlandés, su bella nariz de muchacha valiente en el sobrecargado bar del instituto donde huele a bocadillos de tortilla francesa, café de máquina y cigarrillos Fortuna de los que se compran sueltos (que huelen mejor que los de cajetilla).



      Fue aquel un invierno magnífico, memorable, lleno de aventuras tras abandonar el buen colegio de los malos curas para pasarme al lóbrego instituto de brillantes maestros...



    Descubrimiento adolescente del mundo de los bares, tascas cerca de la Plaza Mayor con grandes ventanales empañados de vaho, el interior también es una agradable bofetada de aire caliente y hay un maremágnum de pañoletas palestinas o similares, abrigos con capucha de esos que se abotonan con colmillos, parkas, olor a noviembre y a manchas de cervezas, bufandas de estudiantes dispuestos a “tomar cañas” hasta que les echen del último bar...



     Es muy divertido acabar a las tantas con I (la Verdad y la Belleza) y con algún otro en la plaza oteando la niebla y manteniendo conversaciones filosóficas. Yo no sabía que se podía hablar de este tipo de cosas con las chicas. Iria negra, Emma verde, Rosa blanca, Lola roja, Celia azul no hablaban de temas. En sus mejores momentos hablaban de personas pero no de asuntos elevados como hacía la Verdad y la Belleza: Cuba, Gadafi y el Libro Verde, educación no-autoritaria, arqueología medieval, maoísmo, anti-psiquiatría, poesía de Benedetti... Las horrendas martinas, marivíes, mamens y maycas, matildes que martirizaron mi infancia tampoco parecían interesadas en esas cosas...



Estar en la gélida Plaza Mayor esperando que se acerquen las campanadas de las once junto a I. y algún otro, es un raro privilegio y ahora comprendía que había hecho bien en auto-expulsarme del buen colegio de los malos curas: Lo había hecho sin saber pero en realidad para conocer a aquella Mujer Rubia, usualmente vestida con camisa de manga larga, siempre en vaqueros y zapatillas de deporte, una rara serenidad al andar, como si su espalda y sus nalgas se recreasen en ser esbeltas...  Más tarde C.C., el Genio, escribiría que se notaba por su forma de abrir las piernas que era una mujer sincera.



      Ella dijo –muchos años después- que si yo me lo hubiera montado bien, ella  habría salido conmigo”.



       Ni remotamente aceptaba yo esa posibilidad. Primero, porque I. no era del todo una chica... Al menos no era como Sylvie, como Michelle, como las amigas de mi hermano o las marichuses de la plaza. No era del todo una chica. Vestía como un chico, gesticulaba como un chico, tenía la voz grave y profunda de un chico, podía hablar como un chico. Sin embargo, sus labios eran anchos y sensuales, la forma de sus caderas o de los senos en la camisa azul decían que era una chica.



      Además, yo no sabía que estaba enamorado. Siempre había gente a su alrededor y yo no me sentía preferido. Así empecé a enfermar de admiración hacia I. desde lejos. La única vez que nos citamos a solas fue para romper. Pero eso ocurrió mucho después...



       Poco después de comenzar aquel curso 1979-1980, se produjo la huelga.































LA HUELGA

Crónica



       Afectados por los disturbios callejeros de Madrid contra la L.O.U. (ley de ordenación universitaria) y tal vez recogiendo el descontento de los más jóvenes y radicales después de cuatro años de democracia sin que cambiase casi nada, se convocaron virulentas asambleas en la sala de exámenes colindante con la cafetería. Se votó a favor de la huelga salvo la voz de un empollón que hizo el ridículo aludiendo a los guardias civiles muertos a manos de ETA: - “¿Por qué no hacemos huelga por ellos?”, era un tipo aisladísimo que le caía mal a todo el mundo. Le abuchearon. Hablar bien de la Guardia Civil, criticar la “lucha armada” del Pueblo Vasco era facha. Ni caso. Se aceptó el compromiso de hacer huelga y asistir al instituto con el mismo horario pero sin dar clase. Huelga a la japonesa pero sin trabajar. Colapsaríamos la producción sin dar un palo al agua.



   Casi nadie cumplió lo acordado. Ni siquiera los delegados y líderes de aquella especie de revuelta que parecía ir más allá de una ley de educación. Ni siquiera I., delegada de su curso y parte activa de la rebelión aunque ella no solía hablar en público.



         Así lo observó el Genio ( C.C.)  que ya entonces era escéptico hacia cualquier cambio social y se reía de los oradores, del Cojo Manteca y de todo ese lenguaje incendiario; tenía en su memoria una impronta misteriosa de la Guerra Civil como si la hubiera vivido, como si hubiera nacido sabiéndola (aunque solo tuviese dieciséis años); esto le provocaba un hondo sarcasmo contra las izquierdas.



         Yo sin embargo pensé que I. –bella, verdadera-   llegaba al instituto a las once porque habría estado en reuniones con estudiantes de otros institutos o quién sabe si en la Delegación de Educación discutiendo con el mismísimo Máximo Jefe Provincial; ella era muy capaz. Ella era honrada. Ella era inteligente. Ella era bondadosa. Ella era sensible. Ella era innovadora, eficaz, trabajadora, sociable, cordial...



         No podía encontrarle defecto alguno y su presencia, aunque siempre la rodeara mucha gente, era como un aura de música.



      No podía escuchar a nadie hablando de ella, pronunciando su nombre –me parecía que al pronunciarlo (I.) podían romperla, mancharla...- sin estremecerme. Sentía un vivísimo interés por todo lo que se refiriese a I. Me interesaba extraordinariamente. La admiración hacía que se cegase la conciencia de mi deseo. Era una turbación extraña, más hiriente que los muslos de Sylvie en aquel calor del verano sin tiempo; más enigmática que los mohínes de Michelle con su estigma.



     Poco a poco no tuve más remedio que darme cuenta de que estaba totalmente enamorado de I. en el sentido de no desear más que su compañía constante y gozar aún más de su ausencia, inundada de fantasías. En seguida el ideal de I. –la Mujer Rubia, La Verdad y la Belleza y otros nombres secretos en poemas secretos- desplazó a la realidad de I. Así su presencia física comenzó a ser decepcionante, mera ocasión de recopilar datos para a solas seguir ensoñando con I., con una mujer como I. pero idealizada, divinizada.



      A partir de la huelga, I. comenzó a adquirir una dimensión mítica.

  

   Yo no había conocido chicas que fueran revolucionarias. Durante aquellos días había estado más lejana y más rodeada de gente que de costumbre debido a sus funciones de delegada y organizadora de la huelga. La miraba de lejos como a la hermosa Sylvie con mal de femme cuando se la llevaban las mujeres a otro mundo... Luego, te acercabas a ella y era como siempre, no se le había subido a la cabeza como a otros, ni nada, era demasiado inteligente para eso. Terminó muy decepcionada de la huelga y sobre todo del comportamiento de los huelguistas. Ella era más coherente, más responsable, más auténtica, más valiente, más digna. La mayoría de nuestros compañeros habían buscado unos días de asueto y les importaba bien poco lo que ocurriese en Madrid con la L.O.U. o con la L.A.U. 



   En la asamblea de la gran sala de exámenes, donde se lucía haciéndose el incendiario nuestro amigo A. R. de C. –mi primer y mejor amigo (Riquiescat In Pace)- y donde I. nunca intentaba lucirse, en la sala enorme como un hangar, había parecido por un momento que la nación entera y nuestro instituto en particular iban a revolucionarse. Con esa credulidad de los quince años llegué a creer que en Madrid se estaba produciendo el famoso retorno de las hordas rojas, un completo desorden y matanzas en la calle como las del 36.



Luego, no pasó nada.



     Al menos sí sirvió para ver el instituto vacío y sin profesores, nosotros dueños de las aulas, un aire como de anarquía...



     Ahora era como si Ella volviera de alguna batalla perdida, escéptica y triste, defraudada. Y yo la respetaba aún más y era como si solo Ella tuviera dignidad de verdad, como si los demás de una manera o de otra nos hubiéramos traicionado a nosotros mismos a cambio de nuestra pereza, de nuestra cobardía. La Revolución era el intento de que todo el mundo tuviera dignidad, dar a todo el mundo la oportunidad de poder llevar una vida con la que estar de acuerdo. Pero la mayoría de la gente –nuestros compañeros de instituto- no querían eso y volvieron a las aulas, al curso, a los exámenes, a la normalidad (la indignidad) como borregos después de darse un pequeño despiste.













MAZAGÓN



       El curso volvió a su rumbo y ahora nuestros corazones estaban puestos en el profesor de Biología que era joven, nos trataba como a amigos, tomaba cervezas con nosotros en La Gramola –el santuario de la vanguardia local, siempre con la vista puesta en Madrid-, sabía mucho, celebraba muchos debates en clase, fumaba porros y descendía a los temas personales desde el primer día: –La Reproducción Sexual fue el primero  del programa por decisión de los alumnos-, charlas que nos sorprendían por su franqueza: Un compañero de pueblo algo mayor confesó a 7ª hora, con ambiente muy ennocturnecido aunque perdurase alguna clase de formalidad entre nosotros, que él se iba de putas. También se extendió en ciertos detalles anatómicos bastante escabrosos.



 El nuevo profesor de Biología era alto, bien formado, pecho de atleta a lo Kirk Douglas, ropa siempre con un cierto morbo post-moderno, como sus grandes gafas de sol cromadas que algunas noches no se quitaba en clase... Como su forma de hablar arrastrada, vacilona y madrileña. Era como si nuestros hermanos mayores hubieran vuelto de Madrid barnizados por la Movida y el Rockola y se hubieran hecho profesores. Dábamos por supuesto que fumaba drogas y que su sueño era cultivar sus propios tomates y vivir en plan ecologista. Todos y todas -I. incluida- nos enamoramos en diversos grados de él y no se faltaba a su clase, aunque fuera de 9 a 10 de la noche, con el centro casi desierto, impune, semi-vacío como durante la huelga.



        Todavía Muro (así se llamaba) se hizo más popular cuando nos fuimos de cámping con él a Mazagón. Había alumnos que no habían visto nunca el mar. La mayoría era la primera vez que salían a dormir fuera de casa. Todo el mundo estaba muy emocionado y nuestro líder único e indiscutible, con su estatura de gladiador culto, tenía siempre un gesto o una palabra cariñosa para cada uno, era nuestro hermano mayor más que nuestro tutor, lo dirigía todo sin reñir a nadie ni levantar la voz. Nos tenía aprisionados y unidos con la fuerza de la admiración y del cariño y a su lado, sabíamos que no nos podía pasar nada malo:  él respaldado por nosotros, nosotros dirigidos por él, resolveríamos cualquier dificultad que se presentase. Normalmente a los extraños ni se les ocurría ser descorteses con nosotros.



     Llovió en el cámping, hizo un tiempo pésimo. Yo me sentía de pronto transportado a otro mundo por completo diferente del instituto y de la pequeña ciudad de provincias. El vacío de aquellos días en el bosque donde éramos los únicos campistas en medio de las ventoleras y tormentas, el hecho de dormir en las tiendas o compartir conversaciones bajo la lluvia y la lona, constituían otro privilegio paradójico como lo de estar en la Plaza Mayor a las once de la noche filosofando en la niebla.



         Porque para cualquiera hubiera sido un chasco que lloviera en el pinar próximo a la playa. Pero para nosotros, - el cogollo de intelectuales y artistas de quince y dieciséis que rodeaba al maestro Muro -, era una preciosa suerte verse condenados a pasar las horas comiendo galletas Príncipe y charlando con I., con Muro, con A. y con otros selectos en la rara intimidad de la tienda de campaña.



Veíamos a los demás transformarse monstruosamente: Matutes, el empollón intratable, andaba siempre borracho y excedido, bañándose vestido en las duchas y pegando chillidos. Nadie reconocería al gélido y arisco adolescente  del instituto. Los simpáticos allí, acá resultaban sosos. Los que en la ciudad carecían de interés, en el bosque se revelaron como futuros amigos.



         Solamente I., Muro y K.R. se mantenían inalterables, como personas que están atravesando una temporada más, una de tantas en sus vidas y no por la máxima experiencia emocional de sus vidas. Ellos estaban tranquilos, iguales a sí mismos.



         Yo trataba de imitarles sin éxito y de hacerme el intelectual en sus reuniones. Pero estaba demasiado emocionado... El Chino había enarbolado la pipeta de un preservativo como trofeo en el mástil de su tienda canadiense... Una excursión de cordobesas o sevillanas de nuestros mismos años había llegado el tercer día y se establecían alianzas automáticas entre los dos grupos: Sexo fácil para casi todo el mundo: Parecían formar parte de una operación de cruce de ganaderías.  – Pero eso era para el vulgo..., porque para los que éramos como I., como K.R. o como yo, las sevillanas ni existían. Vivíamos reconcentrados en nuestro propio salón de snobs, absortos en nuestro juego elegante y lo único que parecía importarnos era ese espejeo del alma en un grupo de cuatro o cinco personas especiales.



“Os he entregado la palabra,

me habéis arrebatado la ira

mas ahora soy más que simple vida;

soy un trozo de horizonte que se implanta.



“Soy el árbol que se arruga y se levanta,

soy un viento que se ha helado en su caída,

soy un viento de poemas que se para.



Me desbordaba en poemas como la mayoría de mis compañeros (la masa) se desmadraba con el alcohol. Yo en mi Parnaso no necesitaba eso, pero sí una especie de eyección lírica; era muy pesado estar veinticuatro horas diarias participando en sesudas discusiones filosóficas como las que le gustaban a I. y a su séquito. 



“Soy la Luna:

el óculo en cada cita.



“¡Mar, sol, viento y firmamento,

luz, poesía y vida e ira,

escuchad, que un dios os habla!



 –Entonces la soledad con olor a pino, la soledad con olor a marengo de la playa, la soledad con olor a plástico del suelo de la tienda, la soledad en la ducha con lejanos olores a excrementos y la soledad de esos minutos antes de caer en el sueño. La soledad hechizada del campo, casi indistinguible de la sensación de amor... - Por eso yo estaba casi sin habla y sin ira, como terrícola abducido y teletransportado a un universo paralelo a diez mil años-luz. - Y ahora era más que arrastrarme y seguir vivo, ahora me sentía fuerte como la autoridad del horizonte, duro y joven como una encina, prodigioso como un viento que se helara en su caída o una borrasca de versos inmóviles. - Omnisciente como Selene. - Me sentía como Dios, me sentí Dios y por un instante yo y el campo, mi soledad, éramos Dios. -Reconciliados. - Por fin. -  Sólo por  un santiamén...



“Mirad mi corazón en mil astillas,

mirad mi corazón hecho piltrafas.

Y en mil bocas y en mil fuegos y en mil almas”.



     Mis poesías eran una celebración de este estado de felicidad y enamoramiento que presentía pasajero.



“Una luz azul te atravesó

y convirtió tu imagen en recuerdo.

De presente inconmovible realizó

una estatua de pasado y de silencio”.



         Todas las poesías eran para I., dechado de perfecciones femeninas. Ni se me habría ocurrido leérselas. Porque no eran para ella sino para la Diosa o imagen fantástica que Ias inspiraba en mi corazón. Las poesías eran un tortuoso auto-ritual de auto-adoración de un autoconcepto.



         Ella, siempre encantadora, buena, especial, bella, verdadera..., no parecía darse cuenta de nada, parecía mantener cinco o seis romances simultáneos con todos los varones de la crème. Yo nunca le diría que me gustaba, seguiría adorándola a distancia, le escribiría millares de poemas gloriosos que no leería nadie, ella nunca sabría nada, yo siempre estaría enamorado, y mi soledad no terminaría nunca. Así concebía yo la felicidad de la vida.



      Sin embargo, empecé a traicionar en seguida ese proyecto poético: empecé a leer mis versos a los amigos y descubrí que les gustaban; como una enfermedad de la que estaban vagamente afectados: Luego seguí escribiendo versos en la arena de la playa tersa, antes de que se los llevase la marea. Una vez se los enseñé a ella mientras las olas los iban destrozando. Me acompañó comprensiva, amistosa, elogiando mi poesía. No parecía comprender que se lo había escrito para ella. Y yo estaba tristísimo en medio de la fiesta de despedida... Su amabilidad me sepultaba.



         ...La auto-expulsión del colegio de curas, la huelga, el viaje a Mazagón... Resultaba obvio que el inteligente Muro, al arrastrarnos hacia el Sur, había querido hacer algo más que una excursión de fin de curso. Quizás había querido enseñarnos su utopía política: Olor a interior de tienda de campaña bajo el aguacero, galletas Príncipe, porros, amoríos, largas charlas...



      Yo cada vez me encontraba más excedido, más loco.





















Naked Krishna and RadhA



CORAZONES ROTOS



    Terminó el viaje a Mazagón como la huelga: como un presentimiento de un placer y de una libertad muy grandes y un retorno aturdido a las rutinas. De nuevo en la pequeña ciudad de provincias, de pronto ya nada era como antes. Ya éramos los que sabíamos que podíamos vivir a base de galletas y de leche condensada en una tienda de campaña bajo los pinares de Huelva sin que pasara nada. Posiblemente otras cosas que considerábamos incuestionables –la familia, el dinero, los fundamentos de las Matemáticas- se podían desconectar, anular, prescindir de ellas...



      Yo no era el único que tenía un amor no correspondido: El Genio (C.C.) estaba enamorado de una tal Carmen, pizpireta y resuelta compañera de su clase que le trataba solamente-como-a-un-buen-amigo mientras se enrollaba con A. R. de C. - Descanse En Paz-, el mismo que se había lucido en las asambleas con frases apocalípticas. A. R. de C. no era tan intelectual, pero era rubio, alto, con aspecto de ser mayor y atractivo.



         Comprendíamos que esto del amor tenía un lado salvaje e instintivo: que ellas se sentían atraídas por algo de lo que nosotros carecíamos, una destilación secreta como el mal de femme de Michelle, algo que tenía que ver con la machedumbre y no con la sensibilidad o la inteligencia. Las chicas eran para los tipos duros. Aunque A.R. de C.  no iba de duro sino de cortés, pero era muy viril.



Muera Dios el insensato,

asesino inteligible,

loco Dios del imposible,

absurdo creador del páthos”.



       Nacho también estaba enamorado y no era correspondido. Sus calabazas habían sido tan grandes que había debido faltar al colegio. Por primera vez en nuestras vidas oíamos la palabra “depresión” y nos pareció que Nacho, el Chino, padecía un mal invisible (como el de Michelle, como el de Sylvie, la misma languidez) que tenía que ver con la sensibilidad.



      Mientras tanto la primavera se iba abriendo paso a través del invierno.



       J. LL. también había enfermado de amor como Nacho y había abandonado sus estudios y ahora vivía en la huerta de sus padres replanteándose o replantando no se sabía el qué.  A sus diecinueve años parecía un viudo en los últimos días de su vida.  Algunos decían que en realidad a J. LL. lo que le gustaba era cavar y rastrillar en la huerta para ponerse cachas. Nos recibía en su pago y rápidamente sacaba una frasca de vino no se sabía de dónde. Las reservas de mosto fermentado sin denominación de origen no tenían fin. Sucedía siempre poco antes de la hora de comer, a eso de las dos y media. Era evidente que la angustia de las tres de la tarde y la obligación de sentarse como un ejército ante el sagrado telediario, en aquella casa de bohemios no existía. Nos atrevíamos a demorarnos. Aquel excelente vino blanco sin aditivos nos dejaba clavados a esta tierra, era muy bella la glorieta con rosal, la antigua alberca y el olmo centenario. -A veces estaba la hermana mayor de J.LL. (Pilar) tomando el sol de espaldas, más desnuda que si hubiera estado desnuda porque se enrollaba la parte de abajo del bikini para que el sol le diera de lleno en los glúteos y su perfecta serenidad allí, aurirrosada en la mancha de sol, nos turbaba. -La intimidad del vino era un exceso dulzón en los labios y el deseo de seguir bebiendo, hasta una pérdida de conciencia, un ofuscamiento total.

     

       Yo era muy feliz y me daba cuenta de que estaba viviendo el mejor año de mi vida incluso mientras lo estaba experimentando. No sé por qué. Pero cada vez que aparecía I., -el fantasma carnal de la Diosa ensoñada a solas-, una sombría tristeza se apoderaba de mí y ya no levantaba la cabeza, como si una mujer se hubiese perdido. Aun antes de haberle confesado que me gustaba, aun antes de “haber intentado” nada con ella.



         Por eso me encerraba en un mutismo afectado de Tristán, hombre de dieciséis años con las esperanzas perdidas, devoto de una amada interior eternamente. O algo así. Todos padecíamos de la locura del amor y nos la contagiábamos. 

































EL FUEGO



Alrededor de su ardor ha de haber

Siempre combustible ardiendo: gasolina, por ejemplo,

La yerba de marihuana, la punta de la doncella, el Dinero.



Su sonrisa irradia un brillo de deleite

Cuando resplandece al Sol, cuando un rayo

Fulge en el nácar y es Sol y arena en un mismo punto.





LEJOS DE LA VERDAD Y LA BELLEZA



     De modo que al final de aquella primavera, ya casi en verano quedé con Ella en la Gramola. Naturalmente era para romper –o para analizarlo-  como siempre. Y como siempre estaba la omnipresente María. Tras esperar mi turno entre los cojines beiges de las bancas de yeso, le propuse muy trágico que saliéramos a caminar y entonces se me atragantó en la boca el solemne discurso que había preparado para la ocasión y que sonaba absurdo. Andando por las calles próximas a su casa quise expresar el dolor de no ser correspondido, de tener que separarme de ella y sin embargo jurar que nunca dejaría de pensar en ella. Creo que esto ya se lo había dicho en alguna ocasión, pero dentro de mí había algo demasiado oculto todavía, profundo como la música de Silvio bajo la que vivíamos hechizados, algo que necesitaba contar con palabras más altisonantes, con gestos dramáticos, como si la poesía no bastara en ese desbordarse.



       Ella me había escuchado una vez más con paciencia y nos despedimos con un beso y un abrazo. A partir de entonces la vida me pareció sin sentido y sin colores. Creí llegado el momento de declararme enfermo como J.LL. o Nacho que hasta llegaban a faltar a clase por asuntos del corazón. Yo estaba deprimido y de vacaciones. Me embriagaba con las Cartas para la educación estética del hombre de Schiller.  Y aunque no entendía casi nada, era todo lo que necesitaba para vivir semi-borracho de Poesía.













LONDRES. NOCHEVIEJA DE 1980



    El curso avanzaba suave a través del invierno y yo, que me había aficionado a huir en viajes, me enteré de que organizaban uno a Londres las comunidades cristianas. Fui a su reunión y el precio me pareció digno de aguantar a aquellos curas y seglares de barrio. No pensaba decir que era ateo, pero nadie podía obligarme a rezar o a no blasfemar sobre la oración... Tales eran mis pensamientos cuando llegué a la reunión catecumenal de Taizé en Londres. Estábamos en el tumulto de la Nochevieja en Trafalgar Square junto a unas italianas y podías besar en los labios a todas las chicas que te cruzaras mientras repitieras maquinal “Happy new year”; a nosotros también nos asaltaban británicas jovencitas más o menos beodas y nos rozaban los labios con sus labios. No todas besaban igual. Ahora entendía por qué Londres era un sitio tan importante.



     Al regreso había sobrevivido a diversas peripecias en el Soho, extrarradio y tabernas del centro londinense. Me invadía la vanidad del “viajado” y hombre con mundo.  Me consideraba con 17 años un tipo bastante capaz de solventar dificultades. Sabía que me podía ganar mi sustento con mis brazos. Irme solo a Londres y volver con amigos. Etcétera.







LO ABISMAL. EL AGUA





“Tú no te llames Mar

No te llames Agua

no te llames

Dime quién eres

que no te llamas

y siempre vuelves



“Mira : ahora es otra vez

la pista de baloncesto derruida:

embutidos en  horribles chaquetones

charlamos del amor adolescente

que nos sucede con otros



“Otra vez tus manos

Otra vez tu boca

en un mundo todavía

de caramelos y soles

la lustral casa de pueblo

con sus suelos impolutos



“Es otra vez la primera noche

tempestad en la ciudad mientras caemos

por una euforia atropellada de perfumes



“De nuevo cuando te quedaste

Plantada en el centro de la calle

dentro del retrovisor

y cada vez más pequeña.”







“Lo Abismal es el agua, son fosas, es la emboscada, es el doblar para enderezar y doblar para torcer, es el arco y la rueda.      Entre los hombres significa los melancólicos, los enfermos del corazón, los que tienen dolores de oídos. Es el signo de la sangre, es lo rojo.      Entre los caballos significa los de lomo hermoso, los de arrojo salvaje, los que andan con la cabeza gacha, los que tienen cascos delgados, los que tropiezan      Entre los carruajes significa los que tienen muchas fallas. Es la penetración atravesante, es la luna.       Entre las especies de madera significa las que son sólidas y tienen mucha savia”



El Libro de las Mutaciones















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MI NOVIA



    El invierno desarrollaba suavemente sus nieblas, la pequeña ciudad aún parecía más pequeña y recogida, con sus flecos de bruma en las plazas o gravitando en los paseos, en el halo de las farolas. Nacho ya no estaba tan afectado por las calabazas de M. Ahora se dedicaba a leer cosas rarísimas de André Gide, de Céline y de un tal Borges cuyo nombre no sabíamos si era Jorge Luis o José Luis.



     Todo el mundo había cambiado de amores y todo el mundo continuaba siendo desafortunado.

    

     Francesca había aparecido ese año en clase: una chica de pueblo con la que resultaba agradable charlar y bromear.



En cierta forma no era una chica, le pasaba lo que a I. pero en otro sentido: Fr. no era una chica porque era una compañera de clase y porque era de pueblo.



     A las compañeras de clase, -de acuerdo a una norma tácita-, uno no las podía mirar como a las demás chicas. Igual que con las hermanas o con las primas, se podía soñar con una platónica admiración o tener alguna amistad; pero nada más. Eso no significaba que la mayoría de las compañeras de clase no fueran deseables como sus vaporosos escotes invernales a las 9 de la mañana.



   Y además Fr. no era de cualquier pueblo sino de uno  diminuto y desconocido, en las estribaciones, y no vivía con sus padres sino en un colegio menor. - Se vestía, se reía, hablaba y gesticulaba con una gracia nerviosa de aldeana encantada de la vida. Por eso no era una chica sino una pueblerina simpática.



     No era una chica, no era el objeto del Amor, y yo aún estaba enamorado (Para Siempre) de Mujer Rubia, de Diosa. Pero en la pequeña realidad, la necia, -en los días que serán olvidados porque no sucedió nada memorable-, debía reconocer que cada vez que pasaba un rato casual con Fr. me sentía más ligero, más a gusto conmigo mismo. -Y pensar en la amistad con la pueblerina se parecía un poco a la esperanza del Amor.



          Por eso no era de verdad una chica; quedaba muy lejos del espectro amedrentador de la mariajesuses y marichuchis que martirizaron con sus melindres mi infancia. Fr. no era remilgada sino descarada y directa. Pero por algún motivo su cercanía no dejaba la idea de ningún interés sexual. Hablando un día sí y otro también, habíamos empezado a confesarnos nuestras penas de amor respectivas, "embutidos en nuestros horribles chaquetones de febrero, sobre la pista de baloncesto derruida del instituto, hablábamos del amor adolescente, el que nos sucede con otros".



     Una tarde al comienzo de la primavera nos sorprendió la directiva del centro invitándonos a todos a una fiesta con refrescos, bocadillos, música y baile en el Instituto el sábado a las seis de la tarde.  Era evidente que les había sobrado dinero del presupuesto y querían justificarlo derrochándolo con nosotros de esa forma. No nos extrañó, porque los gastos eran mínimos en aquel feo y friolento edificio rectangular de ilustres profesores. Ante la novedad de recibir un bocadillo gratis, se amontonó todo el mundo a las puertas en día festivo. Era inusitado este aire de fiesta y por tercera vez el lugar se sumergía en la extravagancia: Ver el Instituto en fiestas un sábado de mayo a las seis de la tarde..., la lejana sensación de que algo va mal, de que se está cometiendo una transgresión sutil contra las leyes naturales al empezar la fiesta tan temprano, todavía con luz y ya música y baile, no pega, luz natural y fiesta, tarde y discoteca.



    Alejándome del bullicio del baile que se despepitaba en la gran sala de exámenes, me senté en el radiador de la cafetería junto a Fr. pero mirando a I. largamente; charlaba con el Nervios y con Muro a unos quince metros. No era mucha distancia, pero parecía infinita como las cosas y tramos que separan a la élite del vulgo, a los menos del montón, a los esclavos de los fuertes. Ella era la élite en aquella miserable cafetería de instituto, Ella y Muro las dos únicas individualidades que me interesaban, a las que hubiera deseado acercarme y por un compromiso de mi orgullo consigo mismo, no podía. Absorto en ese instante raro, -la cafetería del instituto un sábado por la tarde, yo compartiendo una fiesta con I.-, apenas prestaba atención a mi compañera de clase Fr. que estaba sentada a mi izquierda en el mismo radiador. Contestaba distraído y le volvía casi por completo la cara, girada en dirección al mostrador de Álvaro.



     Entonces Fr. dijo algo que ya no pude dejar de oír. Me volví hacia Fr. Estaba muy guapa. Era evidente que no se había dado cuenta de lo que acababa de decir, ella pensaba decir que se había muerto su perrita. Me olvidé de todo, de I., de la fiesta, del mundo, durante un instante largo solo existió el rostro de Fr. La vi de otra forma. Dije “Tú también me gustas a mí”, sintiendo que había empezado a decirlo por Agradecimiento pero que había terminado de decirlo con Deseo: La besé conmovido, febril, algo que se parecía mucho al Amor. Salimos casi corriendo por la ciudad, en una euforia atropellada de perfumes. Era la primera vez que besaba a una chica en la boca. Caía un aguacero de primavera, una tormenta de verano, nosotros corríamos sin rumbo, nos refugiábamos en portales y nos besábamos una y otra vez, hasta que ella se escurrió del último beso en la puerta de su colegio.











TERSURA Y BRASA



“Tibieza ardiente su piel; tersura abrasa.

Remota, muda, el firmamento en su piel.



“La sombra oscura, ceñida, casi ciega.

La otra tenue, vagarosa, imaginaria.



“Profunda una mirada, dulce y ebria.

La otra ámbar”.





PRIMERA CITA



             Había vivido las utopías cubano-maoísta-líbicas de I., luego la huelga de la L.O.U., luego la utopía de Muro en Mazagón, luego mi propio sueño de poeta malditamente enamorado. Y también el de joven obrero agrícola independiente. Y el de truhan infiltrado entre cristianos en Londres. O el de dandi que invita a todo el mundo a su villa de campo porque se muere de tedio.



    De todas maneras, las verdaderas utopías eran las que quedaban más allá de mi alcance. Por ejemplo, formar parte de la élite sin tener que estar siempre haciendo méritos, temblando por mi posición, descendido una y otra vez al grueso de la masa, los normales, los que no eran del circulito de elegidos.



    Fr. era sumamente normal. Por eso quedar al día después de los besos resultaba bochornoso. Todo había sido irreal y caótico el sábado de la fiesta en el Instituto. Ahora íbamos a vernos a la luz del día, sin esa embriaguez que nos arrastró. Por primera vez –exceptuando el viaje a Madrid- quedábamos fuera de clase por la tarde. Por primera vez tenía cita con una chica. Me moría de miedo. De un miedo nuevo, muy mezclado al recuerdo del sabor de sus labios. La palabra cita se me amontonaba en la boca del estómago como el atenazamiento del miedo, como el clima de insinuaciones hirientes de las niñas que aparecieron en el cumpleaños de Norberto Pérez P. cambiándolo todo.



    Y yo que la había besado tantas veces, hasta aturdirme con el sabor de su saliva, de su cuerpo y de su ropa, hasta tener las manos perturbadas por su piel y en la soledad buscar su olor como con avaricia sobre mis manos, ¿cómo iba a mirarla ahora, cómo iba a hablar, cómo podíamos tratarnos en adelante?



    Todo resultó muy sencillo. Ella en seguida le dio al encuentro una fácil naturalidad y yo me avergoncé de mis preocupaciones cuando la salida era tan simple: Charlaríamos paseando por la ciudad como charlábamos por el patio del instituto; solo que ahora íbamos mucho mejor vestidos y algo en nuestra apariencia –algo como transfigurado- evidenciara que nada era igual. Poco a poco una naturalidad desplazó a la otra. Casi sin darme cuenta ya no hablaba para confesar el amor por I., la historia romántica de mis penas ni nada de eso, sino que hablaba por mirar los labios de Fr., el destello de sus dientes perfectos en su perfecta boca. Era una boca alegre como la rosa rosa sobre el nácar blanco. Ya no conversaba con ella por contarle nada sino por mantener sus ojos verdes prendidos de mis ojos. Ni caminaba hacia ningún sitio en particular sino por observar en movimiento sus piernas y sus caderas en las que nunca me había fijado porque ella no era una chica sino una compañera de clase. Tenía las piernas llenas y esbeltas como sus rodillas redondas y sin defecto.



     El encuentro terminó al borde de un pequeño campo de césped junto al pabellón de deportes que estaba enfrente de su colegio menor. Era un rincón que se situaba en la parte de atrás del paseo y de la carretera de C., allí nos sentíamos protegidos de las miradas de los curiosos. Allí Fr., que era más experta, me enseñó a besar. A menudo nos reíamos de mi torpeza y hacíamos un churro de beso con la explosión de nuestras risas. Pasaba horas aprendiendo a besar con Fr. Así empezó todo.



     Al terminar el curso, Fr. tuvo unas notas malísimas y se volvió llorando y culpándose a su pueblo de las estribaciones sin que yo consiguiera consolarla. Yo también me sentía culpable no solo de haber colaborado con su fracaso en el instituto sino porque secretamente me parecía bien que se   marchara. Porque ella no era del todo una chica. Porque todo había ocurrido demasiado deprisa. Como una avalancha de besos.

















TERSURA Y BRASA



 “La sombra oscura, ceñida, casi ciega.

La otra tenue, vagarosa, imaginaria.

Tibieza ardiente su piel; tersura abrasa.

Remota, muda, el firmamento en su piel.

“Profunda una mirada, dulce y ebria.

La otra ámbar

“Tibieza ardiente su piel; tersura abrasa.

Remota, muda, el firmamento en su piel.”



VAGABONDAGES



     Fr. se marchó, y Bernardo me propuso un extraño viaje a Cáceres y a Galicia. Había que ir en tren hasta Cáceres y una vez allí, un amigo suyo que tenía coche nos llevaría a Galicia.



         Al cruzar Gredos, el seílla de Rafa empezó a toser y se hizo inevitable que bajásemos dos pasajeros: Bernardo y yo de común acuerdo, que nos desplazaríamos a dedo hasta reunirnos con nuestros compañeros donde acabaran las montañas. Así lo hicimos e iniciamos un mes de vagabundeos juntándonos con los callejeros de las ciudades y los mochileros de la carretera. No pasaba nada, es verdad. Podías dormir bajo la marquesina de las estaciones, en las playas, en las plazas, debajo de los puentes, en los trenes, en los parques y no había mayor problema. A veces te robaban el sombrero. Podías colarte en los expresos de largo recorrido (Orense-Madrid); te pillaba el revisor y no pasaba nada. Podías quedarte money-free durante días y conseguir algo para comer. No era para tanto. Lo habíamos comprobado.



     Durante todo ese tiempo interminable que era otra utopía –la utopía de la bohemia- no pensaba en otra cosa más que en Fr., en volver a besar a Fr. Estaba a veces a punto de convertirla en poesía, en ensueño, en una nueva Diosa como había hecho con I., pero el recuerdo del sabor de sus besos (los únicos que conocía) me devolvía a la realidad y ya no podía ver una chica más o menos guapa, durante nuestro miserable viaje, sin acordarme de la intimidad de Fr., en el pequeño campo de césped del pabellón cubierto. Y era como si todas las chicas guardasen un tesoro hasta entonces desconocido y solo Fr., por una dulce casualidad, quisiera compartirlo conmigo.









HERMAPHRODITE



   LA SIGUIENTE VEZ QUE ME ENAMORÉ fue de Hermaphrodite. Hermaphrodite era Alejandra; Alejandra Vidal-Olmos era Hermaphrodite.- Tras un año de languidecer “en pequeña capital de la provincia”, conseguí llegar a Madrid. Estar en Madrid y no en la pequeña ciudad era vivir una utopía.



    No solo me codeaba con monumentos como la Cibeles, Neptuno o la Puerta del Sol, donde podía pasar tanto tiempo como quisiera –lo mismo que en el Museo del Prado, de entrada, gratuita - sino que conocía ya a madrileños que me invitaban a sus casas. Me sentía muy honrado de dormir en aquel sórdido pisucho de Sombrerería.



     Conocí a Marcos que me cayó bien porque llevaba un libro de Franz Kafka. Fue ver su libro y empezar a hablar con él con una espontánea simpatía. Vestía completamente de negro, tenía barba y pelo muy negros, gafas de montura negra... era imposible no verle como un personaje de Kafka.



    Muy poco después de haber establecido alguna clase de tácita alianza con Marcos y con Juan Huertas –y yo de nuevo me sentía transportado a la élite, a una nueva- , apareció  una muchacha muy guapa pidiéndonos los apuntes y meneando mucho su grande y rizada melena negra, agitanada. Se llamaba Hermaphrodite y era difícil no haberse fijado en ella. Tenía presencia. Al menear su melena meneaba también otras partes de su cuerpo. Sin embargo nos abordó desde el principio con una extraña modestia, como si ella fuera una ignorante y nosotros unos jóvenes sabios.



    Otra vez empezó a ocurrir. Tras unos cuantos encuentros con más personas, la figura de Hermaphrodite empezó a invadir mi soledad por completo y a desbordarse en poemas que la fantaseaban Ariadna abandonada por Dionýsos. Y cada vez fue a más hasta hacerse doliente. La doliente necesidad de confesárselo: Una grave mañana los dos solos en un banco del Parque del Oeste. “Lo sabía”, dijo como si aquello fuese una enfermedad que ella había diagnosticado por su cuenta y de la que ahora recibía confirmación... ¿Iba ella a curarme o no? Su cara reflejaba solo la satisfacción de no haberse equivocado. Y su abrazo y su pequeño beso, nada más que consuelo. Me dijo que yo no le gustaba. Me pareció natural. Conocía de memoria el papel de maldito enamorado, pero la acompañé hasta la noche paseando y en la estación antigua de Atocha al marcharse y dejarme en la cafetería me selló los labios con un beso breve, vibrando de espera, y luego exclamó hipnepta, como si hablase consigo misma: “¿Lo ves? A veces basta con un beso”. Emocionado dije que sí con la cabeza y ella se arrancó de mi lado.











BLANQUEO



Os venderemos primero

El Oro,

No en esquirlas sino en ríos,

En estanques,

En mezquitas, en cúpulas

de oro potable.



Todo el metal y el papel y en cualquiera de sus formas.

¿El tesoro de la Reserva escondido y en sótano tanto oro?

Lo compramos.



Sonrisas de  video-putas ad vaginam deslumbradas.

Sonrisa del mendigo calculada en su escudilla

Por timbre de la moneda.



Y os compraremos el Agua, y os compraremos el Aire

Y será nuestra la Tierra y ya ni tendréis el Fuego.

Y os compraremos el alma.

Serán nuestros vuestros cuerpos.



Y os venderemos a Dios.









INTERREGNO



     HERMAPHRODITE-Hermine   me había dejado, yo era el más triste de los hombres y sin embargo algo así como la sangre no podía evitar sentirse feliz, erotizada como la primavera y los dieciocho años.



     Mis emociones eran tristes como haber sido abandonado por Hermine (a quien confundí con Alejandra Vidal-Olmos del Informe sobre Ciegos), tener 18 años y a pesar de la tristeza una cierta palpitación de la sangre a causa del aire de aquella primavera.



     Mi hermano era un pícaro de los primeros 80. Casi nunca iba a clase, pero a través de sus contactos periódicos se mantenía al tanto de la marcha de las asignaturas. Cuando se anunciaban los exámenes, recaudaba apuntes fotocopiados y se encerraba como mucho durante cinco días para memorizar o hacer chuletas. Aprobaba invariablemente.Luego volvía a su vida de play-boy, su enorme cama de matrimonio. Con frecuencia mi hermano pasaba el fin de semana en su harem con una chica y solo salía al cuarto de baño, sonriente, decrépito, decadente, pourri como se suponía que debían ser nuestros hermanos mayores, los de la movida madrileña, más avanzados en la descomposición moral...



      A veces el fantasma de las cosas que se fueron me asaltaba en la biblioteca de Filosofía y Letras de la Complutense y la imaginación se me volaba en dirección al recuerdo o al sueño de Ortega, a las patas torneadas, rollizas de las mesas, al siglo XIX. De nuevo me parecía que jamás iba a ser tan feliz durante el resto de mi vida como en ese ahora necio, leyendo el mamotreto de Frances A. Yates, Giordano Bruno y la Tradición Hermética que ya me sé de memoria y delante mi hermano apuntando chuletas y consultando quinielas y sobre los ventanales de la antigua biblioteca peinándose las hojas de los árboles.



     Y yo soy feliz -aunque Hermine me haya dejado, aunque nunca vaya a conocer el Amor Correspondido-, porque hoy ya he jugado al tenis y he corrido y me he duchado y ahora estoy con mi hermano preparando el ataque a un examen que ya casi ni me da miedo porque me lo sé todo, y hasta tengo tiempo para soñar y distraerme. Mi memoria descansa, no sufre; estudio los teatros de la memoria de los maestros italianos y los sueño, no necesito forzar los recuerdos, es un libro muchas veces leído, estudiado, comentado, escrito, repasado. Voy a escribir una virguería sobre el Renacimiento. Ya sé desde hace mucho que si haces lo que quieres, no pasa nada: Hace poco me daba miedo venir a Madrid y me parecía que la ciudad, como un Monstruo, me iba a tragar; ahora me la conozco  como la palma de mi mano, me he tropezado con todo tipo de gentes, los madrileños me  invitan a dormir en sus casas, he tenido una historia con una nativa (aunque del cinturón suburbial) y no me asusta atravesar a las tantas de la madrugada las callejas desiertas de Lavapiés y Embajadores hacia Santa María de la Cabeza. Me siento como en mi casa...















LA PRIMERA CRISTINA



      LUEGO TARDÓ en reaparecer, ese fluido lírico de Sylvie y de Michelle y de las otras.



Recuerdo cuando volví a sentirlo. Fue una noche en la universidad que llamábamos la Caja de Cerillas. Se había convocado la primera reunión de un seminario sobre Unamuno y Kierkegaard. El estar de noche en un centro académico no me pareció de buen agüero. Era como la fiesta a deshora en el Instituto, algo que no casaba.



 Los que dirigían aquel nocturno seminario de Filosofía (eran jóvenes y barbudos) empezaron por preguntar a los presentes qué sabían sobre el existencialismo. Parecía una encerrona. Una heteróclita caterva de estudiantes de filosofía de diversos grados, procedentes de ambientes muy distantes de la capital, comenzó a desplegar monólogos sobre el existencialismo. La situación era interesante y cuando llegó mi turno traté de decir lo menos posible mientras muchos ni me miraban.



Al terminar, una muchacha de pelo claro, gafas redondas y aspecto de tiradilla de las calles, voz arrastrada pero pedante, había acaparado la mayoría de los minutos del coloquio. Me levanté un poco molesto y acompañado de Marcos y de Juan Huertas emprendimos en la noche el camino andando hacia Moncloa. Bastantes metros más adelante se distinguía la figura de la chica que había hablado tanto y que seguía ahora sin parar contándole cosas con grandes gestos a su amiga, morena, más pequeña y mucho más guapa, llevaba una ropa como de punky de lujo con el pelo en cresta y muchos adornos de plexiglás, y yo nunca he conocido una mujer como ésta. Parece totalmente urbanita y sin embargo su boca y su mentón tienen algo brutal, también la separación entre sus ojos.



Pero todavía no la he visto bien. Vamos caminando detrás de ellas en la noche y aunque fingimos –sobre todo Marcos y yo- que no nos interesan, nuestras miradas permanecen clavadas sobre sus espaldas que ya están a la altura de Caminos. Nuestros pasos se aceleran y no hablamos más que de ellas. Charlo con Marcos, pero me parece que no me escucha, su perfil está adelantado, como volando hacia las chicas por delante de sus pies. Es poco habitual ver a Marcos tan apasionado, él que es el eterno cenobio y siempre va de negro. Al llegar cerca de San Pablo, en el terraplén alto por donde antaño pasaba el tranvía, les damos alcance y entramos en conversación sin la menor dificultad. La locuaz se llama Yosune (nombre que no había oído en mi vida y que me parece de mal fario) aunque también se llama de otra forma, y su apellido también es dudoso, está emparentada con la familia real de una forma extraña y un velo de misterio se difunde sobre los orígenes de esta mujer que no duda en contarnos un incidente de agresiones físicas a un alcalde por parte de su novio, el de Yosune Gómez-Acebo. A base de tremendismo, cautiva a la audiencia. Ya no dejará su uso de la palabra en toda la noche y a mí me sorprende que Marcos la escuche con tanto interés. Yo me entretengo mientras tanto con la chica morena que dice llamarse Cristina y en las calles de Argüelles me confiesa estar enamorada de Marcos y casi solicita mi ayuda. Yo no había conocido chicas que confesaran este tipo de cosas a un chico tan abiertamente... Pero como soy un joven viajado, un hombre de mundo, simulo y sonrío, pondero las excelentes prendas de mi amigo como si comprendiera que cualquier mujer pueda sentirse atraída por Marcos. Mientras tanto Marcos charla con Yosune y Yosune habla y habla sin parar por diversas tabernas de Moncloa con Marcos. Mi casa queda cerca  y subimos todos atronados por la voz de Yosune que nos larga discursos sin pausa a los que yo por lo menos no presto más que una ligera  atención. Su voz es una cosa continua, un elemento, un fondo, una parte del paisaje. Mientras sacamos bebida al salón, en un momento en que estamos solos, y escondiéndonos de la voz universal de Yosune, Cristina la punky me confiesa que es ninfómana y me deja helado porque desde hace años he querido conocer a una mujer que padezca esa perversión, de modo que mi primera reacción, como una jugada impecable con cuyo saber uno ha nacido, es contestar que no me lo creo. De inmediato la llevo a mi cuarto para enseñarle cosas personales. Mis cosas. Se sienta en mi sillón de estudiante, bajo mi flexo, de pronto su nuca brilla mucho bajo el foco, es delicada y pequeña, con vellocinos de pelo negro y aún más abajo rubio bozo, y no tengo más remedio que inclinarme a besar su nuca. Su cuerpo entero se arquea como el lomo de una gata lenta y nerviosa y sus manos derraman sin control los papeles con dibujos y poesías que yo le estaba enseñando (en aquel momento parecen un pretexto, algo sin ningún valor). Nos besamos, me penetra hasta el alma el olor de su jersey verde a colonia, cortante, no lo olvidaré. Es un olor deportivo, fresco, no es un perfume dulzón. Está en su nuca pero también en otras zonas de su piel. Su piel es luminosa y dorada, parece desnudarse con facilidad, como si en el espacio entre su jersey y su cuerpo desnudo hubiera grandes espacios y frescos donde sopla el viento de su colonia. Ni siquiera conocía chicas que vistieran como ella y es raro empezar a desnudarla. Me sorprende muchísimo que se entregue e, igual que otras veces, doy gracias al Cielo por tener tanta suerte, no puede haber nadie más beneficiado por los dardos de Eros, su milagro es tener en brazos a una mujer con la que uno no soñaba ni siquiera en hablar. Hay una manifiesta intención por parte del Destino en señalarme la mano de la Providencia mediante los continuos triunfos de Amor. También es verdad que he perdido para siempre al único amor de mi vida: Mujer Rubia; es cierto que no he podido amar a Fr. que me habría amado si yo hubiese querido; pero aunque mi corazón parece vencido por estos primeros acontecimientos, viejo y cansado como si tuviera mil años, todavía este perfume de Cristina que me va embriagando cada vez más mientras se suceden los besos y las cargas cada vez más atrevidas contra su cuerpo en mi pequeña mesa de estudiante.



Es más gruesa de lo que se considera normal en una chica de su edad, pero su cuerpo me fascina y hay en todo él un aire de limpieza y de elasticidad, como si su carne fuese del mismo material plástico y suave de su bolso y de sus abalorios. Los demás llaman con discreción a la puerta y con miradas de picardía ante nuestra repentina pareja –llevamos encima algún tipo de evidencia, un rastro de besos y desvestimientos-, se despiden y se marchan. Yosune sale hablando con voz que retumba en la escalera del edificio de pisos, luego su voz queda silenciada por el hueco del ascensor y su viaje submarino, pero en cuanto se abre la puerta de abajo vuelve a escucharse la voz de la decidora Yosune: ha ido desarrollando su cháchara todo el tiempo que ha durado el trayecto, de hecho lo que va contando ahora presenta alguna relación con lo que iba diciendo cuando se despidió, su voz se extingue al salir del portal pero es evidente que tiene rollo para rato, como para mantener callados y atentos a Marcos y a Juan durante horas y horas de perorata. No comprendo cómo se las ha arreglado para seducirlos de esa manera. Vuelvo con Cristina y pienso que se ha presentado como ninfómana. También me cuenta que ese mismo verano participó en una orgía con su exnovio y otros tíos. Una triste experiencia a juzgar por el tono en que lo cuenta. Me da un poco de pena porque se ve que se considera una puta y que siente haberse degradado tanto ante su novio que la desprecia. La consuelo de muy buena gana tumbados ya en el colchón. De las expectativas ninfomaniacas vamos pasando a la confesión sentimental. De repente ella tiene muchas ganas de hablar y de contarme su vida, es como si el espíritu de Yosune que narra sin interrupción su autobiografía a quien se le acerque, es como si ese espíritu delirante se hubiese quedado en la casa y hubiera poseído a Cristina. A fuerza de escuchar acabo por compadecerme. Comprendo que estoy ante el especimen desconocido de muchacha madrileña del barrio de Salamanca disfrazada de punky de plexiglás y preocupada por su libídine. A lo largo de la noche voy conociendo los detalles de su problemática familiar. También vuelve de vez en cuando a acordarse de Marcos y me hace preguntas sobre Marcos, es como si Marcos estuviera con su chaquetón negro metido en la cama entre nosotros. Me divierto alargando el tema, mostrándome el menos posesivo de los hombres. Aunque me duermo, termino por convencerme del gran sentimiento de Cristina hacia Marcos, está bastante enamorada de Marcos, la pobre, aunque estemos en mi cama y se vaya a quedar a dormir conmigo. Ojalá Marcos se enamore de ella y la saque de esa vida de ninfómana que de mano en mano va.  Su lista supera a la de Hermaphrodite (unos 135). Yo me siento fuera de su elenco sexual de momento, (tal vez fue ella la que me enseñó a levantar un catálogo de las bellas a las que amé).



Al final hicimos el amor. Pero en el último círculo de la madrugada. Desfallecidos. Como si la vida -o la pena- se nos escurriese por los genitales.











LA INFIEL



         Si hubiera otra vida –eterna y desencarnada-, podríamos dedicarnos a pensar en toda la gente a la que no hemos dado importancia; los personajes que pasaron por nuestro escenario sin desencadenar el nudo de la acción. - Y  quizás aprenderíamos más de esos seres casuales que del recuerdo consciente de aquellos que hemos convertido en hitos señalados de nuestra biografía.



         - Por eso Tú, improbable lector, -el siempre-joven puesto que  puede que vivas más que yo-  antes piensa  en los petimetres del fondo de los cuadros que en los personajes destacados de la primera línea:



        -Veo todavía a la Infiel al lado de su novio:- La Infiel se reía mucho cada vez que levantaba los ojos para mirarme. -Y ahora es patético pensar que él -a quien yo conocía y apreciaba- bromease con la turbación de su chica,   que al final era el primer indicio de que le iba a terminar  poniendo los cüernos.



     Estaba convencido de que la Infiel nunca le abandonaría y, después de todo, no se equivocó: -Al final se casó con él.



     - (Como si para ser infiel -el estúpido asunto que satura todas las novelas, todas las películas, todas las canciones,  los artículos de todas las revistas, las  fantasías de todos los hombres y de todas las mujeres- hubiese que ser fiel al mismo tiempo: -  La Infiel es la que siempre vuelve con su novio, reposo de la guerrera).-  



     Yo y el Genio –el que tenía desde que nació una impronta misteriosa de la guerra civil-  nos encontramos con la pareja una noche de principios de verano. Nos esforzamos por pensar que el novio era el mejor de los muchachos, con su rostro atlético de cow-boy, sus modales toscos pero cordiales. Pertenecía a esa clase de personas que siempre están  invitando a todo el mundo a un banquete de cordero o de paella en su campo. Bruto y bueno, todo lo contrario que nosotros.



   Por eso nos caía bien. Por eso creímos que nos quedábamos con ellos.  No porque nos interesase la Infiel, como dos animales en celo que esperan que sucumba el macho viejo para abalanzarse sobre su hembra en un sórdido reparto sexual.



   Y el novio por su parte tampoco tuvo celos: Sin que fuese aún muy tarde - trabajaba muchas horas; nosotros no- se marchó tranquilamente a dormir no sin antes encomendarnos que cuidásemos bien a su chica.  Le apartaremos los moscones”, le prometí siniestramente.



Al principio nos imaginamos que podíamos acompañar a la bella semejantes a dos ángeles guardianes.



    - Pero ya en cuanto nos quedamos los tres solos, se produjo esa alegría que suspende un instante la respiración de los niños mientras aguardan el portazo de los padres que se marchan dejándoles por toda la noche la casa para ellos. - Todavía no había nada turbio ni siquiera en esa fruición. Porque ella era muy bella, y nosotros bien corteses.



    Y entonces era natural que buscásemos un hermoso local de verano, el Vértigo, con plantas suspendidas sobre sus tirabuzones negros, poca gente, las luces de la pista acariciando a rachas el jardín, el aire con olor a adelfos acariciándonos los brazos. 



    Y era natural y nada turbio que nos entregásemos a un torneo verbal los dos machos supervivientes de la noche (el Genio y yo),   aunque ni siquiera me di cuenta de que estaba rivalizando y quizás por eso -por distracción – vencí.  



     -(Como si la mejor manera de ser atrayente consistiese en no intentar nada, no tener codicia, ser tan solo uno mismo; como si el que recibe esa aureola tan rara -ser deseado por una mujer muy deseada- no fuera el que más se esfuerza.)- 



-   (Y sin embargo el que los ojos de una mujer nos conviertan en ese ser afortunado y grácil, el que nuestras palabras se vean bañadas por el fresco tintineo de una risa femenina, recuperar la inocencia y la belleza, notar en la piel y hasta en los movimientos más nimios esa dulzura y  facilidad nuevas de Eros, nos importa mucho a casi todos).-



- ( De modo que es muy raro aquél que no haya aspirado en su vida a ser un don Juan por más que las circunstancias de la vida, el premio ambiguo que se obtiene del matrimonio, la falta de confianza en las propias posibilidades, el estigma social que pesa sobre ese personaje, el temor a la soledad, a la mayoría le disuada de imitarle.)-



-   (Y aunque en su juventud muchos mozos lo intenten, pocos son los que perseveran.  Firman su sentencia de muerte en la vicaría, renuncian bajo juramento a toda libertad personal poniendo a Dios por testigo en algún momento, y a partir de entonces recuerdan con nostalgia aquel afán y se refieren a él como a un veneno embriagante del que ellos ya se libraron. -Sin embargo eso no les impide sonreír con simpatía al  inexperto que con entusiasmo acaba de sumarse a las émulos de Casanova.) -



      -Nada turbio, no,  ninguna doble intención  cuando ella propuso que fuéramos a correr juntos por la mañana, sí,  a hacer deporte . Cuando me lo decía, toda clase de arrastres eróticos se produjeron en torno a sus labios y a sus dientes hasta hacer su voz un poco ceceante. -La idea de estar con ella en pantalones cortos y en la soledad del campo, era inseparable del deseo de violarla. 



         Cada uno durmió en su casa. Nos despedimos con formalidades de trío y besos en las mejillas. Habíamos cumplido bien el encargo de su novio: la habíamos acompañado a tomar unas copas como dos caballeros.



         -Solo que por algún matiz de sus ojos, de su forma continuada de mirarme, me pareció indudable que yo le gustaba. Ella también me gustaba a mí sin la menor duda. Que tuviera novio no significaba nada: primero, porque aún no habíamos hecho nada y no estaba prohibido quedar con ella en pantalón corto para hacer deporte; segundo, porque si es su novio –aspirante oficial a pareja-, será un cerdo: un maltratador y un explotador, como el 99% de los tíos; tercero, porque el problema moral en todo caso lo tendrían ellos: yo estoy soltero: he perdido para siempre al amor de mi vida: me rechazó I. (la Verdad y la Belleza) y luego abandoné a mi novia.



           Tengo muchas razones para permitirme a mí mismo cornear a su novio. Y se me ocurren muchas más: -Corro a ver a la Infiel  nada más despertarme. Es como si mi alma volara naturamente hacia ella, empujado por alguna clase de viento.



         - Solo nos hemos separado para dormir cada  uno en su casa,  pero los sueños, -intensamente  eróticos- , de poco después de habernos despedido igual que los de poco antes de volver a vernos a la mañana siguiente,  son una continuación confusa de la única realidad: la ilusión de estar más cerca.



         - Cuando apareció vestida con shorts para nuestro domingo deportivo, me pareció que ella también había pasado la noche entregada a fantasías sexuales conmigo. Algo en nosotros delataba que no habíamos dejado de pensar en el otro ni un minuto, absortos soñadores entre el recuerdo vívido y la anticipación anhelante. -El deseo, a veces, hace que las almas parezcan haber estado juntas aunque los cuerpos hayan dormido en  lugares alejados.



         Estuvimos un rato simulando que hacíamos footing por el pequeño monte  que está a unos kilómetros de Ciudad Maldita, único lugar de interés paisajístico en los alrededores, especie de atalaya en la llanura. Allí había también un hospital psiquiátrico infantil dominando la altura con su enorme edificio. Como si todo en Ciudad Maldita estuviera maldito y hasta la belleza de aquella colina de pinares y romero en flor y hasta orquídeas quedase manchada por la figura amenazante del centro de internamiento.



         Pero todo era hermoso y primaveral aquella mañana de domingo en los senderos del bosque junto a ella. Correr no me fatigaba porque estaba acostumbrado. No tenía compromiso con nadie. Ni obligaciones familiares ni laborales. Ni deudas. Ni pecados de los que arrepentirme. Estaba de vacaciones por mucho tiempo. Disfrutaría de mi sueldo para toda la vida como Funcionario Modelador de Membrillo –(en este tipo de cosas yo no era tan bohemio ni tan hippy) -, una salud perfecta y todo el tiempo del mundo. Y ninguna atadura.- Mi vida no era una agonía trágica sino una alegría continua.



         -Y sin embargo no era feliz aunque a todo el mundo le pareciera lo contrario. - Llevo en el fondo de mi corazón la herida del amor, la de la muerte, la de la vida.-



         También me sentía joven y bello a mis 28: Pasaba casi todo el tiempo haciendo las cosas que me gustaban: estar solo en los riscos, bañarme en los ríos, mirar la Luna, ligar,  masturbarme y leer poesía. –No tenía tampoco mayores necesidades y no me sentía avergonzado de estar contento. –Sí, ya sabía que la inmensa mayoría de la humanidad estaba amargada, que eran unos desdichados. Una pena. Pero ¿les ayudaba en algo si yo dejaba de ser uno de los happy few?  -No, en absoluto; había pensado en este asunto con detenimiento –como paso mucho tiempo solo, puedo meditar hasta no tener nada que meditar- y la conclusión era obvia: No se consigue nada compartiendo la desdicha.



         - Sí, les podía compadecer durante un rato pero luego me cansaba y me iba por ahí a darme mis gustos; como cuando después de las manis, me marchaba de cacería por los bares del centro. –En el fondo, los motivos de descontento o desdicha de la gente me parecían, casi todos, una verdadera estupidez. - Pero me hacía el comprensivo: Ablandarles el corazón puede a menudo servir para amasarles las tetas.

        

                   Ella era de los satisfechos y por eso me atraía: - La cansé en seguida:  Yo estaba acostumbrado a correr y a nadar casi a diario, y tenía fondo para dar y regalar.- La Infiel, congestionada, doblada y con las manos sobre las rodillas, respiraba con dificultad mientras yo no había sudado ni gota. –Por un momento pensé que tal vez  me había llevado al campo para examinar mi estado físico. No sé qué es lo que nos pasaba que casi todo tomaba un cariz sexual: De repente me pareció que me había obligado a ponerme de camiseta y pantalón corto, para poderme mirar mejor; y que me había hecho correr para ver cómo rendiría en el ejercicio sexual.



         Si así era, yo había pasado la prueba con nota de excelente y sin despeinarme. – (En general esto me sucede a menudo. Por eso no soy nada competitivo y confío en Dios solamente). –Ella me miraba, enrojecida y exhausta y yo la contemplaba con cierta superioridad enternecida: enrollarse con ella solo parecía cuestión de tiempo, ya ni me acuerdo de cuándo pasó a la categoría de presa segura, yo creo que desde el primer instante que nos vimos. No había sentido un deseo así en mi vida.



         La Infiel tenía buenas intenciones de hacer jogging y todo eso, pero no era una deportista. Su cuerpo, del que yo no podía apartar la atención de mis cinco sentidos, así lo indicaba: Pero verla sudando, despeinada, advertir las imperfecciones de su anatomía (su delgado vientre algo abultado, sus dientes y sus labios superiores algo adelantados), no hacía que disminuyesen las ansias de estar más cerca; más bien aumentaban:  Todo en ella olía bien.



         Entonces sugirió que fuéramos a una piscina. –¿Ya me había visto en atuendo de corredor y ahora querría verme con atuendo de nadador?: ¡Qué mujer más cerebral, ni que estuviera comprando un caballo! - Planificaba un discreto strip-tease conmigo, cosa que me parecía muy bien. -Si luego me pide que también me arranque  el bañador, tampoco tendré ningún problema en complacerla. –Es bastante más joven que yo y no siento ningún pudor, más bien lo contrario.



Todas las avenidas de la vida llevan a la bendición de que pronto estará desnuda y en mis brazos. -No tengo ninguna prisa pues mi victoria es segura.



     Y la verdad es que no estamos haciendo nada malo. Solo estamos haciendo deporte. – (Ya hemos empezado a tocarnos pero solo en las brazos, en las manos, y en zonas duras, como hacen los amigos y hasta los amigos de los novios con sus novias: pequeños toques tolerados. - Pero cada vez que nos tocamos de esa manera natural, me recorren escalofríos y teleles de arriba abajo, me parece que su mano cuando se posa en mi antebrazo está a mil grados de temperatura; y siempre se queda un poco más de lo normal..., un instante que parece una eternidad).-



         Pero si todo era tan limpio no se veía bien por qué había de preocuparle que amigos de su novio nos vieran.  El caso es que por culpa de ellos tuvimos que cambiar de lugar de baño y aunque podía entrar dentro de lo normal que una muchacha con pareja fuese a nadar con otro, el miedo en su cara blanca, la necesidad de tranquilizarla, contaminaban la situación con otra substancia.



     -(Y suele ocurrir con la Infiel que es ella y no nosotros quien se enfrenta al problema moral .Y suele ocurrir que ella nos pide precisamente a nosotros –los que vamos a ejecutar las operaciones de nuestro hermano el Diablo- , que la aliviemos y la consolemos en su sacrificio. Y ante los relámpagos de su tempestad y las bofetadas de su culpa, todavía nos enamoraremos más, la admiraremos porque sufre. -Tal vez contemplemos entonces a su novio como a un amo-ogro, un patriarca atroz que sin merecérsela la está poseyendo y haciéndola desdichada.)-



-    (Y esa pretensión de que a nuestro lado la Infiel no necesitaría engañar a nadie. De que le engaña a él porque en el fondo no es verdaderamente suya. - Cuando en realidad la naturaleza de la Infiel consiste en engañar no a aquél que no da la talla y que como falso compromiso, error de perspectiva, terminará por pasar; sino, al contrario, al hombre a su medida, a aquél que más puede satisfacerla;  pues a la Infiel lo satisfactorio es lo que no la satisface. Pierde uno tras otro al hombre de su vida.)-   

    

- (Pero quizás sea absurdo pensar en las infieles como en una raza de mujeres fatales más extrañas que las otras, o más atormentadas; quizás son las circunstancias, el dinero, la facilidad, la curiosidad, incluso la audacia, lo que a algunas les empuja a esa forma de desconfiar en el amor. - ¿Todas son infieles?)-



- (Pero la mayoría prefiere creer que la infidelidad o es una evidencia de la insaciabilidad de ciertas mujeres o una prueba de que sus maridos no las sacian. Así la falacia tambaleante del matrimonio obtiene una confirmación: Hay putas.)



- (En un planeta donde las miradas o las palabras insinuantes -pero ¿insinuando qué? - produjeran el máximo placer sexual -por carecer los habitantes de genitales-, nadie traicionaría a nadie, no existiría la aventura suicida de Emma Bovary; pero los orgasmos serían más numerosos.)-



- (En ese planeta no existiría tampoco el ladrón de corazones.)



- (Ni la violación.)

         

       De modo que con un ánimo más canalla, deshechas casi por completo las máscaras formales , entramos en el paraíso con olor a cloro y a césped, la música en los altavoces invitando a una fantasía de veraneo erótico muy lejos de la Costa.



       Estuvimos hablando de cualquier cosa, tumbados en las toallas uno frente a otro, las cabezas muy cerca... Tanto, que al terminar una frase, ella, sin saber lo que hacía, unió en un gesto inercial sus labios a los míos. La Infiel me miraba siempre como si estuviera soñando. Aunque solo nos habíamos visto dos veces, perdía la cabeza por mi cara (aunque yo no soy guapo). A veces se quedaba embobada mirandome los labios o, perdida en mis ojos, le faltaba el aliento y  se le olvidaba lo que iba a decir.



         Como estábamos tan cerca, no había podido evitar besarme. Fue como si de pronto cayera en un estado de trance  y un aire empujara sus labios hacia los míos. Ese fue nuestro primer beso. En cuanto se separó, bajó la cabeza arrepentida y se disculpó. Yo la tranquilicé por haber cedido a ese impulso superior a sus fuerzas. - Su culpabilidad me parecía excitante, como deben serlo las semi-negativas de una monja seducida en su celda de convento, su debate interior:-   Pobrecilla: Tenía novio y estaba empezando a enamorarse de mí. Se estaba metiendo en problemas (yo no tenía ninguno).



-  (Los besos que se escapan de la boca de las mujeres que no querían besarnos. Los ojos entornados, como de humo en el instante en que se van a dejar llevar. Leves como el pañuelo que vacila un momento prendido a un zarzal , entretenido en una roca antes de que el torrente  lo arrastre de nuevo.)-



         El beso terminó por deshacer del todo nuestra mascarada de amigos que van a respetar al novio. Deseo iba más deprisa que nosotros y nos dejaba con un palmo de narices: Era el primer día que salíamos y ya casi parecía urgente e inevitable que nos aislásemos en algún sitio cerrado para fundirnos.- El sentimiento de culpa de la Infiel o mi afición a prolongar la tensión, parecían cosa de chiste comparados con esa especie de fuego que se extendía en una franja de piel por debajo del ombligo, como cuando sentimos terror. –El ansia de devorarnos, de tocarnos, de penetrarnos era una materia casi tangible. 





      En los altavoces se anunció que debíamos abandonar las instalaciones: ¡Llevábamos 8 horas (desde la 1)  tête-à- tête, 8 horas tumbados en la hierba jugando al antiguo pasatiempo del cortejo y del ansia! - Y no queríamos separarnos. No nos separarían.



- (Pero al final nos separamos: Hace muchos años que no la veo; con frecuencia sueño con ella; y ahora que escribo esto, sueño con ella todo el tiempo; y sé que mi sueño la alcanzará: Eros es una vibración física.)- 



- (Y si por ventura fuese al final verdad aquello de que hemos de repetir durante toda una eternidad los mismos episodios en el mismo orden de sucesión como los están repitiendo eternamente Ulises o Jesucristo, sin duda desearíamos haber ingresado más a menudo en esa melosidad, la más melosa que conocemos, la que nos hace olvidarnos del Tiempo ).



-(Pero aunque perseguimos desesperados la acumulación   de los más bellos estados de alma, ni siquiera los poetas pintan sobre sus vidas una serie de romanticismo perfecto, ni siquiera los inductores del idilio: - En contra de la opinión del  filósofo, nadie querría el Eterno Retorno de lo Mismo, ni siquiera el superhombre.)-



        Y no había tampoco ninguna doble intención cuando esa misma noche –sin que el exceso que marcaban las horas de reloj transcurridas nos provocara otro efecto que asombrarnos - ella dijo que saliésemos de la ciudad para mirar las estrellas.



      Fuimos por segunda vez a donde ya habíamos estado por la mañana: al monte del hospital psiquiátrico infantil.- En cuanto detuve el coche, se abalanzó sobre mí y empezó a besarme mientras me desabotonaba la bragueta. No buscaba mi pene sino mis testículos: Aquello parecía formar parte de un examen de reconocimiento que había empezado con el footing y había seguido con la ropa de baño.



         No parecía descontenta con lo que tocaba, sino que en el frenesí del deseo, llegó a agarrame tan fuerte que me hizo daño. –Me permití el lujo de quejarme y de apartarla como si yo fuese una damisela  de la que están abusando. - En realidad no me había dolido tanto; era solo para martirizarla mostrándole lo muy  salida que estaba.



         Ella se sintió ofendida y volvió a bajar la cabeza como antes, culpable de ser arrastrada por la pasión. Murmuraba unas irónicas disculpas que parecían echarme en cara mi falta de aguante, como si yo fuese un blando y un quejica.



-     (No existiría mayor traición para don Juan que detallar las conductas íntimas de sus seducidas: - Es cierto que ahora tal vez ya no sean para él más que extrañas pero –del mismo modo que conservamos por pudor el secreto de  niños a los que hemos visto sin máscaras o no avergonzamos a nuestros compañeros de escuela con la remememoración de determinados episodios-  tampoco un verdadero amante de las mujeres pregonará cómo ésta o aquélla gritaba en el éxtasis o si le masajeaba el escroto como Justine. - Por el viejo código de la cortesía de los caballeros.- Por cierta clase de fidelidad a cosas que han dejado de ser actuales y que seguramente nadie nos exigiría.)-



    Y mientras las luces de los coches de la carretera demasiado cercana iluminaban a rachas nuestras contorsiones entre el volante y el asiento; hicimos el amor desastrosamente mal  a causa de la incomodidad de la postura. - Sin embargo, al penetrarla y llegar a conocerla hasta su último rincón, supe que nunca me había gustado tanto una mujer ni me gustaría ninguna como ella. Todos los olores de su cuerpo y el tacto de su piel parecían compatibles con cada una de mis células.- No se puede hacer nada contra el imperativo de la química: aun después de un mal polvo.



         No fue esta la última vez que fracasamos en el terreno supuestamente nuestro: Pues nos habíamos convertido ya en amantes y se supone que los amantes contravienen las normas porque follan muy bien.



    - Porque después de algunas citas, al final de las cuales sin remedio terminábamos en algún camino del bosque o cerca de una casa abandonada entre los eriales, en las cunetas de alguna vía perdida, en lagunas  o en los márgenes de un embalse –comprobando lo difícil que resulta no verse acechado por testigos importunos en cualquier sitio que no sea la propia casa y elaborando en consecuencia un fuerte apego por toda clase de obscuridades amparadoras y de lugares desiertos que en vez de posibilidades para el espanto se convertían en hermosos hogares sin gente, islas de impunidad, convirtiéndonos así nosotros mismos en seres un poco con la substancia de sombras, huidizos, asiduos visitantes de los extrarradios, las proximidades, los mesones recónditos a los que no pasa nadie.



-      Después de esos primeros encuentros se hizo norma entre nosotros desabrocharnos la escasa ropa de verano y fundirnos a horcajadas casi siempre envueltos por el olor a Luna y a siega.-



-  Como si esa fuese la única propiedad, la única seguridad que nos quedaba.- Trofeo que cada vez que nos despedíamos se deshacía pues ella –a la que no quiero llamar más la Infiel- prefirió desde el principio que nos separáramos sin la menor garantía de que algún día volviéramos a vernos.



         La llamaba al siguiente, después de haber soportado todo lo que pude el combate entre la ansiedad y la prudencia, y ella hallaba un rincón de tiempo donde podíamos juntarnos a escondidas. - Pero cada adiós era el último. Cada vez que ella aceptaba, un imprevisto golpe de suerte.- Y por eso hacíamos tanto el amor aunque ella se divirtiera diciéndome (o quizás era lo que sentía de verdad) que lo hacíamos muy mal. 



         -Y así se daba la paradoja en nuestra novela de jóvenes vencidos por una atracción más fuerte que los lazos del afecto, de que el ridículo, -nuestros cuerpos burlones, avasallando a nuestras intenciones y deseos, abriendo una fisura a la inquietud-  nos traicionasen como nunca debía ocurrir en las grandes pasiones clandestinas del cine o de la novela. 





LA INFIEL

Postfacia et epilogii



         Han pasado más de veinte años desde aquel verano: Ella al final volvió con su novio.- A la altura de septiembre volví a quedarme solo:



         -Todo empezó a cambiar hacia la Feria.  Como siempre:



         En cierto momento su novio –el cow-boy no manso sino tolerante- empezó a ponerse nervioso: -Una cosa es que quedáramos para hacer deporte o para bañarnos en la piscina pública, y otra que nos marchásemos todo el día de excursión a unas lejanas lagunas  desiertas. –Esto ya no le parecía bien; pasaba de castaño a obscuro.



         Lo entendí perfectamente cuando la Infiel, muy preocupada, como transmitiéndome una novedad muy grave, me lo dijo: Su novio se estaba mosqueando.



         Y era natural: Llevábamos más de dos meses haciendo el amor cada noche: en el coche, en las riberas y en los montes (nunca en camas ni en casas; jamás dormíamos juntos). Quedábamos lunes, martes, miércoles, jueves y viernes, todas las tardes desde bien temprano y hasta poco antes de amanecer. A él le dedicaba los fines de semana. –Porque él tenía siempre mucho trabajo y todo eso.



         Pero esto ya se pasaba de la raya: -Sonaba a ultimatum: Yo lo comprendía: Él se había imaginado que yo me comportaría como una especie de amigo platónico o de clown galante: que la entretendría mientras él se dedicaba a sus negocios de hombre; pero que volvería siempre con él, con el Hombre (como así fue); desde el principio su comportamiento daba a entender que no me consideraba rival sino solo un acompañante curioso que su novia había adoptado para el verano. –Tal vez un acompañante mayor.



         Pero esto ya sobrepasaba el límite, la verdad es que sí: Irnos juntos todo el día a aquella remota y desierta zona de baño en las lagunas donde era posible besarse, acariciarse y hacer el amor sin otros testigos que los juncales y anátidas.-Eso ya no.



         Yo compartía su pesar y su disgusto, el dolor lógico del novio. Comprendía que no le agradase la idea y aún habría sido peor si hubiese sabido lo que realmente hicimos durante aquella jornada de erotismo ininterrumpido en el campo.- No habíamos estado charlando de filosofía.



         Así que le di la razón en todo, consolé como pude a la Infiel de su complejo de culpa por su infidelidad, y en cuanto cayó la noche empecé a pensar dónde terminaríamos follando aquella noche.



- La noche en que ella decidió volver con su novio.- Nunca me dijiste que fueras a dejarle.- Yo insistía en que le fueses fiel, sí, que te quedases con él. Eso sí: sin dejar de acostarte conmigo. –Tú permanecías atrapada entre dos caminos angustiosos y... terminabas derramándote en un beso.



         Comprendía de todo corazón a su novio, ese chico rubio y atlético como un leñador norteamericano.-No me caía mal (aunque cuanto más deseaba a su pareja, menos simpatía iba sintiendo hacia él). Comprendía que los celos empezasen a agitarle: llevaba más de 60 días follándome a su prometida (por no contar el número de nuestros besos, esos en los que ella, tras entrecerrar los ojos, perdía la consciencia).



         Yo hubiese querido respetarle en vez de ponerle los cuernos.  Pero no había podido ser: palpitaciones naturales más hondas nos habían obligado a unirnos no de una sino de muchas formas a lo largo de aquellos dos meses de sesenta noches. –



         ¡Yo qué culpa tengo de que un solo roce de sus finos tirabuzones negros me enerve de los pies a la cabeza! ¿Qué puedo hacer si su voz ceceante, lenta y grave me agrada más que ningún otro sonido en el mundo? ¿Acaso he decidido yo estar pendiente de cualquier cosa que hagan sus labios grandes, semíticos? ¿Fue en absoluto un acto libre entregarlo todo con tal de otra vez poderla abrazar desnuda?



         Por encima de su escote de verano,  sus  altos y pequeños pechos dibujan dos blancos hemisferios como grandes naranjas, dos melones pequeños, albo seno; yo conozco ya perfectamente las diferencias entre su teta derecha y su izquierda; podría haberle dado lecciones a su novio oficial. – ¡Yo qué culpa tenía de conocer su olor y su sabor,  aunque no me abalanzara a besarlos en todo momento como deseaba?



         En el fondo le estábamos respetando.



          -Un día por fin se produjo el esperado y temido encuentro: Aparecióse el novio en medio de la calle por donde yo paseaba a las 5 de la tarde con la Infiel, sudando de deseo. –El novio me enfrentó: Parecía violento pero yo no sentí más que un miedo tolerable: Le saludé con formalidad y propuse que nos sentáramos a tomar algo los tres en una terraza.



         En cuanto lo hicimos, pude darme cuenta de que el cow-boy pacífico se había convertido en un ciudad-malditeño agresivo: Le parecía mal todo lo que yo dijese, me contrariaba por sistema, y no solo de palabra.  Yo miraba a la Infiel, náufraga en la vergüenza y en el sentimiento de culpa, más cabizbaja que nunca, arrepentida,  muy bella. – Vi que su novio no me iba a partir la cara, que solo trataría de desacreditarme sin éxito delante de la Infiel. Una gran tristeza se apoderó de mí...



– Entonces, decidí no competir y marcharme.





...



...



         - Tal vez fue el peor error de mi vida. De ahí esos puntos suspensivos, lacrimales.- Porque ella se fue con su novio en viaje de reconciliación a Levante. Yo la dejé marchar sin oponer una palabra; al revés, la animé a que se congraciase con su chico y a que le diera seguridades materiales.



- Pero cuando volvió, la Infiel ya no era la misma:



         - Lo primero que me contó fue que su novio había aumentado mucho de vello corporal últimamente. Y luego me preguntó si yo había notado algo. Le enseñé mis brazos desnudos: tenían el mismo vello de siempre.



-      Será que, como primero has estado intercambiando fluidos íntimos conmigo y ahora con él, -no sé si últimamente o desde antes porque yo no te pregunto qué haces con el otro ni te lo prohibo- , estará circulando entre nosotros tres alguna bacteria rara, no sé, un virus patógeno,  una mutación que a tu novio le pone peludo  (todavía no me has dicho por dónde le crece el pelo, pero es obvio que vienes de verle desnudo). Yo estoy perfectamente.



Todo era soportable, salvo la falta de amor: Todo es insoportable salvo el Amor.



Era el final del verano y la Infiel volvía a ser fiel tras el viaje con su novio a Levante. –Corría el mes de septiembre cuando hicimos nuestra última excursión:- Ella había regresado de reconciliarse con su novio y más o menos habíamos acordado no enrollarnos, dejar nuestra relación fatal, condenada desde el principio a ser un amor de verano.



         - Los amigos de la Infiel habían organizado una excursión para pasar un fin de semana en una casa de campo perdida en el Norte de la provincia; alejada varios kilómetros de una ínfima aldea de una comarca recóndita en la región menos poblada de Europa, como una fiesta abierta hasta el amanecer en el desierto de Arizona. De hecho, aquel pasiaje esquilmado se parecía al Oeste americano. - Yo no conocía las estadísticas de relaciones sexuales en aquella localidad de los montes y desiertos, pero sí sabía que mis probabilidades eran escasas tal como parecía pronosticar la nueva actitud de la Infiel, que ahora iba a volver a ser fiel.



         –Yo la había felicitado: Con novio me daba 10 veces más morbo; perdía mucho atractivo cuando parecía enamorada de mí... - (¿Alguna vez lo estuvo? ¿Cuando me decía, susurrante, que yo era el Diablo y todo estaba terminando entre nosotros? Pero eso fue el final; ahora estoy en el comienzo del desenlace; solo soy un personaje de novela.)-



-No, no: Todo era más sencillo si ella volvía con el cow-boy atareado y buena-gente y dejaba de verme a mí que perdí a Mujer Rubia y que, no hace tanto, también perdi a mi Novia para siempre y a Cristina y a todas las perderé siempre.- Igual que a ella.-



         Así es mucho más romántico: -¿Y no entra dentro de lo normal que dos amantes que han decidido a partir de ahora ser amigos –sin derecho a roce- se vayan de fin de semana con otros amigos a una casa perdida en el campo? - ¿Qué tenía de malo?



–Bueno, sí, era conveniente en cualquier caso que su novio no llegara a saberlo; no porque nosotros fuésemos a hacer nada –(habíamos decidido dejarlo; como quien deja de drogarse)- sino para no herirle. -Hablábamos casi todo el tiempo destas cosas, con voz temerosa por si alguien nos descubría, como si viviéramos bajo una dictadura o nos vigilase la Inquisición, pero en el fondo no era más que una continua y vertiginosa plática de amor, donde yo no dejaba de mirarle el seno derecho pensando en cuándo podré mordérselo.



-De alguna manera aquella aventura en el campo era la última con la Infiel: -Yo lo aceptaba: nunca te dije que quisiera estar eternamente contigo, nunca te lo dije.- Lo normal es que un rollo de verano acabe hacia primeros de septiembre e incluso a finales de agosto. – Yo esperaba que la Infiel me dejase con los primeros fríos. –Conozco esa sensación sana de ponerte una chaqueta con los primeros rigores de octubre y saber que has perdido a la chica del último verano; fue después de aquel viaje, sí, como siempre.- De alguna manera yo sabía que nuestro fin de semana en el campo era el último, y por tanto único.



         Aunque le había asegurado que estaba de acuerdo en lo de no enrollarnos más y favorecer su re-ingreso en la cárcel o jaula de la pareja, no pensé desde que me admitieron en el grupo sino en cosas sexuales y al mismo tiempo empezó a venirme una serie interminable de razones para intentar seducirla:



         - En primer lugar, siempre hay que dejar buen recuerdo, buena huella y yo tenía la impresión de que todavía no había llegado al máximo placer sexual con ella, que no le había echado aún el polvo de mi vida.



         - En segundo lugar, estaba también justificado porque  constituía un desafío: -Ahora que ella iba a ser sexualmente fiel veríamos hasta qué punto yo le importaba:- Esforzarme en contrariar sus propósitos de castidad me parecía lo más erótico del mundo. -Ya este solo argumento despejaba todas mis dudas y valía por millares de razones.



         Además, yo ahora  tampoco tenía por qué ya serle fiel a la Infiel (que ahora volvía a ser fiel): podía hartarme de mirar a las bellezas de su pandilla: No sé por qué coincide que las amigas y amigos de la Infiel son todos muy guapos. Parece que han hecho un casting. -Como en esas teleseries de CSI Los Ángeles donde la comisaría congrega, por casualidad a una serie de bombones mulatos y Miss Mundo-: Había la belleza rubia helénica de P., y la elegancia de Piti.



         Hacía un calor de canícula en el páramo donde decidimos aislarnos no sabíamos para qué. Todos íbamos con muy poca ropa encima, éramos jóvenes y teníamos la temperatura hormonal  por las nubes: A algunas les chorreaba por las orejas y por las puntas de sus ajustados bikinis de 1991. - No descartaba tener algún encuentro sexual con alguna amiga de la Infiel.



  Y no es verdad, dolor...: -¡¡Desde el principio soy yo el que no puedo despegar los cinco sentidos de su presencia, sorbo el aire de cada paso que da, respiro el hueco que su culo deja,  sopeso hasta la obsesión cada palabra que pronuncia, y solo quiero estar más y más cerca, y la deseo furiosamente sin tocarla, y haría cualquier cosa por llevármela a la cama ...!!



         -(Entiéndase: la cama es cualquier lugar apartado e íntimo). -Pero no puedo tocarla aún y aún espero: - Y la noche con la Luna va pasando interminable, enloquecida y jocosa.- Entre bailes de boleros de los Panchos y tangos de Malevaje: -Mi sintonía musical con la Infiel y su pandilla es perfecta.- Pero aunque estemos gozando de una música que nos gusta a todos, no soy feliz:



         ¡¡¡De pronto, en medio de la madrugada he empezado a desfallecer, he empezado a pensar que la Infiel iba a hacerme a mí lo que  le hizo  a su novio: engañarle: pero además delante de mis narices!!!:- ¿¿Y si ella fuese una desas mujeres insaciables, extremadamente adúlteras, una libertina de libro, una promiscua con novio seguro y a la caza de pichones, y si  ahora, después de haberme probado a mí durante dos meses, empieza a coquetear por ejemplo con su amigo Piti y también quiere saber a qué sabe,  y a lo mejor le gusta...?? -¿¿¿Qué???- -



         Les veía bailando Lo Dudo o Alma, Corazón y Vida y no podía negar que sentía envidia y dolor al ver su sincronía. -Noté una pequeña presión doble en la corona de la cabeza como si me estuvieran saliendo cuernecillos:- Se llamaban celos y como son lo contrario del Amor, decidí marcharme cuanto antes para no sentirlos.



         -Así se lo dije a ella en un aparte, - pero ella se rio de mí: -No, yo no me iba.- Me convenció al instante: No sé si fue su manera de pronunciar esas palabras, o tal vez su mirada de párpados entrecerrados como si siempre estuviese semi-fumada; o, tal vez,  que al final pusiera sus dos brazos sobre mi antebrazo en un breve contacto que para mí era un compromiso no-verbal: dormiría conmigo. Sus manos en mi antebrazo dicen: “Te deseo, voy a acostarme contigo”.- Esto me tranquilizó. -Era imposible que no hubiera sexo entre nosotros; y una putada para su novio.



         Estaba volviéndome a ocurrir: Me parecía genial cualquier cosa que hiciera la Infiel: Caramba, yo le sacaba  8 años a mis 28, pero ella me había ganado en el difícil juego de los cuernos:



-      ¿Me iba a poner los cuernos con Piti alli mismo?- Me tranquilizó riéndose de nuevo en mi cara: Parecía menos de fiar que nunca: ¿Cómo podría reírse tanto? - Yo sufría. Esperaba y sufría: aquella noche no se terminaba nunca, era como una larga e insoportable caminata que terminará en un oasis.



-Primero se disfrazaron de figuras clásicas con túnicas blancas y laureles en el pelo, y en momentos de embriaguez se asemejaban a Apolo y a Eros bajo la luz de la Luna del secarral.



         -Por debajo de las túnicas blancas a veces se transparentaba la ropa de baño, exiguos biquinis y bañadores y zonas de carne desnuda muy amplias; estar en el campo era como estar en una piscina.- No solo eran bellos de cara los amigos de la Infiel sino de cuerpos perfectos a sus veinte años.- Aún les recuerdo en aquella noche de las noches componiendo figuras  lánguidas, con túnicas blancas, poses griegas,  sábanas sobre la piel,  laureles en las cabezas, bajo la luz de la Luna, de pie sobre los pedestales.



         - Luego bajamos al pueblo no sabíamos para qué. Todos estábamos ya muy borrachos. Latía en el aire la posibilidad de tener una pelea con los lugareños:  Era una aldeúcha de los confines, unas casas miserables desperdigadas sobre la arcillosa tierra roja (sin robles ¿por qué Robledo?), cerca del río. De una comarca perdida en la llanura que no lleva a ninguna parte: Los lugareños nos observaron sin disimulo: Parecíamos una caterva de chiflados: La mitad de nuestras chicas –incluida la Infiel- se habían disfrazado de putis y varios de los chicos –Piti por ejemplo- se habían travestido; yo le di un toque gay a  mi disfraz de macarra con chupa de cuero,  pintándome un triángulo morado en el ojo izquierdo. Estábamos captando la atención de todo el mundo y a mí me daba exactamente igual.



- En el fondo no era tan malo esperar, no era tan malo ser el perdedor, si al final va caer en mis brazos cuando llegue la hora de dormir... ;- lo malo es que esperando se bebe muchísimo...



         - Cuando se produjo por  fin el anhelado momento de irse todo el mundo a acostar y repartirse las camas de la casa, yo estaba más que preparado –(pues no podía pensar en otra cosa más que en estar a solas con ella)-  rápidamente me hice con un cuarto, lo arrebaté  sin dar tiempo siquiera a establecer las condiciones del sorteo (digamos que gané una cama para la Infiel y para mí haciéndome el listo.) – Se escuchó alguna lejana protesta: mi distribución perjudicaba a otra pareja de bellezones que parecían de pelicula: el guapo Faust y su novia (parecida a Sharon Stone);  pero en seguida cada uno se marchó a su sitio; pensé que ellos tenían más oportunidades de dormir juntos que nosotros, nosotros no teníamos más que esta noche, jamás habíamos compartido el sueño, jamás lo volveríamos a compartir... Asombrado vi cómo la Infiel se derrumbó en la cama. Por fin la tenía toda para mí en una habitación cerrada y no a la imtemperie o en el coche. Entonces...



...





...





         -No, finalmente , y en contra de cualquier prescripción terapéutica, no lo voy a narrar:



Aquel fue nuestro último cuerpo  a cuerpo y nuestra única noche. La noche de las noches. La noche que siempre recuerdo.   





LA ULTIMA NOCHE

















FANTASMAS



Por pensar en mis fantasmas no estoy pensando en mis vivos.

Foto del 91: baranda de El Sardinero. Veníamos

De una comuna en el Pas:  violentos antimilitaristas

(Una de ellas se alegró de que los americanos en Kuwait hubieran matado

Con fuego cruzado a los mismos americanos. Yo no.)-

 Tú,  redonda, dentro de tu plumífero blanco

Con tu sonrisa de duende, todavía con los kilos que ganaste en Nicaragua.



Por tenerle demasiado amor a los objetos sin alma

-: Ojos, cajas, besos, bufandas-,

Pierdo  seres animados:

Tú, mi amor de hoy, mi casa.







LA DUENDE



          Un año después del asunto con la Infiel yo vivía en otro lugar de cuyo nombre no quiero acordarme, con tres hombres  bastante extraños; todos trabajábamos como modeladores de carne de membrillo.  - Dos de ellos eran extraordinariamente silenciosos, el tercero muy parlanchín. -Con los mudos experimentaba cierta angustia: mis palabras siempre caían a un pozo de cortesía: De cortesía muda. – Con el parlanchín (Jesús Guillera) cierto agobio.        



        Sin embargo en el fondo nos llevábamos muy bien.  Paco el Mudo, Jesús el Locuaz,  Luis Villar el Silente y yo: - No discutíamos nunca porque apenas hablábamos.



     -Pronto comprendí que detrás de esa decisión de no conversar demasiado, de no confesarse ni siquiera con el compañero de piso, no había agresividad ni  recelo.



            -  Al principio tampoco con el parlanchín (Jesús) tuve problemas. Discutíamos sin parar y a todas horas sobre el infinito no enumerable de Cantor, el test de Türing, el teorema de Gödel, las partículas subatómicas, la mecánica cuántica, la paradoja del spin de Einstein, el experimento de Michelson y Morley, los espacios n-dimensionales, las supercuerdas, la física del Caos y los fractales, la inteligencia artificial, la posibilidad de crear ordenadores en materia orgánica,  los megabrains (al final él adquirió uno que casi le hunde en la locura), las geometrías no-euclídeas...  - Pero en el fondo siempre acerca de la perversidad o bondad de la lógica, la ciencia y la automatización.



         -En flagrante contradicción con sus opiniones positivistas y  su confianza en el  racionalismo, mi amigo hablador vivía enamorado sin demasiada buena fortuna de casi todas las muchachas bellas de la Fábrica de Membrillo que le sonrieran o cruzaran con él cuatro palabras. - A mi entender esto anulaba su ideología, pero era gracioso precisamente por aquellas gafas de culo de vaso y aquella voz de Pitagorín y aquel nombre que siempre despierta mi simpatía: Jesús.



         -Cuando llegamos a la primavera tuve que pedirle que me dejase estudiar en silencio. Quería aprobar mis oposiciones al cuerpo de Moldeadores de Membrillo –ya que por entonces solo era interino- y no pensaba distraerme más con las divagaciones continuas en Aritmética, Análisis y Geometría de mi amigo y compañero de piso.

 

           - Un día, en nuestro hogar de estudiantes/modeladores    muy callados, se produjo una gran novedad: -Cuando llegué a comer,   había un extraño ser en nuestro salón: Una mujer de un tipo que yo no había visto nunca.



          - Estaba sentada con los pies encima de una silla, fumando y charlando a sus anchas como si hubiese pasado toda su vida en nuestra casa, de hecho ella  conocía  esa casa y a algunos de sus habitantes  antes  que yo.



       La Duende –como la llamaré en lo que sigue- vivía en el mismo pueblo, algunas manzanas más allá,  en un piso grandísimo que parecía una posada por las enormes habitaciones vacías de muebles, con tendederos que atravesaban un teórico salón pero llenas a menudo de gente con sacos que roncaba... - Era rubia  y pequeña como la compañera de aventuras de Tom Sawyer o la novia de Rimbaud. Un aire como de granja,  barca, alameda y río. Voz nasal sensual pero tierna. Nariz de osita pizpireta. Ojos de pestañas extremadamente pícaras.  Desde el primer momento me pareció la mujer más atractiva del mundo.- Estaba por completo fuera de mis posibilidades de triunfo: Era evidente, el que le gustaba era Luis; yo nada más que una figura accidental.



Se iba ese verano de 1989 a trabajar a ultramar colaborando con una revolución que poco después fracasó (o tal vez fue paralizada a través de  elecciones democráticas).



           Me fascinó desde el primer momento...



          -(A los que viven atormentados por el enigma del Tiempo, también suele atormentarles el misterio no menos incomprensible del olvido –o lo que viene a ser lo mismo- de las iluminaciones inexplicables, súbitas de la memoria lejana .)



          -(Y así lo más sorprendente no es que yo recuerde todavía los ojos color café con leche de la Duende (tal como un inspirado funcionario de aduanas centroamericano los definió con expresión que hizo fortuna) ni  sus  frustrantes visitas).



         -(Ni la cena a final de curso para despedir a nuestra amiguita transatlántica: -Velada sentimental donde apenas me cupo ningún papel, puesto que de repente los callados habían roto su voto, charlaban por los codos acerca de los beneficios de la medicina no alopática, la adicción al rhinospray...- Paco el Mudo disertaba sin pausa: Generales rusos haciendo enjuagues de aspirina o de antibióticos en mezclas infinitesimales que sanaban a  todo un batallón. Luego   sacaba  otros temas esotéricos de conversación: –Secta del Arco Iris: El jefe de aquella organización diciéndole a una participante: Lo que te pasa a ti es que eres un poquito puta, la chica se callaba y lo admitía.- Paco el Mudo, especie de impersonal don Sandalio el rersto del curso, seguía contando más y más cosas que le habían ocurrido con los del Arco Iris; algunas de las más curiosas nos pidió que no las divulgáramos...)



       -(Ni me parece raro acordarme de  aquella carta que la Duende me envió ya desde América; sobrecargada de tal  calamitosa cantidad de datos políticos y económicos,  que obligaba a enderezarse en la silla y a ponerse serio, como se hace ante el horror de un reportaje de guerra o de un informe macabro. - Nada de la esperable sentimentalidad epistolar, nada de guiños a distancia.  - Y sin embargo, al final, se despedía -cediendo a las efusividad del Caribe más que a la precisión europea-  con un “te quiero”. )



       -(Ni el modo en que estuve echándola de menos a lo largo de la primavera y del principio del verano del 90, la mezcla de melancolía y esperanza con la que preguntaba a sus amigas si sabían cuándo regresaba;  como si hablásemos de un cometa o del otoño, de algún fenómeno natural muy amado pero imprevisible).



          -(Lo que de verdad me asombra, el producto más extraño de esa espontaneidad a la que damos el nombre de Memoria, no tiene que ver con ninguno de esos acontecimientos destacados, monumentos que las autoridades de nuestro mundo interior –cualesquiera que sean-  se preocupan por mantener en buen estado y señalizan con placas explicativas y fechas, anotaciones y diarios;  sino los otros pequeños, semiolvidados, insignificantes, casi estúpidos, ridículos detalles según el criterio de nuestro cerebro lógico, semejantes al rincón en penumbra que los turistas no miran:)



       - La  Duende saliendo a la terraza y yo mirando por detrás sus pantalones blancos, con deseo, con envidia, con afán de negar su belleza; los tirantes de su peto deslizándose una y otra vez de sus hombros para descubrir el hermoso bulto de un seno tras la camiseta gris;  su voz serena pero vibrante como un arroyo, saludándome por teléfono cuando por fin regresó un año después; su voz semidormida en la cama de una casa extraña contestando uno por uno a mis intentos de seducirla, como si , aun  vencida  por la fatiga del amanecer,  le sobrasen fuerzas  para derrotarme en el juego de estar acostados en el mismo lecho intercambiando entre susurros ella razones para no hacer el amor,  yo razones apasionadas para que lo hiciéramos ...



        - Pero no aburriré al improbable lector de este informe científico con una miscelánea de trivialidades eróticas emocionantes solamente para aquél que las vivió.

       

      - No.



       -( Bastará comprobar que nuestra Memoria (nuestra ideología  acerca del pasado) miente casi tanto como la Historia, la crónica).



         -(Y si algún motivo serio existiese para continuar este Catálogo de las Mujeres que me turbaron, de las Bellas a las que amé –aparte del de establecer alguna ley universal no descubierta sobre el mecanismo de los afectos humanos (objetivo tal vez desmesuradamente ambicioso; pero también el único que justifica la producción y el consumo de novelas )- no podría ser otro sino el de configurar desde este oscuro tabernáculo donde escribo un campo de fuerzas mágicas que me devuelva de algún modo a la Duende.)-



         -(Puesto que no ha muerto. -Puesto que podría esta misma noche - gracias a esas casualidades que fortalecen nuestra fe en el Destino- encontrármela por las calles de esta misma ciudad, Ciudad Maldita, hablar de nuevo con ella, reparar a mi manera toda la triste y turbulenta y bella y feliz historia de cuatro años que atravesamos después de la prehistoria y del idilio que he intentado narrar.)



 - (Puesto que las invocaciones y los conjuros, el poder de maldecir o de sanar, la capacidad profética o adivinatoria asociada desde antiguo a la poesía, tal vez sigan siendo eficientes en nuestro siglo.)



 - (Y tal vez solamente aquellos que se entregan a las nimiedades de la rememoración, los ociosos especuladores, los que permanecen perplejos ante el enigma de los enigmas,)



 -  (tal vez solo los que no reniegan de sus corazones enfermos, pueden lanzar al aire del mundo la substancia invisible y mágica de la que están hechas las oraciones escuchadas.)    



“... Percibes lo injusto que es el mundo y eso hay que cambiarlo. No es fácil, ya lo sé, pero es posible, sólo que hay que pelearlo, aquí, allá, en cualquier lugar. Pelea, hombre, pelea; por ti mismo (por lo que amas o por quien amas) y por los demás.”



             La Duende desde algún lugar de Centroamérica. 14 de septiembre de 1990


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