BEATRIKI
Hasta
que no un día sino poco a poco durante los cafés fuera de la Fábrica permitidos
por nuestro horario laboral, una compañera muy tímida, bastante joven empezó a
llegar tarde, a incumplir su horario en su puesto de trabajo, a sentirse culpable,
porque se entretenía hablando conmigo. - Una tarde quedamos en la plaza del
obelisco que homenajea a Torrijos y a los mártires liberales, para comprar
libros para nuestro Departamento.
Al
ser la Fábrica un ingenio para la fabricación de membrillos es necesario que
adquiramos materiales teóricos cada año para ejecutar bien nuestro trabajo. En
seguida vi que Beatriki –así se hacía llamar porque era muy cursi- era una
majareta de los libros. Una desas personas que por supuesto no follan bien y
que desde la infancia se han enviciado con un consumo excesivo de material
escrito. Esto no era lo peor sino su devoción por las películas de Greenaway
(que tuve que aguantar una por una disimulando mis ronquidos y mi antipatía).
Era un poco como los intelectuales españoles de Friburgo, una chalada de la
cultura. Leía hasta cosas que habría sido mejor que no leyera: El Cuaderno
Amarillo o Los Cuadernos Amarillos de Salvador Pániker. Tenía una estantería
enorme con todos los libros de poesía del mundo. ¡Sabía griego! (Yo solo quería
que me leyera a los poetas griegos). Su casa estaba llena de etiquetitas con
los nombres griegos de las cosas. Pórtes kai paráthira. - Llevaba años haciendo su psicoanálisis.
Todo esto demostraba que estaba loca.
No
habíamos pasado de un beso de saludo entre compañeros de trabajo que quedan a
comprar libros y llegan tarde porque toman café juntos. Aquella salida
comercial y profesional se convirtió en un infierno competitivo de obras y de
autores.
-Por supuesto gané yo; a las mujeres les ponen
los cultos, a pesar de la leyenda urbana o, más bien, manido tópico, de que les
atraen los brutos (normalmente el que defiende esta teoría anti-culturalista
achaca el éxito erótico a cuestiones brutales como “tener una polla ancha y
larga” (Houellebecq); pero yo me pregunto ¿cómo puede tener éxito erótico
un hombre por tener un buen pene si las presuntas atraídas no han visto todavía
sus genitales?, ¿o es que se enamoran después de vérselo y el éxito consiste en
que haya cola para repetir?, ¿o tal vez les precede su fama, y las amigas se
comentan solidarias entre sí “Di Meola tiene una verga como un martillo”,
y por eso el tío tiene éxito? O quizás le estudiaron desnudo en la playa y les
empezó a gustar su picha al sol. - Reconozco que esta última posibilidad es la
que a mí más me agradaría pues deja a las mujeres en buen lugar, mientras que
las restantes –no solo las mencionadas, sino la más triste: que olfatean,
como los hurones, la proximidad, aunque no la vean, de una hermosa polla-
las deja a la altura del betún).
No
habíamos quedado en nada. No había ninguna intención. Tal vez yo le gustaba un
poco; era natural: Encajaba en el primer esquema del psicoanálisis de Sigmund
Freud: Yo casi podría haber sido su padre, pero no lo era; y la atraía a la
pobre.
Yo no le había contado que salía con Lesbia,
que Lesbia era mi pareja. Beatriki y yo nos veíamos en el trabajo y en la calle
de vez en cuando. Yo casi no le prestaba
atención.
- Sin embargo, una noche ya casi de primavera
del 2001 nos encontramos por casualidad en la terraza del bar de Marcos, en la
esquina de Reboul, cerca de la Fábrica y de La Unión. Era la noche de un día
laborable. De repente me vi asaltado por un deseo enorme de festejar algo.
-Como si conmigo fuera el Amor.
-
Había llegado el 2000 y no había pasado nada. Todo el mundo contuvo el aliento.
Por no pasar, no pasó ni el temido Efecto 2000 que ni siquiera era un
apocalipsis en toda regla. Pero el fin del mundo de verdad empezó al año
siguiente, como si llegara con nueve meses de retraso: Entonces cayeron Las
Torres y eso ya tenía pinta de Harmagedón, un número de víctimas considerable
y, en fin, todas las garantías de una catástrofe planetaria en condiciones.
-Desde que se declaró la Tercera Guerra Mundial contra el terrorismo integrista
islámico, casi todo el mundo respiró más tranquilo. Eso era mejor que estar
esperando la apocatástasis de un día para otro sin saber por dónde empezaría el
incendio. Claro, la cosa estaba entre la India e Israel, eso sí lo habíamos
previsto.
-
Ahora me digo que los que iniciaron las hostilidades del siglo XXI eran gente
de campo como yo: Se cuenta que Bin Laden caminaba más de 20 kilómetros al día.
Tal vez vivió alguna parte de su vida en las urbes, pero mayormente fue un
soldado y un místico en campaña. Me resultaba curiosa la cantidad de fantasías
orientales que se desplegaban en la conflagración mundial del siglo más
tecnológico. El mulá Omar huía en una motocicleta con una mula y una maleta
cargada de dólares. Gente de a caballo, poetas árabes, gauchos barbados de
Jujuy con remotos orígenes sirios habían conseguido derribar dos feos edificios
de Nueva York. Stockhausen había declarado que era la mayor obra del arte del
siglo XX. - Él sabrá lo que quiso decir; para eso es alemán, el descendiente de
Wagner, Mahler y Schönberg. - Lo que estaba claro es que soñadores de campo
habían puesto una bomba a los racionalistas de la ciudad. Es decir, eran un
poco como yo, que había venido a la ciudad a ver si la convertía en campo, en
último término con el ánimo de destruirla, de devastarla, por vengarme, por
hacerles pagar todo lo que le habían hecho a mi campo.
-
Entonces los de Nueva York se asustaron. Luego se enfadaron y decidieron
invadir Afganistán –el campo- donde
moraba el cerebro de la operación de Las Torres. Era un tipo tranquilo que se
tomaba un té en una jaima, un jeque vestido con bellas ropas tradicionales, un
aristócrata rural. Parecía mentira que hubiese podido hacerles aquello a los
inteligentísimos tecnócratas de Wall Street y del MIT. Era un poco como el
chiste del cateto y del urbanita. –Se parecía a mí que pretendía vivir en la
gran pólis sin soltar mi bicicleta de campo, vivir bajo mi sombrero,
mirando a menudo el mar y con una brizna de hinojo siempre en la boca.
Pero al final no sería posible. La ciudad costera era inquietante.
-
El gran número de muertos durante la guerra civil, las invasiones, las
inundaciones, las galernas, la filoxera, las epidemias, las plagas, las
masacres y los incendios, daban una gravedad al pavimento de sus calles que no
suele tener la fina arena de las playas. Pero aquí hasta la playa estaba llena
de muertos, de residuos de metal y de escombrera: la cruz en San Andrés
recordaba el fusilamiento de Torrijos, las altas chimeneas, las usinas de la antigua
siderurgia. El suelo no era leve ni alegre. El campesino feliz terminaría por
convertirse en ciudadano avinagrado, de vuelta de todo. Al aldeano simplón pero
sano le sucedería un civilizado complejo, un ser obsesionado por la danza que
se alimenta de bombones y vino fino y pasa en estado de erección todo lo que
dure el baile.
-
Me identificaba con Bin Laden también porque él era creyente y atacaba a los
impíos. Sin haber visto más que filmaciones de algunos minutos, por su gracioso
semblante, me pareció evidente que era un místico o al menos que tenía alguna
clase de poder espiritual. Me caía bien, no lo podía evitar. También resultaba
obvio que el presidente de los norteamericanos carecía por completo de carisma.
Y
todas estas cosas iban a suceder pronto –en septiembre- aquel 2001, cuando
aquella noche me encontré con Beatriki y sus bohemios amigos: Rodrigo
Mújica Seré el guitarrista uruguayo e Ignacio el Clown, y otros. Todos
eran bellos y peculiares, 15 años más jóvenes que yo, pero maduros hasta cierto
punto como no lo era Mysia ni las aprendices de ninfómanas de Ciudad Maldita.
Me sentí a gusto en aquel grupo donde circulaban las guitarras, la bebida, los
dibujos y una conversación delirante pero inteligente. Al final, mientras
Marcos cerraba el Bar de Marcos de forma elegante (nunca agresiva), les invité
a todos a mi casa y cargados de botellas y de comida caminamos hacia La
Trinidad como celebrantes de un fin del mundo.
Desde el principio había llegado muy animado,
como si tuviera al Amor. Ya no recuerdo la razón.
De
manera espontánea me senté al lado de Beatriki, y empecé a mirarla
directamente a los ojos grises y muy dulces en aquel momento ¡Era uno de esos
momentos en que la noche parece dispararse, levanta las invisibles banderas de
sus promesas, reverbera la inminencia de que va a pasar algo insólito! De algún
modo aquello se parecía a aquella otra tarde del seminario de Kierkegaard en
1982 con Yosune y Marcos y terminando todos en mi casa. -Recuerdo que Rodrigo
bajó a llamar a su novia, la Muy Bella, para decirle que se quedaba a dormir
fuera. Sentí mucha admiración por aquel veinteañero uruguayo: ¡Yo ni le contaba
a Lesbia –mi pareja- lo que hacía entre semana! Ni ella me preguntaba.
Luego era muy tarde, la gente andaba tumbándose
por aquí y por allá, algunos se marcharon. Alguien, tal vez Rodrigo, preguntó
cómo íbamos a distribuirnos para dormir. Yo, tomado por la inspiración, dije
que dos parejas dormirían en el salón y Beatriki y yo en mi dormitorio. “Si
a ti te parece bien”, añadí menos categórico mirándola a ella y como
pidiéndole permiso. Pero había sido mera palabrería o formalismo: daba por
hecho que estaba loca por acostarse conmigo.
En la cama, largo asedio.
Sí,
ella tiene 25 ó 26 años, no deja de ser una jovencita con la mente carcomida
por el cine de Greenaway, las confesiones de Salvador Pániker, la filosofía de
Jacques Lacan, la poesía de Kavafis (que nunca me entusiasmó) y sobre todo las
teorías sobre El Amor y Occidente de Denis de Rougemont que le
suministra su amigo platónico (mi único rival en relación a Beatriki).
Hay señales que no engañan lo mismo en la hembra humana que en la garrapata en
celo o en la horrenda elefanta marina mugiente de necesidad. La Lectora ya me
entiende: -Desde que me senté a su lado me ha estado sonriendo con una dulzura
excesiva cuyo significado no desconozco. La sincronía es tan estrecha que no he
podido evitar acariciarle una rodilla y el muslo levantando su gran falda hippie.
Tendrá 20 años, pero sus muslos no son los de Lesbia... Debe estar un poco
borracha porque ahora no parece la novata despistada a la que se le va el santo
al cielo por charlar conmigo tomando café en la Pausa. Siento ahora un interés
punzante por sus ojos verde-grises, un deseo que se confunde con las ganas de
hacerle daño.
Por
la mañana parece seria, hasta preocupada, muy formal, devota de su trabajo.
Ahora no: Sus ojos grises tienen como una difuminación juerguista y su sonrisa
es invariablemente dulce. Se está espabilando según se va emborrachando y parece
que, igual que le toco las piernas, podría tocarle el resto del cuerpo sin
mayor resistencia. Caramba con la novata.
Por
eso se apoderó de mí Eros –la inspiración- hablando antes de que nadie hablara,
diciendo que quería dormir con Beatriki si
ella quisiera. Ella no parecía haber deseado otra cosa en su vida más que
encerrarse a solas en un dormitorio conmigo. Me encaminé detrás de la joven a
mi cama: No iba encogido sino lleno de curiosidad:
Imagino
que el divino lector se estará frotando las manos ante la inminencia de una
escena de sexo explícito. En esta especie de cuento yo sería la porn-star
a la que se ve en distintas películas y posiciones follando con distintas
actrices que van cambiando. En un solo film tiene más contactos con genitales
de diversas mujeres que la mayoría de su público en toda su vida; él carga con
la minoría estadística por ellos y levanta la media nacional. - Nada más lejos
de mi intención. Ya he observado que hay desempleados con pequeños ingresos
(gracias al menudeo de substancias ilegales), que follan en ocasiones mucho más
que yo. Algunos, por ejemplo, con las prostitutas de la Montera: cinco o seis
eyaculaciones en una sola mañana. U once a lo largo de una jornada sin sueño.
Hasta llegar a un extremo de lasitud que ya no es más que una especie de
obcecación mental. - Yo no busco eso.
Busco
los almíbares de Venus. En parte emanados de la carne de la Afrodita Pandemia,
Venus del Pueblo, con sus pechos pequeños pero sensibles y bien formados. De su
cintura griega, sobre todo de su pelo castaño y abisalmente sedoso. De lo que
todavía recuerdo... En la obscuridad de mi cuarto, sus ojos
verde-grises, muy bellos, provocadores, hipnóticos ya no podían verse pero sí
podía oír su voz, semejante siempre a un susurro, a un siseo, su voz susurrándome secretos, diciéndome cosas
imprevistas e inquietantes como que yo le había gustado desde que me vio y que
le producía una atracción animal asombrosa. Me contaba todo esto como si
hablara de una tercera persona, no de mí y a mí me recordaba, 18 años atrás,
cuando Cristina la Punky- (no Pied Rola)- me contó que era ninfómana.
-
Pero ahora ya no es como entonces, ya no es la primera vez. Me ha pasado en más
ocasiones que una jovencita casi llorando me declare su amor en las íntimas
tinieblas de un dormitorio. Yo soy un tipo muy sensible: A mí no me pesa el amor, no lo vivo como si me
echaran un ancla. - Al revés, me parece muy bonito y muy conmovedor que yo le
guste tanto; la pobre se ha “enamorado” ya un poco de mí y eso es como un grano
en el culo que cada día va a molestarle más. Yo no estoy enamorado en absoluto.
No la quiero; quiero a otra. Parece la letra de la copla, pero a veces,
amiguita, las cosas son muy muy simples y no como eso que dice Lacan de que el
genital masculino es la raíz cuadrada de menos uno.
Yo
no me siento ni pizca de culpable por no quererla: Total, la conozco de hace
dos días: solo desde hace unos meses y
como compañera de trabajo un-poco-amiga, nada más. - Y además tengo a una mujer
de verdad, mi pareja, blanca Lesbia; el resto son distracciones, vagabondages.
Ahora
se está acostando conmigo y me dice que le he gustado siempre. Caramba. Esto
suena a música en mis oídos. Vivo absorto. (O no vivo; me arrastro pensando
todo el tiempo en mi amor perdido...) pero la voz de Beatriki consigue rescatarme, me devuelve a este mundo y a
este momento. Me emociona todo lo que dice y la escucho hablar mientras
acaricio durante largas horas su pelo. Me encantaría hacerle el amor, o por ser
más exacto: penetrarla en esta misma posición de espaldas que ocupa o en
cualquier otra que ella escoja; no tengo ninguna prisa. He observado que le
gusta que la llame Cereza en inglés; pero yo, siempre que la llamo así, pienso
en su culo. - Es hermoso escuchar su voz que es un susurro y estremece, e ir
conociendo su espalda y su olor poco a poco.
Supongo
que la joven Beatriki busca en mí a un padre perverso. O a un hippie viejo
y sabio. Pero da igual lo que ella busque: voy a decepcionarla de cualquier
manera. Decepciono a todas por sistema. La hazaña de Giacomo Casanova fue, en
mi opinión, conservar la amistad de tantas de sus amigas. Yo no. No llevo
ninguna lista numerada de mujeres tumbadas. Mujeres decepcionadas puede que
haya en mi catálogo decenas. Otras tantas, en una encuesta informal se
mostrarían francamente a favor: Tal vez por simple desconocimiento,
porque duró demasiado poco. ¿Qué culpa tengo yo de gustarles a manadas, a
avalanchas, a riadas de mujeres? Pero Beatriki era todavía demasiado
pura e inocente. –Por eso acaso quisiera –o su alma quisiera- un poco de
contaminación, cosas que no pasaban de ser gamberradas de destroyer
adolescente algo mística, como beberse una botella de vino ella sola en su casa
viendo El Vientre del Arquitecto. -Hace falta ser idiota.
No,
el Alma, quería algo más. Desde el principio me habló de los filósofos malditos
y de la atracción del abismo y de lo bello y lo siniestro y de todo eso
(algunas eran plantillas de modelado en la Fábrica). Yo poniéndome muy snob
repuse que eso era una moda obsoleta de los 90, que había que apartarse de
tanta negatividad, de tanta negación. Yo era el viejo hippie nueva era.
No pensé que nunca fuera a rozar siquiera sus labios, sus finos labios. –Pero
ahora estaba en mi cama con ella.
Y
en la voz muy hermosa de mi pequeña compañera de trabajo había algo que yo ya
había perdido. No recuerdo cuándo fue. Un tono de fe.
Después
de aquella noche empezamos a vernos con mayor frecuencia. Ya estaba
acostumbrado a las mujeres intelectuales: La Verdad y la Belleza me había obligado
a replantearme mis prejuicios sobre el comunismo cubano; mi novia (aunque
agreste) me hacía pensar en una infinidad infinitamente infinita de sistemas
infinitos de la substancia de Spinoza; Aricia me había aleccionado durante todo
un verano con la boîte en valise y el Étant Donné de Duchamp;
Carmen devoraba cinco libros de poesía rusa de vanguardia a la semana y casi
era imposible seguirla en su asimilación de los fondos de la Biblioteca de la
Universidad; Lesbia se sabía de memoria en latín las doce tragedias de
Séneca... Pero lo de Beatriki era peor. Solía asaltarme en la cama por
la mañana con varios mamotretos que necesitaba leerme. Gracias a Dios,
el Cuaderno Amarillo lo leímos rápido, era más bien pequeño, como el
pene de Pániker. Sí, ella podía leer en voz alta durante horas y horas. Me
instruía en cosas de las que yo no sabía nada como los Fragmentos de un
Discurso Amoroso de Roland Barthes. Su cama daba a un patio y al alba los
pájaros cantaban, no se oían motores. Podíamos pasar la mañana entera leyendo
en voz alta sentados encima de la cama. A menudo yo me distraía mirando sus
bellas rodillas redondas. Me gustaban mucho sus piernas, aunque Beatriki
no fuese una chica guapa.
-
No, no era tan simple: no solo era el viejo-hippy-de-la-nueva-era
sino el discípulo-maestro. Por un lado ella quería conocer los dolores abisales
–Beatriki no lo hubiera dicho así, no era tan cursi a pesar de todo-; en eso
era ella la alumna. Por otro lado, quería instilarme su filosofía y su idea de
una buena poesía; en eso era maestra. Saber de Calle a cambio de Saber de
Libros.
Pero
todos estos esfuerzos empezaron a cansarme. Yo pensaba que debíamos tener más
sexo y menos lectura, menos conversaciones intelectuales - como las que
sostenía en la tienda de campaña de Mazagón, la Verdad y la Belleza con el
círculo de sabihondillos de 17 años en torno a Muro. - Ella, por el contrario,
pensaba que necesitábamos leer mucho más, ver la filmografía completa de
Greenaway, que me parecía un pedante sin alma (pero me encantaba).
Y
cuando me separaba por fin de aquel cráneo atestado de letras, era para
hundirme en los brazos de Lesbia en cuya carne había menos resistencia, más
conocimiento. Tal vez porque había menos pasión intelectual.
Beatriki siempre me hacía sufrir lo suyo. Por eso lo
suyo se parecía al Amor: me llevaba hasta las últimas playas, -donde s´acaban,
allí donde los nativos consagran círculos al Diablo-, y hablando despacio les ponía nombres
razonables, esclarecedores a mis cosas: mis dudas en un lado y mis sentimientos en otro, Lesbia aquí, mi
madre allá, etc. Todo caía por su propio peso. Podría haberme parecido una
chiquilla medio chiflada por la filosofía francesa y los poetas húngaros, pero
ahora su sabiduría me dominaba por completo: porque parecía conocerme del todo
y saberlo absolutamente todo de mí. Yo fingía ser honesto con ella y
correspondía a sus palabras profundas, pero siempre pensando en que pronto me
iría. -Una noche la hice llorar. -Está escrito que Alá cuenta las lágrimas de
las mujeres. -Yo no puedo soportarlo. -Ni contarlo.
LA MUERTE. LA INDIA
Parecía
que el apocalipsis no iba en serio. Hacía mil años que no había habido otro
mil. Pero hubiera sido absurdo esperar que a partir del 1 de enero de 2000, a
las 12 y un minuto, retransmitidos en directo, fueran a producirse los
fenómenos anunciados. Además, se decía que el siglo XXI empezaba en realidad en
el 2001. A partir del 2001 empezaron a pasar cosas que lo cambiaron todo.
Llegaba el apocalipsis, pero con la imprecisión y la impuntualidad de los
sucesos naturales. Aquella primavera, en el puente del 1 de mayo, murieron CB y
su hijo. El 20 de junio murió mi padre. Algo después murió por sobredosis en el
hospital un amigo del Borracho, del Filósofo. El 8 de enero de 2002 se suicidó
el mismo Filósofo. Personas del siglo XX se marchaban para dejar paso a los
protagonistas de un mundo más loco, más inhumano. -A menudo he pensado que eran
unos elegantes por haberse marchado antes de cruzar el umbral del XXI.
La
muerte se enseñoreó de todas las cosas.
Yo me cargué de muerte. Era como si en los recodos que hace mi aura,
ahora hubiera más sombra. Me sentía profundo, sin ganas de hablar, concentrado,
como el búho, en una meditación de las ruinas.
En
este estado de ánimo huí con Lesbia a las necrópolis de la India poco después
de la muerte de mi padre (20/VI, hacia la una de la tarde). Recordé que en la
India sabían mucho acerca de Mara, la Muerte. A ellos no les preocupaba morir
–pues el alma es eterna- sino no sufrir. Por un momento había experimentado
muchos años atrás en India la convicción de que el alma no ha nacido ni
desaparece nunca. Quería volver a sentirlo como si por pisar tierra sagrada mi
ánimo fuera a iluminarse.
Sin
embargo, nuestro viaje fue trivial. Hicimos cosas normales como pensar en Krishnamurti
en Bombay mientras observábamos a los cuervos que sobrevuelan las torres de la
muerte de los pharsis descendientes de Zarathustra. Lesbia
parecía empeñada en demostrarme que podía sobrevivir a la India y hasta al
Congo si yo se lo proponía. Por si me quedaba alguna duda de su entereza en
comparación con la debilidad de Aricia, su antecesora. Aricia era una bohemia que había encontrado
la horma de su zapato en el hotel-chabola de Jaisalmer; estaba claro que
prefería el canibalismo social de consumo; Lesbia en cambio era una pija sexy
de ciudad grande pero con tendencias aventureras, capaz de atravesar la tierra
de Ramakrishna tumbada como una majaraní en un lujoso colchón del camarote con
lunas tintadas de un autobús. A veces las multitudes de la India casi pegaban
la cara contra nuestro ventanal, pero ellos
no podían vernos a nosotros que viajábamos en clase de luxe, con
lunas negras, aire acondicionado y cama king size y les observábamos
medio desnudos desde nuestra suite. No era la primera vez que veía a los
leprosos y a los niños-tarántula de la India, dentaduras arrasadas con
principio de cáncer de boca, caras
embrutecidas por la miseria y mafiosos
que se llevan muy pero que muy bien con los extranjeros. Los extranjeros, los
occidentales: esos pobres idiotas sin sabiduría espiritual. Poco a poco te
acostumbrabas a contemplar a los pobres desde la habitación de lujo; no había
culpa sino karma. Con Aricia había habido más llanto, más culpa...
Todo
era normal, como siempre con Lesbia. Nada conseguía impresionarme o divertirme:
Ni Bombay ni Goa. Tan solo el ashram de Osho en Poona donde la
mayoría de los devotos vestidos con túnicas maroon parecían felices
sexualmente tal como había predicado aquel sarcástico gurú del sexo.
No
así nuestro anfitrión en los alrededores del Buddha Hall. Mirando
fijamente los grandes pechos de Lesbia –que llamaban la atención lo mismo en
Roma que en las antípodas, eran de una belleza trans-nacional, despertaban los
instintos universales del macho humano- nos ofreció alojarnos en su casa
mientras nosotros dudábamos en la entrada de aquel monasterio que casi parece
una ciudad de vacaciones llena de plantas tropicales y mármol blanco, un
paraíso donde aún queda algo del aroma de Rajneesh. El alma bella de Osho.
El
desconocido, con túnica maroon como todos, barba y pelo blancos bien
cortados, -por su edad podría ser un swami, es sin duda un bráhmana- nos
lleva al banco donde sacamos una cantidad de billetes de 10 rupias, un fajo
perfecto que parece un ladrillo y que
puedes llevar en la mano por Poona sin temor al robo. Porque estás en la India,
cerca de Osho, has llegado a Koreagoon Park, cerca del Buddha Hall
y del espíritu de Osho, y nada es igual.
Y más tarde a la espaciosa casa azul del swami, donde nos
hospedaremos: A mí me cita en su cuarto de noche para instruirme. A ver si para
entonces ya ha relajado los ojos, que tiene casi siempre enterrados en el largo
escote de Lesbia, creo que no ha visto ni verá un par de tetas como las de mi
novia en su vida.
Comprendo
muy bien cuándo un sacerdote me ordena que me presente para discutir mis
creencias y el sentido de mi vida. Si fuese la primera vez, quizás temblaría o
no sabría encarar la situación: Ahora ya no: No me impresiona este simpático
vejete de pelo gris que le mira a Lesbia las tetas como si no hubiera visto un
par de pechos tan hermoso nunca y aún estuviera asimilándolo (lo cual será
verdad pero no voy a preguntárselo; no se empieza así una conversación con un
cura); es mucho más fácil de llevar que
el swami de Vrindaván, aquel mutante de ojos verdes, el que me sometió a
examen de conciencia nada más llegar y deslumbró a Aricia.
Yo
por hablar no tengo problemas. Además estoy aburrido de la vida, -gozándola
pero muy hastiado-, me esperan en el otro cuarto no solo los perfectos pezones
de Lesbia, que renuncio a describir, sino su cuerpo entero. Y sé que el único
enemigo verdadero cuando se encuentra uno ante directores de conciencia es la
propia conciencia.
Mi
maestro finalmente, cansado de hacer prospecciones en mal inglés sobre mi
escepticismo –que incluye la aceptación de cuestiones de hecho como la
existencia de Dios, de Krishna (Eros), de la
reencarnación y de Iluminados o Buddhas
como Osho- me empezó a urgir para que me comprometiese en el ashram de Poona
donde se estaba produciendo una revolución mundial, según él. Que me quedase
allí un año o tal vez el resto de mi vida.
Si
fuese la primera vez que vengo a Oriente quizás me asustaría creyendo que
intentan captarme para una secta. Si yo fuese un europeo de los pies a la
cabeza –un racional- es posible que me sintiese en peligro ante la vehemencia
de su proselitismo. Pero no es así. Comprendo que tiene razón: Poona es
un lugar magnífico, sobre todo en la zona de Koreagon Park, no me importaría
quedarme mucho más tiempo; y lo que están haciendo, seguir las provocativas
enseñanzas de Osho, es revolucionario.
Sé que no se trata de una secta en el sentido más temido por los europeos: un
grupo de chiflados místicos que terminan envenenando el agua o desventrando a
una embarazada bajo el efecto del LSD. A mí no me preocupa perder la cabeza
porque la perdí hace mucho y marcho por la vida sin problemas. No me preocupa
colaborar con una secta porque son peores los normales. Hasta el perímetro que
rodea al centro de Osho parece impregnado de su presencia y de su mensaje, ha
bendecido a todos por igual más allá de las paredes del ashram. Él
prefería los mercados al templo, como Saraha. Me parece que hay más libertad,
más igualdad y más fraternidad en Poona gracias al “místico
espiritualmente incorrecto” que en París gracias a los petimetres del Jeu de
Pâume.
Aunque
claro, puede que yo piense así porque estoy loco y me ronde Eros todo el tiempo, tal vez divago
fuera de la realidad. -No me da ningún miedo que este sacerdote sin voto de
castidad –más parecido a los veteranos del Florida en esas miradas voraces de
comerle las tetas a Lesbia- en vista de
mi falta de compromiso me asegure que voy a volverme loco si trato de andar en
dos direcciones a la vez: la de Krishnamurti y la de Osho, la de Osho y la de
Eros.
Tiene
razón: No me comprometo con nada, es como si no creyera en nada, sería mejor
convertirme de una vez por todas y quedarme aquí en Poona con él y con
Lesbia para siempre. La vida en Poona es muy barata y sería muy
agradable; hasta un desempleado con 400 euros de ayuda social podría vivir aquí
como un rajá. Y si te quedas sin dinero puedes participar en la comuna a cambio
de tu trabajo. Esto es la utopía.
Sí,
tiene razón y por mí me quedaría, pero Lesbia me espera en la otra cama, debajo
de un gigantesco retrato de Rajneesh sonriendo debajo de su gorro de lana,
siempre bello. Me pregunto qué clase de experiencia sexual voy a tener con mi
pareja bajo la efigie del rey de los tántrikas. No voy a hacer nada con lo que
él no hubiera estado de acuerdo. No. Yo que he vestido su irónica túnica roja maroon
del color de los budistas del Tíbet, soy su devoto ahora y siempre. Las locuras
y “errores” del Místico Espiritualmente
Incorrecto, el Wittgenstein de las religiones,
son también una escuela de vida...Pero prefiero marcharme. Prefiero
traicionar de algún modo a este señor de Poona. No, no es que me parezca
mal que se sienta atraído por las mamas de mi compañera. Al revés, su religión no se lo prohíbe y por
otra parte estoy acostumbrado a que la mayoría de los tíos se abismen y hasta
se pongan bizcos por el escote de Lesbia. No me importa, de verdad, no soy tan
egoísta como para no dejarles siquiera que
echen una miradita. A veces hasta me aparto para no estropearles la
vista. No es por eso. Sino porque es mejor seguir rodando, seguir rodando con
ella.
Ya
he explicado antes que si tu mujer está buena, entonces verás que hay hombres
que babean por ella. Sé que está de moda el relativismo y que los razonables
dirán que el atractivo erótico es cuestión de gustos, que nunca falta un roto
para un descosido y todo eso. Pero, para uso particular, en mi vida, sé que la
atracción que provoca Cupido sobre los corazones nobles no se puede comparar
con la que ejercía, por ejemplo, John Lennon sobre las groupies. O Elvis
sobre las teenns. Son cosas distintas. Del mismo modo, no es lo mismo
entrar en una fiesta del brazo de Nicole Kidman o de Penélope que de una
freganchina de la que estás enamorado tú solo.
Esto
de que tu mujer, tu pareja, tu novia, tu
amante o tu amiga estén muy buenas, fácilmente pone nerviosos a la mayoría de
los varones, que en materia de amor son unos cobardes, unos recién llegados,
unos aficionados. -Piensan los mediocres que si es tan atractiva, es imposible
que la conquisten ellos. (Por eso a
veces en la fiesta a la más guapa, a la Belleza, la habían dejado sola; por
cobardía, por falta de ambición de los
candidatos y tuve a veces que hacerme
cargo de la situación y cortejarla, besarla y hasta acostarme con ella solo por
devolver el equilibrio al mundo, para que la guapa no se quedara sola, por
hacerle un favor; y es triste).
Y
por otra parte, ¿qué clase de relación van a tener con una mujer que pone a los
hombres calientes, al borde de la eyaculación en cuanto la ven? -Es demasiado peligroso casarse con una mujer
demasiado bella, demasiado excitante. Es como si te casaras con la absenta o el
uranio 236...
Así que se casan con la fea, se casan con la
amiga, se casan con el segundo plato y no con la belleza porque piensan que les
será más fiel y que no tendrán que entrar en
torneos de cüernos y de cornucopias ni encornamientos, como Ulises al
regresar a Ítaca. -Porque no se ven con fuerzas para derrotar a los
pretendientes y quieren vivir tranquilitos. Así son esos donjuanes de pacotilla
que andan casados con feas.
Así
traicionan a Eros la mayoría de los varones. - Yo no. Yo soy el que sale con la
Belleza y se casa con Isolda... ... -
Al
marchar de Poona en otra suite de autobús air-conditioned con cristales
ahumados que permiten otear la calle y el campo hindúes, - hormigueantes,
siempre vivos, siempre mágicos-, veo el templo de Krishna en otra zona de la
ciudad y oigo el campanilleo del sankirtana desgranando sus cientos y miles de
nombres. Ni siquiera he pasado por esta zona. Ni siquiera he visitado el
templo. Y canto el mamtram. Y lloro. Porque vivo absorto en mi pena. Porque hace muy poco
murió mi padre. Y pronto ha de morir mi mejor amigo.
EN EL VIENTO
Guitarra ya sin
ancas de madera.
Desear un esqueleto:
su cadera.
Interés en el
Silencio
y en el humo de
alimento y en la hüera
conversación con el
Viento,
con los batientes y
el Viento.
¿Y es verdad,
contesta el Viento?
(Contesta en cambio
errático
revoloteo
de murciélagos)
Boca ciega sin
cenefa
de alas de mariposa.
Tu barbilla
calcinada
en llamas rosas.
Mi guitarra entre
las llamas
fulge ósea.
Y ahora No-Tú y eres
viento
Y existir ha siempre
el Viento
que cantar ha entre
las cosas.
RESOLUCIÓN
DE LA ADIVINANZA
ERA OBVIO que hablaba de
la muerte de su padre.
Que cada vez esta Señora, a la que muchos
miran con espanto, apareciese más en su catálogo, era bueno. -Su poema o
acertijo partía del asombro ante este hecho: también lo más duro del cuerpo
humano, los huesos, la barbilla, puede ser aniquilado en una incineradora.
Su padre fue incinerado, ya no existía en la carne.
El
Amor se parecía al Deseo puesto que deseaba que siguiese viviendo en el Cuerpo.
¿Cómo no iba a desarrollar un cierto interés en el silencio y en la
conversación con el Viento? En el viento está la respuesta a todas las
cuestiones. Si los hombres escuchasen su lección versátil, no existiría ningún
problema.
– (¡Por eso volver a
Playa!,
¡Y ver otra vez a
Diosa!) –
Era
probable que el espíritu de su padre hubiese hablado con él alguna noche, cerca
del entierro y del funeral. Es posible que lo hiciera a través del golpeteo de
los postigos de una ventana. Me imaginaba a mi Señor envuelto en su luto en
alguna mansión en el campo. Drogándose a las tantas de la mañana en el porche
de una villa y escuchando los síes y los noes que pronuncia la contraventana. -
Pero
todo era juego, teatro, esperanza, anhelo, poesía, delirio, mascarada, ensueño:
Mi Señor no era capaz siquiera de creer en la divinidad del Viento. Una
desbandada de murciélagos que tienen nidos en las vigas del porche, le manda un
presagio macabro cuando él trata de comunicarse con el otro mundo vía
batientes. – No me inspiraba ni ternura ni pena
el que comparase el cadáver de su padre con el cuerpo de una guitarra- .
Igual que la guitarra podía quemarse y perder sus ancas y el dibujo de
mariposas de su boca, el cuerpo de su padre había sido destruido por las
llamas. De modo que de él no quedaba sino el Viento. Que es eterno. –Pero esta
última evidencia, no le había consolado. Su gesto, al final del
"acertijo", era el de un hombre que llora una sola lágrima y se
calla. - Era lo mejor del poema porque, en realidad, ya no hablaba él.
♥♥♥♥
Seguíamos
en un burdel de la gran ciudad de costa. Una mujer con rostro de luna me
piropeaba continuamente y me miraba boquiabierta. ¿Acaso empezaré a parecerme al Loco, mi captor, un seductor? – Y yo solo quiero
ver a Diosa- .
La
mujer parece de repente sentir una especie de desfallecimiento por mí. Me dice
“tienes clase” y al decirlo parece deslizarse por los prolegómenos del
orgasmo. El drogadicto me hace una seña, casi una orden para que suba a los
dormitorios del club con la chica. Todo es limpio y suntuoso como en un cuento
oriental. Ella se ha enamorado y hace el amor sobre mí: Da la impresión de que
no ha gozado nunca tanto, todo el tiempo me da las gracias y me alaba. Parece
que reza oraciones. Yo le doy placer y hasta puedo sentir el alma de los
hombres que pegan a las mujeres demasiado entregadas.
Todo era delirio desde
que partí de Playa.
-Y yo solo quiero Diosa. –
La prostituta marroquí se disculpa por estar
disfrutando tanto. Sus grandes ojos azules como
los de un milano, a veces son atravesados por luces de otro mundo y mi
agresividad aumenta.
Comprendí que esto, el deseo desatado de las
mujeres, era lo que buscaba el Loco, especie de vampiro.- Me dije –una vez más
en 20 años- que escucharía su historia, su catálogo, como quisiera llamarlo, hasta
el final. Las cosas que nos sucedían en la realidad física apenas tenían
peso, la “realidad material”, distinta
de su novela, apenas nos interesaba. Leíamos mucho, nos movíamos poco y
pasábamos la vida como en sueños. Vivíamos ahora más el 2001 que en el 2012.
Pero en realidad estábamos acabando el 2012. Pero, ¡qué más daba! -Nuestra
vida, gracias a Dios, es eterna.
AL REGRESO DE LA INDIA. MÁS DUELO
Al volver de la India prosiguió el
duelo sordo otra vez en España.
Comparada
con Bombay, la ciudad de costa donde yo vivía nos pareció ordenada, silenciosa,
desahogada y limpia. Todo era relativo: al lado de las avalanchas de muerte en
la India, los fantasmas fenicios de la costa eran cuatro monos (o cuatro moros) y Europa una tierra virgen no demasiado
regada de sangre. La India (Bombay o Mumbay-Devi) superaba con creces todas las
cifras de muerte y de vida.
En
septiembre se produjo el famoso atentado que tanto gustó a Stockhausen (aislado
–pero no tanto- en su cabaña de la Selva Negra).
Los
valientes americanos dijeron que el culpable se escondía en los desiertos, en
el campo: de joven había tenido revelaciones milagrosas cuya veracidad había podido ser comprobada y así adquirió
fama de santo o de elegido. De modo que declararon la guerra a Afganistán para
buscar al imán oculto, el mahdi. – Entonces recordé que yo ya
conocía a aquel multimillonario fanático (o visionario)– Osama Bin Laden- desde
1998, pues en Hamburgo tuve que hacer un trabajo sobre él. Los alemanes estaban
bien informados: predecían los atentados con años de anticipación y nos
mandaban elaborar redacciones sobre ello.
En la vieja ciudad de Costa y en medio de la
general ñoñería pacifista del “No a la guerra”, me sorprendió la postura
implacable de Antonio Manuel Rojas, guitarrista y compositor al que conocí en
la Fábrica. Era como si los músicos se viesen atraídos por el fragor de las
batallas por venir. Querían pasar de la insulsa guerra fía a la caliente.
Antonio Manuel argumentaba de manera impecable: había un problema con el
petróleo; él tenía que llenar el tanque de su moto; si era necesario ir a
Oriente con hombres armados para buscarlo, pues se iba, y ya está. Parecía
dispuesto a ir él mismo. Ante este discurso todos pensamos en la gasolina de los
vehículos que manejábamos a diario; algo de razón tenía. Lo mismo que
Stockhausen, Antonio Manuel también comprendía a Bin Laden: “Si yo fuera él,
habría hecho lo mismo”. No era sorprendente esta apología de la violencia
en una persona que se enfadaba si no habías hecho un silencio de semifusa o te
desapegabas del metrónomo una pizca. Más difícil aún de captar era la relación
entre la destrucción de la tonalidad y la destrucción de las Torres, que pueden
verse como dos pentagramas o tablaturas gigantescas puestas de pie.
..Y
así, en medio de la agitación política desos días dejé de estar absorto en la
muerte de mi padre, en mi amor perdido en Freiburg am Breisgau, dein blondes Haar Margarete. - Beatriki no
me perdonaría nunca que la hubiera obligado a acompañarme a contratar el viaje
a Bombay con Lesbia. Todavía lo estaba
asimilando. Solía hacer psicoterapia con un médico que seguramente estaba más
desequilibrado que ella; creo que la última vez recibió a Beatriki en su lecho de muerte, en el hospital. Todo
olía cada vez más a muerte, tal vez tenía razón el gigante de la tierra de
gigantes, BD, y estábamos en los últimos días. Tenía toda la razón
del mundo pero yo insistía en mi hiriente lección sobre el amor: Denis de
Rougemont había demostrado in extenso que el Amor era un triángulo que
se compone de un amante, un amado y un obstáculo; si no hay triángulo, no hay
obstáculo y no hay Amor. Es decir, el Amor es un imposible.
No
es que estas cosas yo no las supiera. Llevo investigando el tema más de 40 años,
-desde Sylvie en vieja costa de Sirte, antigua Tripolitania-. Rougemont
concluía su libro con una conclusión que no me gustaba: que no te casaras
con Isolda, que no te cases nunca con la Amada porque eso es matar el Amor
(tal vez por eso el Ladrón de Corazones –igual que Eros-Cupido-Mana-Mohana-
no está casado sino que es el amante de una mujer casada).- No me agradaba pero
al fin y al cabo era lo que yo estaba haciendo al no dejar a Lesbia para salir
con Beatriki.
Todo lo hice mal.
Yo
había conocido desde siempre de algún modo a Tristán o la muerte por amor
de los poetas sufis.- Maltratar a mi joven discípula con pretensiones de
maestra, hacerla llorar de soledad de madrugada, despreciarla y llevarla a la
puerta de su casa simplemente porque su falda se enredó en los radios de mi
bicicleta, era sencillo. Más cruel era deshacer para siempre la ilusión de Amor
de una joven crédula de 26 años. Resulta raro que un maltratador sea un hombre
que te presta un libro de historia del mito romántico. Resulta raro que las
mujeres puedan hacerte daño no arrojándote cuchillos o envenenándote la sopa
sino llevándote con la imaginación a Masaya y hablándote de Edén Pastora. O
empujándote a que vivas tu vida como una mezcla de las de Robert Desnos,
Duchamp y Warhol. O acostándose contigo la noche antes de que te marches a
Cuba... Eso sí que es maltrato.- Y yo seguía destruyendo el amor de Beatriki que comenzó pensando aquella noche que
yo era un viejo hippie nueva era pero que al final terminaría pensando
otra cosa (que era un cuarentón hijo de puta que quiere tener su mujer oficial
y además una amiguita. La
destrucción del Amor).
Y
se sentía por todos lados la presencia de la Muerte. Beatriki rompía conmigo por teléfono, era otoño: Su crueldad
iba un poco rezagada, pero iba: -Me decía que no quería ser mi amiga ni mi
amiguita, daba a entender que no quería ser la otra, la amante. Y me
colgaba. Entonces la ciudad entera en
torno a la cabina de teléfonos de la carretera de Cádiz, me gritaba que estaba
solo, que estaba haciéndolo mal, destruyendo los fundamentos, envenenando el
amor, apartándome de la mirada de Dios. Y sin embargo hablaba de Dios todo el
tiempo. Me alejaba del Amor y de mis penas despeñándome por la vorágine de la
lujuria. Y creía que a mi manera era feliz porque estaba satisfecho en esto.
Recorriendo el infierno creía que era el Cielo.
El 8 de enero de 2002 murió el Filósofo, el Borracho.
Cuando
decidió suicidarse con un bebedizo (elaborado por él mismo) de datura
estramonio (las mismas flores trompetudas que rodeaban su casa en
Fuengirola, o la mía en bello puerto de Costa en falda de sierra roja; la datura
de la que tanto habíamos hablado y hasta discutido) más medicamentos legales
anti-depresivos, hacía mucho que yo ya no le frecuentaba.
Su
mundo se me antojó demasiado lóbrego, dañino. El verano anterior a su muerte,
yo había ido a su chalet con Lesbia y con la Princesa del Mérito. Lo encontré
bebiendo agua y ordenando las fotos de las que llamaba “sus madres”;
parecía estar haciendo una serie de revelaciones emocionales muy transcendentes
acerca de su madre-hermana, madre-hija, madre-madre. Él por su parte, según me
confesó en un momento un poco más sereno de la noche, también quería
convertirse en “madre” a sus 42 años: me habló de su sueño: tener una niña que
se llamaría Candela. Pero aunque solo bebía agua, estaba muy enloquecido tal
vez a causa del bolsón de anti-depresores que le suministraba su psiquiatra.
Incansable anti-deprimido en su perorata, nos fuimos antes de que la hubiese
dado por concluida.
Así
era siempre con el Borracho, el Filósofo. Iba a peor, a nadie pareció
sorprenderle que se matara. La iglesia de Los Mártires donde se celebró su
funeral estuvo atestada de amigos del difunto, muchos no nos conocíamos entre
nosotros; de otros solo habíamos oído hablar. Comprendí que aquel funeral era
otra broma suya, la última. Y en efecto, todo terminó mal, en sangre. –Tras los
formulismos de la ceremonia religiosa, un nutrido grupo dirigido por Aurora, la
única hermana superviviente del Filósofo, decidimos tomar unas cervezas en un
bar irlandés próximo. En torno a la mesa, la asamblea de amigos del muerto
empezó a sugerir motivos para que hubiera hecho lo que hizo. Todos empezamos
tímidamente pero al final la suma de razones resultó enorme. (Como la suma de
cervezas). Como si lo raro fuese que no se hubiera suicidado antes.
No
es que esto nos consolase de su pérdida pero un poco sí pues su muerte parecía
explicable –sus adicciones, su negatividad, su soledad, su fracaso en el amor,
su miedo a envejecer mal, etc., etc., etc.- y si era explicable, formaba parte
de su destino. Recordaba aquella fiesta de San Juan en la casa del abismo con
tantos amigos, amigas y ex-novias. Su funeral se parecía a aquelo Así el epílogo tabernario del funeral, empezó a
tomar visos de fiesta: ¡qué más propio que emborracharse para celebrar el
deceso de un borracho!
Con la segunda o tercera ronda, nos animamos.
No teníamos vergüenza de reírnos recordando a nuestro amigo y parecía que
gracias a él, pese a que la mayoría apenas nos conocíamos, formábamos parte de
alguna cofradía. Una agrupación cuyo
criterio de selección solo conocía él, que se había ido para siempre. De hecho
aunque no había nada más lógico que su suicidio, todos nos preguntábamos cómo
podía haber mantenido tantas relaciones. La broma del filósofo se parecía a esa
escena de cine donde el difunto a través de una videoconferencia grabada antes
de su enfermedad y muerte, reúne a una variedad de personas que se desconocen
para comunicarles su testamento, que por supuesto es una maniobra de sarcasmo.
Nunca
había pensado que el sarcasmo estuviese tan ligado a la muerte ni que hubiera
caracteres capaces de jugarse la vida por pura guasa (como dijo una vez Sonya,
Princesa del Mérito). Pero el filósofo
había vivido y había muerto por ironía.
Y yo no puedo olvidarlo.
Como
estaba recién muerto, como quien dice, como era un cadáver fresco, seguramente
nos observaba desde algún rincón sonriendo con sus hermosos labios regulares.
Había sido un niño y un adolescente de belleza luciferina. Recuerdo una foto
que me enseñó de sus 15: Una mueca en su boca de satisfacción cruel, de risa
refinadamente reprimida, el pelo estilo Joan Manuel Serrat.
Y
la Princesa del Mérito gustaba de repetir que nadie tenía las piernas tan
bonitas como él. –Por otra parte, como no parábamos de hablar de él, es decir,
de invocarlo, él estaba allí entre nosotros, al menos como objeto de todas
nuestras conversaciones.- Por eso creo que el final de la noche fue su manera
de escribir el desenlace del guión de su oficio de difuntos:
Su
hermana Aurora presidía la reunión de
forma indiscutible y no solo no me dio
ninguna patada ni golpe esa noche sino que se comportaba como toda una señora
al lado de su pequeño novio siciliano al que solía humillar por la pequeñez de
su pene. Aurora se levantó a pagar todas las consumiciones que eran muchas
porque llevábamos horas en la taberna irlandesa (O´Neills) y éramos más de
veinte. No hubo manera de convencerla de la conveniencia de partir la cuenta.
Adelantándose con aires de sultana hacia
la barra, pidió que le cobrasen de su tarjeta de crédito. Los camareros
respondieron que no tenían terminal para esa forma de pago. Esto, junto con los
malos modales de los pelirrojos y fornidos irlandeses, enfureció a Aurora y
disparó los demonios familiares de su sangre, - tal vez este fuera el instante
que desde el otro mundo estaba esperando el Borracho para desgranar su larga,
lenta, inteligente y hasta triste risotada, una forma de reír que ya no existe.
Pues es obvio que le divertía ver a los demás hundiéndose en el caos. El
Filósofo se reía con frecuencia y siempre me hacía reír.
Aurora
empezó a romper todas las hermosas copas de balón que se apiñaban en un extremo
junto a la barra. Mal iba a terminar el funeral. Los matones irlandeses
empezaron a quitarse los mandiles para irse al otro lado del mostrador a darle
una paliza a Aurora. Se notaba en todas sus expresiones que estaban deseando
pegarse. Pero con ayuda de otros camareros (andaluces), conseguimos aplacarles hasta que sacamos a la
hermana del Borracho a la calle. Ya estaba muy endemoniada en ese momento e
insultaba a unos y a otros con lengua viperina de mujer que ha leído todos los
poemas de Safo de Lesbos y se los sabe de memoria. Era más diabólica que la
niña del exorcista. Los menos acobardados conseguimos pagar dividiéndonos el
importe sin ningún rigor pues se trataba de largarse de inmediato.
En
la calle parecía que estábamos un poco más seguros pero no: Aurora chillaba y
se agitaba dando golpes y patadas mientras su novio italiano intentaba
sosegarla sin éxito. Tras haber destrozado la vajilla de los irlandeses la
emprendía con su compañero sentimental al que llamaba “picha-lápiz” y cosas
mucho peores. La reunión se dispersaba entre farolazos. ¿Era este el epílogo
que se había imaginado el Borracho o se le iba de las manos?
Pero
¿acaso había querido él alguna vez ser el dueño de la situación, y el que tiene
el control? Genio y figura hasta la sepultura. - En eso estábamos cuando dio en
pasar por aquella calleja del centro una chica con el pelo-pincho, mucho cuero
y muchas cadenas, espíritu intermediario de los niveles de la ultranoche...
Aurora empezó a increparla y terminó llevándose un cadenazo que le hizo sangre
en la boca. La continuación de la noche, ya se sabe: Visita a Urgencias para
que le pongan puntos de sutura. Ahora sí se había acabado de verdad el funeral
del Filósofo, el Borracho. Qué ambiguas eran sus lecciones. Todo lo había
urdido él pero ¿qué quería decir?
Por
las avenidas vacías de la gran ciudad costera regresé caminando junto al
hermano de Javier Castellanos, el guapo que tenía una novia escandinava. Habían
pasado cinco años desde que nos conocimos en aquella fiesta de San Juan, no nos
habíamos vuelto a encontrar. No me acuerdo ya ni de cómo se llama, el hermano
de Javier... Y sin embargo la gravedad de los sucesos, nos había unido de forma
súbita, como ocurre a veces ante un
accidente con un simple compañero de viaje. Al final me terminó hablando de una
vieja maldición que pesaba sobre el Filósofo y sobre toda su familia. No era
una idea ni un pensamiento sino algo que le salía directamente del corazón
conmovido por lo mal que había tenido que terminar el funeral de su amigo, por
lo mal que había terminado su amigo. Así nos despedimos.
“Ulises
esta primavera
los pájaros y las palomas
bailarán de noche
sobre tu tumba.
Y las amapolas descansarán
sus besos dulces y amargos
en tu recuerdo”
J.B., El Filósofo. 13 de mayo de 2001
RESOLUCIÓN DE LA PEQUEÑA ADIVINANZA
Esas
breves frases garrapateadas de cualquier manera por el Filósofo, el Borracho se
habrían perdido sin que pasara nada, sin que se alterase la Historia ni la
Naturaleza ni el Mundo de no ser porque mi Señor, el Drogadicto, macarra de la
carretera, las transcribió en otro papel. Como si presintiese su importancia.
El
filósofo había apuntado esos versos porque se le ocurrieron in memoriam de su
amigo, que murió poco antes que él . -
Los pájaros debían ser los aspectos más locos
y las palomas los más tranquilos. Y ¿por qué bailaban de noche sobre su
tumba? Porque era primavera y él ya no podría sentirla. – En el tramo final,
-donde se acumula el significado del significado; así solía ocurrir en la
mayoría de los acertijos llamados “poemas” -, se materializaba la Droga como
una diosa dulce y amarga, la droga que había matado a Ulises, que pronto
mataría al Filósofo (en el término de 8 meses), que pronto matará a mi Señor.
Así sea.
-
De modo que intentando cantar el réquiem del amigo muerto había compuesto el
suyo propio. Ojalá le pasara lo mismo a
mi secuestrador: Que pensando tanto en la muerte, acabara muriéndose de verdad.
– Su concepto de vida
era una suite, una colección de danzas de naturaleza tanato-erótica. Es decir, para él la vida era una alternancia o una
simultaneidad de muerte y Eros. Un
baile con la muerte había sido el periplo de Ulises/Agustín.
–Así
desentrañé una vez más los versos del Loco de la Carretera que por otra parte
no eran suyos sino de su amigo el Filósofo, el Borracho. –
Comprendí que él había
comprendido que yo comprendía.
Fue
instantáneo, más veloz que la luz y no me sorprende. - La mujer que medio
desnuda me hace el amor ( yo había oído desde la cama toda la perorata de mi Señor mediante
telepatía), esta mujer-Luna que parece estar descubriendo lo que es un orgasmo,
sí me asombra. -Esto sucede en la realidad material, la del cuerpo; no en
sueños, novelas, recuerdos... - Se disculpa jadeando porque no es
profesional que ella disfrute tanto, como si acabara de enamorarse. - Es tan fina como una princesa lýbica en los
tiempos de Salomón. Ella es el África blanca, el África y el Oriente de piel
absolutamente blanca y ojos azul-obscuros como el zafiro. Mi diosa
en-la-cama es del Líbano y tiene los ojos celestes de árabe blanca -. Yo
no digo nada sino que soy como un animal salvaje en la madurez de su juventud
física, mi deseo es que siga explotando en lentos e irregulares micro-espasmos
de Placer, y mi apetito que se destruya el burdel, la mujer-Luna, mi señor que me espera allí abajo; sí, aniquilar con el ariete de mi miembro todos y
cada uno de los muros de la ciudad hasta la altura en que quedaron los de
Cartago.
Y
así de la ciudad volver a playas.
Pero
no pasa nada de esto; en general, vivimos en el prodigio desde que partí de
playa, pero en realidad casi nunca pasa nada.
Esto
era tal vez lo más extraño de los Lavadores de Manos: como si se encaminasen a
una suerte de placer extremo, yo les veía como a mi señor crujir y temblar de
ansiedad. Pero no tardaban mucho en abandonar su estado de saciedad. Nunca
imaginé que cosas tan pequeñas pudieran revestir tan gran significado. La
satisfacción, la felicidad les resultaba lo más incómodo.
De
ahí la necesidad de que mueran:
Con
pleno asentimiento, se iba instalando en mi ánimo de forma natural y tranquila
la idea del asesinato de masas. Y más me
iba convenciendo de que era mejor no solo que muriese mi Señor sino otras
entidades conscientes con las que me vi obligado a tener trato durante mi
cautiverio. Así la mujer-Luna quizás estuviese mejor muerta que viva. Y la
ciudad. Y el mundo. Una destrucción masiva devuelva las ruinas al campo.- - La
chica, dando nuestro encuentro sexual por terminado, me besaba mil veces y me
mostraba y me daba sus gracias de mil maneras distintas, su rostro estaba
iluminado; el mío, satisfecho pero un poco más crispado, pensaba en otra cosa,
ya estaba en otra parte.
DUELO SOBRE DUELO. LUTO SOBRE LUTO
“¿Cómo soportar el asalto
inesperado de la Aurora?
Esclavo es el hombre de sus propias
miserias
y culpa a un dios inocente.
Su espacio pierde el hombre
que no acepta el
destino
y envolviéndose en
sus sueños
cumple su destino.”
El Filósofo
Había
muerto mi padre, luego mi amigo, maestro inquietante (sí, tenía tantas razones para suicidarse que
parecía mentira que no le hubiéramos administrado nosotros mismos la dosis de
opiáceos suficiente para paralizarle el corazón). Y si llegaba a
comprenderle... ¿eso no me empujaría
también a mí a matarme? ¿No empieza a desear la muerte el que entiende
demasiado bien las múltiples razones y motivos de un suicida? Pero muerto o no
–como suele sucederme con los difuntos- se me aparecía en sueños:
Él era una especie de
palestino con kipá,
un palestino judío, pobre y fino, bello como en la foto de sus 15 años,
extremadamente sensible, elegante y prudente (esto último el Borracho-Filósofo
raramente lo fue en vida). Caminábamos arriba y abajo por pasillos inhumanos,
revestidos de hormigón, puertas batientes como las de un hospital, una sala de
quirófanos, algo horrendo. Sé muy bien dónde estamos: en una institución
educativa, sanitaria y a la vez penal. Todos hemos infringido la ley y hay aquí
dentro gente muy pero que muy chunga, cada vez que yo y el adolescente
palestino (que es el Filósofo a sus 15 años) nos cruzamos con grupos de chicos,
nos zarandean e intentan derribarnos con sus bandejas; son malísimos, son
odiosos y están enfermos; intentamos no mezclarnos nunca con ellos, correríamos muchísimo
peligro. Así mi amigo me va instruyendo más con la mirada que con la voz. Soy
más nuevo que él en el sub-mundo, en el underground, este
colegio-cárcel-manicomio del mundo socialista, gris sobre gris. –Pero por fin,
tras muchas caminatas logramos ver la salida: Es un estrecho trozo de cielo
allí arriba, donde terminan las inmensas escaleras o pasarelas mecánicas que llevan a la salida del subterráneo, al
aire libre, a la calle. Pero ¿de qué ciudad? No tengo ni idea pero ya estoy
subiendo. Mi compañero se ha perdido, le veo quedarse abajo y despedirme
filosófico; él se queda. Pienso que lo normal es que te pidan condiciones para
entrar a un local, no para salir del mismo. Es como si los gorilas que cachean
a la gente y venden caro el permiso de salida de los que como yo emergemos de
los bajos fondos disciplinarios y cínicos, es como si ellos vigilasen el tipo
de gente que entra en la calle, no la que se refugia en el
mundo subterráneo del triste manicomio-presidio, con sus tres comidas
reglamentarias, las más de las veces sopa de champiñones. Lo acepto: así es
aquí. - Me dejan salir: Sí, está claro, estoy en Viena. Si supiese que estoy
soñando y no viviéndolo de veras que es lo que creo ahora (hasta que
despierto), me parecería demasiado típico todo: una Viena de cuento con su
Danubio Azul, los bistrós llenos de gente sofisticada y las berlinas de
caballos que conducen mozos con sombrero-hongo. Una de las berlinas al torcer a
bastante velocidad una curva de pavés, ha derrapado y uno de los corceles,
despanzurrado, ha ido a estrellar su hocico contra la mesita de mármol de una
señora que estaba leyendo un poema de Georg Trakl y que naturalmente ha
entendido el suceso como un mensaje existencial del otro mundo. Son espantosos
e inolvidables los ojos del caballo accidentado, siento compasión por ellos,
como Nietzsche por el caballo de Turín al que un cochero fustigaba.- Jo, ni
siquiera he tenido 5 minutos para disfrutar tranquilo de Viena la culta con sus
cafés, su pavés y su aire retro. No. Ya decía Freud que en Viena estabas
siempre a un paso del espanto, ciudad con epidemias de suicidio. Salgo dese
lugar horrible y represivo de allá abajo solo para toparme con la muerte de un
caballo aquí arriba, se parte la boca contra el glamour de los cafetines
culturales. Me parece una manifestación de burricie, de vicio oculto, de que
algo está endemoniado en Viena, esta bestia resoplando sobre la mesita de
mármol y el librito de poemas.
Le
conté mi sueño casi de casualidad a Ignatius, el hombre más sabio que yo
conocía. No solo porque hubiese leído todos los libros y escrito cientos sino
porque siempre era equilibrado y feliz. Con voz distinta, calladamente
elocuente me dijo que mi sueño era platónico, los caballos del alma derrapaban
en las curvas y trastornaban la paz de los cafetines culturales. ¿Aquí es
donde he salido tras arduos esfuerzos? ¿Esto era? Y veo al caballo alargar su
lengua monstruosa para lamer los restos de un helado de vainilla en un platito
de Sèvres. Es espantoso. - Ignatius me dijo que el niño palestino era el
Filósofo, el Borracho. “El que te llevó al sub-mundo te saca de él”,
sentenció Ignatius claramente inspirado. Claro, ¡cómo no iba a saber él leer
los sueños si desentrañó el misterio del Sacromonte, el mensaje de
Avalokitesvara, los círculos de la sabiduría! Ahora continuaba sonriendo de su
propia capacidad de persuasión: Me amonestaba sin dejar de sonreír: Yo
seguía en el super-hombre de Nietzsche mientras que él estaba de vuelta al
pobre hombre cristiano, comentaba con ironía benevolente. ¿Intentó hacer
una buena frase? Ignatius hablaba como si fueran a transcribir en papel todas
nuestras conversaciones. Intentó encontrar una buena frase pero no le salió
bien del todo, no podía ser brillante todo el tiempo como Dalí o Juan de
Tassis. De todas formas entendí lo que quería decirme, y volví a mi casa a
acostarme bastante más sereno, como si me absorbiera la pena de no ser
nietzscheano, nazi, alemán, un héroe del teatro del espíritu y en cambio
tener que volver a la humilde senda de Cristo. -Esa noche Ignatius no me
pareció un intelectual encerrado en su alta torre de marfil donde tiene
coloquios con la biografía de Zorrilla o los viajes de Chatwin o Moratín por Italia. No eso. Sino una
mente más sabia que descifra los sueños y el corazón de
los hombres. Gracias a él duermo esa noche como con más peso.
DUELO SOBRE DUELO. SEXO SOBRE SEXO
¿Y
qué habría querido decir el Filósofo? La Aurora estaba escrita con mayúscula.
Tanto se podía referir a los asaltos de su hermana como a los del alba, esa
hora pésima antes de amanecer, cuando el transnochador no tiene más remedio que
reconocer que su apetito de evasión, de noche choca con el ciclo cósmico.
Él escribía poco pero decía mucho: -Su poema
empezaba con un grito de desesperación pero se encauzaba enseguida hacia
generalidades de Filósofo, la sombra de Heráclito: el ser humano es esclavo de
su propio destino (carácter es destino) pero echa la culpa de ello a los
dioses que son inocentes como Dionisio. Así pierde el hombre su espacio, es
decir: su verdadera condición. Se envuelve en sus sueños –es decir: se
ciega con sus propias quimeras, como si se envolviese en una capa obscura para
no tener que ver y ser capaz de lanzarse
hacia delante- pero no deja de cumplir su destino.
Asalto,
Aurora, Destino, Dios inocente, Sueños, Cumplimiento. – En realidad el
Filósofo quería hablar del ser humano pero hablaba de sí. Así lo comprendí sin
pensarlo con claridad cuando leí su poema; por eso lo copié.
...Sobre
todas las cosas planeaba la Muerte. La realidad seguía confundiéndose con el
sueño: Un día me llamó Beatriki tras meses de separación y me dijo que se
había enterado de la muerte del Filósofo: ella que nunca leía la prensa, se
sintió de pronto asaltada por el impulso de abrir el periódico local y al pasar las páginas se encontró la esquela
del Borracho. Lo contaba con su extraña voz susurrante que tanto me gustaba y
parecía impresionada. Nos citamos para hablar de ello. Yo sabía que Beatriki, como era muy cultureta e
intelectual, estaba fascinada por la Muerte. No hay tema más serio; Heidegger
se ponía hasta macabro con aquello del ser-para-la-muerte. ¿En qué si no
podían meditar los jubilados alemanes mientras esperaban el ascensor de la
residencia? –Pero no había sido más que una tregua. Lo que había muerto era
nuestro amor.
Había
muerto mi padre, había muerto mi amigo, pronto moriría mi único hijo: Lesbia se
quedó embarazada. En una conversación alocada me dijo que si me casaba con
ella, no abortaría. Me quedé muy sorprendido: Siempre nos habíamos reído del matrimonio
y de las parejas casadas. Lesbia –la andaluza blanca, inglesa, mármol y seda-
poseía un talento natural para los chascarrillos y se mostraba abiertamente
contraria a contraer nupcias por segunda vez. Pero ahora que estaba embarazada,
cambiaba. Y me lo decía así, en el pasillo, sin mirarme, como de pasada. Era
igual que todas.
Fantasmas
sumamente feos de la pareja y de la cloaca de la miseria matrimonial, me
atormentaron en silencio y mi silencio ya no se cerró en mucho tiempo: No volví
a hablar del tema y dejé que ella se fuera decidiendo a abortar: Una mañana
acudimos a la horrible clínica donde un hombre le metió por la vagina un enorme
tubo con el que aspiró y desmembró al no-nacido. Todo había acabado aunque las
secuelas no habían hecho más que empezar. –Me alejé de Lesbia. Nunca había
estado más triste, nunca me había sentido más solo. Yo era un asesino. Peor que
un asesino. Los asesinos eran mejores que yo pues al menos tenían la audacia de
decidirse; yo había dejado que ocurriera en silencio, pasivo.
Había
podido soportar lo de mi padre y lo del Filósofo sin enloquecer del todo, sin
perder el alma. Pero esto no. Sentía que el duelo por el hijo muerto era
impagable y a la vez no deseaba seguirle a él, seguir a mi único amigo, no
quería morirme. Pero estaba manchado para el resto de mis días. Haber matado
era peor que estar maldito. Y huía.
Duelo sobre duelo, luto
sobre luto, necesitado de más noche, más obscuridad, en las dehiscencias y
bellezas de las hembras y en la aventura de la música buscaba los últimos
resplandores de las cosas que me atraían, semejantes al Amor. Lesbia estaba muy
fea, como si la afeara el dolor por lo que había pasado. Sentía necesidad de
protegerla pero la abandonaba una y otra vez para hundirme en las simas. Eran
lo único que me distraía del pensamiento constante de ser el peor de los
hombres. Me daban mucha pena los demás porque no sabían lo que era haber
asesinado. Jamás recuperaría la inocencia.
De
modo que el alma deseaba descender hacia antros donde negros nigerianos perfectamente constituidos
retozaban con hembras nacionales demasiado gruesas para los españoles. Estar
allí me confortaba igual que el alcohol y los enredos.
“... A pagar en lenocinio
Clases de Satie y de
Czerny.”
Ahora
la espuma del amor, su residuo era una chica muy joven, absolutamente rubia que
me hablaba de Mircea Eliade y del poeta Eminescu, y de Brancusi. Al final
hablábamos todo el tiempo de Celan. Yo sabía que este tipo de cosas me daban
suerte. Y a pesar de la continuidad de mis éxitos amorosos, no me lo podía
creer: ¡Había encontrado a la rubia rumana pura de la Bukovina a sus 18 años!
La intervención de fuerzas extrañas en este asunto como en otros, parecía muy
evidente: La recuerdo envuelta en un vestido transparente adornado con monedas
y una manada de machos frecuentadores de los clubes la devoraba con la vista
–yo no- mientras ella se ondula en una
especie de danza del vientre. Detesto el espectáculo de los lobos en celo, no el
coro de los grillos que cantan a la Luna. Pero hablándole a la rubia dacia
de Lakatos y de Cioran, de Ionesco y de Tristan Tzara, alimentando el Espíritu
de las Letras, conseguí que se viniera conmigo en vez de con ellos. No era la
primera vez que este milagro ocurría:
La
cultura era el circo del Comefuegos de Pinocho, se escondía en las ergástulas,
en las células sindicales más sombrías. Había seres sibilinos y silentes como Carmen –siempre desempleada o subempleada, con un
presupuesto de 2.5 euros al día- que se hacían cargo de la poesía contemporánea
(por eso el lector es como Dios; porque Él da existencia al fenómeno
ultra-mundano de la Literatura). O como Beatriki, casi igual de pobre, en su
pequeño cuarto de estudiante royendo la filosofía del siglo XX mientras le
lanzaba un ojo a la poesía de Seferis y de otros. Músicos ambulantes como
Rodrigo Mújica Seré que en su pisucho del Perchel todavía recordaban el legado
de Carlos Gardel y del folklore latinoamericano, lo sostenían, y se proponía
labores a favor de la Vida como querer tener un hijo con tan solo 20 años (la
mujer de Rodrigo era tan hermosa que apenas me atreví a mirarle unas décimas de
segundo). Antonio Manuel escribía piezas que se guardaban en el repertorio del
conservatorio de la ciudad: dos guitarristas alemanes habían grabado 25 obras
que él había escrito; era un genio. Y el Borracho, el Loco, el Suicida era el
único que se había propuesto entender el experimento truncado de Mallarmé.-
Mientras
tanto las universidades, los institutos, los colegios, los conservatorios, los
seminarios, las escuelas –todas las instituciones donde se pretenden moldear
las mentes núbiles como si fuesen carne de membrillo- eran una pantomima de la
auténtica búsqueda del saber, una
sucesión de homenajes y felaciones, una carrera de vallas, un arte de pasar
exámenes, un negocio de compraventa de títulos. Y todo eso formaba parte de la
Muerte.
Y
era justo que los bárbaros amenazaran con invadirnos; tenía razón Antonio
Manuel. En vista de nuestro fracaso, no resultaba tan absurda la utopía de
Osama Bin Laden: un califato mundial, la
media luna como bandera de la ONU y los chinos acobardados rezando aleyas al
comienzo de cada sesión. Y por eso se escribió aquello de “los sagrados símbolos del Al- Khorán ya conquistaron la Tierra.// La
Reserva Federal del Nuevo Mundo solo
imprime/ Billetes con Medias Lunas”.
MI
SEÑOR TRAS LEER ESTAS PALABRAS, se derrumbó de borracho; le estaba costando
una barbaridad pasar de siglo, cambiar de vida... Yo contemplaba el comienzo
del final, el rabo del 99 convirtiéndose en la punta del 2001 con la misma
repugnancia que a Lavadores de Manos: Demasiada sangre derramada sobre la Tierra en
el XX. Y a la vez se estaba instalando en mi ánimo algo
peor, una música... una especie de balada profunda, algo como un coro, un
himno, algo que parecía haber nacido en las montañas... Pues ya iba recordando
toda cosa de los humanos mortales. Y alguien dijo:
-
¡A
mí qué cojones me importa que la Humanidad se vaya a tomar por culo!
Reconocí como un trueno en mis meninges la voz
cascada del viejo juglar lascivo que había estado en todos los cuadros, había
visto todas las batallas y sabía todos los versos.
Era su voz española, espantosa de grajo. Y mil
veces elocuente... La voz de un cañí, de Madrid
y castizo. No era nasal como la de BD aunque sí irónica. Ni grave como la del
Filósofo, el Borracho aunque sí sardónica como la del amigo muerto. Su voz era
aire fresco en el burdel de la gran ciudad costera del extremo Sur de Europa.
Llevaba
un sombrero semejante por las borlas y el color anaranjado al de un aguamanil
de Casablanca, o un sombrero de Verdiales; portaba colgada de unas correas en
los hombros, una bandeja forrada de terciopelo sobre el vientre. Eran cosas
interesantes las que llevaba, de aparente calidad y tras consultar
telepáticamente con mi Señor, mi captor (aunque miré su
espalda “material” en un espejo antes de hablarle), discutí el precio de una
serie de objetos que me parecían útiles para la vida mía y de mi señor, mi
Señor... O por decirlo mejor: para su muerte.
El viejo juglar lascivo ni me miró. Parecía conocer muy bien a todas las chicas
del local y ellas conocerle a él y apreciarle; vi cómo les acariciaba las
espaldas desnudas: Sus dedos sensibles de vihuelista se detenían a unos milímetros
de la curva del culo; y ellas sonreían excitadas por esa caricia y él les
devolvía la sonrisa; era un satisfecho sexual; de inmediato simpaticé con él y
le invité a tomar algo.
Cada
vez me iba pareciendo más a mi secuestrador, mi verdugo. El bardo aceptó con
dignidad y me dio las gracias mediante una breve mirada de sus ojos glaucos.
Tenía ojos de marinero (no del color verde del mar sino del color que tienen
los ojos del que ha mirado mucho el mar). El nombre de lo que pidió parecía un
conjuro demoníaco. Yo esperé a ver si hacía algo más. Pero él simplemente se quedó
ahí, y
simplemente estaba allí, y el Tiempo pasaba, y no sucedía nada; y
todo era absurdo ... Pero entonces mi Señor, mi secuestrador, mi dueño, algo
repuesto de su desmayo etílico, empezó a farfullar algo en mi mente que se
parecía a la letanía del Viejo (- “ ¡Y a mí qué me importa... “, etc.) -
Yo no quiero repetirla, ser el eco de esa voz, -pues si uso su lenguaje,
sus representaciones, entonces vivo en
su mundo-. Pero el juglar se quedaba allí sin hacer
nada y no decía nada y cada vez me interesaba más. Y sin embargo empezó a leer
otra vez el Loco:
2002
El duelo, el interregno,duró mucho, como muchos fueron los muertos.
Yo
no me daba cuenta del todo. La afluencia de espectros era muy evidente de
madrugada y todavía me envolvía en mis sueños.,
en las noches del centro de la Gran Ciudad Costera, su downtown
fenicio, romano, árabe, judío, gitano, genovés, francés, masón, escandinavo...
Con tasas de densidad demográfica de fantasmas casi tan altas como las de
algunas zonas de Benarés. En el Cementerio Inglés, en el de San Miguel y en
otras partes, los Poltergeist podían percibirse sin necesidad de cámaras
ni magnetófonos. Los espectros saltaban a la vista, las psicofonías eran
audibles. La ciudad arrojada en brazos del
satanismo, estaba fuertemente hechizada. Hasta monolíticos brokers
venidos de las brumas protestantes, materialistas clásicos, podían notarlo
como una vibración de vida. Confundían
la presencia de difuntos con el deseo de
pescaíto frito, playita y cervezas.
Buscando las simas de las sirenas junto al
puerto, el vino de las cavernas de calle Mariblanca, la Esquina Boluda,
antes de la Marina, antes de las playas
de la Misericordia, camino de mi casa, cruzaba las callejas en damero del
puerto, donde están los lupanares como Dolce Vita y Mesalina cuyos
nombres hacían rima. Y el reflejo del amor, su simulacro era como la letra de Volver; y todavía
en casa, en la soledad, no dormirme sino mascar la poesía; y despertar tarde, muy tarde pero aun de día.
Y así era feliz entonces, o eso me creía.
“Relaciones sexuales con mujeres diferentes
Pero en la misma jornada:
Dama negra no me escribe,
Blanca Dama no me llama.”
Estaba todavía más triste el año 2002 que el
anterior. Se acercaba el verano con su
mito: la libertad absoluta. Es decir: la felicidad absoluta (pues ¿qué sentido
tendría no estar presionado y poder decidir si no fuera para ser feliz?). Y yo
estaba deprimido. Lesbia sin embargo, con su arcaica sabiduría –pues su carne
de mármol era una mezcla de Roma Latina y detalles de belleza inglesa; su
espíritu, las supersticiones de Julio César mezcladas con la sensatez de Lord
Wellington y Miss Margaret Thatcher; sí, era la mujer perfecta, su alma era más
bella que estas sugerencias imperfectas;
no debería haberla dejado nunca- me propuso no uno sino dos
viajes razonables:
Primo, a escuchar a Rodríguez-Adrados hablar de
literatura india durante toda una semana en Santander y,
Secundo, a visitar los lugares sagrados de los
cátaros: Escalada, Escalona y
Escalante. Estas cosas me alegraban y me hacían sentirme enamorado de
Lesbia como el primer día, o por no ser tópico: mucho más, porque más la
conocía. Y otras me decepcionaban y me
recordaban que no me había gustado desde el principio.
PANONIA
Me gusta bajar un rato
Por los valles de
Valonia
Verdes cual verde es
Franconia:
Wasserfalls de Cantabronia,
Íber, hýbris de Arakonia
Custodiado por sus
frondas.
Robles y hayedos y pastos.
Y dormir en un
aljibe
Cerca y lejos Gott-alonien.
Ni rozarme con
Baskonia:
Bastos más que la
Ur-Mongolia.
Fue un frescor para
mí grato
La lluvia sobre
Santoña.
Y cuando llegue el momento
De volverme a mi
Ikastronia
Me sonreiré al
despedirme
De la capital de
Sonya
(Venus del hermoso
tato).
Adiós regatos y
zorras.
Julio y 2002 el año.
EL NORTE
De
nuevo aquel verano hube de tropezarme con un cura: Ya parecía mi especialidad:
una especie de triángulo entre yo, mi novia y un cura. El bhrámana de Vrindaván,
el viejecillo de Poona... Éste de ahora en realidad no era cura sino
ex-cura. Este señor del curso de verano en La Magdalena parecido por su barbita
puntiaguda y sus gafas redondas un poco a Trotski o al personaje de Kentucky
Fried Chicken, manifestaba un interés sospechoso por Lesbia; muy poco por
mí. Al menos le miraba las tetas con mucha más discreción y no como el swami
de Poona que se le salían los ojos de las órbitas. Éste era todo un
caballero y yo le cedía mi espacio al lado de Lesbia para que la mirase a gusto
mientras andábamos y para que charlasen.
Una noche en que quedamos y no apareció mi
guapa novia, a la que ahora llamo Lesbia –da mihi mille basia- , el
señor ex-cura asistió conmigo a una magnífica lección de flamenco por parte de un
maestro cantaor gitano muy culto; nos
explicó, entre otras cosas, lo que quería decir cuando decía pulcra. -
Definitivamente los flamencos analfabetos de canasta, galga y fragua, habían
quedado atrás. Esto consiguió ponerme de buen humor todo lo que duró el
recital: presenciar los progresos del flamenco (que no es deste mundo),
olvidarme de las muertes recientes y del poder general de la Muerte – la más chula como solía
decir el Filósofo.
Sin
embargo a mi compañero ocasional, el
cura que había colgado los hábitos,
aquella velada no pareció alegrarle. Cuando salimos, apenas me dirigió la palabra, se marchó en
seguida sin tomarse nada, fue áspero... Era evidente que estaba decepcionado,
contrariado, cabreado por que Lesbia no había venido y se había quedado en el
hotel esperándome. Lo sentía por él. Pero
no me parecía injusto que sus esperanzas y sueños se hubieran visto
defraudados. Sino una suerte de castigo por los dardos de Eros. -Había pasado
demasiado tiempo estudiando la Suma Teológica.
Sí, estaba acostumbrado a que todos miraran a
mi novia como lamiéndola con los ojos. Pensaban que yo no me la merecía, que me
la iban a quitar con facilidad. Como a mí no me miraban, me daba tiempo a
evaluar la condición y categoría de los machos, tíos, chicos, hombres y señores
que íbamos encontrándonos por el camino. No iba a ser yo el que se enfadara
porque ella coquetease un poco, no, por Dios.
Pero este pequeño incidente del ex-cura bastó para afligirme de nuevo.
Era insoportable la falta de Amor.
Siquiera
me alegraban algunas tardes en aquel vidrioso Palacio de la Península, las
palabras del ilustre Rodríguez-Adrados, que a muy avanzada edad tenía una
memoria de niño-prodigio, capaz de visualizar y expresar la disposición de los
patios del Mausoleo de Humayún; en su mente aún frescos, vivos, jóvenes.
Comprendí eso que decía Ignatius en su libro: que el Conocimiento es
resolver una tensión o una paradoja mediante el entendimiento y por eso se parece al Amor. Y lo que decía no sé
quién, -tal vez Kundera-, sobre la risa, el totalitarismo y el olvido: Nada
será perdonado, todo será olvidado. -Era a su manera un poeta –Adrados
igual que Ignatius y Kundera- en el
sentido de que recordaba, como los bardos. Era un sabio.
Su
discurso de una semana sobre Krishna (al que
mencionó muchas veces) y la sagrada India, era muy superior a mis recuerdos más
recientes de la patria de Vivekananda. Vi sus notas sobre la mesa: unos
garabatos azules ininteligibles sobre dos o tres cuartillas que apenas miraba
al disertar: ¡hablaba de memoria y podría hacerlo durante días! Con el
transcurso, fue permitiéndose más digresiones, más aportaciones personales;
aquello no era de ninguna manera una conferencia ni una ponencia ni nada de
eso. Era poesía viva.
Por supuesto, no se me ocurrió formularle
ninguna pregunta. Para qué. Yo prefería que siguiese él hablando, dirigiendo
mis pensamientos. Nada de debates: Él sabía griego, latín, alemán, inglés,
italiano, francés, sánskrito... Sabía millares y millones de cosas, era
un sabio, ¿qué iba yo a `preguntarle? ; lo justo es que hablase él. - Pero
también esto era otra mentira, otra victoria de la Muerte: La pregunta que yo
le hubiese hecho: ¿creía Adrados?
Lesbia
tampoco se atrevió a plantear ninguna cuestión al ilustre filólogo. Sin
embargo, al salir a uno de los numerosos entreactos de aquella semana de
conferencias, el anciano Adrados sí se
dirigió a ella para intimar. Yo que estaba a cierta distancia pero alerta, como
siempre que veía a Lesbia hablando con otros hombres, observé la escena con interés pero sin celos.
Creo
que ya he dicho que llevo algunas aventuras corridas en esto de los cüernos,
los celos, los triángulos de Eros. Como no estoy loco, me digo que Rodríguez-
Adrados es un octogenario y que si requiebra a Lesbia y a Lesbia le hace feliz
este reflorecimiento del abuelo, yo también estoy feliz y contento. Qué tío.
Pero no es cierto: Esa misma noche peleo con ella, la dejo sola y sin llaves
del hostal.
Sigo descendiendo hacia las simas, a veces hacia los sumideros,
cimas del desconocimiento, y apetito por lo negro. -Lo que pasa es que ahora es
el campo, el río y el campo. En el campo no hay underground ni banlieues ni
arrabales ni rivaldos ni afueras. De modo que en el campo, la pena no se nota
tanto. No se llora en el río, en el Ebro.
Me gusta
bajar un rato
Por los valles de Valonia
Verdes cual verde es
Franconia:
Wasserfalls de
Cantabronia,
Íber, hýbris de Arakonia
Custodiado por sus frondas.
Robles y hayedos y pastos...
...Y cuando llegue el
momento
de volverme a mi Ikastronia
me sonreiré al despedirme
de la capital de Sonya...
HELENA. LA FERIA
Me
envolvía en viajes, huía, me cegaba pero al final de nuevo recalaba en Ciudad
Maldita como en la letra del tango. ¿Y cómo combatiría allí el asalto de la
aurora, 60.000 enemigos que te gritan en silencio, con sus sonrisas
comedidas: “no te has ido de aquí nunca”? - ¿Cómo desmentir su tedio
infinito: “nunca ha sucedido nada/ no
está sucediendo nada/ no creo que pase nunca”? -¡Y me creía que estaba
atravesando el verano más colorista de mi vida! -Y cantaba.- volvía a Ciudad Maldita, a mi madre.
Pero,
de repente, Pequeña Ciudad de Provincias no era eternamente tediosa: Había
estallado su Feria y todo el mundo parecía haberse dado permiso para estar
borracho durante 15 días.
Cupido
estaba suelto. Se notaba en la actitud de las mujeres, señoritas, damas y
niñas. Hasta las viejas “se ponían cachondas”, de acuerdo con la
horrenda expresión hispánica que hubiera arrancado risas simiescas entre los
machotes del Florida, los Soberanos.
No
se vivía ya para trabajar. Los camareros de las verbenas simulaban esa utopía:
la abolición de la barra.
También
era proverbial la alta probabilidad de conseguir un encuentro sexual completo en
esos días: cerca de un 98.75 % promedio (lo que, como ya he explicado antes,
casi se convierte en mi caso en una seguridad estadística). Se dice que si no follas en la Feria, apenas
follarás el resto del año. Y viceversa.
(Y
sin embargo, a pesar desa licencia para el libertinaje, la Ciudad Maldita
seguía siendo igual a sí misma, como antes y después de las fiestas; una
persona sosa que se ríe mucho en su noche de borrachera pero que, en momentos
de inexpresión, delata su habitual semblante deprimido).
Yo
no estaba ni siquiera desanimado (aunque hubiese muerto mi padre, muerto el
Filósofo, muerto mi posible hijo). Venía de recorrer el Ebro, y el río y las
choperas parecían haber lavado mis penas. Yo no era sino un feliz hombre de
campo de paso en la gris y amargada capitaleja. Por casualidad coincidía mi sed
de jubileos con los excesos de la Feria.
Estaba borracho en La Plaza, giraba alrededor el
estrépito y la melopea de las fanfarrias
en las vísperas del 15 de agosto. De repente me volví y ¡vi a M., la que hirió
el corazón de Nacho años atrás, su
primer amor, cuando faltaba a clase porque estaba deprimido y leía cosas raras
de Genet, Céline o Beckett!
Me
pareció que M. se había conservado extremadamente joven y bonita, incluso
más que entonces. Como si tuviera menos
años, su cutis se había estirado. Sus pómulos algo salientes dibujaban unos
labios perfectos en una sonrisa insinuante.
Los
ojos de M. prometían mucho, era la digna sucesora de mis escarceos del verano
anterior,- después de Fátima-, con María y su amiga, las pequeñas aprendices de
ninfómanas.
Conmovido
por los recuerdos, por el alcohol, por la belleza de su rostro, comencé a
elevar el discurso con la rejuvenecida
M., como si le recitase mi catálogo, como si le hallase sentido a la vida:
-
Fue
hace más de 25 años, aquí en Ciudad Maldita. Todavía
puedo veros en un lado de la plaza, junto al kiosco de tebeos. Allí estás tú
(M.) con Marta, Mariví, Mayca, Martina... Yo, apoyado en una sola pierna,
jugueteo nervioso a levantar la otra y a
volverla a bajar; la mirada fija en el suelo pero atento a las sutiles
ocurrencias, tontaditas y flores, pullas blandas y piropos velados de mis
entendidos camaradas. Aterrado por el olor a colonia de chica de las faldas
tableadas de sus uniformes.
-
Ésa no era yo –repuso la chica sonriendo -
sino M. Yo soy su hermana pequeña: Helena.
De repente la vergüenza por mi confusión me despabilaba, en un segundo
se me pasó la borrachera: ¡Claro, era Helena, aquella muchacha desastrada a la
que se veía siempre sola, arrastrando sobre el hombro su chaqueta como un
guiñapo! En las interminables
valoraciones de la adolescencia acerca de las chicas que conocíamos, yo siempre
me había mostrado partidario de la superioridad de Helena sobre su hermana, la
que había deprimido a mi amigo. ¿Y no se llamaba Helena la que desencadenó la guerra de Troya?
–El encuentro, se me antojó de buen augurio y seguí cantando para Helena, 25
años después:
-
Tú siempre me pareciste más guapa. No entendía
qué le veían a M.
Los labios grandes, perfectamente formados de Helena escuchaban mis
memorias con una sonrisa muy dulce. Podía notar detrás de mí, el tejido y la densidad de la verbena, la
orquesta, el baile semi-promiscuo donde
todo el mundo conoce a todo el mundo. El encanto del pasado lejano nos envolvía
como un dulce olor de familia. Como
cuando charlamos con los que nos vieron jugar de niños. Y sin embargo nunca
hasta entonces había oído la voz de Helena ni sus ojos violentos se habían fijado
en los míos. Eran grandes, obscuros,
almendrados. Sus pómulos altos
sugerían cierta ferocidad, como su boca que fácilmente se arrugaba en
una mueca despectiva (vestigio de los desaires de las marivíes y las marías de
martirio). Pero el tono de voz era grave y templado, como el de una madre
extrañamente cercana. Y no parecía tener prisa por apartarse de mi lado. -Una
vez más, la Providencia me obsequiaba con un éxito imprevisto. Los que no creen
que la vida obedezca a un guión oculto, no deben haber experimentado estas
cosas: el re-encuentro “casual” con un mito erótico de los 15 años.
La Plaza Mayor, cocida
bajo la carpa en vapores vinosos, se demoraba al margen de los horarios
habituales. Era como si estuviésemos transnochando al sol de las 5 de la tarde.
Yo, sin dejar de hablar, repasaba una y otra vez la línea impecable de la nariz
de Helena. Nada podía encontrar en aquel semblante que no me agradase.
“Tú no te llames Mar,
No te llames Agua,
No te llames.
Dime quién eres
que no te llamas
y siempre vuelves.
“Es otra vez la primera noche de verano.
Tempestad en la ciudad mientras caemos
Por una euforia atropellada de perfumes.
“De nuevo cuando te quedaste
Plantada en el medio de la calle
Dentro del retrovisor
Y cada vez más pequeña.”
No era M., no era el objeto
del Amor, y yo estaba todavía ( y para Siempre) con Lesbia. Pero en la pequeña
realidad (la necia) debía reconocer que junto a la secundaria Helena me sentía
ligero, a gusto conmigo mismo. Y pensar
en la amistad con la desastrada, la perdida, la pequeña se parecía al amor.
La miré conmovido,
febril, algo que se parecía mucho al
Amor. De repente Ciudad Maldita no era tan maldita: ¿Acaso no sonreía todo el
mundo bajo el efecto de licores y de humos como émulos del Dálai Lama? ¿Acaso
era necesario disponer de dinero si te invitaban unos y otros y los grifos de
cerveza, -abolida la frontera de la barra-, parecían al alcance de todos?
Giraba la farándula del carnaval de la feria, todo el mundo amigo de todo el
mundo. La música - extenuada a las 6 de la tarde- empezaba a articularse para
el concierto de la noche, algunas escobas comenzaban a remolonear por aquí y
por allá más por ganas de moverse que por obligación laboral.
Helena, también me
observaba como emocionada. No necesitábamos hablar más: El Tiempo Remoto, los
apellidos que reconocíamos, el encanto de cosas que se fueron hace mucho, nos
mantenían suspensos en un limbo.
Me propuso que nos trasladásemos al bar
irlandés de un amigo suyo, un águila para los negocios.
De repente la ciudad
abandonada décadas atrás a causa de su mortal aburrimiento, no era tan
aburrida. ¿Acaso el amigo de Helena no había jugado conmigo de pequeño en el
patio del colegio? Mediocres, gravados por
grises moles de granito, nunca felices, creí que languidecían lejos de la costa y del
mar, estancados en la provincia a la espera de un cáncer. Pero ¡me equivocaba!
Claro que me equivocaba: Mientras yo
recorría el linaje de reinas advenedizas, ellos levantaban prósperos negocios,
tabernas irlandesas, hijos, casas, patrimonios, matrimonios y centelleantes asuetos. Y es más: ¡Me
recibían como a un hijo pródigo largamente extraviado de la pequeña corte!
-¿Acaso no demostraban haber sido más sabios?
Salimos corriendo por la
ciudad liberada a una euforia atropellada de
perfumes. Caía un sol de justicia, no cejaba la canícula de la
Virgen de agosto, pero en el interior de madera de la taberna devota de Joyce y
de Beckett, era de noche y hasta ultra-noche. El ácido del alcohol sobre las
maderas presentaba inclinaciones hacia los besos. En la urbe eternamente
tediosa todo el mundo hacía el amor con todo el mundo y hasta se volvían
posibles los labios largos, grandes, bien tallados de Helena. Su boca se
parecía a las alas de una gaviota, color carmín sin necesidad de carmín. Sus
dientes, su sonrisa, derretían el
corazón porque no eran solo nácar y hueso avejentables, sino la fábula nebulosa
de la adolescencia que retorna y me recibe, las puertas del Cielo donde beso a
M. (su hermana mítica) y a Teresa Casado y a Iria y a Ema y a Lola
y a Celia.
Imagino
que alguna clase de lectores se estará refocilando ante la inminencia de una
escena de sexo oral explícito, una descripción sugerente de un beso. Pero antes
debo aclarar lo que supone besarse en público en Ciudad Maldita (acaso eso
explique por qué escribo mi catálogo):
No
es necesario esconderse para besar a los hijos. Tampoco para besar o acariciar
a los animales de compañía. Se tolera un beso entre parientes y en ciertas
ocasiones señaladas hasta es posible abrazar a los amigos: en Nochevieja,
funerales o triunfos de la Selección. En cualquier otro caso, el beso será considerado un acercamiento pre-ambular
al coito, o cosa de maricones y de
babosos.
Así
las cosas, resbalar en la taberna irlandesa hacia el beso sobre Helena sin que
nadie nos mirara ni nos condenara era una bendición. Y todo el mundo
–celebrando las fiestas de su Patrona- intercambiaba risas y buen humor,
palmetadas en la espalda entre amigotes y delicados azotes en el culito de las
amigas. No se enfadaban los maridos. Las mujeres casadas abrían sus escotes.
Las viudas llevaban al extremo las procacidades. Las pimpollas estrenaban sus
minifaldas, tacones y lencería; como dulces largamente horneados en sus hogares
de procedencia, animales jamás vistos, semejantes a las llamas o las bolugas. Los muchachos
también habían trabajado en los gimnasios. Estaban todos guapísimos. Los
aguafiestas habían desaparecido (sí, son ésos que se ausentan de Pamplona
durante los sanfermines porque no soportan a la chusma). Los hijos de la
ciudad emigrados a Valencia, Barcelona, Madrid o Los Ángeles, ornaban la feria
también con su presencia, con su aura
adquirida lejos. Las familias celebraban cenas rituales como bautizos en las casetas
de pollo asado y churrerías del ferial. Casi era obligatorio ser feliz.
_ Y LO FUIMOS, claro que lo fuimos –dijo mi señor disfrazado
de viejo en su porche y en su butaca.
- Pues claro que sí –repuse.
AUTOBIOGRAPHICA
No
solo yo esquivo el taedium vitae mediante la redacción de mi biografía
emocional. Chaplin sigue conmoviendo en la sua autobiografia. Dylan daba
a la imprenta en 2004 un exiguo álbum de flashes de distintas épocas, y lo
dejaba todo abierto en sus Chronicles. La artista Ana Obregón está
vendiendo muy bien la suya. Hace unos meses, el excelente delantero Pedrito de
la Selección, con solo 24 años, sacó el libro de su vida. Ignatius me ha dicho
por teléfono que va a publicar hacia enero de 2013 sus diarios con más de 1.800
páginas (y no es “más que un resumen muy apretado”).
Auto-biografías,
memorias, catálogos, diarios íntimos, confesiones, poesía y verdad, no
solo del mayor poeta de Alemania, o de Amiel, o de Jean Jacques, lengua
absuelta de Canetti, biografías políticas de Trotsky, cuaderno de Bolivia del
Che, experimentos con la verdad de Mahatma Gandhi, memorias del mismísimo memorista: Stephan
Zweig. Sino también del mero Ciudadano
Cero: la Auto-biografía Oficial del
Hombre-Masa.
Aricia
me contó muy emocionada la frase de Warhol sobre los 15 minutos de fama. Pero
de aquellos 15 minutos habíamos pasado a las 1500 páginas, a la democratización
de la auto-biografía y del auto-retrato: En el futuro todo el mundo, llegado a
un cierto grado de egotismo, se planteará contarles a los demás el sentido de
su vida. Proustificarlo (“Auto-justificarse”,
dirían los psicólogos).
¿Y
yo? Claro que no puedo sobre-pasar mi horizonte hermenéutico, mi
actualidad, los intereses de mi aquí y
de mi ahora. Pero tal vez sea propio de las confesiones la falsificación, el
dramatismo (san Agustín es un maestro del género; y Jean Jacques, le romantique; y el
Werther aunque no existiera). La exageración de la culpa degenera en la
teatralidad de la falta y vuelve trivial el pecado.
Y tampoco ignoro la existencia de escritores pourries
que en su vejez pretendieron resucitar el erotismo de sus años juveniles.
Literatura de masturbación. Memorias sexuales como las de Marcelo en la antigua
Roma.-¿Yo igual que ellos?
No,
no es eso lo que busco sino el
testimonio y el martirio del Amor. Los avatares de Eros.[1]
SIN
MIEDO AL LLANTO
Quiero
llorar la tinta sobre la tinta
Y el papel,
Quiero llorar sobre los pliegos,
Quiero llorar sobre los tomos,
Quiero llorar sobre los rollos...
Quiero llorar
hasta ondular
El vientre de las grandes e industriales
Papeleras y llorar hasta empapar
La carta que me encontró a mí en la lluvia,
La de las manchas perfectas
Como el beso sobre Helena...
Quiero llover hacia la amada
calavera,
Quiero limpiar hasta que brille
El lomo de la lápida.
Quiero pudrir
La obscuridad de las hojas dentadas de los olmos,
Profundas como los chopos,
Túrbidas como mi estanque,
Sedientas en capilares...
Quiero llorar y llorar y
llorar...
Quiero llorar hasta llegar
Hasta la médula de la Tierra
Con mi tristeza salobre.
Mojaré el ardor del níquel,
Sofocaré incandescente
El postrer tizón de hierro...
Quiero llorar hasta hallar a quien me llore.
0
NUESTRA
VIDA EN LOS BURDELES de la gran ciudad costera del extremo Sur de Europa me iba agradando cada día más. ¿Me estaría pareciendo cada vez más a mi Señor, mi secuestrador,
el Drogadicto, el Loco de la Carretera; cada vez más como él? - El juglar
vestido con su sombrero naranja estaba allí en medio del lupanar como un sapo
de mal agüero. Y miraba a todas partes y no decía nada.
-
¡Y
a mí qué cojones me importa que la Humanidad se vaya a tomar por culo! –resonó de repente como una vociferación en
mi cabeza; era el bardo. Qué mal lenguaje. Pero su acento era claramente viril y salvaje. No
tomaba drogas. Pedía bebidas con nombres demónicos. Me inquietaba. No sabía si
su voz sonaba en la realidad o en la novela. Que se fuera.
Por
otra parte el acertijo de mi Señor esta vez me pareció transparente: estaba concentrado en el sonido
de “quiero llorar”: lo primero que lloraba eran los libros, las letras
escritas, semejantes a besos desdibujados. En segundo lugar quería llorar sobre
la lápida, sobre la muerte de las cosas y esto le conducía a una especie de
caída ontológica o geológica: piedra, humus, agua, raíz, etc. En tercer lugar
ese llanto-lamento sosegaría incluso la explosión atómica del interior de la
Tierra. Al final su llanto–lamento se
desvelaba como una búsqueda de compasión.
Traducido así a palabras crasas, el acertijo
era de una estupidez pasmosa pues ¿qué efecto puede tener la redacción de un
poema-llanto con la reducción de la temperatura del Nife? Era un error, no una
mera exageración. Pero todavía resultaba más patético el final: ¡Podía haber
empezado por ahí antes de llorar tanto! -Si es por eso,
yo le hubiese compadecido de corazón. (Pero ¿no crearía esa forma de
vida una cadena de compasibles compasivos? - Una sociedad perfecta
lacrimosa, dice el que solo quiere ver eternamente la destrucción de las
cosas). Y yo solo quiero ver a Diosa.
[1] Aunque nunca
será la Autobiografía de un Yogui de
Paramahansa Yogananda, el Santo. Ni la de Osho, el Incorrecto. Ni U.G. Krishnamurti. Una Vida. Ni Recolte y Semailles de Grothendieck.
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