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IRINI THESALONIKÍ


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IRíNI. THESALONÍKI



         El 14 de marzo fue poco menos que derrocado el gobierno del PP entre la indignación de la gente y las humaredas de la masacre. El ascenso del Presidente del “talante” fue una suerte de relajación: quería decir con ello que estaba dispuesto a oír la voz del pueblo.  Al menos así fue al principio de su legislatura.



         En una de sus primeras ruedas de prensa y en relación al error del ejecutivo de Aznar de atribuir el atentado de Atocha a los etarras, Zapatero se esforzó por diferenciar dos tipos de terrorismo: el bueno y el malo.



         Tenía razón: los de ETA eran “humanos” comparados con los nuevos señores yihadistas o salafistas. Sí, pusieron una bomba en el Hiper-Cor de Zaragoza, dejaron sin piernas a la niña Irene Villa. Pero eran daños colaterales en la lucha por la “libertad” de Euzkadi.  Además:  ETA siempre avisaba cuando ponía una bomba en Barajas o en cualquier sitio público. Debíamos agradecérselo. Lo de la calle del Correo no podían avisarlo, claro; también eso podíamos entenderlo.



         Los nuevos terroristas, -unos místicos, unos poetas-, consideraban en cambio que merecíamos la muerte todos los españoles, todos los occidentales, todos los infieles, todos los no-salafistas (no-bueno-musulmano) y hasta los musulmanes que trabajaran en nuestros países. Y que cuantas más bajas civiles, mejor. La Muerte progresaba a golpes de pequeñas cruces blancas: estos revolucionarios orientales eran más sanguinarios que los de la utopía de Aitor, unos caballeros. –No es de extrañar que, asqueados ante la nueva manera de matar a mansalva, los biznietos de los bizkaitarras, los nobles descendientes de los carlistas se retirasen e iniciaran una tregua indefinida. Tenían su corazoncito. Ellos no hubieran puesto una bomba en la Puerta del Sol en Nochevieja. Tenía razón el Presi: Habia terroristas y terroristas.



         Las cosas se calmaban, yo seguía con Lesbia pero enamorándome hasta de una chapa de Coca-Cola. Aquel verano de 2004 viajamos a Creta: Los griegos felices disfrutaban en las terrazas de sus puertos con los triunfos de su selección de fútbol en las olimpiadas de Atenas, aún no se habían convertido en los apestados de la UE.



         En febrero del mismo curso (2004-2005) volví a viajar por segunda vez a Grecia: a Atenas y a la bella Salónica que aún no conocía. Se trataba de un viaje de estudios pues, por motivos obvios, la cultura griega es fundamental para un modelador de membrillo. Ni siquiera puedo imaginarme, querida Lectora, cómo sería mi imaginación si jamás hubieran existido los mitos griegos. Un mundo anafrodisio. Y sin Venus, y sin Eros.



         En el ágora de la ciudad que mató a Sócrates, conocí a Irini –aún estudiante pero independiente- cuya nariz algo ganchuda o grande no afeaba en absoluto su rostro. Su pelo era de un color negro obscuro y lacio, casi azul obscuro, como el plumaje de un cuervo.  Sus ojos almendrados, pero algo achinados, guardaban los misterios de las civilizaciones. Cutis blanco blanco blanco.  Su boca era grande y semítica. Sus pechos comparables a atunes, como los de las italianas antiguas o las teennagers escocesas de hoy día . -En cuanto vi a aquella joven, al menos 20 años menor que yo, sentí un enorme deseo de conocerla y de pasar mucho tiempo a su lado.-  Volvía a ocurrir: no había nada en el mundo comparable a contemplar el rostro vivaz de Irini.



         Pero la primera vez que cruzamos palabra fue en el ágora de la antigua Atenas donde hablamos de los poetas de la gran urbe costera del extremo Sur de Europa: De Camilo de Ory, Francisco Fortuny, Salvador López-Becerra, Mesa-Toré, Álvaro García, María Eloy, Manuel Alcántara, María Victoria  Atencia, Muñoz-Rojas, David Leo, Juvenal Soto, Rosa Romojaro, Alfredo Taján  y por supuesto de don Miguel Romero Esteo, el viejo rey y monarca único de las letras de la ciudad desde que muriera Rafael López-Estrada, el Poeta.  - Ella conocía a algunos; yo los conocía a todos. Quedó demostrada mi superioridad antes de que hubiésemos recorrido la mitad del monumento, las ruinas del foro ateniense.



         Porque yo conozco a todos los poetas y he leído todos los libros. Los venecianos y los postistas, los sensistas y la poesía del silencio, la nueva sentimentalidad y la poesía “entrometida”, al grupo de Rota y a la escuela de León, a los catalanes y a los gallegos, a los polacos y a los franceses, a los árabes y a los coreanos, a Francois Villon y a Zbgniev Herbert, a Fernando Beltrán y a Wiszlawa Szymborska, a Francesco Petrarca y a Cavalcanti, a Juan Carlos Mestre y a Benjamín Prado, a Vicente Valero y a Antonio Colinas, a Chantal  Mayllard y a Jesús Aguado, a Mishima y a Tagore, a Unamuno y a Manuel Machado, a Mirabai y a Saraha, a Miguel Hernández y a Robert Desnos, a Lorca y a William Carlos Williams, a Juan Ramón Jiménez y a Miguel Jiménez de los Galanes, a Verlaine y a Banville, a Poe y a Whitman, a Derek Walcott y a Dylan Thomas,  las poesías en servilletitas y los desvaríos razonados de los brujos yaquis,  y hasta  los textos que dejaron escondidos en las cuevas del Tibet los karmapas como guías para los avatares en los que se reencarnaran. Haikus y koans nunca escritos sino vividos como el poema, resumiendo tu vida antes de hacerte el hara-kiri. Lo que cantaban los trovadores de la ruta de Alaska y los duendes que hallaban por los caminos los magos-poetas de Malí. La samba del gaucho payador de La Pampa y el don sagrado del juglar armenio a lo Gurdjeff o Aznavour.  - Conozco hasta la poesía patética que hacen los robots.



         Su superioridad manifiesta era su juventud y el dominio del griego. Aquella muchacha podía traducir al demótico medio borracha y a las tantas de la madrugada una conversación atropellada sobre pantallas y pies de lámpara; o cualquier otra cosa; y eso sin dejar de fumar porros, de retozar y de jugar con un amiguito suyo que era tesalonicense pero había pasado la infancia en Etiopía.



         Irini había nacido con el don de lenguas y parecía completamente satisfecha con su vida. De inmediato decidí que no me interesaba estar con nadie más que con ella.



         No, no era que yo estuviese interesado en saber de qué color llevaría las bragas o porque fantasease con la posibilidad de que fuese desas chicas que se desmayan tras gemir y gritar en el orgasmo. A mí lo que me motivaba de verdad era que me enseñase el griego, el griego en vivo y su posible aplicación al diseño secuenciado de plantillas de membrillo.



         Y ahora casi tiemblo de emoción al acercarme al relato de La Noche de las Noches de aquel viaje. Pues aunque todas las jornadas de un hermoso periplo sean hermosas e intensas, el mismo viaje es un proceso que se desarrolla por sí solo, que tiene sus propias reglas –como el alma de las novelas- y que en un momento determinado alcanza su nudo y su desenlace: la Noche de las Noches. Antes de eso, la presentación; después de aquella noche, el epílogo.



         Irini no solo era física y mentalmente perfecta sino que solía relacionarse con poetas y parecía que le gustaban los porros, pues en cuanto olió que yo me estaba fumando uno traído de nuestra ciudad, me miró con admiración por haber cruzado la aduana con droga y me pidió unas caladas. -Estábamos en la falda de la Acrópolis, debajo de ella por su cara Este y fumábamos los dos solos: La Luna, el Partenón iluminado y nosotros. Nadie más parecía despierto a aquella hora en aquel lugar de Atenas. Yo empecé a acariciar el pelo largo de Irini y ella se levantó tranquilamente y me dijo que nos volviéramos. Tenía solo 20 años pero capacidad suficiente para manejar esta situación o las que el destino le deparase. Era evidente que a Irini no podía sucederle nada malo. La misma felicidad o alegría de estar viva que emanaba de ella, la protegía. Además, aunque sea irracional, yo pensaba que –como a Sarah sus yins o demonios y difuntos persas- a ella los espíritus de todos los griegos muertos y renacidos la respaldaban. En aquel lugar precisamente –como testimoniaban las exacavaciones del metro- había muchísimos. Sin embargo la noche era apacible: Eran muertos de la Antigüedad y les había dado tiempo a reconciliarse con los vivos. O tal vez a olvidarlos. Pero esa no fue la noche de las noches sino nuestro primer porro solos.



         A la mañana siguiente esperé a Irini para hacer la obligada visita matutina a la Acrópolis. Sin Luna y sin porros.- Nuestro grupo, esperaba en el lobby del hotel después de haber desayunado. ¡Pero ella y su compañero de habitación no bajaban! -No consignaré el nombre de él, hombre afortunado-.  Y empecé a sufrir. -Tiene razón el viejo Platón cuando habla del Amor, de Eros como de un ser sufrido y enteco, maldormido y alterado, pobre y necesitado. No un semidiós amable y feliz.



         Me imaginaba que ella y su compañero de habitación -10 años mayor que yo, 30 años más que ella- estaban alargándose en una feliz follada mañanera, o acostada:  calentitos y arrebujados entre sábanas blancas. Aquella mujer me parecía doblemente atractiva: se acostaba con un amigo de 50 (pues no parecían pareja sino amigos con derecho a roce). Me parecía libre y perversa.



         Enarbolando una supuesta solidaridad con mis compañeros de estudio, discutí con el director del viaje, que se marchó a la Acrópolis con el resto del grupo dejando a Irini y a su compañero en el hotel.



         Ardiendo de ira y de celos, me avine a subir solo la ladera del monte hasta el templo de Atenea Virgen sin esperar a Irini. Había por todas partes diferentes perros enormes como mastines, sin dueño. Abrían un solo ojo para mirarme escépticos, casi burlones pero totalmente pacíficos, haraganeando por ahí, entre las columnas derruidas, la escalinata, los olivos y las cariátides. Estas eran las cosas que me gustaban de Grecia. Era evidente que los perros eran reencarnaciones de antiguos filósofos.



         Estaba pensando en comunicarme con alguno de ellos, en preguntarles por el secreto del helenismo, a ver qué me decían, cuando aparecieron Irini y su amigo: Sonreían, no habían desayunado, al menos no llevaban el pelo desordenado ni iban a medio vestir...-La idea de que alguien sea sexualmente más feliz que yo, que supere mis marcas de relaciones genitales semanales (anuales no), me provoca una insólita modestia.



         Mientras me pegaba a Irini para ya no despegarme de la cercanía de su brazo izquierdo en el resto de las horas dese día y de los días que seguirán, la imaginaba disfrutando de un cunnilingus tradicional tan solo media hora antes. ¿Habrían llegado al éxtasis y a la explosión ambos a la vez o lo habrían dejado para más tarde al darse cuenta de que se perdían la visita a la Acrópolis? –Sí, podía imaginarme a Irini apartando la canosa cabeza de su amante para decirle que se vistiera. Aquel modelador de membrillo –casi todos los de nuestro grupo eran modeladores de membrillo- cercano a la sesentena parecía el hombre más joven del mundo al lado de su amiguita de vacaciones. Crecía mi modesta admiración hacia él. Siempre admiro a los que ligan más que yo: Goethe, Chaplin, Dylan o el compañero de habitación de Irini.



         Un fondo de desnudos y de mármoles y Poseidón de bronce en su magnífica sala del Museo Arqueológico. Los glúteos poderosos de adolescentes kourós de enigmática sonrisa y las mustias nalgas de las kourés siempre cubiertas de ropajes... - Era evidente que los griegos eran maricones. Todo el mundo lo sabe aunque no se comente. Platón era maricón, muy maricón. Sócrates también lo era pero además, -disculpe la Lectora lo que voy a escribir- un calientapollas, como puede comprobar cualquiera en el episodio de Alcibíades de El Banquete o Del Amor. Sófocles también debía ser de la cáscara amarga. Heráclito era un marica arisco, Parménides un sarasa de un optimismo inaguantable,  Demócrito un bujarrilla sonriente. No solo era maricón Solón;  Zenón también  era maricón.



         A Praxíteles le ponían las caderitas y culetes de los Apolos mucho más que los tobillos y las rodillas de las Dianas. Y a Fidias, y en general a todos los escultores de la clásica Hélade, era evidente que les gustaba el tema del bíceps y de los huevecillos, los culos de sexo masculino. Les interesaba mucho menos el pubis desnudo de la Venus de Milo o sus redondos hemisferios -que nunca conoceremos, pues su ropa es de piedra; nos quedamos sin conocer los carrillos del culo, el bello glúteo y el monte de Venus,  de Venus. – (Desde que en la infancia vi por primera vez esta escultura, he estado enamorado de ella. Conozco de memoria el volumen y la forma de sus pequeñas mamas (estas sí desnudas) y puedo asegurar que su rostro no es humano sino el de  Diosa).



         Habían sido geniales pero habían sido unos maricones. A Pericles me lo podía imaginar sin casco en el Indiana de Ibiza, como cuarentón de pelo rizado, un tardo-hippy macizo y amariconadísimo.  Que tuviese por pareja a una hetaira, solo confirma su profunda homo-sexualidad. - Efialtes un homófilo fino de lengua muy afilada, un verdadero maricón.



         Cuando le conté todas estas interesantes observaciones al director de nuestro viaje -intentando reconciliarme con él tras el incidente de la mañana-, él vino a decirme que le dejara mirar en paz las piezas del museo. - En seguida me di cuenta de que él también era maricón y que por eso había estudiado Filología Clásica.



         Clásicas solo se estudian si eres gay: Virgilio era mariquita aunque era el Poeta. Catulo no es mariquita, es un maricón –como me enseñara Lesbia.  Séneca era un genio, un Poeta , un héroe y un mártir (y, además, no era gay). - Así hubo en los 80 toda una generación de poetas con pluma en España –por ejemplo: Ramón Irigoyen y el movimiento de los “rumis” de Guillermo Pérez-Villalta-  que habían estudiado Filología más o menos Clásica y adoraban, imitándolo sin éxito, al Poeta Verdadero: Konstantínos Kavafis cuyo primer verso aprendí no en los libros sino en la calle, en los labios de Amable Palacios Brusca que me lo recitó en Ybbozzim en 1991.



         Solo te fascina lo griego y el griego si eres andrófilo y ginófobo como eran los griegos. Así que cada hora que pasaba me iba cayendo peor nuestro jefe, aquel jodido maricón, ¿quién se había creído para tratarme desa manera? - Yo volvía a la proximidad física de bella Irini, su presencia me recargaba. No parecía tener inconveniente en que me pegase a sus piernas y a su espalda durante horas y  la oliese siempre que las circunstancias lo permitieran. Y siempre olía bien. Me tenía encantado con aquellas muestras públicas de confianza. Aunque a solas mirando la Acrópolis en la noche de luna, no me hubiera dejado acariciar su pelo...



         Cada vez me separo menos de Irini, lo justo para no molestarla. Y ella con su flequillo negro como la obsidiana partiéndole la frente en un semicírculo, el rostro blanco, blanco, blanco, no perfecto pero perfectamente joven, podría ser el esbozo de la gitana blanca, aria que hemos soñado todos (sí, tú también, querido lector heterosexual), con ojos almendrados y un poco rasgados que parecen estar divertidísimos con la vida, ella siempre me anima a acompañarla.-  Va a ver a un amigo madrileño que sabe veinte idiomas.-  Va a visitar al  misterioso  Athánasi, cuyo simple nombre me hipnotiza  (Inmortal) aunque no tanto como su extraña vida (y la de su hermano Níko) pasada por Etiopía. - Es evidente que se trata de dos veinteañeros rarísimos al margen de la ley puesto que poseen un frasco de cristal con marihuana que puede pesar por lo menos un kilo, más que suficiente para un consumo moderado de un mes o dos; y utilizan numerosos programas informáticos ilícitos. Y no cavilan sino en maneras súbitas de hacerse millonarios.



         Ella siempre me dice que la siga. Hasta cuando no pretendo verla, en esos raros y estridentes momentos muertos entre una visita cultural y un recital de Elefthéria Arvanitákis y Jarís Alexíou, en la rara siesta solitaria, bajo a buscar tabaco y ella está leyendo un libro en el patio con fuentes de la recepción. Y su rostro limpio, pero no perfecto, me anima a otra vez a acercarme. Le hablaré de Nefeli y de la sutil Mithistórima, le diré con el corazón en la mano que todavía no sé la lengua de Homero (un ciego maricón), que me lo enseñe...  Le contaré mi viaje, toda la aventura humana a lo largo de la noche luminosa y de las noches que seguirán.



         Pero no para instruirla o deslumbrarla como haría un vulgar don Juan, sino para despertar en ella los espíritus y los fantasmas de todos los griegos muertos que yo sé que pueblan como un vocerío el fondo insondable del espíritu  de Irini, la hispano-griega por elección, malacitesalonikense. - Creo que no estoy enamorado de ella. No. Estoy enamorado de Lesbia que me espera en la otra punta del Mediterráneo con su cachorrilla Tobie. Es enternecedor; solo estoy enamorado de mi pareja (y tal vez un poco de su hija). - Pasan mientras tanto mujeres, como Irini, en el interregno.



         Al cabo de los días empiezo a pensar que Irini se limita a compartir la habitación de hotel con el hombre de cincuenta. Que no hay cunnilungus ni fellationes ni polvos festejando el despertarse. Si se esconden cuando se desnudan para ducharse o cambiarse de ropa, eso es algo que a mí  no me importa y en todo caso no voy a preguntárselo a ella aunque hablamos muchísimo y casi sobre cualquier tema en nuestras caminatas, canciones, visitas a los teatros, museos y tabernas de la que parece la ciudad más divertida del mundo. -Pero Atenas no acaba de gustarme, nunca me gustó. No puedo olvidar que esta fue la ciudad que mató a Sócrates. -El arreglo de alcoba con su amigo me parece de lo más moderno y libre. Irini es aún más atractiva si no folla con él.



         Por otro lado, en nuestro grupo hay muchas mujeres y algunas con el ánimo frívolo de estar de vacaciones y de viaje han empezado a decirme cosas halagadoras como que llego “siempre llegas cinco minutos tarde, ni antes ni después; como los espías”. O que tuvieron un novio que era un golfo poético como yo. ¿No se dan cuenta de lo obvias que son? Parece que van a desmayarse como las damas de antaño. Qué idiotas.



         No descarto la posibilidad de requerir más aclaraciones e ir enredándome en algún pasatiempo con estas compañeras que, por lo que dicen, parece que me encuentran gracioso. Yo a ellas también. -La más atractiva de todas es la septuagenaria María, la de los ojos verdes, sonrisa sabia, seguidora de un catolicismo integrista y ni idea de griego. Me encanta estar con ella, es mi segunda compañía preferida y aprendo cosas como que encender velas es una tontería anti-ecológica. Lo mejor es cuando me habla de la mayor poetisa española de todos los tiempos, cuando me regala una postal con un poema de la Santa que llegaré a aprenderme de memoria:



“Nada te turbe, nada te espante.

Todo se pasa, Dios no se muda.

La paciencia todo lo alcanza.

Quien a Dios tiene, nada le falta.

Solo Dios basta.”



Aquello sí era Poesía. Me imaginaba a la Santa como a una mujer de belleza pura y el dolor de no poderla conocer se compensaba con  las charlas teresistas de María: de algún modo la Santa estaba con nosotros cuando hablábamos de ella y ella nos hablaba en su castellano puro. Griego también era el nombre de Jristós y  de San Pablo.



         Hay también una joven navarra algo mayor que Irini que tiene un rostro más regular que mi amiga de nariz ganchuda. Ha escrito su doctorado sobre la Psicología de Aristóteles en La Sorbona y levanta un cuerpo soberbio de casi metro ochenta, cuidado y limpio. Tal vez más hermoso que los pechos como atunes de Irini. Pero es guapa, está buena, es simpática, inteligente, cariñosa, tiene dinero y está soltera; al igual que Lesbia, parece la mujer adecuada. Lo que me retiene de transitar los avances que ella parece dispuesta a permitirme. Es mi tercera compañía favorita.



         Y hay algunas otras más que pasan como perfiles de las princesas de Creta: una belleza natural de Thessaloníki que es amiga del compañero de habitación de Irini. La perfección de sus rasgos casi hace que me vuelva loco, se tambalean los fundamentos de mi equilibrio mental: Una mujer semejante al perfil de una princesa de Creta no la había podido admirar nunca.



         Sí, ya sé que entre él e Irini no hay nada sexual pero con la griega sí debe haberlo porque de tres o cuatro  noches que pasamos en Salónica una no viene a dormir al hotel y el trato entre ellos, -la cretense y el camarada de Irini-,  a la mañana siguiente está plagado de caricias, como la gente que ha hecho bien el amor.



          Cada vez le admiro más y está claro que me ha ganado al menos en esta semana de febrero por 2 folladas a 0; menos mal que con Irini no tiene más que intimidades de amigos. Si no, habría sido humillante, sobre todo por ser tan mayor. Se supone que los cuarentones gozamos de tasas más altas de apareamiento que los seniors en su acmé. -Es una tendencia natural hacia la procreación.- La franja entre los 18 y los 35 copula el doble que los cuarentones. Entre los 15 y los 18 practican por término medio más de veinte sesiones de auto-estimulación sexual diaria con o sin resultado de un orgasmo completo. El 80 % de los adolescentes norteamericanos piensa en sexo durante el 80% del día; solo consiguen despegar sus pensamientos de este tema durante tres horas y veinte minutos al día. -Son datos estadísticos. Simples necesidades naturales.

        

         Casi me estaba planteando entregarme a  una cópula penis ad vaginam con alguna mujer a mi alcance en los días que restaban, solo por equilibrar la balanza con mi rival. -No era imposible: aunque no sabía los porcentajes de sexo que presiden las entrepiernas de la Atenas o la Salónica actuales. Me daba la impresión de que follaban más los de la ciudad costera, igual que pasa en España. Se presentía ya la pasión turca con sus agresivos enculamientos de burguesas malcasadas parecidas a la bella Ana Belén.



         Pero se va acercando el final y armándose el nudo del viaje como el de una tragedia o comedia o carajicomedia de Juan Goytisolo. Es la Noche de las Noches, lo sé porque es la última. - Salónica la alejandrina brilla abajo en la obscuridad y la contemplamos desde arriba, desde el castillo a donde hemos subido en autobús para cenar en un pequeño restaurante donde se acaba bailando el sirtaki y hasta el baile de los pajaritos en versión griega tras degustar las delicias de suculento faguitó, krasí  de Corinto y oúzo. Hay una explosión de alegría natural por la vida muchas veces en Grecia. Por esta vida, por este mundo, por esta Noche. Las otras dos veces que estuve aquí –con el Filósofo el Borracho hace más de dos mil años, con Lesbia este mismo verano; pronto volveré en el 2007- fue igual. -Irini y su misterioso amigo semi-etíope Niko, al que ha integrado en nuestra cena de despedida de Salónica, bailan al son de un acordeón, de una guitarra y de un bouzouki que el dueño ha descolgado de la pared.



         Cada vez me fascina más el alcance de Irini, que tiene: 1) un novio allá en la ciudad costera como yo tengo a mi novia;  2) un amigo íntimo en Grecia con el que comparte habitación (pero que luego en Salónica se acuesta con una ex que tiene el perfil de una princesa cretense; hombre afortunado) y además saca tiempo para 3) visitar a residentes españoles en Atenas muy guapos; y 4) hasta para magrearse esta noche con su coleguita Niko sin dejar de 5)  lanzarme alegres miradas que me indican que no me desaliente. -A mí el billar de dos y de tres bandas me gusta mucho más que el billar americano con agujeros. Y las mujeres infieles o frívolas más que las adecuadas y las serias. No pienso despegarme de esta muchacha excepcional y admirable,  que tiene tan solo algunos años más que Abla y que las aprendices de ninfómanas de Ciudad Maldita. Pero es muchísimo más culta, veo en el fondo de sus ojos la capacidad de descifrar el disco de Knóssos.



         Tiempo después salimos andando camino abajo hacia la ciudad de noche, hacia su centro y hacia Águios Nikoláos, la iglesia y la avenida donde debía recordar que estaba mi hotel si me perdía de madrugada borracho. (como terminó ocurriendo). El resto del grupo volvió  en taxi a la cama. Cada vez me caían peor; tan prudentes.- Yo me uní a los jóvenes. La esperanza de seducir a Irini, -que estaba medio borracha pero –como era tan despierta- incluso así parecía más sobria que los demás-, de encontrarme con ella a solas cuando todos sus infinitos amigos se hubiesen ido a acostar, acercarme a ella, arrancarle la ropa con su consentimiento y penetrarla hasta conocer al detalle su orgasmo (o multiorgasmia), parecía fuera de lugar. Era mejor no pensar en ello.



         Primero prendimos una vela en un pequeño santuario. Fue nuestra forma de decirnos que los tres, -de alguna manera-, creíamos en Dios y en su Hijo, nuestro Señor  Jesu-Cristo.



         Todo estaba ya cerrado en el centro. Decidimos subir a casa de Niko donde Irene se quedaba a dormir para no pagar hotel. El joven Niko seguro que pensaba en aprovechar el reencuentro y rentabilizar su hospitalidad. Era un comunista radical como muchos griegos. Pero soñaba en irse a América, el país de Aristóteles Onassis.



         Nos encontramos al inquietante Athánasi, su hermano,  que a esas horas de la madrugada todavía estaba estudiando Química y pirateando programas en su vetusto y destripado ordenador. Niko e Irene se metieron debajo de las sábanas de una litera a fumar porros y a darse pellizquitos y a retozar. Era tan infantil que no sentí la quemazón de los celos. Irini, sin dejar de jugar a las almohadas, iba sirviendo de traductora en el chapurreo greekenglish que yo mantenía con Athánasi. A veces su voz se cortaba en una risa porque Niko le estaría pellizcando o tocando alguna zona especialmente sensible. Era capaz de acordarse en esas circunstancias caóticas de cómo se llamaba en griego el pie de una lámpara, el nombre de la pantalla y del interruptor. Era absolutamente prodigiosa.



         - Entonces decidí que debía hacer algo para impresionarla, para llamar su atención, no fuera a distraerse del todo con su joven amigo y marcharse solos a otro cuarto. Imaginármela folleteando con Niko en la habitación de al lado, no a fondo sino desa forma retozona e inocente, ya no habría podido soportarlo.



         Reuní fuerzas, invoqué a los númenes que notaba palpitar como muertos alegres en aquella ciudad oriental, dije que yo soy el que lo recuerda y el que acabará escribiéndolo todo y que algún día aquella noche con todos sus detalles figuraría en una novela y emocionado, casi llorando empecé a cantar con toda ampulosidad las glorias perdidas

de los griegos antiguos.



         -Irini había dejado de rebozarse con su amiguito semi-etíope pero pronto volvió a su borrachera juguetona y lúcida: “Yo sé lo que le molesta...” Y pronunció el nombre verdadero de Lesbia, lo que me hundió en el silencio y la tristeza.- Entonces el simpático pero rarísimo Athánasi tomó la palabra y dijo que había dos tipos de griegos: los que creían en los mitos, en la poesía, en los misterios por un lado, y los que viajaban en OVNIs y manipulaban ordenadores, por otro. (No hacía falta que dijese a qué grupo pertenecía él).- Resuelto este punto, le pregunté por los judíos de Salónica y tras habernos fumado una considerable cantidad de marihuana, él me reveló que “los griegos eran la máscara de los judíos” y por un momento entendí el genio de Pitágoras, Euclides y Aristarco,  y todo se volvió clarividente: Los hebreos eran anteriores a los helenos. Y al fondo, la tragedia de Esmirna... Bajo el efecto de muchos porros, el enigma de los orígenes resultaba transparente.



         Athánasi entonces me enseñó fotos de setas alucinógenas en su ordenador casi desmembrado. Parecía una invitación a conocer a los griegos extraterrestres. Le pregunté si las tenía de verdad, para que nos las comiéramos. Le dije que yo estaba tomando heroína de vez en cuando y que era lo mejor. Seguramente los griegos antiguos cibernéticos e intergalácticos llevaban provisiones de opio siempre consigo. Entonces Athánasi se levantó inquieto como un demonio y empezó a deambular como un loco por el pasillo de la casa rumiando mi insinuación que, esta vez,  no hizo falta que Irini tradujera. – (Al día siguiente ella me reveló que Athánasi era heroinómano y que mi propaganda a favor de los opiáceos como reinas de las drogas, le había despertado unas ganas repentinas de pincharse que casi se lanza a la calle en busca de heroína). -Pero al final se va a la cama. Poco después también se va a la cama su hermano Niko.



         Ni en mis más locas fantasías había previsto quedarme a solas con Irini en una habitación. Llevamos muchas horas y días juntos y mi mirada no oculta mis deseos. Nuevos encantos se van sumando a los que ya conozco, según pasa el tiempo a su lado: Ahora me parece que no me había fijado en sus muslos, que parece que me llaman. Es la Noche de las Noches. Irini que conoce el griego mejor que Teognis, Arquíloco o Alfeo, también puede comunicarse a través solo de la mirada, por telepatía. Hay un extraño silencio donde parece que rugen o murmuran nuestros pensamientos inciertos, la pregunta “¿y ahora qué?”.



         Me levanto, me acerco a la ventana, me olvido de Irini por unas décimas de segundo y contemplo la calle de Salónica y sus árboles en la madrugada. Al volverme veo los ojos de Irini clavados en mí; pero no sobre mi cabeza ni perdidos en el infinito sino mirándome con cierto interés lujurioso la parte más baja de mi cuerpo.



         ¿Ella, la joven, dechado de perfecciones, mirándome con deseo a mí el cuarentón, el loco? Mi alma alarmada se lo dice con una mirada intensa; hace esa pregunta y muchas otras en español y en griego, todas las preguntas en una sola mirada que es una afirmación: “Me estabas mirando el culo, te gusto”. Pero ella no parece muy avergonzada y sonríe sin verse sobrepasada por la situación. –Entonces me adelanto a toda incidencia: le doy un beso de amigo y digo que me marcho.



         Voy por Salónica como si fuera un enorme salón donde me siento seguro aunque sea tardísimo y esté borracho y perdido. Griegos totalmente sobrios me sirven a mí que estoy totalmente ebrio; son muy respetuosos;  me dan un café y un dulce y me indican paternales, -con ojos que siempre están atentos al alma, corteses pero siempre afectuosos-, el camino hacia abajo, hacia San Nicolás.- Parece que la noche estuviera detenida, que no pasase el tiempo. -Me siento protegido y aceptado.  - Grecia es la mejor sociedad del mundo.











FANTASÍA ERÓTICA DE IRINI O DE LOS PASADOS ALTERNATIVOS



         Es evidente que aun siendo un personaje literario podría haberme quedado en vez de haberme marchado.



         Desde la altura del presente, mirado con la perspectiva que dan los años, creo que en realidad me fui asustado. Ahora me doy cuenta; antes era más inconsciente. Casi no era yo mismo, el que soy ahora. -Pero podría haberme comportado de otra forma cuando me volví de la ventana y vi que ella estaba absorta en un deseo lujurioso hacia mi espalda.



         En las películas porno pasan escenas de este tipo incontables veces. Empiecen descolgando un teléfono, limpiando una piscina o haciendo pesas, sabes cómo van a terminar si eres un aficionado al género. - Yo como estrella porno me habría acercado meneando las caderas hacia el rostro blanco de Irini...



         ...No ocurrió, pudo ocurrir. Yo pregunto dónde van las cosas que nunca ocurrieron y sueño un presente donde todas las posibilidades están sucediendo a la vez... Incluso la deliciosa: en vez de marcharme buscando una iglesia para que los Popes me practiquen un exorcismo ortodoxo, follo y follo de todas las maneras posibles con la deseadísima Irini.



         Inenarrable sucesión de imágenes cada una más erótica que la anterior, como un Eros que transcendiera a otro Eros, me cortejan con su nocturno visiteo estos días mientras escribo este capítulo acerca de la inter-reina Irini, la Paz... No pueden describirse ni escribirse las torrenteras de fantasías lúbricas y lascivas que se han vuelto a volcar sobre mí añorando a Irini, a la que hace tanto tiempo que no veo, a la que tal vez no vuelva a ver nunca. Pues mi muerte está cerca.



         Como dijo, memorable, José Luis Quintana –un compañero de la Fábrica- “de lo que te arrepientes con una mujer, es de lo que no has hecho; no de lo que has hecho”. Luego dio aclaraciones, pero a mí no me costó entenderlo: era el viejo proyecto de empitonar al mayor número posible de chicas, damas o señoras. Mejor pecar por exceso que dejar pasar la oportunidad.



         Ahora, con la distancia y la supuesta sabiduría de los años (no es lo mismo haber dado 42 vueltas al sol que haber dado 49), me asombra mi propia estupidez al aceptar como obvia la conseja de Quintana, hombre imprevisible: A veces es mejor no pecar; a la larga se disfruta más con los pasados alternativos, reinventados, posibles, mis ayeres.





















       





VERANO DE 2005



         En las oposiciones de 2004, Lesbia había obtenido un 10 pasando así, por la puerta grande, a la condición de funcionaria en la Fábrica Nacional de Membrillo.



         Había hecho el voto de recorrer el Camino de Santiago si aprobaba. Yo estaba encantado con la idea de acompañarla. No sé si ya he dicho que soy partidario de todo tipo de peregrinajes, esas celebraciones religiosas que aúnan el viaje, la fiesta y la indulgencia plenaria. De hecho, alguna vez había fantaseado una peregrinación mundial que, empezando tal vez en Lhasa, llegara por la ruta de la seda hasta La Meca y Medina para dirigirse de forma natural hacia la sagrada Jerusalén, a Roma y Compostela,  saltar el Atlántico hasta el templo de la Virgen de la Caridad del Cobre en Santiago de Cuba y de ahí, por supuesto, al Machu Pichu;  atravesar el segundo océano que divide el mundo y peregrinar por los numerosos lugares sagrados del Lejano Oriente regresando de nuevo desde Japón y la China, al Potala.



         Una tal vuelta al mundo, si fuera seguida por millares de hombres, tendría la virtud tal vez de erradicar para siempre la Guerra, esa lacra indigna del ser humano. Pero muchos piensan todavía que es necesaria igual que la Desigualdad. - Los tiempos nuevos, el mañana, borrarán sus sonrisas escépticas. Son los mismos que se rieron cuando oyeron que la Tierra era redonda.



         ¿Vivía yo, en mi vida personal, la utopía que quería para el mundo? Yo creía que sí, que seguía la sencilla regla de ética-política de Mahatma Gandhi –“sé para ti la utopía que quieres para el mundo-, un poeta a su modo (murió diciendo un verso del  maha mamtram : Hare Rama, hare Rama;  y fue amigo del Poeta Tagore).



         El viaje a Santiago empezó perdiendo el tren.  Yo me había quedado dormido tras la borrachera y aventuras de la noche anterior, habían pasado dos o tres horas desde la salida de nuestro tren, y Lesbia, hecha una furia, me acababa de despertar y me miraba atónita en la puerta de mi casa de calle Mendoza. No podía dar crédito a sus ojos: ¡Cómo podía haber perdido el tren y habérselo hecho perder a ella!



         No cometí el vulgar error de preguntarle por qué no había usado su billete, por qué no se había largado sola. No. Me excusé y con tranquilidad fui haciendo mi equipaje en estado sonámbulo. Mi actitud daba a entender que no pasaba nada, que lo solucionaríamos. Así suelo yo reaccionar ante las adversidades: con desparpajo y aplomo, una cara con espesor de cemento. -Todavía estaba medio ebrio.



         En la estación recibimos la buena noticia de que RENFE no solo nos cambiaba los billetes por los de otro que salía más tarde rumbo a Madrid y a León, sino que nos devolvía dinero: Este tren era más barato. Su boca no dijo nada, pero simplemente con mirarla a los ojos –que por lo opacos y lo negros comparé con “tripitas de bichos”- le transmití mi pensamiento casi palabra por palabra: “Encima nos devuelven dinero; ahora ya no estarás tan enfadada conmigo”. En la cola de los billetes había un hombre negro muy bien vestido rezando el maha-mantram. Qué casualidad. Le saludé uniendo las manos a la manera india en el namasté y él me respondió con una hermosa sonrisa:  Todo eran buenos augurios. Lesbia había caído como por ensalmo en un estado de súbita humildad, tal vez motivada por el giro que había adoptado nuestro presupuesto de viaje.



         Como no había nada más que hacer, me puse a cantar todas las canciones que sabía, intentando no armar mucho ruido. Así estuve casi sin parar unas seis horas –desde la ciudad costera del Sur hasta León pasando por Madrid-Chamartín- pues tenía ganas de cantar y la falta de repertorio no es uno de mis problemas, como habría dicho Dylan.



         Cada vez estaba más contento, aunque Lesbia no me dirigiese la palabra. Ya se le pasaría. –Sin que se me hubiesen evaporado aún los remanentes de la trasnochada, a eso de las tres o cuatro de la tarde, me empecé a liar el primer porro de polen. Para enchufar el ciego de la noche anterior con el ciego de la noche siguiente.  Con previsión, durante las semanas previas había “enchufado” en la Ciudad de Costa –la de floreciente comercio, tanto legal como sumergido- diversas “posturas” de distinta calidad. Iba cargado de hachísch hasta los tuétanos, como para no pisar el suelo en todo el peregrinaje. “Drogas y Religión” parece un tema clásico (Dios se droga en casi todas las epopeyas; Cristo bebe). - Luego, con discreción para no alarmar a Lesbia -que atravesaba su convalecencia sumergiéndose en el libro Peregrinatio de Matilde Asensi-, me tomé todas las cervezas que pude sin que ella se diera cuenta. Se veía venir cómo iba a ser nuestro viaje.



         Los detalles permanecen anotados en un hermoso y completo cuaderno rojo que yo mismo armé, pegué y cosí con mis manos, ideal para que sobre su lomo se destaque el blanco puro de las lonchas más que rayas de cocaína. - El hecho de que yo sea un personaje literario no significa que se pueda saber todo acerca de mí o que no escriba por ahí otras cosas también en primera persona. Yo soy la memoria de la humanidad. Como Paracelso y Lope de Vega (fénix de los Poetas, la gala de Medina, la flor de Olmedo), uno desos que siempre están escribiendo algo. Y sin embargo no soy el Autor.



         - Se veía desde la primera jornada cómo iba a ser nuestro camino:



         “Lesbia con las piernas completamente deformadas por erupciones cutáneas y con fiebre debida a la insolación, se echa a llorar. Pocos minutos antes nos han perseguido bajo la solanera del llano árido y el estruendo y el ventarrón provocados por los trailers de la carretera nacional, dos gigantescos mastines que señalan su territorio sin alambradas, el inmenso páramo paralelo a la carretera, en medio del cual avanza El Camino hacia Villadango. Nos estremecemos de miedo porque no sabemos si nos van a morder. Tratamos de no perder la calma y seguir el pedregoso sendero sin correr. – ‘¿Lloras porque te acuerdas de algo?’  ‘Lloro de dolor’, responde llorando” (12 de julio de 2005).



         No me preocupé mucho. Lo peor que podía ocurrir es que abandonásemos en la primera etapa. Pero confiaba en convencer a Lesbia y en que se recuperase de sus heridas. Medio histérica, me preguntó si las piernas se le iban a quedar así de por vida y no pude evitar echarme a reír: Ella podía estar al borde de una crisis de nervios; y a mí ¿qué?; no pensaba inquietarme por ello.  Por supuesto, le contesté, jamás volverían sus pantorrillas de mármol y de seda a ser como antes. Comprendía su preocupación: nadie tenía la carne tersa y la piel blanca, de finos poros, de Lesbia.



         Es cierto que yo soy Tristán, el hombre-Luna, el homme fatal, el que trae la desgracia a las mujeres que se enamoran de él y que no pueden dejar de sentirse atraídas, aunque las dañe. - Conservo fotografías de la Duende al principio y al final de nuestra relación. En las primeras era una criatura feliz y oronda, recién llegada de Centroamérica con un peto negro con pintas multicolores, los pómulos llenos, nimbados de rubio. - En las finales, la Duende es un ser demacrado y flaquísimo, fumador, los ojos han adquirido una complejidad creciente, no parece la misma persona. Yo en cambio, permanezco el mismo; cada vez más sano, más nutrido.



         Con otras, sucedió lo mismo: Al principio, en los meses del idilio, en los comienzos, parecían felices; luego, según nos íbamos internando en el proceso del amor, iban amargándose, descendían gracias a mí hacia formas de infelicidad complejas y desconocidas. Pero –semejantes a drogadictas, a suicidas, a locas- eran incapaces de separarse. Y cada día estaban más flacas y ojerosas. Terminaban llorando por los rincones, el corazón roto. Yo las compadecía cínicamente y las dejaba sufrir sin el menor sentimiento de culpa. A veces pensaba ya en la mujer siguiente mientras le acariciaba el pelo a la que, lánguida, empezaba a convertirse en la anterior. La desdicha no es erótica.



         Terminarían patéticas, plantadas en medio de la calle, esperándome por el resto de sus días, despeinadas, jóvenes-viejas. Como se quedó mi Novia, la única.



         Pero yo ya me sentí maldito en aquella lejana época y ver llorar una y otra vez a las mujeres por mí, me parecía parte consubstancial de mi tarea en la vida, ya no me impresionaba... O, quizás era parte de la vida de ellas, de sus propios problemas: ¿Quién les mandaba adentrarse en una relación “seria” conmigo? Si eran masoquistas, allá ellas.



         Yo sé que Eros-Govinda puede satisfacer por completo los deseos lujuriosos de todas las desorientadas. Y yo soy Su brazo ejecutor, Su sirviente eterno. Una vez, casi adolescente, decidí abandonar a mi Novia para ser libre. Sabía que por ello me había condenado a mí mismo a seguir huyendo de dama en dama como en un tablero infinito.



         - En esencia, lo que ellas querían era hacerme a su hechura y que me reportase. Lesbia no es que exigiera mucho: que no me durmiese por la juerga de la víspera, ni perdiera el tren, que no alternase tanto con el colectivo de peregrinos, que volviera a los albergues antes de las cinco de la mañana y poco más. - Empeñado en contrariarla todo lo posible, pasé los 13 días del Camino de Santiago en permanente estado alterado de conciencia. Veinte veces por minuto –y sin excepción por la noche- me sucedían sucesos que cabría calificar de paranormales. La mayoría aparecen narrados en el cuaderno rojo que mencioné antes. Lesbia pretendía que me comportase como un peregrino puritano que solo toma zumos, se acuesta a las 10 ó 10 y media, y se levanta al amanecer como si trabajase en un bloque de oficinas de Tokio o de Kyoto.



         Del mismo modo que nos ocurría en la ciudad costera del Sur, yo era el novio o pareja de Lesbia, pero me permitía una vida al margen de ella, como un mister Hyde que disfruta de las 2/3 partes de la jornada, dejando 1/3 tan solo para el decente y responsable doctor Jekyll.



         Así vivía yo mi utopía y numerosos signos y casualidades exageradas me indicaban que estaba siguiendo el camino correcto, el Dharma. -  Dios –igual que apoyaba los éxitos del terrorismo salafista- Vida en Ación , estaba de acuerdo conmigo.



         –Cuando Lesbia, de vuelta a nuestra ciudad costera del Sur, se despidió de mí en la estación de autobuses y se fue a su casa sin que siquiera estableciéramos cuándo volveríamos a vernos, estaba en estado casi terminal, muy cansada de nuestras caminatas santiaguistas. Pero sobre todo de haber pasado trece días seguidos conmigo–o casi seguidos pues yo, en realidad solo estaba con ella 6 u 8 horas, y el resto vagaba por ahí, solo, entre los peregrinos, o por caminos perdidos. – Lo último que me dijo fue que el mendigo de la Estación olía muy bien; le había dado dos o tres euros por eso, como una especie de premio a la higiene; el mendigo era rubio y guapo.



         Y, como ese fue el último suceso de aquel viaje, ya a la vuelta en Ciudad del Sur, ese debió ser también el resultado o resumen de nuestro viaje: Lesbia me comenta que le gusta un poco el mendigo rubio, que “huele bien”. –Mejor sabrá.



         Menos mal que no vivíamos juntos, sino que éramos una desas “parejas” potentes que tienen dos pisos, cada uno el suyo. Menos mal. Trece meses, trece años de convivencia continua, habrían terminado con su vida. La mayoría de las mujeres –querida Lectora- adelgazan estando conmigo y eso sin que yo las maltrate de manera física. 



         El fruto del verdadero amor no parece que pueda ser otro sino la procreación de una nueva vida. Los que “lo hacen” sin querer hacer un hijo, no saben lo que se pierden. Pero yo perforo los delicados órganos de gestación de las hembras, y supero los récords no solo de continentes al rojo vivo como América,  sino de las especies más compulsivamente fornicadoras (el chimpancé enano con más de 700 concúbitos de semen al año (lo que siendo sinceros no alcanzo a emular casi nunca); pero con solo 40 años de vida sexual;  lo mismo que el gorila albino del zoo de Barcelona,  Copito de Nieve, que ya ha muerto y que tenía mi edad; yo le gano en coitos a lo largo de toda una vida –que es el espacio que requiere la práctica de una virtud, según Aristóteles), - yo habré copulado más que un macaco. Tal vez algunos follen más que espasmos tenga un aquejado de síndrome de Párkinson. ¿Acaso por eso son más felices? –Hacer el amor pensando en tener un hijo es una emanación directa de Eros. Pero yo cumplía con Él –y no perseguía más que a Eros- y sin embargo no tenía hijos. Y al único que pude tener lo habíamos asesinado. -Ahora, cuando esto escribo, tendría doce años.



         Entonces era menos humano que ahora. Yo era un cruel idiota. Con lo que sé al presente, volvería atrás –como quien repasa su novela- y haría que mi personaje no dejara a Lesbia abortar nunca. ¿Qué importancia tiene casarse, aburguesarse, ceder, traicionar los propios principios al lado del alma de un niño? - Pero esto no es una novela. Y no se puede rehacer el pasado.





BUDDHA EN LA FERIA



Buddha en La Posada encarnado

En cabeza, en estatua sobre mesa, en pintura y en máscara de madera.

-Las luces de la Farola huyen del amor

Hacia la calle de las putas-.

A Buddha no parece disgustarle

El tricolor tornasol de discoteca sobre su rostro medido

Ni estros fétidos de hembra

Ni las manos del borracho sobre su moño

Ni los vasos con tóxicos y limón

Que la gente sobre el borde

Fino de su nariz coloca.

Buddha en la caseta de la feria trasnochando.

El primer día caigo al verlo hipnotizado,

Me quedo junto a la cabeza horas y ahora yo soy el beato,

Quiero ser el sacristán, el capilla, el vigilante, el custodio

Y es de risa como definir al yo.

Me sincero al final: rezo,

Que se hagan realidad mis dos mayores deseos

Que se cumplen a lo largo de la noche a su modo

Sin que yo casi me dé cuenta hasta el día siguiente

Cuando paso corriendo por el mismo sitio

Y veo la cabeza de Buddha, la escoba de pie a su lado

Entre restos de inmundicia de la fiesta amanecida.

No se inmuta –al fin y al cabo

Está hecho de madera.

No le ha perturbado el humo

Ni se alegró su boca al alba

Ni pesa el sol en sus rizos bajo la canícula.

No se entrecierran sus ojos de almendra,

Suavemente rasgados, semitibetanos

Cuando el crepúsculo rubio, anuncio de viento o lluvia,

Zahiere las pupilas de los carnales mortales.

Buddha sobre la chapa

De la caseta de la feria La Posada

Es una entidad consciente

De una dimensión no humana

Y si le rezas te acoge.

Estupendo, milagroso, búdico.

Añade que la cabeza tiene una especie de corazón

Rojo en el entrecejo

Y que el arco de sus cejas es perfecto

Como el reflejo inmaculado del puente

O anota quizás que sus orejas

Son largas como elongaciones

Del agujero del lóbulo en los masais.

Allí cuelgo mi dedo, mi corazón

Mientras otros profanan con cigarrillos

Sus alzados labios rojos

O se chancean con bromas de bárbaros ebrios

Ante él que sin sonreír existe.

Buddha estaba en el burdel

De lujo, a juego con camastrones

Redondos, mullidos, rojos...

No soy Buddha en el burdel pero quién soy, quién.



















































































         LA POESÍA empezaba a atropellar a la prosa, a la mera narración de sucesos.  El relato del pasado llegará a invadir al presente. Mi Señor se parecía a un historiador que, tomando los lejanos anales como punto de partida, hubiese arribado a la rabiosa actualidad para transformarse en reportero de minucias. Pero en el fondo, casi nunca pasaba nada y todo era lo mismo. Y yo solo quiero ver a Diosa.



         Ahora empezaba a comprender por qué encabezaba algunos de los capítulos de su catálogo con versos –la mayoría escritos de su puño y letra. Pretendía sugerir la existencia de un segundo mundo de substancia emocional o espiritual.  El clima original, la verdadera trama de su alma tras el velo de los acontecimientos.



         Pues parecía que mi Señor había dedicado gran parte de su vida al comercio con las musas. Y yo cada vez sentía más antipatía por el vicio inmemorial del ser humano de registrar sus pasiones en frases hermosas, más o menos eufónicas.



         En este caso era evidente que su poema –o lo que fuera- por una vez era la continuación de su crónica: Mi Señor, tras su azaroso Camino, habría vuelto a la que llamaba Ciudad Maldita y de nuevo durante sus Ferias y Fiestas; en la Feria se había topado con una cabeza de Buddha y se había quedado hipnotizado largas horas al lado de ella. Las muestras de admiración (o de amor) por el Buddha junto al intrigado deseo de seguir su rueda, no eran sino digresiones o relleno.



         Sin embargo -oculto por vergüenza entre los pliegues de muchos versos e imágenes-, se escondía la realidad: que en determinado momento mi Señor había rezado al Buddhapara que se hagan realidad sus dos mayores deseos”. Conociéndole, resulta obvio que al genio de la lámpara no le pediría mi Señor más que mujeres y más mujeres. -Y Buddha (= Vida) había cumplido sus deseos.



         Nada de esto podía asombrarme: Yo ya había hablado en mi playa con seres invisibles, héroes, dioses, archidiablos capaces de inclinar la línea de los acontecimientos naturales. Y aunque habíame apartado pronto de los humanos mortales, en las nieblas de mis jardines cerebrales se presentían los nombres de los guías y emisarios como Desnos, Hoffmansthal, Mandelstam, Quetzalcoatl,  Dylan, Cristo, el Buddha, Vichitravirya, el Anciano de los Días, y siempre Krishna. Había escuchado el rumor indefinido de sus enseñanzas. - Mas yo solo quiero a Diosa.



         Acaso por eso tanta gente durante milenios y sobre la entera superficie del mundo había entregado su vida al cultivo de la Poesía. Porque les dotaba de un poder mágico. - Mas yo solo canto a Diosa.



















FIN DEL INTERREGNO: PRIMAVERA DE 2005





         Tras los bombazos inaugurales del siglo (11/ IX/ 2001; 11/ III/ 2004; 7/ VII/ 2005) ya no hubo más macro-atentados. Sí, claro, había masacres, niños ensangrentados, asesinos en serie, mutilaciones, metralla, madres llorando, mucho odio... pero los normales. Y en los sitios normales: Israel, Bagdad, EEUU y el Tercer Mundo.



         Yo también me fui calmando hacia 2005-2006. Como el mundo. Siempre echaba un ojo a El País y a la gaceta rival, por si se producía el ansiado atentado de París. Por aquello de no hay dos sin tres. No sé, una bomba atómica sobre el pináculo de la Torre Eiffel. - Pero los salafistas no atacaron Francia ni terminaron de dibujar el triángulo de sangre Atocha-Charing Cross- Campos Elíseos. Ellos sabrían por qué. Los franceses se libraron. La carne carbonizada la pusieron EE.UU., España e Inglaterra.



         Al principio ni siquiera te das cuenta de que ha pasado el interregno, el duelo, la desdicha. Al principio ni siquiera notas que ha vuelto el Amor. No hace falta que surja nadie, que te enamores de nadie, que conozcas al hombre de tu vida, que te toque El Gordo, que te mudes de casa, que cambies de ciudad, que tengas un niño, que tu país prospere, que tú mismo recibas una herencia imprevista. No es necesario que pase nada. - Es el alma lo que cambia.



         Empecé a dejar de sentirme un asesino, empecé a pensar menos en la Muerte, cuya figura me fascina con su tópica guadaña y sus muslos lívidos.



         En la Fábrica de Membrillo apareció un extraño ser de ojos estrábicos y achinados, un joven en absoluto guapo, pero sí atractivo, que buscaba mi amistad y me decía “eres la persona más sabia que he conocido”. Gordito como un pollo, a sus 19 años jugaba a no parecer de clase obrera y a dárselas de intelectual. Nuestro primer encuentro fuera de la Fábrica fue para asistir a una exposición sobre la Teoría de la Relatividad Especial -que cumplía en 2005 los cien años sin que casi nadie hubiese entendido una jodida variable de la fórmula “E= m. c2”.



         Antonio Pachón García sí: -Cuando uno de los universitarios que mostraban la excelente exposición sobre Einstein en el antiguo edificio de Correos de la Alameda, nos preguntó si queríamos ver un video sobre las ecuaciones de transformación de Lorentz, Pachón se apresuró a decirle que lo pusiera. Por un instante, al lado del deseo de saber de aquel joven redondito, peinadito y relamido, -especie de pijoaparte con chaqueta-, me sentí inteligente. Tras haberme fumado en los jardines de Puerta Oscura un par de petas con mi amigo Juan Manuel Pariente, entendí las ecuaciones de Lorentz en su formulación original. El chico que nos conducía por la exposición –un físico- estaba orgulloso de nosotros cuando terminamos. Era de noche cuando salimos a la Alameda perfumada de viernes. Habíamos pagado un amplio tributo a los dioses austrohúngaros de la Ciencia y ahora era justo que nos distrajéramos un poquito en las tascas del centro con las cosas que más nos gustan. Todo el mundo empezó a hablar más alto. Voceábamos.



         Al principio, parece que todo sigue igual. La Depresión Sorda se parece a esos días sucios en que la tormenta ya ha pasado, se abre el cielo, pero la ciudad y los árboles siguen goteando, hay barro por todas partes, ramas rotas y una sensación general de resaca o convalecencia. - Pero poco a poco vuelve la calma.



         Al principio parece que no has salido, que no vas a salir nunca. Los muertos siguen ahí innegables (la perdida Beatriki, papá, el Filósofo el Borracho, nuestro hijo abortado...). La tendencia del alma es a seguir llorando.



                                     Quiero llorar la tinta sobre la tinta

                                   Y el papel,

Quiero llorar sobre los pliegos,

Quiero llorar sobre los tomos,

Quiero llorar sobre los rollos...

Quiero llorar  hasta ondular

El vientre de las grandes e industriales

Papeleras,

 Y  llorar

Hasta empapar

La carta que me encontró a mí en la lluvia,

La de las manchas perfectas

Como el beso sobre Helena...



         Salíamos de la Fábrica a eso de las 10 de la noche, sin el menor deseo de encerrarnos en casa. Era un día cualquiera de entresemana, un miércoles invernal. Todo el mundo resignado a que no pase nada. El joven Pachón me acosaba para que le transmitiese mi supuesta sabiduría. Yo le llevaba a una taberna del barrio, donde vegetan borrachines terminales entre la indignación de las noticias políticas del telediario, las discusiones de fútbol y el olor a anisados. Ni una sola hembra aparte de las locutoras y las sirenas de los anuncios.



         -“¿No ves que no soy sabio en absoluto? ¿No ves en qué ambientes me muevo? ¿No ves que yo también soy un borracho de cutis coloradote, que nada bueno voy a enseñarte, que estoy llorando...?” –Le daba igual: Su entusiasmo juvenil le llevaba a hablarme de la Teoría de Sistemas de Bertalanffy (que él  no conocía). Me dibujaba un diagrama con llaves que contenían sistemas y subsistemas, realidades y sub-realidades jerarquizadas. Pues muy bien. A lo mejor le daban el Nobel en 2045. Sus especulaciones eran de una estupidez asombrosa.



Quiero llover hacia la amada calavera,

Quiero limpiar hasta que brille

El lomo de la  lápida.

Quiero pudrir

La obscuridad de las hojas

Profundas como los chopos,

Túrbidas como mi estanque,

Sedientas en  capilares...



         A lo largo de mi vida yo  había conocido a diversos excéntricos que atesoraban una visión del mundo presuntamente nueva. Filosofías como sistema. Son personas que, como tienen mucho que decir, apenas leen; hablan más que Yosune pero escuchan menos que ella. Trazan esquemas indescifrables y desorbitados: con cuatro o cinco flechas, llaves de esquemas y abreviaturas con subíndice habían resuelto el enigma del Universo. Cuando te lo tratan de explicar, la cara se les deforma en una mueca de schyzophrene; hay que dejarles soltar el rollo sin reírse ni ironizar. He conocido algunos especímenes de la Filosofía como Saber Absoluto.



         Pachón estaba gordito pero era un fanático o un adicto de las dietas. Cada semana probaba una diferente: con proteínas pero sin hidratos de carbono (y se atiborraba a hamburguesas o a magras con tomate, eso sí: sin patatas ni pan), con hidratos de carbono pero sin proteínas (y entonces se ponía morado de pizzas sin fiambre o de paella sin más relleno que el arroz) , o fruta solo (fresas que le corroían el duodeno) , o solo helados (con amenaza de hiperglucemia para esa semana), o huevos y nada más que huevos (que le disparaban el colesterol y preparaban el infarto de miocardio),  solo chocolatinas (le destrozaban los dientes) o solo alimentos naranjas (deteriorando su sistema excretor). Y así iba.- Siempre seguía igual de redondito pero machacándose los órganos. Él sin embargo se consideraba un genio por no comer igual que todo el mundo. A mí me hacía gracia pero me daba pena el espectáculo de la mala alimentación de aquel chico: mi semi-hijo adoptivo con derecho a devolución y a cambio en caso de defecto del producto.



         Yo no voy a morirme tranquilo si no termino haciendo algo grande”, me decía a medianoche en la calleja suburbial. Los bloques parpadeaban azulados con el resplandor paralelo de las televisiones, la gente se deslizaba hacia el adormecimiento y hacia el trabajo del día de mañana; no estaban preocupados por la grandeza. La Luna andaba por ahí aunque no la viéramos. Y a mí me parecía más que probable que mi nuevo amigo terminará en 2040 ó 2050 recibiendo un óscar de la Academia o rechazando el Nobel.- ¿Por qué no?



         Yo no me atrevo a decir que nunca me va a enamorar un tío”, declaraba aquel joven heterosexual. -Tal vez fuera maricón en el fondo, como los griegos, y cuando yo le daba la espalda me mirara el culo. Tal vez se me estaba enamorando.  No sería el primero. - A mí no me molesta que los homófilos me amen; allá ellos. No vivo bajo la espada de Damocles de la temida violación en las duchas del penal. La gran mayoría de los homosexuales no son violadores. - Tal vez Pachón  me lanzaba una indirecta, me insinuaba que yo podía ser su príncipe azul... Pues vale.-Ya he comentado que el deseo de los hombres tampoco me pesa: si una mariposa filomela me dice que estoy muy bueno o que soy fascinante, le sonrío con cortesía y agradezco el homenaje.



         La mayoría de los machos, se ponen nerviosos si les desea un gay. Cruza por sus imaginaciones la fantasía de una violación en las duchas del penal. A mí no me dan miedo ni creo que se les ocurra perforarme el esfínter a la fuerza solo porque les gusto. Recuerdo haberme mezclado en el ambiente gay de las playas nudistas sin que pasara nada. Algunos se masturbaban mirándome y yo, sonriendo de gay a gay, les llamaba invertidos, maricones, monos sexuales, y cosas peores. Yo soy un hombre; ellos también.



- Quiero llorar y llorar y llorar...

Quiero llorar hasta llegar

A médulas de la Tierra

Con mi tristeza salobre.

Mojaré  el ardor del níquel,

Sofocaré incandescente

El postrer tizón   de hierro...

Quiero llorar hasta  hallar a quien me llore.-



         Pero lo de Pachón era todavía más raro.- Una tarde me presentó a su novia en la terraza del bar de Marcos: Se me cayó la baba y tuve que limpiármela con el dorso de la mano. ¿Cómo era posible que un tío tan feo tuviese una novia tan guapa?



         La novia de Pachón era una veinteañera medio rubia que olía a almizcle, llevaba un sujetador de látex y en el rostro el senequismo de las mujeres andaluzas antiguas. No escuché ni una palabra de lo que decía, absorto en la belleza de su rostro y de sus formas. Pachón  se dio cuenta perfectamente de la impresión que me estaba causando su amiga casi-ex-novia/novia-todavía-pero-medio-en-crisis-con-posibilidad-de-solución, y adoptó un discreto segundo plano para que ella siguiera deslumbrándome. Yo trataba de simular una conversación normal con aquella joven, la más bella que había visto en mi vida. Pero no podía evitar mirar y admirar y remirar una y otra vez sus hombros dorados. Realmente eran de un color broncíneo: la piel morena de una rubia levemente dorada por el sol. Sus hombros eran de una rotundidad perfecta y estaban atravesados por dos delgadas cintas de látex transparente. Pachón observó que el sujetador de su novia estaba hecho de la leche del cáñamo y no de plástico. Lo decía con discreción (todavía no se había vuelto loco). Como un vendedor que está seguro de lo que vende. -Y yo me mareaba pensando que la novia de Pachón tenía los senos cubiertos de cáñamo.



         Aquel rato en la terraza delante de la belleza rubia del Sur, fue uno de los más felices . Podría haberme quedado toda la vida contemplando el rostro de la novia de Pachón. Y ella, habituada a ser guapa, se dejaba admirar con humildad.



          En mi opinión, esta forma de alcanzar la modestia es mucho mejor que la ascética propuesta por el cristianismo y las restantes religiones; pues todas las religiones a la venta en el mercado espiritual, se inclinan por valorar sobremanera la virtud de la santa humildad franciscana o vaishnava y por condenar y advertir contra el diabólico pecado o error moral de la soberbia. La receta monástica para ser humilde parece consistir en la mortificación del ego y  sus vanidades. Algo así, como volverse todos feos para no ser vanidosos: Sí, es verdad:  Si todos nos rapamos la cabeza y adelgazamos como prisioneros de un campo de exterminio, seguro que habrá poca tentación por el glamour, escasísima lujuria. No habrá pecado, pero tampoco hermosura.–La novia de Pachón, sin embargo,  era bella, extremadamente erótica, lo sabía y, -modesta- , bajaba los ojos y me hablaba de la vida con cierta tristeza. Como si no fuese una diosa.



         Jamás había conocido una mujer así. La más bella que he visto nunca. Humilde como la Diosa.  Acaso ella sea el objetivo final deste catálogo (o larga locura).



         Entonces empecé a sentir verdadera  admiración hacia el veinteañero de la Fábrica (quizás yo no admiro sino a los que son preferidos por las mujeres bellas). Pude medir la envergadura de las ambiciones de Pachón por su falta de interés hacia su novia de hermosura sobrenatural.



         Era su novia-de-toda-la-vida pero parecía que se le quedaba corta, que no estaba a su altura intelectual. Pues no era sino una chica de barrio obrero que trabaja desde los 16 años. La guapa camarera rubia de una pastelería de los callejones del centro a la que vas solo por verla. La cajera de Mercadona o del Eroski cuya cinta siempre eliges. Una panadera a la que le compras cualquier bollo que te ofrezca. -Tal vez, puesto que parecía que nos habíamos caído bien, tal vez, puesto que Pachón estaba a punto o en trámites de abandonarla, tal vez, cuando hubieran roto, yo podría hacerle compañía y escucharla hablar de su ex... Sí, convertirme en su confidente mientras bebo y hasta casi sorbo los efluvios que salen de su escote de látex cuando se emociona. -No sería la primera vez que consuelo a una abandonada.



         Tampoco fue la única mujer que “me trajo Pachón”. - A sus 19, Antonio Pachón tenía todo un elenco de ex, amiguitas románticas, amores de colegio,  muchachas en proyecto, primas eróticas, compañeras de trabajo, compañeras de estudios, conocidas en bares y en la calle, amigas de infancia, ex-amantes con  nombres deleitosos de Vanessas, Sabrinas y Cristinas hasta agotar el alfabeto. Era feo y casi contrahecho - sus rasgos faciales deformados por los ataques de psicosis y picos maniacos (alucinaciones en las zapaterías hablando con gente que no existe)-, pero ligaba mucho más que su hermano Miguel, el guapo de la familia, semejante a una estatua del Renacimiento por su tez blanca y pelo ensortijado. Miguel era más pequeño y entonces ligaba menos que su hermano mayor. Así, entre los dos equilibraban la media local de cópulas, besos y citas (y eso sin contar los de  sus primos y primas, que eran ultras de todas las prácticas sexuales conocidas o por venir).  - Dos o tres años más tarde el hermano pequeño, el guapo de la familia, –cuando se transformó en un atrevido activista político y viajó al Sahara y a Malí-  empezaría a romper récords de seducción. Aquella familia no producía mucho dinero pero gozaba de mucho sexo. Así es el Sur.



         Antonio Pachón García era el costeño arquetipo,sin acento más que cuando quiere usarlo. Ni seseo ni ceceo, ni jerga de malaquita ni argot- topacio: Listo hasta pasarse de listo, un mercader totalmente entregado al placer, una criatura de asfalto, isleta y policía empeñado en convertirse en un niño bueno preuniversitario con deje  intelectual. Él no voceaba como la mayoría de la clase obrera de la ciudad (para sobreponerse a los ruidos maquinarios que les atruenan y cuya vibración les hace morir de infartos y cardiopatías diversas 20 años antes que la burguesía del otro lado del río, en la misma urbe). Hablaba suave y procurando ser inteligente.- A mí lo único que me impresionaba era el sujetador de su novia y  que se diera el lujo de cansarse de ella. ¿Cómo podía cansarse de una muchacha tan bella? Por mí como si no abría un libro en su vida, eso me importaba poco. 



         Se acercaba ya la noche de San Juan y Pachón me propuso que quedáramos a cenar con dos amigas de la Fábrica: la joven Féren y la treintañera Morphi. Morphi estaba casada y tenía un cachorro, Féren tenía noviodetodalavida (casi desde antes de nacer), yo tenía novia de fin de semana. -Llevábamos todos buenas cartas, estábamos inmunizados contra el celibato. - Pachón tenía novia terminal. Sarah tenía novio formal. Hasta el obispo de la ciudad debía tener su apaño clerical. La gente se divorciaba un lunes,  y al martes siguiente ya había encontrado pareja nueva. Los solteros con alimentación sexual basada en la cacería ocasional, eran los más raros en una zona mundialmente  famosa por su oferta de sexo libre y sin límites (la Costa  igual que  Goa, San Francisco, Ybbozzim o Bangkog había sido y era el paraíso de los dionisiacos).



         Más prudente resultaba echarse una novia más o menos segura y a partir de ahí desarrollar tus aventuras sobre el tapete de la Costa (con una población transhumante de más de medio millón de hembras). -Es conocida la interrelación entre adulterio y sexo: a más cüernos, más coitos por persona y año: compárense las cifras de Soria o Corea del Norte -donde impera la fidelidad conyugal- con las de Haití, Rusia, Francia o la Costa del Sol, donde las mujeres se timan con los empleados de las gasolineras o con el panadero desde poco después del amanecer. -Pero es necesario asumir que a ti también te van a poner los cüernos; si no, los números no cuadran. Pues también los chicos de los surtidores y los obradores están casados o prometidos, no iban a ser menos: Todos llevaban juego.



         Sin duda el sexo hace dulce y agradable la vida. Y Eros. Pero los cüernos y la traición hacen mucho daño. No puedo olvidar la cara del novio de Abla cuando lo despachó para venirse conmigo y con mis provisiones de coca, cerveza, XTC, marihuana y hachisch. Seguro que follaba mejor que yo (pues mi actuación con Abla fue breve, única y pésima; es mejor no describirla). La querría más que yo, que no la quería. La conocía mejor. Pero él no tenía dinero. Así de dura era la ciudad.–Le vi pasar desde mi BMW blanco, yo oculto y afortunado  en la calleja del suburbio, motor y luces apagadas, casi en estado de meditación a fuerza de sentir miedo, compasión y deseo a la vez: ¡Pasaba rumiando su despecho el novio de Abla por la avenida de Europa a medianoche! No me vio. El rostro de la gente que no se sabe observada, a veces constituye una triste sorpresa para el mirón: Era evidente que le iban a poner los cüernos y que su novia lo despachaba. No parecía a punto de llorar sino crispado. No me daba pena. Poco tiempo después me iba a ver yo, como le veía ahora a él:  cornudo- Minutos después llegó Abla al coche -que osciló ante el peso de sus caderas tomando asiento, llenándose del olor de su cuerpo y de su ropa sin perfume- y nos fuimos a nuestro nidito de amor de calle Trinidad, donde parecíamos emparedados entre las drogas y el sexo.



         Pero eso había ocurrido antes, en el interregno, cuando yo descendía hacia las simas, la ebriedad y el profundo caos de mi duelo. Cuando nada podía ser divertido si mi padre ya era carne quemada, cenizas, humo, nada; en un mundo con humaredas de Muerte donde el Filósofo se suicida y yo mato a mi único hijo a los quince días. Cuando no hallaba nada donde posar los ojos que me pudiera dar alegría. -Eso había ocurrido en 2003 y ahora Pachón me proponía a las puertas de la Fábrica, en la tranquila tarde suburbial de primavera, -bajo los dos eucaliptos gigantes del párkin de barro, bajo el aire perfumado de jazmín que se parece al olor de felicidad, (o quizás es la felicidad),- Pachón me propone que salgamos con las eróticas compañeras de la Fábrica, Morphi y Féren, la noche de San Juan. - Solamente la idea me hace  tambalearme.











Noche de san juan



Yo no soy de los que sufren por amor  mas  el amor

Aún  me cita en un minuto veinte veces.

Yo no soy el despechado del amor

Hombre de hambre en hüera vida.

La mayor Luna del año, la del 22 de Juno,

Iovis dies del quinto del XXI, fiebre  de paraselene,

Verso de amigo perdido, calvero circular en alta mar,

Fósforo brilla a contramar y  en el filo de la ola, riela Luna.



Yo no soy el de la pena del amor mas el Amor

Me da trabajos perdidos y esta hora de esta línea...

Yo ya no sé si soy yo o  voz de mi madre ausente por Nueva Luna.

Yo no soy de los que anhelan el blancor

De la nueva y llena musa mientras mengua media uña.



Yo no soy el que se duele gravado por 0 en lunas.

Yo soy aquél que urde un  plan muy  musical en arenal

De playas de San Andrés, escombros pulverizados

 Y gravilla y alquitrán y aún metal,

Grúas altas como la alta t, azules y  rojas como las  haches,

Neoyorquinas en la noche del Pireo.

Y tres  chimeneas  de usinas  alzan hacia el Weste  ónomas demónicas,

Cabalgan sobre los falos  nostalgias de  siderurgia.



Yo soy el que frente a mi PC apagado, en mi bufete de prócer

Resisto las emanaciones de los brazos de la bella,

Las  ganas de abalanzarme sobre la que todos

Quieren. Deseo

Huye de las luces del amor hacia el revistero, Satie, las  tablaturas...



Yo no soy el que suspira por no besar sus gordezuelos.

Comprendo la ausencia al mes de mi hermana,  la Antiluna.

Necesitará girarse y no ser ella ninguna. Yo no soy

El que lamenta telones de nubes sobre la Luna

Y la compara con lámpara tirada de cualquier forma

Sobre la cortina rota tras un episodio violento.

Hay halo aún sobre el mar, aura en el fleco de la muy pequeña unda.

Ojos de madura hermosa me dicen en mi salón:



Yo le quiero y le respeto; yo no sé si le deseo

-Yo la quiero, la respeto...No sea amar un sufrimiento.

Sea yo ... Vuelve joven, hija de una concepción con gracia.

Grande, crecida en labios:“Estoy muy contenta”, casi canta



Y mi amigo medita, mira el cielo, un vaso de agua y no piensa.

Le pido que lo haga en la playa y Pachón en nada piensa

Y nos callamos y pensamos por un momento en el Cielo

Y es casi como si oyendo el mar tampoco nosotros pensáramos.



Yo no soy el que sufre por no haberlos aún besado.











         ¡LA POESÍA se estaba convirtiendo en novela y narración, el presente en pasado, el mundo físico en mundo ideal, la mentira en verdad, el duelo en dicha, lo bueno en malo...!



         Por un momento levanté la vista del Catálogo de las bellas que turbaron a mi Señor Jean Souffrance y eché un vistazo en torno para saber dónde estábamos. - Estábamos todavía en los burdeles de la ciudad, muy lejos de la calma, de las playas... Cuatro o cinco chicas calzadas con tacones de aguja y lencería de lujo blanca, roja y negra acordaban con mi Señor a pocos metros, el reparto sexual de la noche. A mí también se dirigían algunas viéndome apartado en un rincón leyendo el vanidoso documento.



         El Drogadicto Loco de la Carretera, mi raptor, no parecía tener miedo a la Muerte. Ni a la Locura. Era evidente que hacia la noche del solsticio de verano de 2005 “él no era de los que sufrían por amor más el Amor...” Es decir, que había decidido divertirse con las mujeres –o “con Eros” como le gustaba escribir a él- y no enamorarse. Pero el Amor “aún le citaba en un minuto veinte veces. Estaba escrito. - Yo solo quiero volver a Diosa. - Cada vez me parezco más a mi secuestrador, mi proveedor, mi maldición.  Son ya muchos años desde que aquella lejana mañana me cogiera haciendo autostop junto a la sierpe de asfalto. Casi 20.



         No envejecíamos porque no éramos humanos. Pero mis jardines cerebrales estaban poblados por entidades y climas que antes no conocía: la pequeña plazoleta atronadora de la Gran Urbe Costera, el castro gris visitado por la lepra, la Nueva York-Delhi, Trípoli en los 60, Ciudad Maldita, Nueva Orleans, BD, el jardín lúgubre del Loco, Friburgo y siempre de nuevo La Costa, a la que volvíamos como ahora. Me gustaba nuestra vida de burdeles y novelas porque parecía eterna.













HEBE OVOIDE

Miles de cosas sutiles, pequeñas, imprevistas, casi redondas, sin ira, ovoides,

Como tus ojos ovoides, ovoides.

¿Existe alguna  palabra, idea, salto

Que rimar con Hebe no me gustara?

Miles de actos sutiles, diminutos, casi redondos, ovoides

Como tus ojos verdosos, estrábicos, verdáceos, ovoides.

Cuando quise hablar de amor, “Las emociones”,

Dijiste,“son en general  casi siempre negativas”.





         Con exasperante lentitud o de manera súbita se sale del duelo. De pronto la primavera de 2005 aparecía cargada de buenos presagios, de triunfos en todos los frentes: con las chicas, con las formas, el dinero.



         La primavera parecía otra vez Primavera. No como cuando estamos deprimidos y hasta cuando llega el buen tiempo parece más triste que los fondos del invierno.



         Tal vez mi buen humor se debiese a la situación política nacional. Ya no te descerrajaban los de ETA con sus Parabellum la tapa de los sesos por ser concejal, guardia civil, policía, juez, profesor de universidad, ministro, escolta o por cualquier otro motivo que atentase contra la dignidad de Euzkadi, ese país tan digno y tan libre.



         La alegría empezaba a parecerse a la auténtica alegría y no solo a la mueca cínica del que ha decidido llorar a su modo el lado cómico de la vida. El presente aparecía en presente. Estaba enamorado de Lesbia y estaba enamorado de todas. Los días de sol empezaron a sustituir a las noches de luna.



         Tal vez fuese porque la Providencia me ponía delante de mi camino a la bella pelirroja Hebe, recién llegada aquel año a la Fábrica de Membrillo como interina: Parece una espigada universitaria al borde de la treintena. Viene de Granada, pero ha hecho la Ruta Quetzal en barco por América, ha estado en la India y sigue las enseñanzas y prácticas del kriya -yoga de Yogananda. Venera a la Maha-Devi pero no lo dice. Sin duda es una chica destinada al éxito en la Fábrica y en general en la sociedad. Tiene un hermoso, alto y delgado cuerpo; cuerpo esbelto como de adolescente. Es pelirroja pero la larga melena la suele llevar recogida en monástica coleta. Se ve que, si se vistiera, sería de una belleza deslumbrante.



         Ella medita y todo lo demás deja de ser importante. En la cafetería de la Fábrica, a la hora de máximo revuelo, todos los ruidos se paran, dejan de existir los que nos rodean para que yo oiga nada más que la fina voz de Hebe hablándome de Yogananda. Así quisiera seguir escuchándola no solo toda esta mañana sino todas las mañanas que seguirán. Bastante me preocupa a mí el trabajo o la hora. No pienso más que en Yogananda, en la India, en Hebe. Y las tres substancias se mezclan.



         Los ojos de Hebe eran verdes y un poco estrábicos, con tendencia a quedarse en blanco como los de una yoguini en éxtasis o un junkie muy muy colgado. Así eran sus ojos: con forma de huevo, ovoides. Y así era su espíritu: sutil, curioso, y serio. Decía cosas que me enamoraban como que “no estaba con nadie pero que no quería en este momento tener una relación comprometida”. Decía, con espíritu meditativo, que “las emociones por lo general son casi siempre negativas, lo que hería mi corazón y me hacía desearla, - mi deseo por Hebe era una especie de cruzada contra la frigidez emocional: Si yo pudiera en su carnosa boca, en sus labios de negra, besarla e irla enredando en roces y suaves mordiscos cada vez más impredecibles; si yo pudiera hacer el amor meditando o meditar haciendo el amor con Hebe...





Miles de cosas sutiles, pequeñas,redondas, sin ira, ovoides,

Miles de actos sutiles, diminutos, casi redondos, ovoides...

Como tus ojos ovoides, ovoides.

¿Existe alguna  palabra, idea, salto

Que rimar con Hebe no me gustara?









CARPE DIEM



Tiempo habrá para esconder el cuerpo de la vejez pero ahora

Disfrutemos de este cuerpo y de tu cuerpo y de cuarenta.

Tiempo habrá para tormentos de hospital o del averno pero ahora

Gocemos del estanque y de las bellas libemos.



Hoy como nunca sentí que mi físico es hermoso y es sagrado

De mis uñas a mi pelo, desde mi nuca hasta el sacro

Mientras en piscinas de Bethsaida presumo de elenco y la niña

Insiste en nombres raros como Eustaquia, Belén o María de las Mercedes.

Harta de las interminables enumeraciones de Cristinas,

Pasa a clasificarlas por naciones, religiones...

Budistas 0; hinduístas ninguna; ortodoxas 1; musulmanas 640; católicas 1003”.



Tiempo habrá para escribir del desamor como los otros mas no ahora.

Déjame olvidarme de mi hoy hasta mañana”, dice Dylan.

La rubita hoy no ha venido a su cita con pileta, con el césped, con la siesta.

Tal vez sea descendiente del buen zar que fundó San Petersburgo.

Echo de menos, a un paso de mi delicia, cosas como su bikini verde

Y sobre todo el gesto desafiante, finamente conmovida por mi canto

Mientras bajaba despacio, muy semejante a una reina, la escalera de la pisci.



Tiempo habrá para charlar con los santones,

los lamas, los papas, el sankaracharia, ajatolahs, bhodisattvas

 mas no ahora.

Hoy sea solo con la gloria de estos cuerpos,

de este cuerpo, el ilusorio.


































autobiographica IV



                   Cada vez me voy pareciendo más a mí mismo. Mis poemas a mis narraciones, mi monólogo a mis diálogos.  La persona que fui a la que soy ahora. Porque lo que cuento es más reciente; solo han pasado 8 años. Para mi memoria es como describir los objetos que tengo encima de mi mesa, al alcance de la vista.



         Preguntarle a un escritor cuánto hay de autobiográfico en su obra de ficción, indica la pequeña capacidad mental del que formula la pregunta: Parece claro que el protagonista, los personajes, los hechos y las pasiones de A la Búsqueda del Tiempo Perdido no constituyen un reportaje fotográfico ni una crónica en clave de los amigos y del ambiente de Marcel Proust en el periodo de entreguerras. Sus biógrafos (por ejemplo, Georges D. Painter) lo han demostrado hasta la saciedad. -Que el narrador y primer personaje se llame Marcel, no significa que sea Marcel Proust, idéntico al autor. Que se pasee por el Bois de Boulogne o por Cambray, tampoco lo convierte en un ser de carne y hueso.  - Proust fue mucho más que un cronista del “gran mundo”. Fue un Poeta. – Tampoco la Recherche es una invención total; puesto que hubo algún dilettante como Swann, algún aristócrata como Charlus, alguna cocotte  como Odette, que fueron sus modelos o inspiradores. También Leonardo o Rafael retrataron a personas reales disfrazadas de San Juan Bautista o de Platón en sus cuadros alegóricos, puramente fantásticos.



         Pero ellos –las personas reales- ya murieron hace mucho mientras que los personajes literarios y de los cuadros viven una y otra vez en los ojos del público. -De modo que toda ficción es autobiográfica en un sentido profundo, hasta las novelillas de extraterrestres o Sinuhé el Egipcio. -Eso no significa que a Cervantes le ocurrieran todas las peripecias que le ocurren al Quijote. O que Kafka se metamorfoseara en escarabajo gigante.  O que Mika Waltari vendiera la tumba de sus padres para estar con Nefernefernefer. Ni que Murakami haya plagiado la novela de una chica de una secta que cuida a una cabra ciega y da a todas sus afirmaciones una entonación interrogativa.



         Pero, por otro lado, si el autor –ese pobre ignorante que no sabe dónde se mete, el que salió a cazar mariposas y se tropezó con un diplodocus (como dijo el maestro Sábato de madame Curie)- permanece aferrado a un único personaje autobiográfico al que además pretende encarnar en su vida –médicos que escriben novelas de médicos, arquitectos que se creen Howard Roark o  Peter Keating, políticos de la Transición que publican una novela sobre un político de la Transición, Sábato sacando a Sabato en Abbadón, Simenon o Le Carré y sus detectives-trasuntos-, le va a salir un engendro. Demasiado autobiografismo lleva a incurrir en la mistificación arrepentida de las confesiones, en la autoglorificación de las memorias o en la sublimación de los poemarios líricos.



         Es decir, siempre lo mismo: romanticismo, egolatría, impostura: el Werther, San Agustín, Jean Jacques, Casanova, Jung o Una Temporada en el Infierno de Rimbaud.



         Así que el patético autor –un don Nadie- escribe novelas, y su protagonista (que es un trasunto de sí mismo pero que a lo mejor se peina de otra forma o es mujer como la Bovary de Flaubert), hasta habla en primera persona: Como si el personaje fuera el narrador y el narrador fuera el propio autor. Algo así como si Jesucristo escribiese su propio evangelio. O Krishna dictara a Ganesha el Guita.



         Pero todo es falso en lo que a las novelas concierne. Personajes que hablan en primera persona como yo o El Extranjero de Camus, nos parecemos a actores que salieran solos al escenario para recitar un monólogo que les van dictando a través de un audífono inalámbrico. Al menos eso es lo que se supone que somos los que contamos al mundo la historia de nuestra vida: Juan Pablo Castell o Fernando Vidal-Olmos.



         Pero solo la historia de Dios, solo la historia de Eros merece ser contada.

            



FIN DE LESBIA



         Había pensado estar el resto de mi vida con Lesbia. No había nadie mejor que ella. Era hermosa como el cruce de las blancas inglesas con la energía oleosa de las mujeres del Sur. Era inteligente no solo porque hubiera leído las doce tragedias de Séneca, las Bucólicas, las Geórgicas, la Gramática Histórica de Pierre Chatrêne o porque se supiera la Eneida de memoria. Sino porque podía entenderme y tolerarme. - Su corazón también era grande como su mente, tal vez mayor: Empecé a enamorarme un poco de ella cuando me presentó a su cachorra de 8 años: Tobie, cordis mei.



         A partir de cierta edad empezaron a atraerme las madres, las mujeres con hijos. -La primera fue Kadhi que parecía un gracioso y filamentoso caniche que había dado a luz a dos hermosas y grandes perras setter: Ana y Aída. -Yo pensaba que tener hijos era lo natural y por tanto que las madres eran más felices. Sobre todo, si eran madres separadas que habían conseguido escapar de la trampa del matrimonio patriarcal. Debían ser doblemente felices al haberse librado de sus maridos.  La vida para ellas era una celebración de la Vida (los hijos) sin la cadena de muerte de soportar a un esposo. –(No voy a decir que todas las mujeres casadas que aún no se han divorciado llevándose a sus hijos consigo, sean unas amargadas. Pero la mayoría estarían mejor sin sus cónyuges).



         Cuando la conocí, Lesbia parecía una separada feliz. Su belleza lo demostraba: una desdichada jamás tendría un cutis como el suyo, mezcla del tacto de la seda y de la dureza del mármol. La desdicha no deja lugar a una piel como la de ella. Entendí que formara parte de los Satisfechos –una minoría estadística en la que me incluyo- cuando conocí a Tobie. Nada más ver a su hija, me enamoré de ella. Era la niña más bonita que había visto en mi vida. Tenía entonces 8 años, pero toda la capacidad de seducción y las tretas de un alma femenina que ha pasado por millares de encarnaciones. - De inmediato supe que me encontraba ante una prodigiosa emanación del planeta Venus y que nada me interesaba más que pasar el mayor número posible de horas y de años a su lado. Pero, aunque ella se volvería tan vieja como yo algún día, yo no volvería a ser tan joven como ella nunca.



         Tobie sin embargo no era físicamente perfecta como Lesbia. Le olían mucho los pies, por ejemplo. La boca de su madre estaba mucho mejor dibujada. Pero fuera destos dos defectos, - y de su continua tendencia a parlotear sin medida y a estallar a veces en algún berrinche caprichoso-, no podía encontrarle ninguno.



         Como era del planeta Venus –de su zona central- aunque no era más que una niña, le gusté desde el principio. Y su madre decía que Tobie “me adoraba”. Lo nuestro fue un flechazo. Desde que conocí a su hija, ya ni me planteé romper con Lesbia. Hubiera sido una locura: Si dejaba a Lesbia, perdía a Tobie. No estaba la cosa como para ir descartándose de triunfos; ya he dicho que todo el mundo iba cargado de juego y que, si te divorciabas esta semana, para la próxima ya te habías casado de nuevo (por no quedarte en tierra de nadie).



         Sin embargo, todo esto había ocurrido mucho antes, siete años atrás, cuando Lesbia me confesó en la Fábrica casi con cara de culpable, de arrastrar un grave defecto de fabricación, que era divorciada y que tenía una cachorrilla. Fue eso sin embargo lo que me hizo enamorarme: la posibilidad de una extraña familia, de un hermoso contubernio.



         Los primeros polvos con Lesbia no habían sido más que dos o tres aventuras de donjuán. Pero en cuanto conocí a su hija mi corazón empezó a derretirse. Y comencé a recuperar el alma.



         - Al principio no te das cuenta. Te parece que sigues siendo frío e implacable igual que antes, cuando –en el interregno- perdiste el contacto con el Amor: es decir, con Dios, que es Eros. Lo empiezas a notar en un dulce deseo de llorar, empiezas a llorar más, no porque estés triste sino porque vuelves a sentir que tienes alma. No está claro qué es lo que ha producido el cambio. Tal vez sea porque en la tarde invernal en los bosques, con Tobie y con su madre, -a la vuelta de un largo día de excursión en la sierra bermeja y sus derivaciones hacia Gades-, la niña, cansada, se dejó abrazar. - Es tan pequeña que puede aún ir de pie entre mis piernas en el asiento del copiloto. La abrazo, aunque nos conocemos de apenas hace unas horas. Estoy tan emocionado que siento ganas de llorar. Hundo mi nariz en su pelo que huele a niña, a galletas, a pureza. Es el aroma más embriagante que ha producido Venus en eones. No se puede describir ni comparar con nada: El aroma del pelo castaño de Tobie. Ni su cuerpo fragante y fresco.

-

         Comprendo que el lector –sujeto simiesco desprovisto de corazón y de sensibilidad- al recorrer estos esfuerzos míos de expresión, empezará a tener pensamientos sucios y sospechará que oculto deseos lujuriosos por la pequeña cría de mi novia. Pero yo no me dirijo al lector –que será un gorila, un machista, un energúmeno incapaz de toda ternura, un asesino en serie más o menos reprimido- sino a la delicada Lectora.



         La delicada Lectora conoce el misterio del amor de madre y no necesita ni explicaciones ni justificación. Ella conoce los verdaderos senderos de Eros cuya poesía carece de límites y es eternamente nueva, como la vida dando más vida, la madre dando a luz a una futura madre.



         Se nota que ha vuelto el Amor (o que tú has vuelto a Él) porque tienes menos prisa, porque tienes más confianza, porque eres más humilde y agradecido: ¿Qué podía yo ofrecerles a aquellos dos seres perfectos y felices, Lesbia e hija? No aspiraba a convertirme en el macho-alpha de un nuevo núcleo zoológico. No era padre ni patriarcal. Los machos –como seguramente le ocurre al estimado lector- son esos que se emborrachan y pegan a sus mujeres lo normal: todos los fines de semana. El machista odia a la mujer, quisiera aplastarla contra la pared como a un insecto nocivo, quisiera aniquilarla no solo a ella sino al Eterno Femenino (tal como lo había llamado el mayor Poeta de Alemania). -Aquello por lo que yo vivo.



         Notas que sale el sol y que te gusta que salga. No te planteas una infinitud de preguntas angustiosas sobre el sentido del tiempo mientras amanece, como te planteabas cuando estabas deprimido, sin amor. La caída de la noche tampoco te parece deseable o un alivio de luto, como quien se envuelve en una capa negra para no ver nada.

                                                                                      

         Pero esto había ocurrido mucho antes, debió ser después de las macabras simas a las que me arrastrara Aricia, con su espeluznante mundo interior donde se mezclaban Duchamp, Desnos, Warhol, Beuys y el robot de Copelia. - Conocer a Lesbia y a su hija había sido volver a la vida, ver el cielo, salir de subterráneos donde ya olía a muerte y a suicidio. Pero ocurrió en 1998 y entonces nacía; yo ahora cuento el fin de Lesbia en 2006 cuando murió nuestro amor. - Cuando la perdí a ella, perdí a Tobie. No he vuelto a verlas. Podría llorar si pienso en ellas. Pero los personajes de novela no lloramos porque no tenemos cuerpo. Somos letras de cuerpo 14 pero lo que se dice “cuerpo”, no tenemos. Nuestra cáscara es de palabras. Somos más inmateriales que el Espíritu, más sutiles que los fantasmas.



         En 2005 había conocido a Antonio Pachón. La noche de San Juan de aquel año, -junto a él, Morphi y Féren- , había sido memorable; aquella primavera variopinta me había entretenido con Hebe y medio escuchado el mensaje de Yogananda; había completado con Lesbia una tumultuosa peregrinación a Santiago a donde llegamos la mañana del 25 de julio; después nos habíamos separado y la cabeza de Buddha me había obsequiado con el cumplimiento de mis dos mayores deseos en la Feria; los salafistas el 7 de julio masacraron el metro de Londres; a partir de ese atentado se concedieron una pausa en las carnicerías de grandes capitales de Occidente. - La violencia internacional volvía a sus cauces habituales: niños hambrientos y mujeres violadas en los sitios de siempre.



         Después de Santiago seguí con mi pareja Lesbia hasta mayo de 2006 pero ya nunca estuvimos bien. De dedicarle a mi novia dos días de la semana y de esos solamente un tercio de las horas, pasé a estar ausente y lejos de ella todo el tiempo. Sin embargo, apenas discutíamos. Tal vez nunca le perdoné que abortara. Llegué a quererla más que a mi vida. Y su pequeña cachorra, Tobie, despertaba en mí sentimientos excesivos, como un apetito de heroicidades.

        

         - Sabes que ha vuelto el Amor, porque te sientes más valiente. Como dijera Osho: lo contrario del Amor no es el Odio; lo contrario del Amor es el Miedo.



         El resto del tiempo fantaseaba con las adolescentes rubias que se ven en las piscinas privadas de Torremolinos, hundidas en un triste verano solitario en la Costa. Y cerca de esas fantasías, Tobie en la piscina dibuja curvas en torno a mí y a una enorme palmera canaria. -La tarde es cálida pero tibia y la felicidad absoluta vibra en la primavera eterna de la Costa. La niña ya no es tan niña, ya va para 15 años y evito mirarle los pechos bajo el bikini, aunque su madre me habla constantemente de los progresos de su tamaño. Tobie de repente siente un gran interés por saber con cuántas mujeres he estado. Antes no hablábamos destas cosas. Su madre no nos puede oír porque no está y en la piscina apenas hay nadie. Quizás no es una conversación conveniente, adecuada entre una niña (o semi-niña) y el novio de su madre.



         Por algún motivo decidí presumir de elenco delante de Tobie que parecía impresionada y tanto más guapa, cuanto más humilde. Me daba un poco de pena, como las mujeres cuando caen seducidas y hasta se quedan con la boca abierta. Luego nos desahogamos nadando y jugando a zambullirla o a acariciarla; casi desde el primer día que nos conocimos me había dejado abrazarla. Existía un fenómeno de magnetismo entre nuestros cuerpos. -No volveré a abrazarla nunca. Se ve que soy peor que esos maltratadores, los maridos. Porque yo soy de los que pierden a la mujer y a la hija, uno de esos que matan a la mamá y a las crías antes de que nazcan. Y ella, un ser prodigioso e inocente, un ángel que –por pura misericordia de Eros- me permite purificarme en su contacto.



Mientras en piscinas de Bethsaida presumo de elenco y la niña

Insiste en nombres raros como Eustaquia, Belén o María de las Mercedes.

Harta de las interminables enumeraciones de Cristinas,

Pasa a clasificarlas por naciones, religiones...

Budistas 0; hinduístas ninguna; ortodoxas 1; musulmanas 640; católicas 1003”.



         Cada vez me voy pareciendo más a mí mismo: Quizás fue allí donde inicié el vicio de las clasificaciones. De mil maneras distintas, Tobie me inspiraba. Por momentos pensaba que detrás de sus ojos marrones y grandes como los de un cómic manga, su pelo castaño en forma de campana, se escondía un genio. La vida a su lado era una diversión permanente. Era imposible que yo quisiera algo que ella no quisiera, que no la respetara, que no la viese perfecta. A veces sentía miedo de estar tan enamorado de Tobie pero ella, leyéndome el pensamiento desde su aguda inocencia, me hacía un gesto y yo me sentía correspondido. Y  daba gracias a Dios.



         Su madre también estaba encantada con nuestro idilio. Era el mejor tipo de familia que yo podía alcanzar a mis 43 años pasados. Pero no podía durar toda la vida.



Tiempo habrá para charlar con los santones,

los lamas, los papas, el sankaracharia, ajatolahs, bhodisattvas

 mas no ahora.

Hoy sea solo con la gloria de esos cuerpos,

de este cuerpo, el ilusorio.





         El poema es una invectiva contra las religiones ascéticas. En contra del Islam, del cristianismo (su hermano gemelo), del judaísmo y de otras orientaciones espirituales que condenan el cuerpo o al menos recomiendan no estar muy apegado a él -puesto que es efímero e ilusorio-; el sentimiento durante aquel verano era que el cuerpo era hermoso y santo como  el de Tobie a sus 14. Que lo efímero era inmortal y real lo ilusorio. Y sin embargo me acercaba al final con Lesbia, mi montaje de felicidad-estable-en-el-adulterio muy pronto se me iba a caer encima de la cabeza. Caminaba hacia el duelo, hacia el dolor, hacia la bigamia.



         La Navidad no fue feliz en los escasos días que le dediqué a Lesbia (o ella a mí). En cambio el resto del tiempo fue mucho más narrable, más rico en incidencias... - Las vacaciones de Semana Santa tampoco nos devolvieron la alegría. La niña no nos acompañaba. Ahora discutíamos sin resultado porque caíamos en largos silencios por no seguir disputando. Parecíamos personajes de una trágica canción de Jacques Brel : “Y cuanto más nos corteja el tiempo,/ más nos atormenta el tiempo.../ Por supuesto, lloras menos pronto/, me desgarro más tarde/, protegemos menos nuestros misterios...”. - Progresos de la madurez: Parejas en estado terminal que todavía se aman. Sentí que debía dejar a Lesbia y que no hubiera querido dejarla nunca. Pero así es el amor.






MORPHI



         Y bien, ya no deseo demorar la revelación por más tiempo: mi historia termina en campanadas de boda, en un final feliz absoluto: MORPHI –que lleva el mismo nombre que el de una bailarina de las memorias de Giacomo Casanova- es mi mejor amiga. La conocí en el 2005 y es mi mujer, aunque aún no estemos legalmente casados.



         La conocí en el presente siglo, no en el pasado, el viejo XX. La nuestra es una relación totalmente del XXI, de la Era Post- Atómica (como la hubiera llamado Mukunda Yogananda). Por eso tal vez nos entendemos tan bien. La telepatía es instantánea y a diario entre nosotros. Cuando no dormimos juntos –cosa que ocurre nada más que dos o tres noches al año- quedamos por teléfono para mirar la Luna a las doce y nos enviamos mensajes mentales. Siempre funciona.



         Durante mucho tiempo presumimos de no haber discutido nunca. Aquello fue nuestro idilio: desde el 24 de junio de 2005 hasta julio de 2007. -Luego ya no pudimos decir lo mismo; habíamos perdido la inocencia como personajes de una canción de Pablo Milanés. Es cierto, que este último verano, el 2012, le pedí su mano para que el capitán del Royal Voyager nos casase. Nunca le había preguntado a nadie si se quería casar conmigo. Me había costado dar ese paso 49 años. Casi medio centenar de vueltas evitando el paso por la vicaría.  -Pero en la taquillas de la Información de nuestro crucero (Adventurer of the Seas) una azafata centroamericana monísima y algo tiesa me informó de que la broma –y sin capitán- te salía por más de 400 dólares. Así no.  -Lo nuestro es algo muy serio que no se ve dónde acaba.



         Morphi es mi ladera, mi mujer, la única después de Lesbia... Llevo ya un lustro sin tocar otra piel ni besar otros labios ni fundirme con otro cuerpo. La verdad es que no representa ningún sacrificio. Cuando le preguntaban a Paul Newman por su célebre fidelidad a la bella Jeanne Woodward, él contestaba con sorna que para qué iba a salir de casa a comer hamburguesas si en casa tenía filetes de ternera. A mí me sucede lo mismo que a ese héroe de América fallecido no hace mucho (D.E.P.): Aunque me aproximo día a día a la impresionante edad de los 50, muchas niñas y mozuelas, teennagers, jovencitas y treintañeras, madres en la mediana edad, solteronas picantes, ancianas elegantes, damas, chicas, hembras y monstruas me siguen deseando hasta el punto de ponerse tontas –musas con mal de siècle-  o de contemplarme por detrás remordiéndose los labios. -Y eso que yo no soy guapo ni estoy bueno.



         Es un hecho probado que yo seguiré ligando hasta si me veo anclado a una silla de ruedas. Doy por supuesto que en los ingresos hospitalarios que habré de sufrir, las enfermeras se pondrán calientes cuando me miren a los ojos. Quedan todavía avalanchas de venusinas que se derramarán sobre la urdimbre de mi futura biografía. Eso es seguro. Llorarán sobre mi carroña y después de la muerte un rastro de efluvios afrodisios será la ruta de mi karma hacia universos inconcebibles donde me aguarda la esencia de esos seres magníficos:  lampiños y con curvas, cargados de senos nunca iguales sino infinitamente únicos como las flores de nieve; las de voces atipladas y dulces como el canto de la pulcra ruy-señora; las que limpian el mundo sangrando una vez al mes; las que avanzan a través de la rapiña y del tumulto del siglo estrechando contra el pecho a sus cachorrillos (mientras sus machos las violan, las descuartizan o se las comen); mártires, santas, sibilas, heroínas sin pene; diez veces mejores que los varones del planeta Marte, raza de violadores; las que bajan los ojos o los guiñan bajo sus barakanos,  las que se esconden la cara con velos o se hacen estrías sangrantes en las mejillas;  las que callan y sufren; o parlotean y se creen a veces felices sin dejar nunca de trabajar y de parir como esclavas. Las pobres mujeres a las que amo como a mi madre, y a Diosa.



         Ya he explicado que a mí no me agobia que se enamoren de mí. Me resulta más que habitual que algunas se pongan bizcas cuando me miran de manera prolongada, -no sé por qué, debe ser algún componente químico de mis feromonas, o una vibración especial de mi aura- siguen sucediéndose escenas donde una jovencita me pide una entrevista para declararme,  llena de vergüenza, que está totalmente colada por mí, que no puede pensar día y noche más que en mí.-  Antes cuando esto ocurría, yo las consolaba de sus penas de amor tocándoles el culo  (a veces, no habían terminado de desahogarse cuando  ya les había arrancado suavemente las bragas). O bien ya les estaba haciendo el amor y aún me preguntaban llorando si les reservaría al menos un rinconcito de mis sentimientos. Y yo me reía comprensivo y conmovido pero no les garantizaba nada. -Solo una vez tuve novia y la perdí para toda la vida.



         Ahora es más o menos como entonces pero no me acuesto más que con Morphi y mi deseo por ella –en contra de lo que esperaba-  no ha hecho sino aumentar con los años. Espero que su carne se reseque y enferme y muera al lado de la mía; la amaré a través de todos los círculos del samsara y en los 7 cuerpos de los que hablan Osho y los iniciados. Cada vez estoy más firme en la convicción de que Dios y su Esencia Femenina existen por toda la vida eterna. Y he de hallarLa...Estoy dispuesto a conocer los mundos superiores, los planetas donde moran los ángeles y los bhodisattvas y allí buscarla con otro rostro, con otro cuerpo.





“Cuando regrese,

lo haré con las ropas de otro hombre,

con otro nombre

y no habrá nadie que me esté esperando.



“Si acaso no me reconocieras

y me dijeras que yo no soy yo

te daré  muestras para que me reconozcas:

Te hablaré del limonero altivo de tu jardín,

de la ventana por donde entra la luna,

de los rincones de tu cuerpo,

señales del amor.



“Y cuando subamos temblorosos hasta la ciega habitación

el uno en los brazos del otro,

susurrándonos quedo

durante toda la noche luminosa

-la Noche del Amor

y todas las noches que seguirán-,

te contaré mi viaje entre abrazos,

te susurraré al oído

toda la aventura humana,

la historia que no tiene fin.”









         LAS CHICAS jugaban ahora a presentarse ofreciéndome sus vulvas para que las probara una a una. Me evocaba un ritual antiguo, una especie de combate prehistórico. Cada una tenía un sabor y una sensibilidad distintos. Yo yacía tumbado sobre un gran camastrón y ellas por turno doblaban la pierna derecha junto a mi oreja mientras estiraban la otra de pie en el suelo, como una columna con tacón. Yo les lamía sus pequeñas conchas gelatinosas, almíbares casi salados, y después de un rato dejaban paso a la siguiente. -Y todas me sabían bien.



         Tenía razón mi Señor: Era hermosa la vida moderna: había mucho más sexo. Mi Señor esta vez no había querido disfrutar de la carne de las mujeres del club, sino que se había quedado esperándome en el bar, escribiendo el último capítulo de su catálogo.



         -Leíamos y escribíamos mucho en los clubs pues pasábamos mucho tiempo en ellos. Siempre teníamos dinero, no envejecíamos, siempre éramos jóvenes en la carne. Pero ya iba siendo hora de morir- .



         - Sin necesidad de reflexionar ni de evaluar, elegí a una chica morena extraordinariamente bella. Era gitana. No hizo falta que me lo dijera: algo en su cutis blanco me hizo estar seguro de que era la gitana pálida con la que mi Señor había a menudo fantaseado sin haberla hallado. En su absurda pasión por conocer a todas las mujeres. Cada vez nos íbamos pareciendo más. Esto era una señal de su próxima muerte. - Pues era él el que tenía que morirse. Pues yo no conozco la muerte. Pues yo soy eteno en la Diosa. Y yo solo quiero ver a Diosa.



         Mientras me hundía en cópulas inenarrables con aquella muchacha apenas conocida, una parte de mi alma no podía dejar de pensar en mi Señor: ¡Había sufrido una recaída, se resistía a terminar de una vez! La violencia de mis pensamientos me hizo clavarme con mayor profundidad en las bellas entrañas de la muchacha gitana, que no paraba de reírse. Incluso cuando se veía obligada a suspirar o jadear, seguía riéndose.



         Mi Señor huía del final volviendo a la que llamaba “Beatriki” (y que en realidad no se llamaba así). Yo no necesitaba leer su diario o sus memorias para saber lo que escribía. Mientras la chica del burdel me regalaba otro “porque le había gustado mucho el primero”, vi claramente el alma de mi Señor allá abajo llorando con la mirada de Ulises: “Cuando regrese lo haré con las ropas de otro hombre, con otro nombre... “ Sus pensamientos llegaban a mi cerebro con la exactitud de una emisión radiofónica: Estaba huyendo de la Muerte al entregarse a la ilusión de la Vida Eterna. Pero no existe. Ni Dios tampoco. La Verdad es compleja.



         Al pensar esto último, besé con agresividad a mi compañera de una noche. - Por un instante vi que dejaba de sonreír después de que yo le mordiera los labios. - Era evidente por los néctares que manaban como orines de entre sus muslos, que yo le gustaba. - Pero yo haría el amor con ella hasta que amaneciese y sin embargo no estaba allí del todo, sino que en buena parte los obscuros senderos y enramadas de mis cármenes cerebrales -y ya iba yo adoptando el modo de hablar de los mortales, cautivos del hechizo de las palabras- merodeaba el Loco, mi captor, volviendo en su nostalgia a la noche con el amor perdido de 2001, volviendo a aquellas palabras en apariencia sabias pero estúpidas:



         Pues nunca se vuelve al mismo sitio ni a la misma mujer. Ni es cierto que la aventura humana no tenga fin.



-         ¡¡¡ Ojalá te mueras,

ojalá te mueras,

ojalá te mueras,

ojalá se te colapse

la carne del corazón

entera!!!



, vociferó dentro de la caja de mi cráneo la voz aguardentosa y gutural del Viejo Juglar Lascivo: Me espanté: ¡Estaba dentro del mismo cuarto que yo y las chicas! Desnudo, colmado de atenciones hacia su sexo que era del tamaño de una porra de policía. - Pensé rápidamente: ¿Cómo podía estar sucediendo esto? ¿No estaba yo hace un momento bailando alegre sobre el vientre de aquella zíngara que no paraba de reírse? Pero recordé que desde que dejé mi playa nada de lo que sucede deja de ser desvarío: Ya no estaba a solas con la chica gipsy sino rodeado de jóvenes prostitutas morenas y del Juglar Lascivo que a su vez estaba rodeado de rubias. - Estábamos en otro burdel y en otra época, acaso en 2005. Sentí envidia y deseo, una mezcla como una sombra que entonces aún no conocía, que ya conozco.



         Y entonces, por un fugaz instante, comprendí que mi Señor había recitado el texto final de una película. Incluso pude recordar su título y el nombre del director: Theo Angelópoulos; nada del mundo humano me era ajeno o inaccesible. Pero solo quiero ver a Diosa.



          Y al mismo tiempo sentí, -mientras eyaculaba por cuarta vez en los rincones frescos y fragantes de la joven-, que mi Señor, mi captor, el que narra, podía de algún modo escucharme y aterrarse ante la posibilidad de que, tras la Muerte, no haya nada.



         Las chicas de este otro lupanar me lamían por turnos pero no despegaban los ojos del lado opuesto del cuarto: Allí, sentado en una butaca, el viejo bardo de todos los tiempos, el pícaro inquietante de todos los cuadros, un hombre áspero, inconsumible, dejaba que le masturbasen y  le hicieran felaciones. Y todas miraban su sexo. Yo también. En un momento dado se levantó y se fue.







PACHÓN, MORPHI, FÉREN. PRIMEROS ENCUENTROS





   Al principio ni siquiera te das cuenta de que vuelves a ser feliz, de que tu alma –tras larga incursión por simas- vuelve a aspirar aire libre.



         La Noche de San Juan de 2005 bien pudo haber sido otro episodio en la vida de un mujeriego que 15 días más tarde se va con su novia a hacer un peregrinaje de purificación a Santiago. Qué bien.  - Sin embargo, alguna cualidad de belleza en todo aquello resultaba audible incluso para mí, que todavía estaba con medio cuerpo metido en el duelo. Como el tono de fe en la voz de Beatriki aunque yo la hubiera perdido. –Quizás era la amistad entusiasta de Pachón, sus ganas de “exprimirme”, como él decía. Quizás era la voz musical de Féren y su rara belleza de andaluza blanca. Quizás los ojos glaucos de Morphi mirándome y dándome dignidad. Una dignidad que yo no sentía desde años atrás, desde que decidí tener pareja, pero ponerle los cüernos lo más posible.



         - Al principio todo parece ser igual: Yo un tipo de lo menos recomendable arrastrando a tres jóvenes a la creación de una suerte de grupo de meditación tántrico que era  el sustituto de mis expectativas anárquicas pero con algún bagaje adquirido en Oriente.



         La madre de Féren –que había pertenecido a varias sectas y echaba las cartas (como una gran cantidad de mujeres en la Costa, tradicionalmente arrojada en brazos de la brujería)- pensaba que formábamos una secta.



         Desde que Pachón nos había puesto en contacto, los cuatro nos juntábamos con bastante frecuencia para tomar una cerveza, cenar juntos, contemplar la playa de noche y charlar de mil cosas, mientras Eros presidía el aire de nuestras reuniones. -Ya que era evidente que existía una cierta tensión erótica entre los dos hombres y las dos mujeres del grupo, una tensión de muchos vértices: - 1.1) Pachón deseaba a Féren, 1.2) Pachón acariciaba y abrazaba con frecuencia a Morphi, 2) Morphi parecía enamorada de mí, 3) yo no estaba enamorado todavía de nadie pero 3.1)  fantaseaba con la joven Féren, la de la voz bonita como un clarinete o un piano, y 3.2) con su amiga treintañera Morphi, la de la voz verde y serena como el Viento, 4) Féren no se sabía a quién deseaba pero se mantenía “inspiradora” con todos (es decir, 1 y 3);  1.3) Pachón nos deseaba a todas y yo me preguntaba qué quería exactamente de mí.



         Según avanzaba el 2006 me vi convertido a mi pesar en un gurú sin doctrina ni método; puro carisma: ¡Aquellos jóvenes parecían dispuestos a seguirme! Pero ¿hacia dónde? –Yo, desconcertado, les conducía a las playas. Como si la Luna y el silencio fueran maestros mayores. Yo no tenía respuestas, ellos sí.



-         ¿No veis acaso que solo soy un loco drogadicto de 43 años, la cara enrojecida de los borrachos fumadores, de los fumetas sin rehab y alcohólicos bien conocidos? ¿Qué os parece tan interesante y tan respetable en mí? ¿Es porque tengo un buen puestecillo de trabajo en la Fábrica? ¿Es porque tengo dinero, porque voy cargado de drogas como los camellos de los Reyes Magos el 6 de enero? - No, porque no os invito a nada sino que es más bien al revés: los jóvenes convidan al viejo ruinoso, al crápula, adinerado solo durante los primeros días de mes. Y drogas no tomáis; me las dejáis para mí solo.



-         Entonces ¿por qué?, ¿qué os gusta de mí?, ¿qué demonios os atrae? No creo que Pachón sea maricón aunque rime; sí, ya sé que le gustaría ir por ahí de mariposa gay en los cafetines culturales; pero en realidad es un machista de barriada que moquea testosterona y está dispuesto a tirarse a todas las panaderas de la ciudad y a las que vengan. Féren no creo que se ponga bizca mirándome el culo cuando me vuelvo; tiene un noviodetodalavida que es 30 años más joven que yo y 30 veces más hermoso (yo no lo soy, no estoy bueno). ¿Quizás Morphi se ha acercado a mí porque le excita mi cuerpo? “Esa tía lo que quiere es llevarte a la cama”, me había dicho Lesbia cuando le conté una conversación con Morphi. - ¿Tendría razón?



-         Pero no. Morphi está casada, o algo así: Malcasada, emparejada pero sola con un cachorro. Es obvio que no se ha acercado a mí en busca de sexo como esas mujeres que follaban con fiebre, animales que huelen agrio porque están en celo, infiernos de Eros en extrema necesidad. No creo que sea por mi cuerpo. No la he pillado aun remordiéndose los labios mientras me admiraba por detrás. Tiene más clase. Sus ojos glaucos, glaucos siempre se mueven en altos temas: si el Ego es transcendente o psico-físico, los elementos básicos de la vida emocional del niño (el sentimiento de posesión o “esto es mío y de nadie más”) o la adivinación del carácter a través de la astrología (como la mayoría de las mujeres de la Costa es aficionada al Zodiaco y lo entiende de manera instintiva). - Parecía atraída por mi espíritu, como Pachón por mi “sabiduría” - qué pelota era-, o Féren –que era toda curva, esfera y emoción- por mi amor a la música.



-         ¿Pero no te das cuenta, hija mía, que las redondas que yo prefiero son las que te hacen juego con los ojos, tus lindos ojos tristes de muñeca que va a echarse a llorar o a reír en cualquier momento...?



-          Y Vd., que me trata todavía de Vd., señora de la cruz, concepción de un respeto infamante..., ¿acaso no se da cuenta todavía de que todo esto no es sino una maniobra recherchée de un hombre rebuscado que se llama Jean Souffrance y hace 20 años que lleva escribiendo sus memorias de casanova y ... no te das cuenta? ¡Después de seducir y encerrar a la decadente clase burguesa del otro lado del río, -la casi francesa de la gran ciudad costera del extremo Sur de Europa-, ahora quiere burlarse del otro extremo, de la sufrida chica de suburbio proletario, cerca de las huertas míticas y las palmas y pomas del extrarradio! ¿No lo ves? No. No lo ves. Todavía. 



-         ¿Y tú tampoco, grillado, psicótico, anomalía? Si te crees que yo soy sabio, es que eres idiota. Tiene mucha razón tu primo Fidel cuando le dice a tu padre que te voy a meter en cosas más graves que mujeres o drogas. Sí. Conmigo como maestro acabarás atravesando los quirófanos, convirtiéndote al salafismo, dándoles mordiscos a tus propios intestinos. Si me eliges de maestro vas a terminar muy mal. Quizás aprendas algo: A no seguirme, a no confiar en líderes. Cosas más graves que la politoxicomanía o la mezcla del sexo con la radiactividad. Podías haberte ahorrado el viaje. Pero tienes demasiadas ganas de viajar. Y 20 años.



Y lo peor es que les iba tomando cariño. Imagínese la inteligente Lectora una secta donde el líder es un demonio arrepentido con las peores intenciones. Un drogado. Un abortista. Un verdadero hijo de puta de los que ya no se enderezan (empalmarse, eso sí; disculpe mi observación). Y bien, continúe suponiendo la Lectora que un pequeño grupo de jóvenes son seducidos por este desaprensivo y deciden nombrarle su gurú. - Lo normal es que el diablo les conduzca a la destrucción. Los fieles adelgazan; el líder engorda cada día más.



         Así sucedería con Féren, Morphi y Pachón: Desde que me conocieron, no volvieron a ser los mismos. ¿No tenían tanta curiosidad por mí? Ahí tenían los resultados de mis obscuras doctrinas y enseñanzas: alpha) Féren acabó casándose con su noviodetodalavida y haciéndoles operaciones a gatos semi-muertos; beta) Pachón convertido en un espectro con diverticulitis, aferrado a la nostalgia de la campiña de la Toscana y al YO SOY de Maharaj; gamma)  Morphi ... fue tal vez la que peor terminó puesto que ha terminado estando  conmigo. -Ya he explicado lo que les pasa a las mujeres que se me enamoran.











BIGAMIA

Divagaciones



         Muchos hombres en el fondo creen que podrían estar casados con más de una mujer. Pero nuestras leyes lo prohíben. Por eso, la mayoría, además de señora tiene alguna amante y varias amigas.



         El marido fiel es una rareza estadística. Más que matrimonio estable, lo que abunda es el adulterio reglamentario. Y los que no tienen capacidad para follar de gratis, aún tienen a su disposición las ratoneras de los burdeles para huir de las esposas. Ellas en cambio, lo más que llegan es a magrear a un macizo stripper en sus patéticas despedidas de solteras. Pero es raro que el servicio incluya un completo, “el final feliz” (como los masajes de Lucas, el hombre-molino amigo de Morillo). Algunos documentales demuestran que en Brasil las celebrantes llegan a chuparle el miembro al stripper de forma colectiva. Y eso que es en Brasil: la patria de la bossa y de las garotas llenas de graça. En España las señoras –aun las de clase baja- son quizás más “señoras” (o más reprimidas) y no pasan de juguetear vergonzosas o un pelín atrevidas con el tanga del chico que se desnuda. Aunque no piensen en otra cosa más que en hacer lo mismo que hacen las brasileñas. - Lloro de compasión por las pobres mujeres, mis desgraciadas hermanas, cuando las recuerdo riéndose en sus despedidas de la libertad.



         Se ha demostrado, gracias a las encuestas, que la mujer española es una de las más fieles del mundo, aunque bastante por debajo de los parámetros de Japón e India. Aunque a veces en la Costa parecía que todos nos habíamos acostado con todas, eso solo se debía a la itinerancia. En realidad, la española –a pesar de su aspereza o falta de dulzura- suele ser leal con su cónyuge mientras que su novio o pareja se la pega con todas las que puede o visita de forma regular los clubs de furcias o los reservados de bujarrones. Lo mismo sucede en Italia y en general en el Sur: Los cüernos los ponen ellos (aunque no salgan las cuentas).



         Países luteranos acusan una inversión de estos estándares: Las alemanas y las inglesas, las finlandesas y las rusas, las cocottes de Francia y las salvajes ninfómanas de Groenlandia –donde es obligatorio tirarse a la mujer del esquimal, te guste o no-   zorrean a espaldas de sus mariditos o hasta se lo hacen delante de él para así ponerle en su sitio. En mi opinión están a pocos pasos de la destrucción de la familia, la asexualidad masiva y el porcentaje de personas que viven solas en Tokio o en Manhattan. Pero de momento se divierten follándose a hombres de paso mientras sus maromos oficiales las esperan consternados cada noche que ellas salen de marcha con sus amigas, preguntándose qué pueden estar haciendo hasta tan tarde. Vuelven con las vaginas viscosas, aunque se han lavado, todavía están medio engrasados los rieles del multiorgasmo clandestino... De modo que se ponen cariñosas de nuevo en el lecho nupcial y el marido o compañero experimenta la lujuria imprevista de su chica –la infiel por mucho que se lave o le regale un polvo de consolación- como una prueba de fidelidad apasionada. Y todos tan contentos.



         En vista de la universalidad del adulterio y de los contadísimos casos de parejas que se guarden fidelidad y sean honestos entre ellos, parece que el matrimonio y los votos matrimoniales son imposibles de cumplir, contrarios a la naturaleza tanto de ellas que fantasean con Antonio Banderas mientras hacen el amor con el padre de sus hijos, como para ellos que no dejan pasar una sola oportunidad de mirar culos de peatonas en el paseo del domingo,  abrazados a sus mujeres legales como a tablas de naufragio, que lo saben y les dejan. - Todo esto me hace llorar de pena. Por eso yo nunca me he casado. Para no pecar contra Eros.



         Desde el principio me dieron morbo las casadas, las señoras. Ya me gustaban de niño mis maestras francesas: aquella distinción y ojos grises de madame Vendesse, su rigor extremo y sus extremas disciplinas, me hacían fantasear a los seis años con escenas donde se revelaba como la digna heredera del marqués de Sade y de la Historia de Ô.- Sin embargo, a partir de los 30 casi todos mis compañeros y compañeras de generación habían sucumbido a la cloaca matrimonial. De modo que me especialicé en separadas decepcionadas para siempre del patriarcado tradicional, resumible en un solo voto: “Tú me planchas, me cocinas, me crías niños, me lo haces todo y yo me emborracho desde el viernes, te doy palizas  los sábados, te pongo los cüernos los domingos y te violo los lunes; y respecto al dinero, ya veré si te doy algo para que me compres”.  Si se pronunciara ese voto real como la vida misma, se lo pensarían dos veces.



         Casi era inevitable morderles los labios a las mujeres-de en cuanto sus consortes se daban la vuelta. Y la culpabilidad “las ponía cachondas”, como hubieran dicho en su horrible jerga los Soberanos de El Florida. Casi era una grosería no darle un azote en el culo a la mujer de A. cuando A. no nos podía vigilar. Algunos novios –como el de la Infiel hace 1000 años- hasta me pedían que cuidase a sus prometidas. ¡Y se iban tan tranquilos, como si te prestaran el coche o la casa! Por supuesto que se la cuidaría, le “apartaría los moscones” (frase que me ha torturado durante más de veinte años, como si no pudiera olvidar mi indignidad condensada en el recuerdo de cada una de las palabras que dije).



         El colmo de la infidelidad es la novia aún en traje de boda tirándose a 5 ó 6 amigos de su marido en las toilettes del local del banquete. Eso sí que es plantear con claridad y decisión lo que se espera de un contrato matrimonial. Tuvo que ser una luna de miel de lo más truculenta. Con cuatro o cinco mujeres que tuvieran esa resolución, se levantaban diez o veinte puntos nuestros exiguos índices de infidelidad femenina. Y hay pocas masturbaciones tan gratas como la mano de las mujeres que no se quitan el anillo de casadas. -Querida Lectora, si aún no estás casada, yo te pediría –en pro del crecimiento de nuestra relación (ya larga)- que corrieras a comprar las alianzas. Si no te casas, no le estaríamos poniendo los cüernos a nadie y por tanto no habría estremecimiento.



         La utopía o fantasía feliz del infiel es que su mujer le pilla fornicando con una amiguita y que se les une. O bien que él le sorprende a ella y acaban enredándose en una orgía donde ella es penetrada por los dos con mucha deportividad. - En realidad, lo importante es quién la tendrá más larga, quién es el marido de verdad, el hombre de verdad; y a ella naturalmente el que más le excita es el nuevo, el ave de paso o “espíritu libre”, pene y piel desconocidos. - Pero la mujer cumple sus deberes conyugales hasta en el infierno de las bacanales, no deja de ser honrada ni en un ménage à trois con su esposo. Se sigue preocupando de él y cuidándole hasta cuando su alma se corre en la lujuria. No le desatiende. Se nota que tiene alma de madre por cómo besa a su marido en la boca. - Y como está muy agradecida, es más cariñosa que nunca en sus felaciones al complaciente consorte (además, las embestidas en la posición del toro que le está metiendo el otro, también deben excitarla; no es todo amor por agradecimiento). Los dos hombres quedan de pie frente a frente y la mujer entre ambos arrodillada y por dos agujeros enhebrada. No se miran, porque están a punto de eyacular y no pueden abrir los ojos (están los tres que se les caen las babas). Pero no hay agresividad. Cuando vuelvan a vestirse, ya se han hecho amigos. Todos están de acuerdo en que hay que repetirlo.



         Hombres que se atrevan a vivir la utopía de la infidelidad sexual consentida y que, como Scott-Fitzgerald entren en una competición abierta con su amada –o esposa- para ver quién se acuesta con más gente, hay muy pocos. El campeón del mundo en tríos no es Francia –la que acuñó el término de ménage à trois- sino Yemen y la meseta del Mato Grosso. - A la mayoría, un acuerdo marital de libre-follar-para-todo-el-mundo (la expresión es del psicólogo Wilhelm Reich), le parece indecente. En el fondo no tienen corazón ni cojones para pillar a sus mujeres en flagrante delito de adulterio – (flagrante porque estaban chillando como nunca suelen)- y en vez de montar una escena de celos y de matarlos, tener una conducta mucho más pacífica y amorosa.



         -(No acabo de entender por qué precisamente el 78 % de yemeníes confiesa en encuestas autorizadas haber gozado de un trío más de diez veces en el último año. En cambio, en España solo un ridículo 1% declaramos haber disfrutado de esa experiencia al menos una vez pero a lo largo de la vida. En mi caso –más de 20 ménages à trois – calculo que debe haber uno entre un millón. La sociología desciende a la base, al detalle personal de la novela psicológica).-



         Cargado con todas estas extrañas ideas que ya se habían convertido en ideales o banderas a lo largo de años de fidelidad a la infidelidad, de compromiso con no casarme con nadie, en vez de tener un hijo, había consentido un aborto y me sentía maldito como está maldito el asesino que ha perdido la cara. Había contribuido a la muerte de mi padre. Antes había colaborado de varias formas en el suicidio del Borracho el Filósofo (y hasta, de forma indirecta, en el proceso de destrucción de sus amigos Benjamín y Javier C.). Era en cierta forma culpable de la Muerte; no de la muerte de esta o de aquella relación –pues yo mataba todas mis relaciones- o de la muerte de estos cuerpos amados... Sino que Yo Soy la Muerte, la misma muerte.



         Y pronto habré de morir yo, lo presiento, aunque el autor –ese inepto, realmente un escritor torpe y aburrido, sin brillo ni talento, un verdadero imbécil que no está a la altura de sus propios personajes, mucho más complejos e inteligentes que él mismo-, aunque el autor no quiera, aunque la Lectora no quiere, tendré que acabar algún día. Una novela no es un puzzle ni un laberinto por mucho que se empeñen Perec o Cortázar. Tiene vida propia y avanza con sutil ritmo oculto. Ritmo de la inspiración, igual que el de Eros.



...Hijo muerto, asesinado

Antes de su propio alba;

No se conservan sus restos

En la Clínica Cloaca...



         Cargado con todas esas ideas que se mezclaban con valores, no había provocado más que muertes. Quizás fuera hora de cambiar de ideas, de deshacerme de ellas. Quizás fuera hora de tomarme en serio el Amor y de ser fiel, a ver si así volvía la Vida y pasaba la culpa y la tristeza del largo interregno 2001-2005. - Por supuesto que los macroatentados de Nairobi, Buenos Aires, Nueva York, Atocha y Londres eran culpa mía. Energías colectivas sumadas de muchos individuos que se comportaban, pensaban y sentían como yo (donjuanes) habían desembocado como el karma en aquellas notorias  masacres. Yo había causado la Muerte. Era hora de cambiar.



         Pero al principio no parece que hayas cambiado. No puedes ser un hombre totalmente nuevo. Cargas con tu memoria y con tu cuerpo, donde están grabados como en piedra escrita cada uno de los instantes, emociones y actos de tu vida  (y aun antes de que nacieras como encuentro de óvulo grande con espermatozoide pequeño).



         Sin embargo, has cambiado de preferencias, de gustos. Cada vez te gusta más el día y el sol; cada vez te gusta menos la noche. Empiezas a sentir algo así como cariño de madre (en mi caso por Tobie, por Sara, por Edu, últimamente por Pachón, Féren y Morphi). Empiezas a preferir tener momentos de ternura y compenetración con los demás. Antes preferías discutir y avasallar; pero eso solo trajo muerte y más muerte. Ahora te parece que llorar o enternecerte no es ser débil sino al revés. Antes eras joven, ahora ya no. Antes eras más inocente. En la página número 1 eras menos sabio que en la 455; si no ¿de qué servirían las novelas?



         Poco a poco empecé a preferir las situaciones apacibles, propias de un hombre que frisa los 43. Por ejemplo, conversar con los pescadores en la mañana de domingo, del pasado de la Costa, cuando aún no existían los polígonos industriales, cuando las riberas del Guadalhorce eran huertas y prados. El señor lleva un mono manchado de pintura porque ha estado haciéndole un chapucilla a su amigo, pero es muy hermoso, tiene los ojos verdes de algunos marineros, más claros que los de Morphi, que son glaucos, pero no serenos. Además, me invita a cerveza. Lesbia me espera arriba en nuestro nidito de amor y todo es correcto salvo que me olvido de que había quedado con ella para comer a las 14.30, es decir, hace dos horas.





Me gusta Torremolinos... El junkie andaluz nativo

recibe un chaparrón de hostias el domingo 24  de Hannuahr  del 2004

del señor con acento castellano, semicalvo, de ojos claros, casi autofulgentes

aun cuando La Colina en sus trece plantas apenas ha todavía despertado

y ¿lo que me guste, importa?



Me amazes Towémolinos y su mezcla de spaniards con spinenglish,

Idiolecto  Carihuela  y camareros hablan mayormente en alemán de Maguncia

con tornasoles provenzales y franceses adornados con alguna guinda en english...

- A los hijos de San Jorge les repugna un poco, no pueden disimularlo,

el moro que pasa cargando el cuerpo colgón  pero yerto de un cordero a su fiesta en una bolsa.



Me asombra Torero Linos... y lo que me asombre ¿importa?

Ellos aunque cuiden de un perruncho carente de P-degree

no fueron tampoco mucho más benevolentes con los cerebros alimentos de cerebros de terneras

y mi odio contra Europa ¿a quién le importa?  No van a comprar más Shivas

tallados en cristal y en su forma de 4  brazos en la Om jewellery  de la calle San Miguel los indios de nombre Krishna.



Me gusta la flor de enero temblando en Torremolinos  aunque no conozca

el blanco de la Edelweiss ni si este pentágono morado en el macetero de la escalera

es una especie de dhalia y ella es ...  lo sepa o no, el nombre ¿importa?

El viejo finlandés de Shangrilah  con un ojo vaciado o blanco que yo no puedo mirar

Goes downstair a eso de la una en busca de su paqueta ducados overlooking a la bella

la bella flor.



Este pequeño suceso anecdótico de Tu continuo proceso hace que me repantingue en la recacha del sun.

Aun en el semicaliente paraíso hay una insinuación de frío

como en el piso de al lado del que vio un asesinato.

Hasta en las playas donde se fomentan desde hace siglos los veranos del amor

los restos de tempestades gélidas de Toronto nos azotan algo profundo y el aire

es hirïente como un Tour de Rhemolinos.



Me gusta Tor de Pollinos donde mi atención  se reparte

entre la naturaleza viva sin flores de flamboyán  pero sí de muchos paloborrachos,

la espalda juguetona al sol de una gata pelirroja

y los senos un poco caídos, aún bellos, de mujeres sureñas de 45 años

con pezones desabotonados o lisos tras sus leves camisetas de tirantas.



Me gusta este Do Re Do Mi Do

donde me olvido

cerca de dos horas y media

de mi verdadero amor

por los ojos de galadsia de un marino.



Dice que él no pudo estudiar

más que un año

que se crió

en  granjas del Guadalhorce

mucho antes de que existiera el Polígono.



Que solo con su mujer lo hace sin preservativo

y que lleva con ella 25 años.

También recordamos cuando éramos pequeños

y solo sabíamos jugar al fútbol; fue antes de que americanos nos enseñaran

el basketball y el voleo y el hockey y el balonmano.



Lleva una boina francesa y se conoce

perfectamente la costa desde Torre hasta Tarifa.

Me gusta Torremolinos y sus hijos (una noruega, una inglesa de Vwarda, un israelita...)

Y lo que me gusta ¿importa?

Escuchar a los pescadores refiriéndose a la Luna.



En hoteles five stars

donde las fuentes descienden

por las paredes del mármol de los salones

escuché en labios de Sat

las verdades siempre nuevas de los Vedas.











         LA POESÍA ESTABA atropellando a la narración. De forma inesperada ya no estábamos ni en burdeles ni en playas sino en el interior. Desnudos bajo el claro de Luna, nos encontrábamos en el jardín del Loco. Pero este era otro. Mi Señor debía haber vivido muchos traslados y en muchas casas diferentes, y en ellas siempre había buscado el campo. Pero no se atrevía a volver del todo. Casi en el centro del jardín con seto de aromática arizónica, un enorme álamo blanco alto como veinte hombres. Era el rey de aquel lugar; lo presidía sin violencia. Un hombre que tuviera esa estatura, no tendría la humildad de un árbol.



         Una ligera brisa con olor a ciénagas frescas endulzaba el aire de la noche de verano y hacía temblar las hojas con un rumor delicado. Ese sonido me llevaba a pensar en Diosa, que es eterna.



         Acaso si veláramos bajo la Luna desnudos, como extraños oficiantes de una religión perdida, ella volviese. Mi señor no parecía tan ebrio. Parecía dispuesto a estar en silencio consigo mismo tanto tiempo como silbara el Viento en el vasar de cristales del álamo. Es decir, siempre. Pues ese sonido, el del suave viento de verano en las hojas del árbol, es el sonido de lo eterno.  Éramos absolutamente felices en ese momento de silencio, suspensos entre tanta belleza. Casi era como en playa. Pero no veía a Diosa. O tal vez sí: en la Luna



         Por un momento madre Luna parpadeó ¿Será posible que mi llanto y mi nostalgia hayan llegado por el túnel amarillento de la Luna hasta el corazón grande de la Diosa?



         Por un momento yo no sentí a mi yo, fui parte del césped y de la granada cebada ahí fuera, los campos de mies estival que nos rodeaban, kilómetros y kilómetros de tierra fértil  que arrojaban perfumes de gramínea y de frescas riberas sin pueblos ni hombres. Los mortales no han mejorado con sus perfumes el simple olor de la cebada poco antes de la cosecha.



         Yo era el río allá lejos, al fondo de los olivos y cereales, hacia el Norte y el Oeste, donde se estanca entre juncales y parece que no fluye. -Fui un paisaje de riberas y belleza semejante al Paraíso. Fui el río en su estado de conciencia. E inquietante ave nocturna con su graznido espantoso y su propósito aún más ténebre. Todo lo entendía y todo lo sabía. El secreto perdurable de las estrellas arriba, en la noche clara de verano, la Luna y su corte que no la desluce. Los mortales no han sabido tallar ningún diamante azul, rosa o blanco tan bello como el brillo de un planeta o una perseida. –Ahora madre Luna me habló a mí aunque gire fiel cada noche su vuelta a nuestro mundo, el planeta del que quiso enamorarse, única Luna para todos. Pero sentí que me hablaba a mí solamente, para que solo yo la entendiera, -aunque brillase para todos, humanos que en ese instante, como yo, estarían admirándola-, porque me sobrecogió un terror santo. ¡Estaba a punto de ver a Diosa en la redonda pantalla de la Luna!



         - Quizás fuera una alucinación –como dicen los mortales- o mi fuerza inventando realidades pero por un instante más fugaz que un parpadeo –antes de bajar con terror la vista- pude ver con mis ojos a la Diosa, su lindo rostro. 



         Y ya iba yo a empezar a llorar por los hilos de la Luna, ya iba de nuevo a llorar la pérdida, cuando de manera milagrosa se abrió la puerta principal de la casa del jardín y , precedida por un fulgor como el que harían miles de estrellas, apareció ante mi vista de cuerpo entero: Esta vez iba coronada por un aura de oro, envuelta en un manto azul,   ataviada con magníficas vestiduras y guirnaldas, perfumada con aromas celestiales, plena de toda clase de maravillas, resplandeciente, infinita.



         Pude ver algo de su faz antes de fundirme con ella.  Era rubia y sus ojos ambarinos. Por un momento pasó por mi mente en éxtasis la comprensión del misterio de la Concepción In-maculada.



         Entonces al girarme para buscar a mi raptor, me pude dar cuenta de que a mí no me veía pero sí la veía a ella. Yo era como un fantasma y podía levantar la mano ante sus ojos sin que reaccionara de ningún modo; sus ojos abismados en Ella. Entonces comprendí que estaba realizando su fantasía. –Estuvimos toda la noche amándonos y cuando llegó el alba, parecía que hubiera pasado una décima de segundo.


















SAT PREMA DAS Y EL MAHA-MANTRAM





         Escribo sobre las mujeres que me turbaron, quiero hacer la crónica de los avatares del Amor y sin embargo todavía no he hablado de Sat.



         Conocí a Sat, después del primer viaje a la India en el 92, cuando la Duende y yo conseguimos estar a la mayor distancia posible, pues ella se fue a Cuba, que se sitúa en las antípodas de la patria de Radha-Krishna.



         Pero ni siquiera esa cantidad de quilómetros consiguió separarnos. En la primera noche de nuestro reencuentro ya le conté una aventura que había tenido con una chica vasca que no usaba preservativo. Eso se lo tenía que contar por razones médicas aunque se echara a llorar y le amargase un poco más la vida. En cambio los episodios galantes de mayor relevancia en India – con la libanesa Carmen Messara en Varanasi- y algunos encuentros sexuales más durante su ausencia, no se los conté. La pobre lloraba diciendo que si lo hubiera sabido, se habría enrollado con un cubano negro que estaba buenísimo y que no había dejado de pretenderla durante todas las vacaciones. Yo miraba las fotos de su viaje, consideraba a mi rival y compadecía a la Duende, que ya no dejaría de llorar hasta que rompiéramos.



         Fue aquel  año álgido - con Exposición Universal en Sevilla y Juegos Olímpicos en Barcelona-  cuando conocí a Sat en la boda de Carmen, la hermana de Aradhya. Carmen del Valle era amiga de la Duende y había estado con ella en Centroamérica de cooperante. Luego había emprendido un largo periplo Norte-Sur a lo largo de las Américas. Al final del viaje se separó de su pareja que la acompañaba. Yo la admiraba por todo eso y además era una mujer muy bella, de una belleza trágica endulzada por un seseo granadino que era delicioso escuchar; todavía recuerdo la templada voz de Carmen del Valle. Había vuelto medio turulata de América aunque pareciera la estampa del sentido común. Al poco tiempo se casaba en España con un dudoso aventurero de Chile, llamado Carlos.



         En su boda conocí a Sat. Lo primero que me llamó la atención de Sat, fue su cabeza rapada con una delgada coleta que le colgaba por detrás como a los devotos de la India y a los bhaktis de Occidente que adoran a Krishna. Le pregunté, en cuanto pude estar a solas, por qué llevaba la cabeza así y él me respondió sonriendo que era por higiene pero también como una señal de estar en el camino espiritual. Era la primera vez que cruzábamos palabra pero desde el primer momento, desde que me dijo eso y le miré a los ojos, su rostro redondo de mapuche o de lama, su coleta, me resultaron inusualmente simpáticos. Y supe que me haría amigo de él desde que le vi.



         Estas impresiones son raras y algunos pensarán que se trata de exageraciones poéticas  cuando son meras observaciones sobre hechos providenciales, claros signos de que la Providencia –Dios, Krishna, Eros- existe y maneja a voluntad, como  un novelista, los hilos de nuestro Destino. Y en especial los encuentros con personas que van a ser especiales en nuestra vida. Es decir, en especial, los avatares de Eros.  Todo resulta más fácil de explicar si Dios existe: Ya he conocido a Sat en otras encarnaciones, en otras vidas, hemos quemado juntos ya mucho karma. No hace mucho que he vuelto de mi primer viaje a la India y no quiero otra cosa más que volver o, si no, hablar de la India con alguien que conozca sus misterios. Y él ha aparecido para eso. Me sonríe de una manera que me hace confiar plenamente. Es como si ya le conociera y no tuviera nada que temer. Quedamos para vernos otro día en Lanjarón donde vive con Aradhya en una casa en la montaña.



         La mente tal vez duda cuando se encuentra eso tan raro: los ojos de un hermano, el que puede comprenderlo todo. La verdadera amistad es más rara, más preciosa que el amor. Se puede uno enamorar tal vez 75 veces a lo largo de la vida si se cambia de amada de un año para otro desde el nacimiento a la tumba. Pero nadie puede presumir de haber tenido 75 amigos íntimos. Yo ya no tengo ninguno. Los perdí a todos por negligencia, incluso a Sat. Soy del peor karma que hay: el de los que traicionan precisamente a las personas que más quieren. Y todavía quiero a Sat aunque hace años que no le veo.



         Pronto estaré muerto y no tendrá ninguna importancia como no la tienen los muertos de las guerras, meras apariencias, mallas de maya que para los ojos de Krishna ya están muertos aun antes de iniciarse la batalla. Pronto moriré pero antes debo ir a ver a Sat y cantar con él en la mañana el mantram. Tal vez me ponga a sus pies y se los bese como si fuera el mismo Govinda encarnado en el Maestro, si me habla durante tardes interminables de los pasatiempos infinitos del Ladrón de Corazones, el de cientos y miles de nombres. -Gracias a Sat conocí a Chaitanya y sus 8 slokas:



         “Gloria al sankirtana de Shri Krishna, que limpia el corazón de todo el polvo acumulado por años, y extingue el fuego de la vida condicionada, de reiterados nacimientos y muertes. Este movimiento de sankirtana es la bendición prinicipal para toda la humanidad, pues difunde los rayos de la Luna de la bendición; es la vida de todo el conocimiento trascendental, aumenta el océano de la bienaventuranza, y nos permite saborear plenamente el néctar que siempre estamos ansiando.



         “¡Oh, mi Señor!, solo Tu santo nombre puede otorgarles toda clase de bendiciones a los seres vivientes, y por eso Tú tienes cientos y millones de nombres, tales como Krishna y Govinda! En estos nombres trascendentales has invertido todas Tus energías trascendentales, y ni siquiera hay reglas estrictas para cantar esos nombres. ¡Oh, mi Señor!, Tú eres tan bondadoso, que nos has permitido acercarnos a Ti fácilmente mediante el canto de Tus santos nombres, pero yo soy tan desafortunado, que no siento atracción por ellos”.



Me gustaba eso de que “no hubiera reglas estrictas para cantar Sus nombres”. Me gustaba que el mismo Chaitanya –el creador del sankirtana- dijera que no sentía atracción por los nombres innumerables de Dios. Ese reconocimiento me hacía pensar que era auténtico.



         Uno debe cantar el santo nombre del Señor en un estado mental humilde, considerándose más bajo que la hojarasca de la calle; uno debe ser más tolerante que un árbol, estar exento de todo sentimiento de vanidad, y estar dispuesto a ofrecerles pleno respeto a los demás. En semejante estado mental, uno puede cantar  el santo nombre de Dios constantemente.



“¡Oh, Señor todopoderoso!, no tengo ningún deseo de acumular riquezas, ni tampoco deseo bellas mujeres, ni quiero tener seguidor alguno. Lo único que quiero es Tu servicio devocional sin causa, nacimiento tras nacimiento”.

        

         Quizás en el fondo yo me pareciera a Chaitanya y fuese como él alguien que no se siente atraído por la práctica religiosa, alguien que a pesar de ello es empujado a la devoción casi a la fuerza. Yo tampoco ansiaba ya bellas mujeres ni seguidores.



“¡Oh, hijo de Maharaja Nanda (Krishna), yo soy Tu siervo eterno, mas aun así, de una manera u otra he caído en el océano del nacimiento y de la muerte. Por favor, rescátame de este océano de muerte, y colócame en Tus pies de loto, como uno de los átomos de ellos.



“¡Oh, Govinda!, sintiendo la separación de Ti, considero que un momento es como doce años o más. Lágrimas fluyen de mis ojos como torrentes de lluvia, y en Tu ausencia me estoy sintiendo totalmente vacío en el mundo.



Así me sentía yo, herido de Amor y buscándolo en el espejismo de los rostros de mujeres.



Yo no reconozco a nadie más que a Krishna como mi Señor, y Él lo seguirá siendo aunque me maltrate con Su brazo, o aunque me destroce el corazón con no estar presente ante mí. Él es completamente libre de hacer todo lo que quiera, pues siempre es mi Señor venerable, incondicionalmente”.



         Me gustaba todo lo que rodeaba a Sat: que viviera en el aire alto de las Alpujarras, su Jardín del Amado decorado con estatuas e imágenes de Krishna y de Radharani, el olor dulce del sándalo, el olor del prasadam, Sat leyendo el Guita y comentándolo. Ni se me ocurría hacer preguntas; era evidente que poseía el don de la elocuencia, jamás me cansé de oírle cuando explicaba las Escrituras, a menudo citaba el texto original en sánscrito y el sánscrito con sus aes, sus cerebrales y sus versos sintéticos, me hacía perder el sentido de la realidad.



         Luego me quedaba a dormir en aquella casa de la montaña abierta al mundo. Lo que me gustaba de Sat es que parecía totalmente independiente del deber de ganarse la vida con un trabajo estable como el mío en la Fábrica de Membrillo. ¿Cómo lo habían conseguido? Les proveía Krishna, gastaban poco. Nada era más alternativo ni revolucionario que pensar todo el tiempo en Krishna y adorarLe continuamente pronunciando Su nombre.



         Cuando Sat me puso en contacto con Krishna, yo ya Le conocía. Mi memoria se pierde en las tinieblas de la infancia, tal vez entonces ya Le conocía. En India Le había visto muchas veces. Casi no había pensado en nadie más durante los veinte días de tumultuoso viaje. Era como si Él me rondase.



         Una noche de invierno en el cuarto de invitados de su casa de la montaña, Sat me pidió que pronunciara el maha-mantram; le vi tan afectado, tan humilde que no pude menos que darle sartisfacción. Por primera vez en mi vida, con tono tambaleante dije:



“Hare Krishna, hare Krishna.

Krishna, Krishna, Hare Hare.

Hare Rama, hare Rama,

Rama Rama, Hare Hare”.



Satisfecho, con alegría memorable, Sat dijo: “Guau. Ahora mismo debe haber en el Cielo millares de ángeles cantando”. Me pareció que me daba demasiada importancia. No creía que tantos seres se alegrasen por el retorno del pecador arrepentido, oveja negra, hijo pródigo.



         Todo lo que decía Sat me emocionaba. Era la Verdad Absoluta. Ya jamás me apartaría del bello nombre de Krishna.- Pero no es verdad: me aparto del Amado., me aparto del Amor.  Le rehúyo y sin embargo no logro rechazarLe nunca por completo.



¡De qué manera, Amado, te rehúyo

Y  pequeñas mazorcas de maíz

Me hacen pensar en el tímpano

Rubio de  maizosa rubia!



¡De mil modos, Amado, me aparto:

 Diminutos poliedros de carota

Se parecen regulares a sus labios!



¡E invocándote te huyo

Por los fondos de un oído

Absolutamente rubio

Y el aliento mañanero de una mujer en la lluvia!



Los círculos de tu incienso

Pretero por los de grupas.



         Desde aquel primer encuentro quedé impresionado por la forma de vivir de Sat y de Aradhya: Aquello sí era salirse del Sistema. En los primeros tiempos, como no tenían aún casa, habían dormido en el coche en plena sierra, abrigados con mantas. Luego, amigos que eran ángeles, les habían ayudado a levantar una casa y hasta les habían regalado un baño y una estufa de leña. Estaban convencidos de que Dios cuidaba de ellos y que no debían preocuparse del sustento.



         A partir de entonces empecé a acudir con frecuencia a la casa de Sat y de Aradhya en las Alpujarras, no había nada mejor que subir hasta allí donde gravita la presencia del Amado en el Jardín aun antes de que aparezca Sat. Yo me demoro en el jardín: Dios será invisible y los ateos derivarán de ello su inexistencia, pero que no sea visible directamente –porque tiene todas las formas y ninguna en particular, porque Él es Forma Pura- no significa que sea imperceptible. Para los sensibles es fácil sentirlo. Un verdadero materialista, igual que no puede hacer el Amor, tampoco puede disfrutar del campo: Hari estaba allí por todas partes: se le podía oler en el sándalo dulzón, se le podía oír en la caricia del viento sobre el bancal o en el salto de la rana en el estanque con lotos. Continuos y apasionados pensamientos de devotos habían levantado ese jardín que era un templo. Dios no es invisible; es sutil.



         No había nada mejor que escuchar a Sat leyendo el Guita. La guturalidad rotunda de la lengua de Vyasa despertaba dentro de mí un instinto obscuro como si aquello fuera la lengua de los ángeles o de los semidioses, un idioma que disponía a la mente en otro sentido distinto al habitual. A continuación venían las explicaciones de  mi amigo con su simpática voz algo nasal y su entonación chilena. Predicaba con calma y con discernimiento y su voz en esos momentos era el sonido más sosegador de todos los que produce el universo. Habría estado escuchándole sin pausa, jamás me cansaron ni podrían aburrirme las verdades siempre nuevas de los Vedas.



-                       Pero tú no crees. Habla. Vamos di todos tus puntos críticos –me desafiaba Sat al final de sus comentarios; yo comprendía que era un honor que me invitase a preguntar, me distinguía así en medio del grupo. A menudo comprobé que Sat podía leerme el pensamiento.



Sin embargo yo le decía que sí creía y que no tenía preguntas. Era evidente que estaba inspirado por Krishna, que amaba y conocía aquel libro como los senderos y parterres de su propio jardín y que llevaba una vida ejemplar de auto-subsistencia en el campo. –En la India había aprendido a entregarme a lo irracional, a no discutir: ¿Dios hecho hombre hace 5000 años en Vrindaván con la forma de un príncipe de piel azul? ¿Tenía un disco mágico, hacía milagros como sostener la montaña de Govardhana para que sirviera de paraguas? ¿Había derrotado a un demonio?  ¿Había conducido el carro de Arjuna? ¿Había cantado una por una las palabras del Bagavad-Guita? ¿Eran dulces y embriagadoras las notas de su flauta? ¿Y por qué era tan hermoso? ¿Por qué me atraía tanto si no era más que una fantasía? ¿Habría renacido 8 veces como pez, serpiente, jabalí, enano, león, gigante, ¿, Rama; renacería como Buddha y Maitreya?



         Yo no tenía preguntas, tenía ganas de cantar: Al final de la lectura, Sat sacaba el harmonio, la mindarga y los crótalos y uníamos nuestras voces en el kirtam. Pero cualquier canto devocional no era más que un preludio para entonar el maha-mantram de Hare Krishna:



    Hare Krishna, Hare Krishna.

Krishna, Krishna, Hare Hare.

Hare Rama, Hare Rama.

Rama, Rama, Hare Hare.



         Lo cantábamos al final sedientos de paladear de nuevo cada una de las 32 sílabas, lo cantábamos de todas las formas y con todas las melodías posibles, le poníamos hasta la música de La Cucaracha. Nunca nos cansábamos de repetirlo. Era el poema perfecto, eternamente nuevo; en cierta forma había que buscar razones para hacer otra cosa, para no estar cantando el mantram  de manera continua. Al final su dulce murmullo termina por acompañarte todo el tiempo, como el murmullo de tu propia sangre: Hare Krishna.



         Dios no será visible, pero se ha podido fotografiar a personas en el trance de la fusión con lo Absoluto. Un día ocurrió en el momento en que estábamos cantando con especial emoción: Una devota empezó a llorar y a sofocarse de acuerdo con los 8 síntomas del éxtasis. Nadie dejó de cantar pero la vibración espiritual del corro se elevó y pude notarlo en la piel porque sentía al grupo y no solo a mí mismo. No había simulación ni histeria en aquellas lágrimas sino que era la simple experiencia de haberse sentido respondida por Krishna. Avergonzada la devota, salió al jardín para que no la viéramos llorar. Yo sentí envidia de su soledad en el jardín. -El éxtasis es semejante al orgasmo pero no idéntico.



         Debía ser verdad que Dios existe y que cuida de nosotros. Los ateos son unos valientes dispuestos a cruzar el universo soltándose de  la mano del Padre. No creen más que en sí mismos, en el Hombre. Pero yo ya había visto a dónde conduce todo eso: a la Muerte. Tal vez, si cambiaba de ideas, volvería la Vida, que es Eros.-No me costaba mucho admitir los milagros puesto que he asistido a numerosos prodigios o sucesos sobre-naturales a lo largo de mi vida, como queda consignado en el presente catálogo. Mi suerte en el Amor es el más milagroso de todos ellos. Algo bueno, algo muy sutil y auspicioso tuve que hacer yo en otras vidas por la Mujer, para que en la presente se me haya otorgado una facilidad de acceso a sus encantos rayana en lo increíble.



         Sat no era un cura ni un bráhamana ni un swami ni mi “disipador de tinieblas” (o tal vez sí) pero era un devoto verdadero. En lugares apartados donde rumorean los pequeños arroyos de la agreste Alpujarra, rodeados de perfumes naturales a azahar, semejantes a las esencias del Paraíso de Vaikhunta,  Sat me habla de Krishna y experimento la Felicidad Absoluta.



         No era un sacerdote como los que había conocido en mis viajes –el de Vrindaván, el de Poona o el de Santander. Sat siempre era humilde y tolerante pero poco a poco me presionaba para que me comprometiera, para que practicara. Y yo siempre lo demoraba.  No me apartaba del mundo material ni de las actividades fruitivas. Comía carne, bebía alcohol, tomaba toda clase de tóxicos. Pero poco a poco, -como otro vicio erótico- tomaba el rosario y repetía Hare Krishna, Hare Krishna, Krishna Krishna, Hare Hare. Estaba más que demostrado para mí, el poder del mantram.- Luego me apartaba, perdía el rosario, volvía siempre hacia las simas. Y Sat siempre me perdonaba, como si fuese sabio y dulce.  Como el mismo Krishna.



         Pasaban mujeres que yo llevaba a las Alpujarras a confrontarlas con mi maestro: La Duende, Mysia, Démeter, Aricia, Lesbia, Morphi... Sat las recibía siempre con hospitalidad oriental y nunca me criticaba por voluble. Era comprensivo y firme como la verdadera sabiduría. La de Krishna.



         Otras veces bajaba él a la Costa y nos encontrábamos en hoteles de Torremolinos, con lobbies de paredes marmóreas por donde corren hilillos de agua. La voz de Sat hablando de Krishna, una y otra vez y siempre de Hari-Krishna en sus infinitos pasatiempos, se trenza con la canción del agua pero yo escucho más la de Sat.  Nunca debí apartarme de su voz. Su voz hablando de Krishna.

          









                                     





MORPHI II



         Mi bigamia duró desde las 22 h. del 8 de enero de 2006 hasta las 23 h. del 19 de mayo del mismo año. Pero no fue una verdadera bigamia sino someterme a la evidencia de que me estaba enamorando de Morphi. - Yo no podía haberlo querido: Estaba más o menos estabilizado en el adulterio y pensaba seguir así, en una especie de interregno. Estaba enamorado de Tobie, laetitia cordis mei;  pero Eros me perseguía en imprevisibles aventuras las dos terceras partes de mi tiempo, el que no pasaba con ellas. - A veces Eros y la Aventura se presentaban sin que hubiera podido aún despedirme de mi novia y de su hija; ellas me observaban un poco intrigadas, como si yo fuera un personaje novelesco, un Rocambole, se hacían preguntas sobre mis curiosos acompañantes callejeros y me dejaban ir. -Ellas estaban del lado de la rutina y de la normalidad. Quizás yo debería haber aumentado mi permanencia y mi confianza en esa zona. Hasta un 33.3 % por ejemplo. Estaba alcanzando una edad respetable y no quería ser uno desos solterones que no creen ya en el Amor (ni en Dios) y salen por ahí a arponear universitarias como personajes de Philip Roth.



         Había empezado por tomarme a guasa nuestro grupo de meditación. Por sistema les había mostrado los peores aspectos de mí mismo y allí seguían conmigo. Con  Morphi había empezado a quedar a solas. Pero solo para enseñarle que tenía la mayoría de los chakras cerrados o averiados, para rechazarla como a un ser poco evolucionado que me hace gracia. Nuestro primer beso fue cuando yo bajaba la basura:



Lo normal habría sido abordarla

cuando subimos al piso; no al salir,

en la escalera despintada con olores

de cenas vecinales ya muy frías

y en la mano la bolsa de basura.



O volcarse en ese espacio del sofá

no más largo que el impulso del  abrazo;

no en inhóspito entresuelo con sonidos

de extraños, televisiones, ladridos

de mi  bloque  sacando mi basura.



La risa y el sarcasmo siempre estaban cerca, como las ganas de burlarse. La sensación de ser basura, también. Y sin embargo ella me seguía mirando con ese respeto incomprensible. Hasta obligarme a preguntarme qué habría visto en mí para respetarme tanto. ¡Si solo soy un borracho, un drogadicto, un loco, un colaborador del Diablo, el que arrastra a las mujeres a la perdición!



         Su rostro podría ser el de un hombre,

las diabólicas aristas de la hermana

de César Borgia.

No sé qué luz

(quizás esa luz que asciende)



pinta un halo en su barbilla violeta.

De su labio pienso: “leporino”... No sé,

podría haber pensado otra cosa:

los crueles, sensuales bultos de Casanova.



         ... Sin embargo, el cambio no llega de la noche a la mañana, nadie sabe exactamente en qué momento cambió la dirección de su karma. Ni por qué. (Ni tampoco qué es el karma). No fue una decisión consciente, un acto de voluntad puesto que la Voluntad y hasta la Conciencia están sometidas a la Ley Causal (o karma). Tenía razón Sat: “En realidad, no es uno el que cambia”. Al lado de Sat –que atesoraba el tesoro de los Vedas en su casita homemade de las Alpujarras-, desde la mirada de Krishna, todo resultaba diáfano. Y era posible conocer la Verdad: No es el ego el que cambia pues el ego no quiere cambiar; es el alma. Y el Alma se despierta en el silencio del canto de los nombres de Eros.



Parece ,porque tiembla, que sería

capaz de entregarse a inconcebibles

contorsiones y humedales de lascivia

pero admiro sus hombros inmaculados

muy lejos de mi bolsa de basura.



La beso, la acaricio porque casi no la veo

y ella en el ascensor febril con su boca

recorre la elongación de mi nuca

hasta provocarme risa

de bazofia, desecho y barredura.



         Pero todavía conservé a mi novia de fin de semana mientras los 2/3 restantes los pasaba cada vez más con Morphi. Quizás yo era uno desos árabes o hindúes que pueden satisfacer a dos mujeres. ¿No había vivido Jung con su amante y su esposa en la misma casa? Hasta el asexuado Heidegger –un Maestro de la Muerte de Alemania- había tenido una amiguita. Por no hablar de Spencer Tracy, que nunca se separó de su señora ni se casó con la Hepburn.



         Pero ¿por qué solo dos? ¿Por qué no diez mil? -Porque un ser que satisfaciera a 10.000 mujeres no sería humano.



         Pero poco a poco Morphi con su imbatible respeto, inmune a todas las payasadas o auto-envilecimientos que yo pudiera escenificar, me iba venciendo. Yo me emborrachaba y me colocaba hasta caerme al suelo delante de ella y mis otros dos fieles. Cuando me pedían consejo u orientación, les daba los peores: que se inyectaran heroína, que les faltaran el respeto a sus padres, que no se separasen de sus maridos o novios o que rompieran (dependiendo de lo que fuese a hacerles más infelices), que adoptasen dietas que les llevarían a la tumba o al menos a complicaciones intestinales irreversibles, que rompieran los cristales de los sindicatos estatales (nosotros, CNT, no disponíamos de cristales), que incendiaran los bosques, que contaminaran las playas, que devoraran cadáveres, que maltratasen a sus hijos. En fin, que hicieran lo peor.



         Estas doctrinas unidas a mi comportamiento claramente pecaminoso de acuerdo con cualquier código moral, deberían haberles disuadido de seguirme: Un gurú no bebe grandes cantidades de vino francés ni hace cenas copiosas (a menos que sea Gurdjieff). Iban a acabar muy mal pero yo seguía sonriéndoles y cautivándoles. Fiel a la burlona anti-enseñanza de la anti-Poesía, lo único que contaba.



         Mi única manera de avisarles del peligro era llevarles a las playas, enseñarles la Luna, tomar absenta, evocar a Lautréamont,  cantarles el maha-mantram durante horas, como un loco. Pero ellos seguían creyendo en mí.



         Poco a poco fueron tejiendo una crisálida de oro en torno a mi aura como el personaje de Murakami: a) Pachón seguía manteniendo que yo era la persona más sabia que había conocido y a mí no se me ocurrían  más monstruosidades para  decepcionarle; b) Féren se alejaba de su novio para venirse con nosotros, los de la Secta; el novio aparecía solo para demostrarnos que no estaba celoso, como si  ni Pachón ni yo diéramos la talla de rivales;  yo  hablaba de las Caras de Bélmez de la Moraleda y él casi se enfadaba por “mi credulidad”; entonces yo le daba la razón de manera cobarde: no pensaba competir con él, que no ha visto en la noche la avalancha de espíritus; c) Morphi me escuchaba y me escuchaba en silencio con sus ojos glaucos, glaucos. Poco a poco, ante su respeto, fui empezando a hablar en serio, a tomarme a mí mismo en serio después de años...  A quererme, a quererla.



         Poco a poco ella empezó a hablarme del “padre de su hijo”, un extraño giro de lenguaje que parecía encubrir algo. Sintomáticamente yo al principio le aconsejaba que mejorase su relación con su pareja, que no se separase. En esto sí me parecía a los curas y no desvariaba ni pizca. - No era la primera vez que me cruzaba con una mujer que se queja de su relación con otro. Ya me había ocurrido en numerosas ocasiones desde los 15 años y la estrategia siempre era la misma: Hablar a favor del otro, ponderar sus méritos – como con Marcos y la primera Cristina-  mientras le vas tocando el culo a su mujer, novia o enamorada. Del mismo modo que en Friburgo dormí el mejor sueño de mi vida después de que Carmen me confesara que tenía novio. Qué tranquilidad.



         Pero cada vez me divertía menos el sarcasmo. Ya no quería reírme de Morphi, de la pelirroja, como si fuera un patético personaje de novela del que abusa el psicópata protagonista . - Ella me llevaba a la Feria del Libro de la Alameda; yo compraba textos de los que incitan a la violencia revolucionaria. Ella me llevaba a parques japoneses de la Costa poblados por el espíritu de Buddha y cientos de pájaros; yo le cantaba canciones que solo hablaban de la Muerte, la vieja melancolía. Ella me llevaba a las rías; yo la arrastraba a los cementerios. Yo perdía las llaves de la casa y del coche por la noche; ella me los devolvía por la mañana (como si fuese mi ángel,con toda la autoridad de haberlo sido siempre). Era el ojo avizor que todo lo encuentra. Yo le pedía que me dejara en las simas, en los burdeles de la zona portuaria; ella me llevaba a los paseos marítimos  felices de la Costa, almádenas de todo sufrimiento.  Yo le señalaba, -entre lágrimas-,  las industrias papeleras pestilentes que contaminan Pontevedra; ella me llevaba a comer entre risas mejillones de los criaderos de altamar. Yo iba hacia el Mal; ella siempre me llevaba al Bien.



         Una tarde, no tuve más remedio que confesármelo a mí mismo. - A pesar de mi vida de crápula impenitente, había adoptado la costumbre desde hacía ya muchos años –tal vez desde el principio de mi existencia- de pasar una gran parte de mi vida en recogida soledad. Muy a menudo mis soledades eran deliciosas porque disponía de drogas diversas en cantidades considerables. La distinguida Lectora –que ya me va conociendo un poco, tal vez como se conoce a un hijo...- ya se habrá imaginado que yo soy desos que hacen yoga después de haberse jincado una buena loncha de cocaína. Mezclas irreverentes. Profanaciones. Meditar bajo los efectos de la heroína y el alcohol. Ensoñaciones guiadas por el LSD. Iniciaciones con ayahuasca. Terapias en éxtasis. Pero lo mejor es drogarse solo, lo que le gusta al drogata: Tú y la Droga, cara a cara, eternamente.-  Y en mis soledades solía reflexionar sobre las cosas que me iban pasando en forma de diálogo razonable conmigo mismo. Como si escribiera un diario, un diálogo,  algo así como mi Catálogo. Ya entonces llevaba mucho tiempo escribiéndolo, viviéndolo; y tú conmigo.



         Aquella tarde estuve un buen rato hablándome a mí mismo mientras oía música: Pensaba en Morphi: De repente alguien dentro de mí mismo –un amigo más lúcido y más amoroso que cualquier amigo- me dijo que estaba volviendo a pasar : estaba quedándome prendido y enganchado de la voz de Morphi, süave y verde como el viento... Pronunciaba demasiado a menudo su nombre a lo largo del día, pensaba demasiado en ella,  era preocupante que pasaran las horas  sin que se nos agotara la conversación ni los pasatiempos: todo con ella parecía interesante como una novela. Y a la vez, ameno. Pero Lesbia me había pronosticado que no rompería con ella hasta que no encontrase a otra. Me había sentenciado. Ella a veces también hablaba como un oráculo; al fin y al cabo, era andaluza y le sobrevenían a veces chispazos de clarividencia. No debí dejarla nunca.



         Estaba volviendo a pasar. No era la pelirroja, el experimento de un sádico que se está preparando para matar, descuartizar y comerse a otra: su ex o amor de su vida. No pensaba hacerle daño a una persona que llevaba tanto tiempo escuchándome con tanto respeto como si oyese al oráculo, mientras yo no decía más que disparates y malicias.- No era la seducida ninfa del arroyo. No era la insatisfecha mujer perfecta de obrero. Ni una treintañera en minifalda con ganas de marcha. Ni una putita de barrio.



           Algo dentro de mí, se puso a hablar en silencio durante largo tiempo: Me asaltaba, me decía, -mientras yo escuchaba vidalas y fumaba sin pensar aparentemente en nada- , que me tomara en serio a aquella mujer que había aparecido en mi vida y que se quedaba aunque yo le dijese medio en broma que la mitad de  los chakras los tenía atascados, que yo se los podía calentar o abrir un poco pero algunos eran más delicados que otros y no teníamos tanta confianza... Sí,  que siguiese con su pareja oficial (el marido-de-su-hijo, el padre-de-sí-mismo), que no se quedara en terreno de nadie; ah, y lo de nuestro beso no se debía repetir; porque yo quería seguir con Lesbia y con ella, Morphi, mantener una amistad platónica de largos coloquios y solo un beso en los labios sellados en las despedidas. Es decir, casi sin Eros.



         Pero ¿qué puede haber de más erótico que lo platónico,  no enrollarse y desearse? Durante meses acudimos puntuales a nuestra cita bajo la Luna todas las noches en la floresta. Ella desnuda y yo desnudo. Y la Luna. Nos mirábamos, nos deseábamos cada vez más y no nos tocábamos, por un voto. Pero una desas noches el deseo fue tan grande que las almas mismas saltaron y se fundieron en el aire. Fue un 8 de enero. Las cosas graves pasaban siempre  en torno al 8 de enero; en mi destino debe haber una conflagración astrológica que confluya con muchas líneas en torno al Día de Reyes y, sobre todo, al octavo día del año.



         Mi segundo yo me fue hablando a lo largo de toda la tarde de soledad. Yo no tenía más que fumar, a veces distraerme con un pasaje emotivo de las zambas y sobre todo escuchar. Hablaba a una velocidad endiablada esta parte de mí o como se la quiera llamar. No era yo mismo ni tampoco un trasunto de mi imaginación porque decía cosas que yo no había ni siquiera imaginado y sobre todo por su tono impositivo, como si quisiera arrancarme la venda de los ojos, hacer que me enfrentara a la Verdad. Su tono empezó a tocarme el corazón: - ¿Qué tenía de malo Morphi, por qué demoraba tanto el encuentro si en realidad no deseaba más que estar todo el tiempo con ella, causa de mi delicia? ¿Qué tenía de malo, qué me asustaba tanto? ¿Por qué no rompía con Lesbia y sostenía una relación más seria y comprometida con Morphi? ¿Qué mujer había conocido como ella, mejor que ella?



-         Claro –replicaba mi parte más cínica-, esto es descartarse de triunfos aunque ya lleves juego: Llevas tres reyes y la sota de bastos, tiras la sota pero solo para que te vuelva a salir la de copas.



Morphi, de hecho, se parece a la Sota de Copas en la estampación de Heraclio Fournier: delgada, esbelta, pelirroja y con nariz aguileña.



-         No quiero descasarme de Lesbia para re-casarme con la malcasada o incasada Morphi – seguía yo, cada vez más fumado y más divagatorio, más retórico- que se separaría de su no-marido o no-muerto “padre-de-su-hijo”. Dejemos las cosas como están que ya es bastante enrevesado. No quiero aumentar los picos de la Costa en divorcio-seguido-de-segundo-(o tercero, o enésimo)-matrimonio. Yo prefiero contribuir a otras barras estadísticas. No soy de los que se separan un martes de la Vieja para juntarse un miércoles con la Nueva, mucho más Joven, a ser posible centroamericana. No tengo novia ni esposa. Tengo a Lesbia, tengo a Tobie y diversiones. Y está bien así.



-         Pero, por favor, deja de  decir estupideces. Pareces un personaje, no una persona. No dices más que desvaríos para hipnotizarte a ti mismo con tus trucos y derivas de siempre. Pero, por favor, piensa un poco en ella: Es bella, es deseable, tiene los ojos glaucos, glaucos como los del soneto del dulce mirar. Es la Musa, la memoria de la humanidad. Es capaz de conducir las almas al cementerio, envía mensajes telepáticos a través de la Luna, desentraña con frialdad objetiva el misterio de las geometrías escherianas de la  Alhambra, insinúa los del Sacromonte,  y tiene en sus ojos glaucos, glaucos los espíritus atormentados, no serenos, de bella Ciudad de Costa siempre envuelta en matanzas desde hace miles de años.



-         Vaya. Parece que a quien te gusta es a ti.



-         Pues claro que me gusta.



         Al final de la conversación, yo, vuelto a la condición de individuo único –y por tanto con un solo interlocutor mental- me eché a llorar: La música aún sonaba: Tenía razón mi alter-ego, mi amigo imaginario: Morphi era maravillosa, encontrarla fue intuición de Dios. En ese momento conclusivo decidí entregarme al amor de Morphi –que no tenía ni idea de lo que le esperaba, ni puta idea de dónde se metía- y decreté unirme a ella, como ocurrió. Y Jorge Cafrune cantaba en mi pequeño piso de soltero, asomado al litoral y al fósforo de Huelin:



“Tus palabras son

fresco manantial.

Al oír tu voz

 aprendí a cantar”.









































EN UNA ESCUELA DE AMOR



         Al principio no te das cuenta de que tu destino (o tu karma) ha cambiado de sentido, no te llegas a creer que eres feliz...



         Una mañana se presentó por sorpresa en la Fábrica de Membrillo un joven muy hermoso. Llevaba unos pantalones vaqueros gastados y ceñidos con una marca como de desgarradura por zarpa de tigre a la altura de los muslos. Su rostro y su voz también eran especialmente eróticos. Había venido a reclutar adeptos para su causa que era algo así como transformar los procesos de elaboración de membrillo, transformar el mundo. Nada menos. Yo no podía haber sabido que el único captado en la Fábrica sería yo.  Aquella primera vez, le desafié, pero luego terminamos tomándonos juntos unas cañas.



         Dos o tres semanas después me llamó para animarme a hacer un curso que ofrecía su asociación durante la Semana Santa. Su voz grave, varonil, me convenció del todo.



         Yo venía de las simas y me encaminaba hacia las simas mientras seguía chapoteando en las simas.  Pero me acercaba cada vez más y como sin querer a la luz. - Mi primera impresión del curso de Revolución del Membrillo fue de lo más malévola: No vi sino un campo de caza y, durante todo lo que duró la charla de presentación, no me dediqué sino a evaluar y a re-evaluar a las chicas, damas y señoras que poblaban la sala. Había muchas de mi edad o de edades accesibles. Si habían acabado allí, es que estaban perdidas; lo que las hacía aún más vulnerables. Me dieron pena de antemano. Pero supe que me divertiría.  Aún no la vi a ella.



         Todo aquello me daba asco. Qué pintaba yo allí. Había venido solo porque me cautivó una voz. Y ahora solo se me ocurría coquetear con unas y con otras de las muchas hembras que poblaban el curso y que en general parecían abiertas a cualquier clase de intercambio en los seis días que quedaban. Me frotaba las manos por anticipado: casi no podía imaginarme con qué regalos me obsequiaría Eros-Dionisio, Cupido-Baco en una situación tan femenina como esta.



         Las mujeres a este curso en un hotel venían solas, sin maridos ni hijos (pues la mayoría languidecían enfangadas en la trampa del matrimonio). Venían a liberarse, a buscar apoyo para dejar de ser unas esclavas. Pero los maridos las acompañaban hasta la misma puerta y venían a buscarlas a la salida no fueran a despistarse. Algunos merodeaban como almas en pena en torno al recinto del curso, espiando a sus esposas. Se imaginaban a sus mujeres folleteando dentro de la impunidad del hotel donde ellos no podían vigilarlas. Pero el último día se presentaban sonriendo con suficiencia para llevarse a sus hembras en propiedad; desafiantes, despectivos con nosotros, los locos del curso que les habíamos quitado a sus mujeres una semana.



         Y sin embargo ellas no habían venido buscando sexo. Para encontrar sexo habrían ido a otros sitios. Ellas habían venido porque no aguantaban más y querían cambiar. Finalmente, casi todas se separaron. Yo puse mi granito de arena –como pellizco en pezón- en todas y cada una de aquellas separaciones. No era la primera vez que escuchando a una mujer lamentarse de la rudeza, desconsideración y falta de atenciones de su marido, me voy mostrando cada vez más fino, más considerado y más atento con su señora. Cuando se siente más cómoda, le pongo una mano en la nalga o en el pecho –como haciéndole reiki o encendiendo sus chakras-   y espero a que continúe con su palinodia mientras la voy acariciando en movimientos redondos para reconfortarla.



         Ya la primera noche había conocido e intercambiado señales con dos o tres maestras, una estudiante, una pintora, una mujer muy alta y fuerte que se llamaba Dadi, tres enfermeras, una médica, una inspectora, una psicótica, una oficinista, 6 ó 7 modeladoras de membrillo y alguna de las guapas camareras  casi niñas del hotel. - El curso trataba de cambiar y destruir nuestro carácter, pero yo parecía fascinado por mis propias máscaras.



         Hasta que la vi a ella.



         No fue el primer día.



         Habrá quien no crea en el amor a primera vista, en el flechazo. Será porque nunca lo ha experimentado. Pero el amor súbito traspasando el corazón es un fenómeno bien conocido desde que Alejandro cayera fulminado ante Roxana. Petrarca también tuvo la sangre infectada por el spiritus de Laura. -Yo en cuanto vi a Carmen, me sentí ardientemente enamorado de ella: Caminaba, graciosa,  por el otro lado de la sala y ella también me miraba a mí a través del tumulto. Todo dejó de existir salvo ella, como si hubiesen enmudecido todos los sonidos del mundo, como si Carmen fuera el único objeto de atención de un sueño. Sentí de inmediato que aquella total desconocida me gustaba desde la punta del pie hasta la coronilla. Iba vestida de blanco, con un holgado traje de algodón. No era alta pero estaba bien proporcionada. Ya no era joven sino de mi edad: Mejor; ninguna treintañera tendría nunca esos grandes pechos caídos de madre. Mirar su cuerpo, me hacía marearme de deseo. Hubiera vendido mi alma al Diablo, solo por acercarme a su carne.



          En cierto momento dejó de mirarme para bajar la vista. Avergonzada o provocativa. Luego volvió a levantar sus bellos ojos grises como diciéndome: “ahora tenemos un secreto”.



         De inmediato desaparecieron todas las demás mujeres del curso. Solo existía Carmen.



         Fui apegándome cada día más a ella. Primero su voz raspada, como si siempre estuviese un poco afónica, me conmovió. La voz de Morphi era como la del viento: verde; pero la voz de Carmen me enternecía. Se me saltaron las lágrimas cuando la oí hablar por primera vez. La primera sílaba que articuló me abrió el corazón y pude darme cuenta de que estaba rendido. Parecía la voz de una mujer inocente y bella, delicada y fina, sensible e inteligente.  Poco después supe que había pasado su infancia en Alemania y podía hablar la lengua de Schiller aunque se negaba a hacerlo. Su conexión con Alemania la volvía doblemente atractiva. Pero Carmen no era Carmen de Friburgo.



         Luego empezó a hablarme de su marido, del que se sentía muy descontenta.



         Sé lo que el lector –ese ser animalesco- puede pensar: Descontenta significa que su marido no le da lo que le tiene que dar. Y si requiriéramos más aclaraciones, lo que el marido le tiene que dar es una mezcla de sexo duro y violencia doméstica. De modo que toda mujer descontenta es una insatisfecha sexual. Y su cura, una penetración en toda regla por un macho salvaje.



         Pero Carmen no estaba frustrada por el sexo ni dejaba de estarlo; se trataba de algo más. Durante horas y horas de paseos por los céspedes y jardines de lantanas del hotel, ella me lo iba contando y yo apenas atendía a sus palabras, suspendido por la belleza de su rostro y de su voz. No había visto una cara tan perfecta en mi vida: Su nariz inglesa era tan recta que de frente no se le veía la punta. Para mí no había otro deleite que mirar todo el día el rostro pálido, conmovedor de Carmen hablando y hablando. No necesitaba nada más. Pero junto al deseo de que me miren sus ojos grises o me sonrían sus labios, cada vez me siento más cerca de ella y voy conociendo a distancia el olor de su boca, de su pelo y de sus brazos. Paso tanto tiempo cerca de ella, que yo mismo huelo a Carmen. Y es ese olor que llevo clavado ya al fondo del cerebro, lo que me hace estar ebrio y enamorado. Los demás parecen darse cuenta mejor que nosotros de lo que nos pasa: Nos respetan como si estuviéramos produciendo un milagro. Todo el mundo parece darse cuenta de que nos pasa algo. Nosotros pasamos hipnotizados sin darnos cuenta de nada, como en una burbuja del jardín de las delicias: El olor del cuerpo de Carmen se parece al olor del campo en un día de primavera con lluvia.



Sin embargo aquella vez todavía no sucedió nada entre nosotros. O sí:



         Una noche, ya terminadas las tareas y clases del curso, proyectaron en la sala de reuniones del hotel un vídeo del fundador de la asociación. Yo ya había visto en Poona que las sectas suelen alimentar la fe de los adeptos con películas del líder. Yo no tengo miedo de los lavados de cerebro religiosos, no me asusta la conversión; en cierta forma, ya me he convertido y, por otra parte, es imposible que yo abrace ninguna fe.-De modo que, por curiosidad, fui a escuchar el vídeo. Estaba tan cansado por la jornada, que me tumbé al fondo en la penumbra pensando en echarme una siestecita.



         Sin embargo el discurso trabado de aquel sabio, el fundador, pronto me espabiló: Aquel hombre de más de 70 años, con su sutil seseo chileno –semejante al de Sat - estaba desarrollando ideas incendiarias: Afirmaba que nuestra sociedad era un fracaso y el sistema educativo un fraude donde se oprime a los niños y adolescentes mediante los exámenes y la memorización de conocimientos ( a esto lo llamaba el modelo Singapur ), como si fuesen pellas de membrillo que los tutores deben moldear en razón de lo conveniente. Sin embargo no hablaba con amargura o desesperación sino como si conociera alguna clase de solución. – Vencido, como siempre,  más que por los argumentos  por la belleza desa voz (con los años llegaría a ser el sonido más dulce del mundo)- me incorporé para mirar al viejo revolucionario: Medía casi dos metros, era enorme como Júpiter o el Homero de la Apoteosis de Ingres. Sus facciones también eran grandes y marcadas: los ojos extraordinariamente perspicaces pero discretos –ojo clínico u ojos de brujo- , la nariz fuerte y aguileña, el pelo y la barba blancos y abundantes como los de un cenobita del desierto. También tenía pinta de viejo hippy o de rabino. Era un hombre muy hermoso y por el tono de su voz comprendí que tenía razón: No debía de allí en adelante sino hacerme cargo de su doctrina, estudiarla a fondo y practicarla en lo posible para ayudarle en sus objetivos. Así lo decidi para años venideros, sobre la marcha y en cuestión de segundos. Su objetivo era cambiar el mundo. Y yo estaba completamente de acuerdo.



         Si no hubiera pasado por la India tres veces (y por su fantasía, miles), no me habría rendido con tanta facilidad. Acaso el lector escéptico, que se ha especializado de la mano de Nietzsche y secuaces, en ponerle pegas a todo, sagaz experto en desconfiar de todo lo grande y en buscar por sistema, -pasándose de listo- ,  el lado demasiado humano de los héroes del teatro del espíritu (como hubiera dicho Juan Villalba), humillar todos los ideales, el pequeño hombre de Reich empeñado en empequeñecerlo todo, esté pensando que fui hipnotizado por el dirigente de una secta. No comprende que la peor secta es la misma sociedad de los normales y que la voz que dice la Verdad puede ser detectada simplemente por su tono si se tienen oídos. Y el alma no necesita pensar ni darse tiempo como la mente para rendirse al amor de la admiración.



         No recuerdo cómo me despedí de Carmen. O si lo recuerdo, prefiero conservar ese secreto entre nosotros (y ni siquiera entre paréntesis, dar pistas a los curiosos). - A la vuelta en la ciudad costera del extremo sur de Europa, no podía más que pensar en ella y en el Sabio. Continué aún otro mes en la bigamia: viviendo entre semana con Morphi y los fines de semana con Lesbia y a veces Tobie. Pero no podía durar.  Y aunque mi vida fuese electrizante y con raciones de sexo dobles y hasta triples, todo me aburría, estaba ausente, absorto en una posibilidad de amor y en un posible conocimiento de la vida más alto...



Me aburre   el tumulto, las turbas ilusionadas, la alfombra roja,

La alegría numerosa, la blasfemia  urbi et orbi  bajo  palio.



Me aburre no sólo la acción directa, la narración autobiográfica, la política,

La erística  sino las mismas palabras.



Me aburre  el fragor de la oficina cuando regresa la Sexy , tres tiros,

Los ataques epiléticos de perros sino hasta las mismas ideas.



Me aburre el ruido igual que un silencio desconcertado,

El ansia de estar obligado a parecer feliz aun en tinieblas.



Me aburre  el maremágnum, la expectación de las bellas por Eros.

Al sol la varada barca, me aburre  cadáver hembra.



Me aburre el cinéma sin Emma, me aburre  la música, los libros,

El Siglo de la Luces, las simas,los héroes, las tinieblas.



Me aburre el dibujo desas fibras

Que marcan la urdimbre del desarrollo desigual de las cosas.



Me aburren las sorpresas del Destino, el Sol, la Luna,

El Oeste, la India de Saraha, los continentes, el hielo,  las islas, Italia igual que Oriente.



Las proezas de la voluntad, las dimensiones del genio.

Me canso hasta del agua.



Me aburre el mar y sus transformaciones, el mundo sin Dios, la Vida.

Los niños índigo, las musas  nepalíes, los hipnotizadores de Birmania,  los colores...

 Y la muerte, y la vista.



         De modo que deambulaba por la vida aburrido, sumido en el spleen y en la nostalgia. Por fin el 19 de mayo le dije a Lesbia que quería dejarlo y fue la escena más triste, la que no debe ser contada para no revivirla (o, al no ser narrada, acaso me atormente durante años). Pero eso no cambió nada: No pensaba separarme de bella Lesbia un viernes para ser el novio de Morphi el sábado, por eso del horror vacui de los sistemas dinásticos, que no soportan el interregno.



         Pero de hecho ¿no lo estaba haciendo? Cada vez más añorante (no sabía de qué), caía de nuevo en mis desiertos de tedio, estaba siempre en otra parte y mi mente –en contra de mi alma- dudaba: acaso unirme a Morphi no fuese lo mejor, como me había convencido aquella tarde mi alter ego. Había tirado  una carta (Lesbia) pero no para quedarme con una sola (Morphi) sino con dos (Morphi y Carmen). Sí, era parecido a un juego de naipes donde te dan nuevas cartas pero tú siempre tienes que llevar 2. Cuando ascendió Carmen, fue derrocada Lesbia.



         Tal vez me hubiese equivocado al descartarme de Lesbia y quedarme con Morphi. Debido a los estragos de nuestra relación, Morphi estaba cada día más delgada: Una tarde que fuimos a la playa me dio pena verla en bikini: estaba esquelética a consecuencia de los tumultos de la bigamia; yo perfectamente sano. Desde luego no habría sido por el sexo o por el cuerpo que yo había cambiado de figura o de carta: la carne de Lesbia era mármol. Pero, precisamente no encontrar atractiva en lo físico a Morphi, demostraba que estaba enamorado de ella: Porque me daba pena verla tan desmejorada y sentía que la quería y hasta la deseaba en su cuerpo reducido a las formas de sus huesos. Huía de ella –de su Amor- soñando las horas muertas con Carmen. Por fin, al llegar el verano, me marché de la ciudad costera y la dejé sola con su cachorrillo. Mi plan era abandonarla: ¡Corría peligro de convertirme en  pareja estable! Eso no. Prefería tirar todas las cartas.



         En julio había otro curso para modeladores de membrillo y profesionales del modelado en general. Se celebraba en el mismo hotel. Probablemente iría la misma gente puesto que  era el segundo, continuación del de Semana Santa. Es decir, probablemente iría Carmen. Por respetar el código de Eros –nunca escrito- no la llamé para preguntárselo sino que me presenté sin avisar confiando en que ella acudiera.       

                       



LEYLA

El Islam aún no existía ni en el Nombre

Y yo ya estaba.

Aláh como Elohim y como Elías colgaban impronunciados

De la constelación del Camello, de su  cuello.

El desierto era el vergel de los Salmos. El semita

Aún andaba por Jericó en taparrabos

Y yo ya existía.

Yo soy el árabe eterno.

Muhammad ni siquiera había sido ideado.

La reina de Saba no había nacido.

Recuerdo:

Las griegas buscaban enloquecidas

En las honduras de Asia

El tesoro de la tumba de Alejandro.

No habían llegado los de Hebrón.

Ni el Preste Juan. El Alkhorán

Colgaba aún sin recitar

De las estrellas eternas.

Y yo ya estaba.

No te creas

Que soy el árabe lúbrico

Asurbanipal en jayma, burlón moro, casi Otello;

(Más soy rubio como Lawrence):

Yo soy el árabe eterno.

He visto desfilar completa

Entre las dunas

La historia del mundo.

Las glorias de Escipión y de Galba.

La biblioteca de Tombuctú.

El primer hombre humano.

Y yo ya estaba.
El agua resbalaba  en el plano

Fulgente de la pirámide

Y yo ya estaba.

Dicen que odio a las mujeres

Pero yo te pregunto:

¿Qué harías tú con las tuyas

Si vivieras como yo en el desierto?

¿Un hotel de bondadosas, un club, un harem?

Yo soy el árabe eterno.

La Luna y sus medias noches

Me han acuciado siempre.

Yo ya estaba, ya fui, ya seré, ya era

Con la Noche  antes de llamarse Leyla.























         NO ME COSTÓ MUCHO desentrañar el arabesco de mi Señor. Llevaba más de 20 años escuchando sus desvaríos aunque no envejeciéramos en el cuerpo. Sus acertijos eran ya para mí una música familiar, una canción conocida. Llegado a su cincuentena espiritual se había propuesto soñar con lugares donde no había estado,  personas a las que no había visto, épocas que no podría vivir. Se entretenía fantaseando con los hombres de las riberas de Riunatá, canción de verano y remo,  amores del litoral.



                   Era absolutamente ridículo.



         Otras veces trataba de pre-sentir las baladas espantosas del Ártico. O hacía poemas sobre la antigua Creta o sobre Ybozzim, su Poema de Cartago. Desvariaba que viajaba hacia el interior de los Cárpatos mientras los campesinos se santiguaban en las postas. Lloraba las ruinas de Itálica. Intentaba imaginar las flores de Polinesia, la melena de Berenice.  Volvía siempre a las florestas, a las selvas de la India donde tañe y baila Govinda.  - Se había apoderado de  él la pasión por lo exótico ahora que viajábamos menos que nunca.



         Seguíamos absortos en una tierra horizontal hasta en los colores, que siempre eran marrones y verdes más o menos pardos. A veces veíamos pasar por el Cielo bandadas de flamencos o alguna cigüeña haciendo su ronda y seguíamos meditando largos días, con alegría,  en el pecho blanco de las aves.



         Eran tan insignificantes las cosas que pasaban –pues casi nunca pasaba nada en aquel llano árido y a la vez húmedo: algún pato...- que los pequeños sucesos adquirían una cualidad emocionante.



         Mi Señor podía estar meses llorando la muerte de cuatro gatos (Lola, Tigre, Copito, Fofó). 



         El campo se nos había metido dentro como una especie de música, una emoción. Un espacio: Como si el álamo blanco soplase dentro de nosotros.



         Era irracional: más allá de las bestias, reposábamos en el alma de los olorosos vegetales. Y cada vez leíamos menos. No tenía la menor importancia el Arte, al lado de los espectáculos eternos del campo.



         Sin embargo, yo quería volver a playa, desentrañar los enigmas. Y solo quiero volver a Diosa. Y solo existe la Diosa. De modo que continuaba examinando su maldito catálogo para acabarlo. Lo leía en el fondo de un lúgubre caserón de campo rodeado por la nieve, acurrucado frente al fuego de la chimenea.



-         ¿No creéis, Señor, que estáis un poco obsesionado con el árabe blanco, la gitana blanca, la flamenca rubia y la pura Bukovina?



         Era la primera vez en 15 años que le hablaba en voz alta, pues casi siempre nos comunicábamos por telepatía como hizo él en aquel momento al mirarme con sus conmovedores ojos de donjuán, de largas pestañas. Era realmente hermoso. Podría dibujar de memoria las facciones de su cara, su cuerpo entero hasta en el detalle relamido de sus genitales; creo que podría musitar la música que componen las espinas dendríticas al crecer en su cerebro. Lo conozco más que a fondo y por supuesto : mucho mejor que a Mí Mismo (pues ¿quién soy?)



         No hacía falta que dijese nada, estaba drogadísimo –pues disponía, para no variar, de toda clase de substancias en su casa de campo- pero expresaba con claridad un desprecio infinito a través de su mirada. Acaso fuera a golpearme. En ese momento se parecía a BD en los excesos de su arrogancia. Casi no entendía nada. Estuvo mirándome así sin parar varios meses hasta que pasaron las Perseidas de 2010.




















EN UNA ESCUELA DE AMOR II



         Y allí estaba ella. Me miraba desde el otro lado de la sala como si hubiera pensado lo mismo que yo, como si me hubiera esperado dos meses aunque no intercambiamos ningún mensaje. Al fin y al cabo, Carmen era una mujer casada y aunque yo no respeto esta institución, sí considero su envergadura; lo mismo que la de las leyes o la policía.



         Los asistentes al curso debimos emparejarnos para trabajar juntos: Se pronunciaba un nombre, los demás te miraban, algunos levantaban la mano humildes por si los querías elegir y tú escogías a uno para los restantes 6 días. Cuando me llegó a mí el turno, un nutrido grupo de hembras levantó el brazo. Algunas me conocían del curso pasado y querían seguir tratándome más a fondo, se creían candidatas a mi intimidad. Pobrecillas. Otras no me conocían pero algo en mi aspecto les había interesado y se ofrecían. Qué incautas. Les dediqué  a todas una sonrisa de despectivo agradecimiento mientras elegía sin dudarlo a Carmen. Y no existía más que Carmen.



         Ni siquiera me paré a compararla con ninguna otra. Para mí las demás ni siquiera eran mujeres, podían ser, como mucho,  figuras de fondo al igual que  el hotel o los jardines. Pero mi corazón estaba centrado en Carmen y todo lo demás se desvanecía.



         Desde aquel momento no hice apenas otra cosa que estar a su lado desde la mañana a la noche. Paseábamos por los jardines, ella me hablaba de su vida y yo la escuchaba embelesado por la forma de sus labios, su voz algo raspada, como si sufriese una afonía crónica provocada por un exceso de emoción. Poco a poco algo se fue derritiendo en su interior gracias a tanto paseo y al amor constante. Lloraba cada vez más, se despojaba de máscaras, me daba las gracias con frecuencia, me decía que me admiraba, cada vez se contenía menos delante de mí, como si tuviera ganas de desnudarse el alma. La excelente profesional con cargo de directora, se transformaba día a día en un ser atormentado por la culpa y angustiado ante un porvenir de decrepitud física. La madre modelo era un bruja parricida. La esposa abnegada y descontenta, una hembra carnal que se ondula y se trenza en una danza muy erótica, algo que será difícil de olvidar como matar un recuerdo. -Ni siquiera voy a consignar aquí una décima parte de las confidencias que me hizo (y que al no contar, conservo).  En realidad, Carmen era mucho más bella después de desmoronarse que con su maniquí de plástico de antes. Igual que debe ser mucho más bella desnuda que vestida; ya no podré saberlo nunca.



         Todo su cuerpo era cuidado, armonioso y se movía con plena conciencia. Su piel sugería una limpieza extrema hasta el punto de despertar mi deseo por verla sudando o sucia. -Toda clase de profanaciones rozan la locura enamorada de los devotos.-  El olor de Carmen era el aroma más fresco que había olido en mi vida. Era una sugerencia como a madre joven absolutamente blanca. Pues a pesar de su cabello negro endrino (que a ella tanto le asustaba algún día perder) la tez de Carmen era pálida y sus ojos grises poseían el don de un erotismo inimaginable –a pesar de aquella primera mirada con la que me poseyó sin que yo antes me hubiera fijado en ella-,  había en ellos matices de coquetería que no había tenido conmigo pero que podía imaginarme.



         Todo transcurrió rápidamente. Como ella estaba casada y con dos hijas, yo saqué mis cartas: Yo llevo Morphi y un cachorrillo. Puestos a presumir, puedo inventarme que tengo varias mujeres repartidas por el tablero del mundo; me las cuidan sus padres o sus primos; yo paso de vez en cuando a follármelas y a preñarlas; son mías; luego me largo; ¿qué te parece? - Daban ganas de llorar por todo: La forma apasionada de amistad que aquella mujer había ideado para regalármela, era algo que yo nunca había conocido. Era evidente que me quería y yo no podía comprenderlo. Era evidente que Carmen era- , igual que Morphi, Sarah, Haleh, Suzanne Stroke (D.E.P.) u otras- una mujer semi-real, algo así como una iniciada, una extra-terrestre, una bruja, una santa, una sanadora a pesar de su apariencia de señora. Los que no han conocido a este tipo de mujeres, es normal que no crean en la magia ni en la sinergia ni en la sanación ni en las coincidencias exageradas ni en la energía de campo ni en la Nueva Era ni en nada. Yo a veces no creía; sobre todo si estaba borracho, es decir, casi todo el día. Pero entonces, en la Escuela de Amor, nunca estaba borracho sino en un ensueño lúcido. -  Yo las  veces que intervenía era para aconsejarle que se divorciase de su marido, que no les prestase atención a sus hijas, que se olvidase de sus padres, que descuidara sus deberes profesionales o familiares, que tomara drogas y se emborrachara, que cantara durante casi todo el día, como una loca y sobre todo que fuese infiel a su marido aun antes de separarse (porque si lo hacía separada, ya no sería una infidelidad aunque se produjera 15 minutos después de haber cortado).  En fin, que fuera malvada. Ella me escuchaba como si fuera su terapeuta, se tomaba muy en serio mis anti-consejos.



         Todo ocurrió muy deprisa: Sonaba una canción, ella la baila en torno a mí, se trenza con mis piernas y con mi torso, me acaricia y se despide, tal vez para siempre. Estoy llorando todo el tiempo mientras veo a Carmen hacer esto: darme su cuerpo tanto tiempo deseado de esta manera: estos minutos son eternos, no van a terminar nunca, no se han iniciado, tú bailas

y te rozas con el cuerpo del amigo, y sé que ahora te irás y de nuevo experimento la felicidad absoluta: estar contigo es todo lo que quiero. Oír de nuevo esa música, ese concierto.


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