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IRíNI. THESALONÍKI
El 14 de marzo fue poco menos que derrocado el
gobierno del PP entre la indignación de la gente y las humaredas de la masacre.
El ascenso del Presidente del “talante” fue una suerte de relajación: quería
decir con ello que estaba dispuesto a oír la voz del pueblo. Al menos así fue al principio de su
legislatura.
En
una de sus primeras ruedas de prensa y en relación al error del ejecutivo de
Aznar de atribuir el atentado de Atocha a los etarras, Zapatero se esforzó por
diferenciar dos tipos de terrorismo: el bueno y el malo.
Tenía
razón: los de ETA eran “humanos” comparados con los nuevos señores yihadistas
o salafistas. Sí, pusieron una bomba en el Hiper-Cor de Zaragoza,
dejaron sin piernas a la niña Irene Villa. Pero eran daños colaterales en la
lucha por la “libertad” de Euzkadi.
Además: ETA siempre avisaba
cuando ponía una bomba en Barajas o en cualquier sitio público. Debíamos
agradecérselo. Lo de la calle del Correo no podían avisarlo, claro; también eso
podíamos entenderlo.
Los
nuevos terroristas, -unos místicos, unos poetas-, consideraban en cambio que
merecíamos la muerte todos los españoles, todos los occidentales, todos los
infieles, todos los no-salafistas (no-bueno-musulmano) y hasta los musulmanes
que trabajaran en nuestros países. Y que cuantas más bajas civiles, mejor. La
Muerte progresaba a golpes de pequeñas cruces blancas: estos revolucionarios
orientales eran más sanguinarios que los de la utopía de Aitor, unos
caballeros. –No es de extrañar que, asqueados ante la nueva manera de matar a
mansalva, los biznietos de los bizkaitarras, los nobles descendientes de los
carlistas se retirasen e iniciaran una tregua indefinida. Tenían su
corazoncito. Ellos no hubieran puesto una bomba en la Puerta del Sol en
Nochevieja. Tenía razón el Presi: Habia terroristas y terroristas.
Las
cosas se calmaban, yo seguía con Lesbia pero enamorándome hasta de una chapa de
Coca-Cola. Aquel verano de 2004 viajamos a Creta: Los griegos felices
disfrutaban en las terrazas de sus puertos con los triunfos de su selección de
fútbol en las olimpiadas de Atenas, aún no se habían convertido en los
apestados de la UE.
En
febrero del mismo curso (2004-2005) volví a viajar por segunda vez a Grecia: a
Atenas y a la bella Salónica que aún no conocía. Se trataba de un viaje de
estudios pues, por motivos obvios, la cultura griega es fundamental para un
modelador de membrillo. Ni siquiera puedo imaginarme, querida Lectora, cómo
sería mi imaginación si jamás hubieran existido los mitos griegos. Un mundo
anafrodisio. Y sin Venus, y sin Eros.
En
el ágora de la ciudad que mató a Sócrates, conocí a Irini –aún estudiante pero
independiente- cuya nariz algo ganchuda o grande no afeaba en absoluto su
rostro. Su pelo era de un color negro obscuro y lacio, casi azul obscuro, como el
plumaje de un cuervo. Sus ojos
almendrados, pero algo achinados, guardaban los misterios de las
civilizaciones. Cutis blanco blanco blanco.
Su boca era grande y semítica. Sus pechos comparables a atunes, como los
de las italianas antiguas o las teennagers escocesas de hoy día . -En cuanto vi
a aquella joven, al menos 20 años menor que yo, sentí un enorme deseo de
conocerla y de pasar mucho tiempo a su lado.-
Volvía a ocurrir: no había nada en el mundo
comparable a contemplar el rostro vivaz de Irini.
Pero
la primera vez que cruzamos palabra fue en el ágora de la antigua Atenas donde
hablamos de los poetas de la gran urbe costera del extremo Sur de Europa: De
Camilo de Ory, Francisco Fortuny, Salvador López-Becerra, Mesa-Toré, Álvaro
García, María Eloy, Manuel Alcántara, María Victoria Atencia, Muñoz-Rojas, David Leo, Juvenal
Soto, Rosa Romojaro, Alfredo Taján y por
supuesto de don Miguel Romero Esteo, el viejo rey y monarca único de las letras
de la ciudad desde que muriera Rafael López-Estrada, el Poeta. - Ella conocía a algunos; yo los conocía a
todos. Quedó demostrada mi superioridad antes de que hubiésemos recorrido
la mitad del monumento, las ruinas del foro ateniense.
Porque
yo conozco a todos los poetas y he leído todos los libros. Los venecianos y los
postistas, los sensistas y la poesía del silencio, la nueva sentimentalidad y
la poesía “entrometida”, al grupo de Rota y a la escuela de León, a los
catalanes y a los gallegos, a los polacos y a los franceses, a los árabes y a
los coreanos, a Francois Villon y a Zbgniev Herbert, a Fernando Beltrán y a
Wiszlawa Szymborska, a Francesco Petrarca y a Cavalcanti, a Juan Carlos Mestre
y a Benjamín Prado, a Vicente Valero y a Antonio Colinas, a Chantal Mayllard y a Jesús Aguado, a Mishima y a
Tagore, a Unamuno y a Manuel Machado, a Mirabai y a Saraha, a Miguel Hernández
y a Robert Desnos, a Lorca y a William Carlos Williams, a Juan Ramón Jiménez y
a Miguel Jiménez de los Galanes, a Verlaine y a Banville, a Poe y a Whitman, a
Derek Walcott y a Dylan Thomas, las
poesías en servilletitas y los desvaríos razonados de los brujos yaquis, y hasta
los textos que dejaron escondidos en las cuevas del Tibet los karmapas
como guías para los avatares en los que se reencarnaran. Haikus y koans nunca
escritos sino vividos como el poema, resumiendo tu vida antes de hacerte el
hara-kiri. Lo que cantaban los trovadores de la ruta de Alaska y los duendes
que hallaban por los caminos los magos-poetas de Malí. La samba del gaucho
payador de La Pampa y el don sagrado del juglar armenio a lo Gurdjeff o
Aznavour. - Conozco hasta la poesía
patética que hacen los robots.
Su
superioridad manifiesta era su juventud y el dominio del griego. Aquella
muchacha podía traducir al demótico medio borracha y a las tantas de la madrugada
una conversación atropellada sobre pantallas y pies de lámpara; o cualquier
otra cosa; y eso sin dejar de fumar porros, de retozar y de jugar con un
amiguito suyo que era tesalonicense pero había pasado la infancia en Etiopía.
Irini había nacido con el don de lenguas y parecía
completamente satisfecha con su vida. De inmediato decidí que no me interesaba
estar con nadie más que con ella.
No,
no era que yo estuviese interesado en saber de qué color llevaría las bragas o
porque fantasease con la posibilidad de que fuese desas chicas que se desmayan
tras gemir y gritar en el orgasmo. A mí lo que me motivaba de verdad era que me
enseñase el griego, el griego en vivo y su posible aplicación al diseño
secuenciado de plantillas de membrillo.
Y
ahora casi tiemblo de emoción al acercarme al relato de La Noche de las Noches
de aquel viaje. Pues aunque todas las jornadas de un hermoso periplo sean
hermosas e intensas, el mismo viaje es un proceso que se desarrolla por sí
solo, que tiene sus propias reglas –como el alma de las novelas- y que en un
momento determinado alcanza su nudo y su desenlace: la Noche de las Noches.
Antes de eso, la presentación; después de aquella noche, el epílogo.
Irini
no solo era física y mentalmente perfecta sino que solía relacionarse con
poetas y parecía que le gustaban los porros, pues en cuanto olió que yo me
estaba fumando uno traído de nuestra ciudad, me miró con admiración por haber
cruzado la aduana con droga y me pidió unas caladas. -Estábamos en la falda de
la Acrópolis, debajo de ella por su cara Este y fumábamos los dos solos: La
Luna, el Partenón iluminado y nosotros. Nadie más parecía despierto a aquella
hora en aquel lugar de Atenas. Yo empecé a acariciar el pelo largo de Irini y ella se levantó tranquilamente y me dijo que
nos volviéramos. Tenía solo 20 años pero capacidad suficiente para manejar esta
situación o las que el destino le deparase. Era evidente que a Irini no podía sucederle nada malo. La misma
felicidad o alegría de estar viva que emanaba de ella, la protegía. Además,
aunque sea irracional, yo pensaba que –como a Sarah sus yins o
demonios y difuntos persas- a ella los espíritus de todos los griegos muertos y
renacidos la respaldaban. En aquel lugar precisamente –como testimoniaban las
exacavaciones del metro- había muchísimos. Sin embargo la noche era apacible:
Eran muertos de la Antigüedad y les había dado tiempo a reconciliarse con los
vivos. O tal vez a olvidarlos. Pero esa no fue la noche de las noches sino
nuestro primer porro solos.
A
la mañana siguiente esperé a Irini para hacer
la obligada visita matutina a la Acrópolis. Sin Luna y sin porros.- Nuestro
grupo, esperaba en el lobby del hotel después de haber desayunado. ¡Pero
ella y su compañero de habitación no bajaban! -No consignaré el nombre de él,
hombre afortunado-. Y empecé a sufrir.
-Tiene razón el viejo Platón cuando habla del Amor, de Eros como de un ser
sufrido y enteco, maldormido y alterado, pobre y necesitado. No un semidiós
amable y feliz.
Me
imaginaba que ella y su compañero de habitación -10 años mayor que yo, 30 años
más que ella- estaban alargándose en una feliz follada mañanera, o
acostada: calentitos y arrebujados entre
sábanas blancas. Aquella mujer me parecía doblemente atractiva: se acostaba con
un amigo de 50 (pues no parecían pareja sino amigos con derecho a roce).
Me parecía libre y perversa.
Enarbolando
una supuesta solidaridad con mis compañeros de estudio, discutí con el director
del viaje, que se marchó a la Acrópolis con el resto del grupo dejando a Irini y a su compañero en el hotel.
Ardiendo
de ira y de celos, me avine a subir solo la ladera del monte hasta el templo de
Atenea Virgen sin esperar a Irini. Había
por todas partes diferentes perros enormes como mastines, sin dueño. Abrían un
solo ojo para mirarme escépticos, casi burlones pero totalmente pacíficos,
haraganeando por ahí, entre las columnas derruidas, la escalinata, los olivos y
las cariátides. Estas eran las cosas que me gustaban de Grecia. Era evidente
que los perros eran reencarnaciones de antiguos filósofos.
Estaba
pensando en comunicarme con alguno de ellos, en preguntarles por el secreto del
helenismo, a ver qué me decían, cuando aparecieron Irini
y su amigo: Sonreían, no habían desayunado, al menos no llevaban el pelo
desordenado ni iban a medio vestir...-La idea de que alguien sea sexualmente
más feliz que yo, que supere mis marcas de relaciones genitales semanales
(anuales no), me provoca una insólita modestia.
Mientras
me pegaba a Irini para ya no despegarme de la
cercanía de su brazo izquierdo en el resto de las horas dese día y de los días
que seguirán, la imaginaba disfrutando de un cunnilingus tradicional tan
solo media hora antes. ¿Habrían llegado al éxtasis y a la explosión ambos a la
vez o lo habrían dejado para más tarde al darse cuenta de que se perdían la
visita a la Acrópolis? –Sí, podía imaginarme a Irini apartando
la canosa cabeza de su amante para decirle que se vistiera. Aquel modelador de
membrillo –casi todos los de nuestro grupo eran modeladores de membrillo-
cercano a la sesentena parecía el hombre más joven del mundo al lado de su
amiguita de vacaciones. Crecía mi modesta admiración hacia él. Siempre admiro a
los que ligan más que yo: Goethe, Chaplin, Dylan o el compañero de habitación
de Irini.
Un
fondo de desnudos y de mármoles y Poseidón de bronce en su magnífica sala del
Museo Arqueológico. Los glúteos poderosos de adolescentes kourós de
enigmática sonrisa y las mustias nalgas de las kourés siempre cubiertas
de ropajes... - Era evidente que los griegos eran maricones. Todo el mundo lo
sabe aunque no se comente. Platón era maricón, muy maricón. Sócrates también lo
era pero además, -disculpe la Lectora lo que voy a escribir- un calientapollas,
como puede comprobar cualquiera en el episodio de Alcibíades de El Banquete
o Del Amor. Sófocles también debía ser de la cáscara amarga. Heráclito era
un marica arisco, Parménides un sarasa de un optimismo inaguantable, Demócrito un bujarrilla sonriente. No solo
era maricón Solón; Zenón también era maricón.
A
Praxíteles le ponían las caderitas y culetes de los Apolos mucho más que los
tobillos y las rodillas de las Dianas. Y a Fidias, y en general a todos los
escultores de la clásica Hélade, era evidente que les gustaba el tema del
bíceps y de los huevecillos, los culos de sexo masculino. Les interesaba mucho
menos el pubis desnudo de la Venus de Milo o sus redondos hemisferios -que
nunca conoceremos, pues su ropa es de piedra; nos quedamos sin conocer los
carrillos del culo, el bello glúteo y el monte de Venus, de Venus. – (Desde que en la infancia vi
por primera vez esta escultura, he estado enamorado de ella. Conozco de memoria
el volumen y la forma de sus pequeñas mamas (estas sí desnudas) y puedo
asegurar que su rostro no es humano sino el de
Diosa).
Habían
sido geniales pero habían sido unos maricones. A Pericles me lo podía imaginar
sin casco en el Indiana de Ibiza, como cuarentón de pelo rizado, un tardo-hippy
macizo y amariconadísimo. Que
tuviese por pareja a una hetaira, solo confirma su profunda homo-sexualidad. -
Efialtes un homófilo fino de lengua muy afilada, un verdadero maricón.
Cuando
le conté todas estas interesantes observaciones al director de nuestro viaje
-intentando reconciliarme con él tras el incidente de la mañana-, él vino a
decirme que le dejara mirar en paz las piezas del museo. - En seguida me di
cuenta de que él también era maricón y que por eso había estudiado Filología
Clásica.
Clásicas
solo se estudian si eres gay: Virgilio era mariquita aunque era el Poeta.
Catulo no es mariquita, es un maricón –como me enseñara Lesbia. Séneca era un genio, un Poeta , un héroe y un
mártir (y, además, no era gay). - Así hubo en los 80 toda una generación
de poetas con pluma en España –por ejemplo: Ramón Irigoyen y el
movimiento de los “rumis” de Guillermo Pérez-Villalta- que habían estudiado Filología más o menos
Clásica y adoraban, imitándolo sin éxito, al Poeta Verdadero: Konstantínos
Kavafis cuyo primer verso aprendí no en los libros sino en la calle, en los
labios de Amable Palacios Brusca que me lo recitó en Ybbozzim en 1991.
Solo
te fascina lo griego y el griego si eres andrófilo y ginófobo como eran los
griegos. Así que cada hora que pasaba me iba cayendo peor nuestro jefe, aquel
jodido maricón, ¿quién se había creído para tratarme desa manera? - Yo volvía a
la proximidad física de bella Irini, su
presencia me recargaba. No parecía tener inconveniente en que me pegase a sus
piernas y a su espalda durante horas y
la oliese siempre que las circunstancias lo permitieran. Y siempre olía
bien. Me tenía encantado con aquellas muestras públicas de confianza. Aunque a
solas mirando la Acrópolis en la noche de luna, no me hubiera dejado acariciar
su pelo...
Cada
vez me separo menos de Irini, lo justo para no
molestarla. Y ella con su flequillo negro como la obsidiana partiéndole la
frente en un semicírculo, el rostro blanco, blanco, blanco, no perfecto pero
perfectamente joven, podría ser el esbozo de la gitana blanca, aria que hemos
soñado todos (sí, tú también, querido lector heterosexual), con ojos
almendrados y un poco rasgados que parecen estar divertidísimos con la vida,
ella siempre me anima a acompañarla.- Va
a ver a un amigo madrileño que sabe veinte idiomas.- Va a visitar al misterioso
Athánasi, cuyo simple nombre me hipnotiza (Inmortal) aunque no tanto como su extraña
vida (y la de su hermano Níko) pasada por Etiopía. - Es evidente que se trata
de dos veinteañeros rarísimos al margen de la ley puesto que poseen un frasco
de cristal con marihuana que puede pesar por lo menos un kilo, más que
suficiente para un consumo moderado de un mes o dos; y utilizan numerosos
programas informáticos ilícitos. Y no cavilan sino en maneras súbitas de
hacerse millonarios.
Ella
siempre me dice que la siga. Hasta cuando no pretendo verla, en esos raros y
estridentes momentos muertos entre una visita cultural y un recital de Elefthéria
Arvanitákis y Jarís Alexíou, en la rara siesta solitaria, bajo a
buscar tabaco y ella está leyendo un libro en el patio con fuentes de la
recepción. Y su rostro limpio, pero no perfecto, me anima a otra vez a
acercarme. Le hablaré de Nefeli y de la sutil
Mithistórima, le diré con el corazón en la mano que todavía no sé la lengua de
Homero (un ciego maricón), que me lo enseñe...
Le contaré mi viaje, toda la aventura
humana a lo largo de la noche luminosa y de las noches que seguirán.
Pero
no para instruirla o deslumbrarla como haría un vulgar don Juan, sino para
despertar en ella los espíritus y los fantasmas de todos los griegos muertos
que yo sé que pueblan como un vocerío el fondo insondable del espíritu de Irini, la
hispano-griega por elección, malacitesalonikense. - Creo que no estoy
enamorado de ella. No. Estoy enamorado de Lesbia que me espera en la otra punta
del Mediterráneo con su cachorrilla Tobie. Es enternecedor; solo estoy
enamorado de mi pareja (y tal vez un poco de su hija). - Pasan mientras tanto
mujeres, como Irini, en el interregno.
Al
cabo de los días empiezo a pensar que Irini se
limita a compartir la habitación de hotel con el hombre de cincuenta. Que no
hay cunnilungus ni fellationes ni polvos festejando el despertarse.
Si se esconden cuando se desnudan para ducharse o cambiarse de ropa, eso es
algo que a mí no me importa y en todo
caso no voy a preguntárselo a ella aunque hablamos muchísimo y casi sobre
cualquier tema en nuestras caminatas, canciones, visitas a los teatros, museos
y tabernas de la que parece la ciudad más divertida del mundo. -Pero Atenas no
acaba de gustarme, nunca me gustó. No puedo olvidar que esta fue la ciudad que
mató a Sócrates. -El arreglo de alcoba con su amigo me parece de lo más moderno
y libre. Irini es aún más atractiva si no folla
con él.
Por
otro lado, en nuestro grupo hay muchas mujeres y algunas con el ánimo frívolo
de estar de vacaciones y de viaje han empezado a decirme cosas halagadoras como
que llego “siempre llegas cinco minutos tarde,
ni antes ni después; como los espías”. O que tuvieron un novio que
era un golfo poético como yo. ¿No se dan cuenta de lo obvias que son?
Parece que van a desmayarse como las damas de antaño. Qué idiotas.
No
descarto la posibilidad de requerir más aclaraciones e ir enredándome en algún
pasatiempo con estas compañeras que, por lo que dicen, parece que me encuentran
gracioso. Yo a ellas también. -La más atractiva de todas es la septuagenaria
María, la de los ojos verdes, sonrisa sabia, seguidora de un catolicismo
integrista y ni idea de griego. Me encanta estar con ella, es mi segunda
compañía preferida y aprendo cosas como que encender velas es una tontería
anti-ecológica. Lo mejor es cuando me habla de la mayor poetisa española de
todos los tiempos, cuando me regala una postal con un poema de la Santa que
llegaré a aprenderme de memoria:
“Nada te turbe, nada te
espante.
Todo se pasa, Dios no se
muda.
La paciencia todo lo
alcanza.
Quien a Dios tiene, nada le
falta.
Solo Dios basta.”
Aquello sí era Poesía. Me imaginaba a la Santa
como a una mujer de belleza pura y el dolor de no poderla conocer se compensaba
con las charlas teresistas de María: de
algún modo la Santa estaba con nosotros cuando hablábamos de ella y ella nos
hablaba en su castellano puro. Griego también era el nombre de Jristós y de San Pablo.
Hay
también una joven navarra algo mayor que Irini que tiene un rostro más regular
que mi amiga de nariz ganchuda. Ha escrito su doctorado sobre la Psicología de
Aristóteles en La Sorbona y levanta un cuerpo soberbio de casi metro ochenta,
cuidado y limpio. Tal vez más hermoso que los pechos como atunes de Irini. Pero
es guapa, está buena, es simpática, inteligente, cariñosa, tiene dinero y está
soltera; al igual que Lesbia, parece la mujer adecuada. Lo que me retiene de
transitar los avances que ella parece dispuesta a permitirme. Es mi tercera
compañía favorita.
Y
hay algunas otras más que pasan como perfiles de las princesas de Creta: una
belleza natural de Thessaloníki que es amiga del compañero de habitación
de Irini. La perfección de sus rasgos casi hace que me vuelva loco, se
tambalean los fundamentos de mi equilibrio mental: Una mujer semejante al
perfil de una princesa de Creta no la había podido admirar nunca.
Sí,
ya sé que entre él e Irini no hay nada sexual
pero con la griega sí debe haberlo porque de tres o cuatro noches que pasamos en Salónica una no viene a
dormir al hotel y el trato entre ellos, -la cretense y el camarada de
Irini-, a la mañana siguiente está
plagado de caricias, como la gente que ha hecho bien el amor.
Cada vez le admiro más y está claro que me
ha ganado al menos en esta semana de febrero por 2 folladas a 0; menos mal que
con Irini no tiene más que intimidades de
amigos. Si no, habría sido humillante, sobre todo por ser tan mayor. Se supone
que los cuarentones gozamos de tasas más altas de apareamiento que los seniors
en su acmé. -Es una tendencia natural hacia la procreación.- La franja
entre los 18 y los 35 copula el doble que los cuarentones. Entre los 15 y los
18 practican por término medio más de veinte sesiones de auto-estimulación
sexual diaria con o sin resultado de un orgasmo completo. El 80 % de los
adolescentes norteamericanos piensa en sexo durante el 80% del día; solo
consiguen despegar sus pensamientos de este tema durante tres horas y veinte
minutos al día. -Son datos estadísticos. Simples necesidades naturales.
Casi
me estaba planteando entregarme a una
cópula penis ad vaginam con alguna mujer a mi alcance en los días que
restaban, solo por equilibrar la balanza con mi rival. -No era imposible:
aunque no sabía los porcentajes de sexo que presiden las entrepiernas de la
Atenas o la Salónica actuales. Me daba la impresión de que follaban más los de
la ciudad costera, igual que pasa en España. Se presentía ya la pasión turca
con sus agresivos enculamientos de burguesas malcasadas parecidas a la bella
Ana Belén.
Pero
se va acercando el final y armándose el nudo del viaje como el de una tragedia
o comedia o carajicomedia de Juan Goytisolo. Es la Noche de las Noches, lo sé
porque es la última. - Salónica la alejandrina brilla abajo en la obscuridad y
la contemplamos desde arriba, desde el castillo a donde hemos subido en autobús
para cenar en un pequeño restaurante donde se acaba bailando el sirtaki y hasta
el baile de los pajaritos en versión griega tras degustar las delicias de
suculento faguitó, krasí de
Corinto y oúzo. Hay una explosión de alegría natural por la vida muchas
veces en Grecia. Por esta vida, por este mundo, por esta Noche. Las otras dos
veces que estuve aquí –con el Filósofo el Borracho hace más de dos mil años,
con Lesbia este mismo verano; pronto volveré en el 2007- fue igual. -Irini y su
misterioso amigo semi-etíope Niko, al que ha integrado en nuestra cena de
despedida de Salónica, bailan al son de un acordeón, de una guitarra y de un
bouzouki que el dueño ha descolgado de la pared.
Cada
vez me fascina más el alcance de Irini, que tiene: 1) un novio allá en la
ciudad costera como yo tengo a mi novia;
2) un amigo íntimo en Grecia con el que comparte habitación (pero que
luego en Salónica se acuesta con una ex que tiene el perfil de una princesa
cretense; hombre afortunado) y además saca tiempo para 3) visitar a residentes
españoles en Atenas muy guapos; y 4) hasta para magrearse esta noche con su
coleguita Niko sin dejar de 5) lanzarme
alegres miradas que me indican que no me desaliente. -A mí el billar de dos y
de tres bandas me gusta mucho más que el billar americano con agujeros. Y las
mujeres infieles o frívolas más que las adecuadas y las serias. No pienso
despegarme de esta muchacha excepcional y admirable, que tiene tan solo algunos años más que Abla
y que las aprendices de ninfómanas de Ciudad Maldita. Pero es muchísimo más
culta, veo en el fondo de sus ojos la capacidad de descifrar el disco de Knóssos.
Tiempo
después salimos andando camino abajo hacia la ciudad de noche, hacia su centro
y hacia Águios Nikoláos, la iglesia y la avenida donde debía recordar
que estaba mi hotel si me perdía de madrugada borracho. (como terminó
ocurriendo). El resto del grupo volvió
en taxi a la cama. Cada vez me caían peor; tan prudentes.- Yo me uní a
los jóvenes. La esperanza de seducir a Irini,
-que estaba medio borracha pero –como era tan despierta- incluso así parecía
más sobria que los demás-, de encontrarme con ella a solas cuando todos sus
infinitos amigos se hubiesen ido a acostar, acercarme a ella, arrancarle la
ropa con su consentimiento y penetrarla hasta conocer al detalle su orgasmo (o
multiorgasmia), parecía fuera de lugar. Era mejor no pensar en ello.
Primero
prendimos una vela en un pequeño santuario. Fue nuestra forma de decirnos que
los tres, -de alguna manera-, creíamos en Dios y en su Hijo, nuestro Señor
Jesu-Cristo.
Todo
estaba ya cerrado en el centro. Decidimos subir a casa de Niko donde Irene se
quedaba a dormir para no pagar hotel. El joven Niko seguro que pensaba en
aprovechar el reencuentro y rentabilizar su hospitalidad. Era un comunista
radical como muchos griegos. Pero soñaba en irse a América, el país de
Aristóteles Onassis.
Nos
encontramos al inquietante Athánasi, su hermano, que a esas horas de la madrugada todavía
estaba estudiando Química y pirateando programas en su vetusto y destripado
ordenador. Niko e Irene se metieron debajo de
las sábanas de una litera a fumar porros y a darse pellizquitos y a retozar.
Era tan infantil que no sentí la quemazón de los celos. Irini, sin dejar de jugar a las almohadas, iba sirviendo de
traductora en el chapurreo greekenglish que yo mantenía con Athánasi.
A veces su voz se cortaba en una risa porque Niko le estaría pellizcando o
tocando alguna zona especialmente sensible. Era capaz de acordarse en esas
circunstancias caóticas de cómo se llamaba en griego el pie de una lámpara, el
nombre de la pantalla y del interruptor. Era absolutamente prodigiosa.
-
Entonces decidí que debía hacer algo para impresionarla, para llamar su
atención, no fuera a distraerse del todo con su joven amigo y marcharse solos a
otro cuarto. Imaginármela folleteando con Niko en la habitación de al lado, no
a fondo sino desa forma retozona e inocente, ya no habría podido soportarlo.
Reuní
fuerzas, invoqué a los númenes que notaba palpitar como muertos alegres en
aquella ciudad oriental, dije que yo soy el que lo recuerda y el que acabará
escribiéndolo todo y que algún día aquella noche con todos sus detalles
figuraría en una novela y emocionado, casi llorando empecé a cantar con toda
ampulosidad las glorias perdidas
de los griegos antiguos.
-Irini
había dejado de rebozarse con su amiguito semi-etíope pero pronto volvió a su
borrachera juguetona y lúcida: “Yo sé lo que le molesta...” Y pronunció
el nombre verdadero de Lesbia, lo que me hundió en el silencio y la tristeza.-
Entonces el simpático pero rarísimo Athánasi tomó la palabra y dijo que
había dos tipos de griegos: los que creían en los mitos, en la poesía, en los
misterios por un lado, y los que viajaban en OVNIs y manipulaban ordenadores,
por otro. (No hacía falta que dijese a qué grupo pertenecía él).- Resuelto este
punto, le pregunté por los judíos de Salónica y tras habernos fumado una
considerable cantidad de marihuana, él me reveló que “los griegos eran la
máscara de los judíos” y por un momento entendí el genio de Pitágoras,
Euclides y Aristarco, y todo se volvió
clarividente: Los hebreos eran anteriores a los helenos. Y al fondo, la
tragedia de Esmirna... Bajo el efecto de muchos porros, el enigma de los
orígenes resultaba transparente.
Athánasi
entonces me enseñó fotos de setas alucinógenas en su ordenador casi
desmembrado. Parecía una invitación a conocer a los griegos extraterrestres. Le
pregunté si las tenía de verdad, para que nos las comiéramos. Le dije que yo
estaba tomando heroína de vez en cuando y que era lo mejor. Seguramente los
griegos antiguos cibernéticos e intergalácticos llevaban provisiones de opio
siempre consigo. Entonces Athánasi se levantó inquieto como un demonio y
empezó a deambular como un loco por el pasillo de la casa rumiando mi
insinuación que, esta vez, no hizo falta
que Irini tradujera. – (Al día siguiente
ella me reveló que Athánasi era heroinómano y que mi propaganda a favor de los
opiáceos como reinas de las drogas, le había despertado unas ganas repentinas
de pincharse que casi se lanza a la calle en busca de heroína). -Pero al
final se va a la cama. Poco después también se va a la cama su hermano Niko.
Ni
en mis más locas fantasías había previsto quedarme a solas con Irini en una
habitación. Llevamos muchas horas y días juntos y mi mirada no oculta mis
deseos. Nuevos encantos se van sumando a los que ya conozco, según pasa el
tiempo a su lado: Ahora me parece que no me había fijado en sus muslos, que
parece que me llaman. Es la Noche de las Noches. Irini que conoce el griego
mejor que Teognis, Arquíloco o Alfeo, también puede comunicarse a través solo
de la mirada, por telepatía. Hay un extraño silencio donde parece que rugen o
murmuran nuestros pensamientos inciertos, la pregunta “¿y ahora qué?”.
Me
levanto, me acerco a la ventana, me olvido de Irini
por unas décimas de segundo y contemplo la calle de Salónica y sus árboles en
la madrugada. Al volverme veo los ojos de Irini clavados en mí; pero no sobre
mi cabeza ni perdidos en el infinito sino mirándome con cierto interés
lujurioso la parte más baja de mi cuerpo.
¿Ella,
la joven, dechado de perfecciones, mirándome con deseo a mí el cuarentón, el
loco? Mi alma alarmada se lo dice con una mirada intensa; hace esa pregunta y
muchas otras en español y en griego, todas las preguntas en una sola mirada que
es una afirmación: “Me estabas mirando el culo, te gusto”. Pero ella no
parece muy avergonzada y sonríe sin verse sobrepasada por la situación.
–Entonces me adelanto a toda incidencia: le doy un beso de amigo y digo que me
marcho.
Voy
por Salónica como si fuera un enorme salón donde me siento seguro aunque sea
tardísimo y esté borracho y perdido. Griegos totalmente sobrios me sirven a mí
que estoy totalmente ebrio; son muy respetuosos; me dan un café y un dulce y me indican
paternales, -con ojos que siempre están atentos al alma, corteses pero siempre
afectuosos-, el camino hacia abajo, hacia San Nicolás.- Parece que la noche
estuviera detenida, que no pasase el tiempo. -Me siento protegido y
aceptado. - Grecia es la mejor sociedad
del mundo.
FANTASÍA
ERÓTICA DE IRINI O DE LOS PASADOS ALTERNATIVOS
Es evidente que aun siendo un personaje
literario podría haberme quedado en vez de haberme marchado.
Desde
la altura del presente, mirado con la perspectiva que dan los años, creo que en
realidad me fui asustado. Ahora me doy cuenta; antes era más inconsciente. Casi
no era yo mismo, el que soy ahora. -Pero podría haberme comportado de otra
forma cuando me volví de la ventana y vi que ella estaba absorta en un deseo
lujurioso hacia mi espalda.
En
las películas porno pasan escenas de este tipo incontables veces. Empiecen
descolgando un teléfono, limpiando una piscina o haciendo pesas, sabes cómo van
a terminar si eres un aficionado al género. - Yo como estrella porno me habría
acercado meneando las caderas hacia el rostro blanco de Irini...
...No
ocurrió, pudo ocurrir. Yo pregunto dónde van las cosas que nunca ocurrieron y
sueño un presente donde todas las posibilidades están sucediendo a la vez...
Incluso la deliciosa: en vez de marcharme buscando una iglesia para que los
Popes me practiquen un exorcismo ortodoxo, follo y follo de todas las maneras
posibles con la deseadísima Irini.
Inenarrable
sucesión de imágenes cada una más erótica que la anterior, como un Eros que
transcendiera a otro Eros, me cortejan con su nocturno visiteo estos días
mientras escribo este capítulo acerca de la inter-reina Irini, la Paz... No pueden describirse ni escribirse las
torrenteras de fantasías lúbricas y lascivas que se han vuelto a volcar sobre
mí añorando a Irini, a la que hace tanto
tiempo que no veo, a la que tal vez no vuelva a ver nunca. Pues mi muerte está
cerca.
Como dijo, memorable, José Luis Quintana –un
compañero de la Fábrica- “de lo que te
arrepientes con una mujer, es de lo que no has hecho; no de lo que has hecho”.
Luego dio aclaraciones, pero a mí no me costó entenderlo: era el viejo proyecto
de empitonar al mayor número posible de chicas, damas o señoras. Mejor pecar
por exceso que dejar pasar la oportunidad.
Ahora,
con la distancia y la supuesta sabiduría de los años (no es lo mismo haber dado
42 vueltas al sol que haber dado 49), me asombra mi propia estupidez al aceptar
como obvia la conseja de Quintana, hombre imprevisible: A veces es mejor no
pecar; a la larga se disfruta más con los pasados alternativos, reinventados,
posibles, mis ayeres.
VERANO DE 2005
En las oposiciones de 2004, Lesbia había
obtenido un 10 pasando así, por la puerta grande, a la condición de funcionaria
en la Fábrica Nacional de Membrillo.
Había
hecho el voto de recorrer el Camino de Santiago si aprobaba. Yo estaba
encantado con la idea de acompañarla. No sé si ya he dicho que soy partidario
de todo tipo de peregrinajes, esas celebraciones religiosas que aúnan el viaje,
la fiesta y la indulgencia plenaria. De hecho, alguna vez había fantaseado una
peregrinación mundial que, empezando tal vez en Lhasa, llegara por la ruta de
la seda hasta La Meca y Medina para dirigirse de forma natural hacia la sagrada
Jerusalén, a Roma y Compostela, saltar
el Atlántico hasta el templo de la Virgen de la Caridad del Cobre en Santiago
de Cuba y de ahí, por supuesto, al Machu Pichu;
atravesar el segundo océano que divide el mundo y peregrinar por los
numerosos lugares sagrados del Lejano Oriente regresando de nuevo desde Japón y
la China, al Potala.
Una
tal vuelta al mundo, si fuera seguida por millares de hombres, tendría la
virtud tal vez de erradicar para siempre la Guerra, esa lacra indigna del ser
humano. Pero muchos piensan todavía que es necesaria igual que la Desigualdad.
- Los tiempos nuevos, el mañana, borrarán sus sonrisas escépticas. Son los
mismos que se rieron cuando oyeron que la Tierra era redonda.
¿Vivía
yo, en mi vida personal, la utopía que quería para el mundo? Yo creía que sí,
que seguía la sencilla regla de ética-política de Mahatma Gandhi –“sé para ti la utopía que quieres para el mundo”-, un poeta a su modo (murió diciendo un verso
del maha mamtram : Hare Rama,
hare Rama; y fue amigo del
Poeta Tagore).
El
viaje a Santiago empezó perdiendo el tren.
Yo me había quedado dormido tras la borrachera y aventuras de la noche
anterior, habían pasado dos o tres horas desde la salida de nuestro tren, y
Lesbia, hecha una furia, me acababa de despertar y me miraba atónita en la
puerta de mi casa de calle Mendoza. No podía dar crédito a sus ojos: ¡Cómo
podía haber perdido el tren y habérselo hecho perder a ella!
No
cometí el vulgar error de preguntarle por qué no había usado su billete, por
qué no se había largado sola. No. Me excusé y con tranquilidad fui haciendo mi
equipaje en estado sonámbulo. Mi actitud daba a entender que no pasaba nada,
que lo solucionaríamos. Así suelo yo reaccionar ante las adversidades: con
desparpajo y aplomo, una cara con espesor de cemento. -Todavía estaba medio
ebrio.
En
la estación recibimos la buena noticia de que RENFE no solo nos cambiaba los
billetes por los de otro que salía más tarde rumbo a Madrid y a León, sino que
nos devolvía dinero: Este tren era más barato. Su boca no dijo nada, pero
simplemente con mirarla a los ojos –que por lo opacos y lo negros comparé con
“tripitas de bichos”- le transmití mi pensamiento casi palabra por palabra: “Encima
nos devuelven dinero; ahora ya no estarás tan enfadada conmigo”. En la cola
de los billetes había un hombre negro muy bien vestido rezando el maha-mantram.
Qué casualidad. Le saludé uniendo las manos a la manera india en el namasté
y él me respondió con una hermosa sonrisa:
Todo eran buenos augurios. Lesbia había caído como por ensalmo en un
estado de súbita humildad, tal vez motivada por el giro que había adoptado
nuestro presupuesto de viaje.
Como
no había nada más que hacer, me puse a cantar todas las canciones que sabía,
intentando no armar mucho ruido. Así estuve casi sin parar unas seis horas
–desde la ciudad costera del Sur hasta León pasando por Madrid-Chamartín- pues
tenía ganas de cantar y la falta de repertorio
no es uno de mis problemas, como
habría dicho Dylan.
Cada
vez estaba más contento, aunque Lesbia no me dirigiese la palabra. Ya se le
pasaría. –Sin que se me hubiesen evaporado aún los remanentes de la
trasnochada, a eso de las tres o cuatro de la tarde, me empecé a liar el primer
porro de polen. Para enchufar el ciego de la noche anterior con el ciego de la
noche siguiente. Con previsión, durante
las semanas previas había “enchufado” en la Ciudad de Costa –la de floreciente
comercio, tanto legal como sumergido- diversas “posturas” de distinta calidad.
Iba cargado de hachísch hasta los tuétanos, como para no pisar el suelo
en todo el peregrinaje. “Drogas y Religión” parece un tema clásico (Dios se
droga en casi todas las epopeyas; Cristo bebe). - Luego, con discreción para no
alarmar a Lesbia -que atravesaba su convalecencia sumergiéndose en el libro Peregrinatio de Matilde Asensi-, me tomé todas
las cervezas que pude sin que ella se diera cuenta. Se veía venir cómo iba a
ser nuestro viaje.
Los
detalles permanecen anotados en un hermoso y completo cuaderno rojo que yo
mismo armé, pegué y cosí con mis manos, ideal para que sobre su lomo se
destaque el blanco puro de las lonchas más que rayas de cocaína. - El hecho de
que yo sea un personaje literario no significa que se pueda saber todo acerca
de mí o que no escriba por ahí otras cosas también en primera persona. Yo soy
la memoria de la humanidad. Como Paracelso y Lope de Vega (fénix de los Poetas,
la gala de Medina, la flor de Olmedo), uno desos
que siempre están escribiendo algo. Y sin embargo no soy el Autor.
-
Se veía desde la primera jornada cómo iba a ser nuestro camino:
“Lesbia
con las piernas completamente deformadas por erupciones cutáneas y con fiebre
debida a la insolación, se echa a llorar. Pocos minutos antes nos han
perseguido bajo la solanera del llano árido y el estruendo y el ventarrón
provocados por los trailers de la carretera nacional, dos gigantescos mastines
que señalan su territorio sin alambradas, el inmenso páramo paralelo a la
carretera, en medio del cual avanza El Camino hacia
Villadango. Nos estremecemos de miedo porque no sabemos si nos van a morder. Tratamos
de no perder la calma y seguir el pedregoso sendero sin correr. – ‘¿Lloras
porque te acuerdas de algo?’ ‘Lloro de
dolor’, responde llorando” (12 de julio de 2005).
No
me preocupé mucho. Lo peor que podía ocurrir es que abandonásemos en la primera
etapa. Pero confiaba en convencer a Lesbia y en que se recuperase de sus
heridas. Medio histérica, me preguntó si las piernas se le iban a quedar así de
por vida y no pude evitar echarme a reír: Ella podía estar al borde de una
crisis de nervios; y a mí ¿qué?; no pensaba inquietarme por ello. Por supuesto, le contesté, jamás volverían
sus pantorrillas de mármol y de seda a ser como antes. Comprendía su
preocupación: nadie tenía la carne tersa y la piel blanca, de finos poros, de
Lesbia.
Es
cierto que yo soy Tristán, el hombre-Luna, el homme fatal, el que trae
la desgracia a las mujeres que se enamoran de él y que no pueden dejar de
sentirse atraídas, aunque las dañe. - Conservo fotografías de la Duende al
principio y al final de nuestra relación. En las primeras era una criatura
feliz y oronda, recién llegada de Centroamérica con un peto negro con pintas
multicolores, los pómulos llenos, nimbados de rubio. - En las finales, la
Duende es un ser demacrado y flaquísimo, fumador, los ojos han adquirido una
complejidad creciente, no parece la misma persona. Yo en cambio, permanezco el mismo;
cada vez más sano, más nutrido.
Con
otras, sucedió lo mismo: Al principio, en los meses del idilio, en los
comienzos, parecían felices; luego, según nos íbamos internando en el
proceso del amor, iban amargándose, descendían gracias a mí hacia formas de
infelicidad complejas y desconocidas. Pero –semejantes a drogadictas, a suicidas,
a locas- eran incapaces de separarse. Y cada día estaban más flacas y ojerosas.
Terminaban llorando por los rincones, el corazón roto. Yo las compadecía
cínicamente y las dejaba sufrir sin el menor sentimiento de culpa. A veces
pensaba ya en la mujer siguiente mientras le acariciaba el pelo a la que,
lánguida, empezaba a convertirse en la anterior. La desdicha no es
erótica.
Terminarían
patéticas, plantadas en medio de la calle, esperándome por el resto de sus
días, despeinadas, jóvenes-viejas. Como se quedó mi Novia, la única.
Pero
yo ya me sentí maldito en aquella lejana época y ver llorar una y otra vez a
las mujeres por mí, me parecía parte consubstancial de mi tarea en la vida, ya
no me impresionaba... O, quizás era parte de la vida de ellas, de sus propios
problemas: ¿Quién les mandaba adentrarse en una relación “seria” conmigo? Si
eran masoquistas, allá ellas.
Yo sé que Eros-Govinda
puede satisfacer por completo los deseos lujuriosos de todas las
desorientadas. Y yo soy Su brazo ejecutor, Su sirviente eterno. Una vez, casi
adolescente, decidí abandonar a mi Novia para ser libre. Sabía que por ello me
había condenado a mí mismo a seguir huyendo de dama en dama como en un tablero
infinito.
-
En esencia, lo que ellas querían era hacerme a su hechura y que me reportase.
Lesbia no es que exigiera mucho: que no me durmiese por la juerga de la
víspera, ni perdiera el tren, que no alternase tanto con el colectivo de
peregrinos, que volviera a los albergues antes de las cinco de la mañana y poco
más. - Empeñado en contrariarla todo lo posible, pasé los 13 días del Camino de
Santiago en permanente estado alterado de conciencia. Veinte veces por minuto –y
sin excepción por la noche- me sucedían sucesos que cabría calificar de paranormales.
La mayoría aparecen narrados en el cuaderno rojo que mencioné antes. Lesbia
pretendía que me comportase como un peregrino puritano que solo toma zumos, se
acuesta a las 10 ó 10 y media, y se levanta al amanecer como si trabajase en un
bloque de oficinas de Tokio o de Kyoto.
Del
mismo modo que nos ocurría en la ciudad costera del Sur, yo era el novio o
pareja de Lesbia, pero me permitía una vida al margen de ella, como un mister Hyde
que disfruta de las 2/3 partes de la jornada, dejando 1/3 tan solo para el
decente y responsable doctor Jekyll.
Así
vivía yo mi utopía y numerosos signos y casualidades exageradas me indicaban
que estaba siguiendo el camino correcto, el Dharma. - Dios –igual que apoyaba los éxitos del
terrorismo salafista- Vida en Ación , estaba de acuerdo conmigo.
–Cuando
Lesbia, de vuelta a nuestra ciudad costera del Sur, se despidió de mí en la
estación de autobuses y se fue a su casa sin que siquiera estableciéramos
cuándo volveríamos a vernos, estaba en estado casi terminal, muy cansada de
nuestras caminatas santiaguistas. Pero sobre todo de haber pasado trece días
seguidos conmigo–o casi seguidos pues yo, en realidad solo estaba con ella 6 u
8 horas, y el resto vagaba por ahí, solo, entre los peregrinos, o por caminos
perdidos. – Lo último que me dijo fue que el mendigo de la Estación olía muy bien;
le había dado dos o tres euros por eso, como una especie de premio a la
higiene; el mendigo era rubio y guapo.
Y,
como ese fue el último suceso de aquel viaje, ya a la vuelta en Ciudad del Sur,
ese debió ser también el resultado o resumen de nuestro viaje: Lesbia me
comenta que le gusta un poco el mendigo rubio, que “huele bien”. –Mejor
sabrá.
Menos
mal que no vivíamos juntos, sino que éramos una desas “parejas” potentes que
tienen dos pisos, cada uno el suyo. Menos mal. Trece meses, trece años de
convivencia continua, habrían terminado con su vida. La mayoría de las mujeres
–querida Lectora- adelgazan estando conmigo y eso sin que yo las maltrate de
manera física.
El
fruto del verdadero amor no parece que pueda ser otro sino la procreación de
una nueva vida. Los que “lo hacen” sin querer hacer un hijo, no saben lo que se
pierden. Pero yo perforo los delicados órganos de gestación de las hembras, y
supero los récords no solo de continentes al rojo vivo como América, sino de las especies más compulsivamente
fornicadoras (el chimpancé enano con más de 700 concúbitos de semen al año (lo
que siendo sinceros no alcanzo a emular casi nunca); pero con solo 40 años de
vida sexual; lo mismo que el gorila
albino del zoo de Barcelona, Copito de
Nieve, que ya ha muerto y que tenía mi edad; yo le gano en coitos a lo largo de
toda una vida –que es el espacio que requiere la práctica de una virtud, según
Aristóteles), - yo habré copulado más que un macaco. Tal vez algunos follen más
que espasmos tenga un aquejado de síndrome de Párkinson. ¿Acaso por eso son más
felices? –Hacer el amor pensando en tener un hijo es una emanación directa de
Eros. Pero yo cumplía con Él –y no perseguía más que a Eros- y sin embargo no
tenía hijos. Y al único que pude tener lo habíamos asesinado. -Ahora, cuando
esto escribo, tendría doce años.
Entonces
era menos humano que ahora. Yo era un cruel idiota. Con lo que sé al presente,
volvería atrás –como quien repasa su novela- y haría que mi personaje no dejara
a Lesbia abortar nunca. ¿Qué importancia tiene casarse, aburguesarse, ceder,
traicionar los propios principios al lado del alma de un niño? - Pero esto no
es una novela. Y no se puede rehacer el pasado.
BUDDHA
EN LA FERIA
Buddha en
La Posada encarnado
En cabeza,
en estatua sobre mesa, en pintura y en máscara de madera.
-Las luces de la Farola huyen del amor
Hacia la
calle de las putas-.
A Buddha no
parece disgustarle
El tricolor
tornasol de discoteca sobre su rostro medido
Ni estros
fétidos de hembra
Ni las
manos del borracho sobre su moño
Ni los
vasos con tóxicos y limón
Que la
gente sobre el borde
Fino de su
nariz coloca.
Buddha en
la caseta de la feria trasnochando.
El primer
día caigo al verlo hipnotizado,
Me quedo
junto a la cabeza horas y ahora yo soy el beato,
Quiero ser
el sacristán, el capilla, el vigilante, el custodio
Y es de
risa como definir al yo.
Me sincero
al final: rezo,
Que se
hagan realidad mis dos mayores deseos
Que se
cumplen a lo largo de la noche a su modo
Sin que yo
casi me dé cuenta hasta el día siguiente
Cuando paso
corriendo por el mismo sitio
Y veo la
cabeza de Buddha, la escoba de pie a su lado
Entre
restos de inmundicia de la fiesta amanecida.
No se
inmuta –al fin y al cabo
Está hecho
de madera.
No le ha
perturbado el humo
Ni se
alegró su boca al alba
Ni pesa el
sol en sus rizos bajo la canícula.
No se
entrecierran sus ojos de almendra,
Suavemente
rasgados, semitibetanos
Cuando el
crepúsculo rubio, anuncio de viento o lluvia,
Zahiere las
pupilas de los carnales mortales.
Buddha
sobre la chapa
De la
caseta de la feria La Posada
Es una
entidad consciente
De una
dimensión no humana
Y si le
rezas te acoge.
Estupendo,
milagroso, búdico.
Añade que
la cabeza tiene una especie de corazón
Rojo en el
entrecejo
Y que el arco
de sus cejas es perfecto
Como el
reflejo inmaculado del puente
O anota
quizás que sus orejas
Son largas
como elongaciones
Del agujero
del lóbulo en los masais.
Allí cuelgo
mi dedo, mi corazón
Mientras
otros profanan con cigarrillos
Sus alzados
labios rojos
O se
chancean con bromas de bárbaros ebrios
Ante él que
sin sonreír existe.
Buddha
estaba en el burdel
De lujo, a
juego con camastrones
Redondos,
mullidos, rojos...
No soy Buddha en el burdel pero quién soy, quién.
LA
POESÍA empezaba a atropellar a la prosa, a la mera narración de sucesos. El relato del pasado llegará a invadir al
presente. Mi Señor se parecía a un historiador que, tomando los lejanos anales
como punto de partida, hubiese arribado a la rabiosa actualidad para
transformarse en reportero de minucias. Pero en el fondo,
casi nunca pasaba nada y todo era lo mismo. Y yo solo quiero ver a Diosa.
Ahora
empezaba a comprender por qué encabezaba algunos de los capítulos de su
catálogo con versos –la mayoría escritos de su puño y letra. Pretendía sugerir
la existencia de un segundo mundo de substancia emocional o espiritual. El clima original, la verdadera trama de su
alma tras el velo de los acontecimientos.
Pues
parecía que mi Señor había dedicado gran parte de su vida al comercio con las
musas. Y yo cada vez sentía más antipatía por el vicio inmemorial del ser
humano de registrar sus pasiones en frases hermosas, más o menos eufónicas.
En
este caso era evidente que su poema –o lo que fuera- por una vez era la
continuación de su crónica: Mi Señor, tras su azaroso Camino, habría vuelto a
la que llamaba Ciudad Maldita y de nuevo durante sus Ferias y Fiestas; en la Feria
se había topado con una cabeza de Buddha y se había quedado hipnotizado largas
horas al lado de ella. Las muestras de admiración (o de amor) por el Buddha
junto al intrigado deseo de seguir su rueda, no eran sino digresiones o
relleno.
Sin
embargo -oculto por vergüenza entre los pliegues de muchos versos e imágenes-,
se escondía la realidad: que en determinado momento mi Señor había rezado al
Buddha “para que se hagan realidad
sus dos mayores deseos”. Conociéndole, resulta obvio que al genio de la
lámpara no le pediría mi Señor más que mujeres y más mujeres. -Y Buddha (=
Vida) había cumplido sus deseos.
Nada
de esto podía asombrarme: Yo ya había hablado en mi playa con seres invisibles,
héroes, dioses, archidiablos capaces de inclinar la línea de los
acontecimientos naturales. Y aunque habíame apartado pronto de los humanos
mortales, en las nieblas de mis jardines cerebrales se presentían los nombres
de los guías y emisarios como Desnos, Hoffmansthal, Mandelstam, Quetzalcoatl, Dylan, Cristo, el Buddha, Vichitravirya, el
Anciano de los Días, y siempre Krishna. Había escuchado el rumor
indefinido de sus enseñanzas. - Mas yo solo quiero a Diosa.
Acaso
por eso tanta gente durante milenios y sobre la entera superficie del mundo
había entregado su vida al cultivo de la Poesía. Porque les dotaba de un poder mágico.
- Mas yo solo canto a Diosa.
FIN DEL INTERREGNO: PRIMAVERA DE 2005
Tras los bombazos inaugurales del siglo (11/
IX/ 2001; 11/ III/ 2004; 7/ VII/ 2005) ya no hubo más macro-atentados. Sí,
claro, había masacres, niños ensangrentados, asesinos en serie, mutilaciones,
metralla, madres llorando, mucho odio... pero los normales. Y en los sitios
normales: Israel, Bagdad, EEUU y el Tercer Mundo.
Yo
también me fui calmando hacia 2005-2006. Como el mundo. Siempre echaba un ojo a
El País y a la gaceta rival, por si se producía el ansiado atentado de París.
Por aquello de no hay dos sin tres. No sé, una bomba atómica sobre el pináculo
de la Torre Eiffel. - Pero los salafistas no atacaron Francia ni terminaron de
dibujar el triángulo de sangre Atocha-Charing Cross- Campos Elíseos. Ellos
sabrían por qué. Los franceses se libraron. La carne carbonizada la pusieron
EE.UU., España e Inglaterra.
Al
principio ni siquiera te das cuenta de que ha pasado el interregno, el duelo,
la desdicha. Al principio ni siquiera notas que ha vuelto el Amor. No hace
falta que surja nadie, que te enamores de nadie, que conozcas al hombre de tu
vida, que te toque El Gordo, que te mudes de casa, que cambies de ciudad, que
tengas un niño, que tu país prospere, que tú mismo recibas una herencia
imprevista. No es necesario que pase nada. - Es el alma lo que cambia.
Empecé
a dejar de sentirme un asesino, empecé a pensar menos en la Muerte, cuya figura
me fascina con su tópica guadaña y sus muslos lívidos.
En
la Fábrica de Membrillo apareció un extraño ser de ojos estrábicos y achinados,
un joven en absoluto guapo, pero sí atractivo, que buscaba mi amistad y me
decía “eres la persona más sabia que he conocido”. Gordito como un
pollo, a sus 19 años jugaba a no parecer de clase obrera y a dárselas de
intelectual. Nuestro primer encuentro fuera de la Fábrica fue para asistir a
una exposición sobre la Teoría de la Relatividad Especial -que cumplía en 2005
los cien años sin que casi nadie hubiese entendido una jodida variable de la fórmula
“E= m. c2”.
Antonio
Pachón García sí: -Cuando uno de los universitarios que mostraban la excelente
exposición sobre Einstein en el antiguo edificio de Correos de la Alameda, nos
preguntó si queríamos ver un video sobre las ecuaciones de transformación de
Lorentz, Pachón se apresuró a decirle que lo pusiera. Por un instante, al lado
del deseo de saber de aquel joven redondito, peinadito y relamido, -especie de
pijoaparte con chaqueta-, me sentí inteligente. Tras haberme fumado en los
jardines de Puerta Oscura un par de petas con mi amigo Juan Manuel Pariente,
entendí las ecuaciones de Lorentz en su formulación original. El chico que nos
conducía por la exposición –un físico- estaba orgulloso de nosotros cuando
terminamos. Era de noche cuando salimos a la Alameda perfumada de viernes.
Habíamos pagado un amplio tributo a los dioses austrohúngaros de la Ciencia y
ahora era justo que nos distrajéramos un poquito en las tascas del centro con
las cosas que más nos gustan. Todo el mundo empezó a hablar más alto. Voceábamos.
Al
principio, parece que todo sigue igual. La Depresión Sorda se parece a esos
días sucios en que la tormenta ya ha pasado, se abre el cielo, pero la ciudad y
los árboles siguen goteando, hay barro por todas partes, ramas rotas y una
sensación general de resaca o convalecencia. - Pero poco a poco vuelve la
calma.
Al
principio parece que no has salido, que no vas a salir nunca. Los muertos
siguen ahí innegables (la perdida Beatriki, papá, el Filósofo el Borracho,
nuestro hijo abortado...). La tendencia del alma es a seguir llorando.
Quiero
llorar la tinta sobre la tinta
Y el papel,
Quiero llorar sobre los pliegos,
Quiero llorar sobre los tomos,
Quiero llorar sobre los rollos...
Quiero llorar hasta ondular
El vientre de las grandes e industriales
Papeleras,
Y
llorar
Hasta empapar
La carta que me encontró a mí en la lluvia,
La de las manchas perfectas
Como el beso sobre Helena...
Salíamos de la Fábrica a eso de las 10 de la noche, sin el
menor deseo de encerrarnos en casa. Era un día cualquiera de entresemana, un
miércoles invernal. Todo el mundo resignado a que no pase nada. El joven Pachón
me acosaba para que le transmitiese mi supuesta sabiduría. Yo le llevaba a una
taberna del barrio, donde vegetan borrachines terminales entre la indignación
de las noticias políticas del telediario, las discusiones de fútbol y el olor a
anisados. Ni una sola hembra aparte de las locutoras y las sirenas de los
anuncios.
-“¿No ves que no soy sabio
en absoluto? ¿No ves en qué ambientes me muevo? ¿No ves que yo también soy un
borracho de cutis coloradote, que nada bueno voy a enseñarte, que estoy
llorando...?” –Le daba igual: Su
entusiasmo juvenil le llevaba a hablarme de la Teoría de Sistemas de
Bertalanffy (que él no conocía). Me
dibujaba un diagrama con llaves que contenían sistemas y subsistemas,
realidades y sub-realidades jerarquizadas. Pues muy bien. A lo mejor le daban
el Nobel en 2045. Sus especulaciones eran de una estupidez asombrosa.
Quiero llover hacia la amada calavera,
Quiero limpiar hasta que brille
El lomo de la lápida.
Quiero pudrir
La obscuridad de las hojas
Profundas como los chopos,
Túrbidas como mi estanque,
Sedientas en capilares...
A lo largo de mi vida yo
había conocido a diversos excéntricos que atesoraban una visión del
mundo presuntamente nueva. Filosofías
como sistema. Son personas que, como tienen mucho que decir, apenas leen;
hablan más que Yosune pero escuchan menos que ella. Trazan esquemas
indescifrables y desorbitados: con cuatro o cinco flechas, llaves de esquemas y
abreviaturas con subíndice habían resuelto el enigma del Universo. Cuando te lo
tratan de explicar, la cara se les deforma en una mueca de schyzophrene; hay que dejarles soltar el rollo sin reírse ni
ironizar. He conocido algunos especímenes de la Filosofía como Saber Absoluto.
Pachón estaba gordito pero era un fanático o un adicto de las dietas. Cada
semana probaba una diferente: con proteínas pero sin hidratos de carbono (y se
atiborraba a hamburguesas o a magras con tomate, eso sí: sin patatas ni pan),
con hidratos de carbono pero sin proteínas (y entonces se ponía morado de
pizzas sin fiambre o de paella sin más relleno que el arroz) , o fruta solo
(fresas que le corroían el duodeno) , o solo helados (con amenaza de
hiperglucemia para esa semana), o huevos y nada más que huevos (que le
disparaban el colesterol y preparaban el infarto de miocardio), solo chocolatinas (le destrozaban los dientes)
o solo alimentos naranjas (deteriorando su sistema excretor). Y así iba.-
Siempre seguía igual de redondito pero machacándose los órganos. Él sin embargo
se consideraba un genio por no comer igual que todo el mundo. A mí me hacía
gracia pero me daba pena el espectáculo de la mala alimentación de aquel chico:
mi semi-hijo adoptivo con derecho a devolución y a cambio en caso de defecto
del producto.
“Yo no voy a morirme
tranquilo si no termino haciendo algo grande”, me decía a medianoche en la
calleja suburbial. Los bloques parpadeaban azulados con el resplandor paralelo
de las televisiones, la gente se deslizaba hacia el adormecimiento y hacia el
trabajo del día de mañana; no estaban preocupados por la grandeza. La Luna
andaba por ahí aunque no la viéramos. Y a mí me parecía más que probable que mi
nuevo amigo terminará en 2040 ó 2050 recibiendo un óscar de la Academia o
rechazando el Nobel.- ¿Por qué no?
“Yo no me atrevo a
decir que nunca me va a enamorar un tío”, declaraba aquel joven
heterosexual. -Tal vez fuera maricón en el fondo, como los griegos, y cuando yo
le daba la espalda me mirara el culo. Tal vez se me estaba enamorando. No
sería el primero. - A mí no me molesta que los homófilos me amen; allá ellos. No
vivo bajo la espada de Damocles de la temida violación en las duchas del penal.
La gran mayoría de los homosexuales no son violadores. - Tal vez Pachón me lanzaba una indirecta, me insinuaba que yo
podía ser su príncipe azul... Pues vale.-Ya he comentado que el deseo de los
hombres tampoco me pesa: si una mariposa filomela me dice que estoy muy bueno o
que soy fascinante, le sonrío con cortesía y agradezco el homenaje.
La mayoría de los machos, se ponen nerviosos si les desea un
gay. Cruza por sus imaginaciones la fantasía de una violación en las duchas del
penal. A mí no me dan miedo ni creo que se les ocurra perforarme el esfínter a
la fuerza solo porque les gusto. Recuerdo haberme mezclado en el ambiente gay
de las playas nudistas sin que pasara nada. Algunos se masturbaban mirándome y
yo, sonriendo de gay a gay, les llamaba invertidos, maricones, monos sexuales,
y cosas peores. Yo soy un hombre; ellos también.
- Quiero llorar y llorar y llorar...
Quiero llorar hasta llegar
A médulas de la Tierra
Con mi tristeza salobre.
Mojaré el ardor del níquel,
Sofocaré incandescente
El postrer tizón de hierro...
Quiero llorar hasta hallar a quien
me llore.-
Pero lo de Pachón era todavía más raro.- Una tarde me
presentó a su novia en la terraza del bar de Marcos: Se me cayó la baba y tuve
que limpiármela con el dorso de la mano. ¿Cómo era posible que un tío tan feo
tuviese una novia tan guapa?
La novia de Pachón era una veinteañera medio rubia que olía
a almizcle, llevaba un sujetador de látex y en el rostro el senequismo de las
mujeres andaluzas antiguas. No escuché ni una palabra de lo que decía, absorto
en la belleza de su rostro y de sus formas. Pachón se dio cuenta perfectamente de la impresión
que me estaba causando su amiga casi-ex-novia/novia-todavía-pero-medio-en-crisis-con-posibilidad-de-solución,
y adoptó un discreto segundo plano para que ella siguiera deslumbrándome. Yo
trataba de simular una conversación normal con aquella joven, la más bella que
había visto en mi vida. Pero no podía evitar mirar y admirar y remirar una y
otra vez sus hombros dorados. Realmente eran de un color broncíneo: la piel
morena de una rubia levemente dorada por el sol. Sus hombros eran de una
rotundidad perfecta y estaban atravesados por dos delgadas cintas de látex transparente.
Pachón observó que el sujetador de su novia estaba hecho de la leche del cáñamo
y no de plástico. Lo decía con discreción (todavía no se había vuelto loco).
Como un vendedor que está seguro de lo que vende. -Y yo me mareaba pensando que
la novia de Pachón tenía los senos cubiertos de cáñamo.
Aquel rato en la terraza delante de la belleza rubia del
Sur, fue uno de los más felices . Podría haberme quedado toda la vida
contemplando el rostro de la novia de Pachón. Y ella, habituada a ser guapa, se
dejaba admirar con humildad.
En mi opinión, esta
forma de alcanzar la modestia es mucho mejor que la ascética propuesta por el
cristianismo y las restantes religiones; pues todas las religiones a la venta
en el mercado espiritual, se inclinan por valorar sobremanera la virtud de la
santa humildad franciscana o vaishnava y por condenar y advertir contra el
diabólico pecado o error moral de la soberbia. La receta monástica para ser
humilde parece consistir en la mortificación del ego y sus vanidades. Algo así, como volverse todos
feos para no ser vanidosos: Sí, es verdad:
Si todos nos rapamos la cabeza y adelgazamos como prisioneros de un
campo de exterminio, seguro que habrá poca tentación por el glamour, escasísima
lujuria. No habrá pecado, pero tampoco hermosura.–La novia de Pachón, sin
embargo, era bella, extremadamente
erótica, lo sabía y, -modesta- , bajaba los ojos y me hablaba de la vida con
cierta tristeza. Como si no fuese una diosa.
Jamás había conocido una mujer así. La más bella que he visto
nunca. Humilde como la Diosa. Acaso ella
sea el objetivo final deste catálogo (o larga locura).
Entonces empecé a sentir verdadera admiración hacia el veinteañero de la Fábrica
(quizás yo no admiro sino a los que son preferidos por las mujeres bellas).
Pude medir la envergadura de las ambiciones de Pachón por su falta de interés
hacia su novia de hermosura sobrenatural.
Era su novia-de-toda-la-vida pero parecía que se le quedaba
corta, que no estaba a su altura intelectual. Pues no era sino una chica de
barrio obrero que trabaja desde los 16 años. La guapa camarera rubia de una
pastelería de los callejones del centro a la que vas solo por verla. La cajera
de Mercadona o del Eroski cuya cinta siempre eliges. Una panadera a la que le
compras cualquier bollo que te ofrezca. -Tal vez, puesto que parecía que nos
habíamos caído bien, tal vez, puesto que Pachón estaba a punto o en trámites de
abandonarla, tal vez, cuando hubieran roto, yo podría hacerle compañía y
escucharla hablar de su ex... Sí, convertirme en su confidente mientras bebo y
hasta casi sorbo los efluvios que salen de su escote de látex cuando se
emociona. -No sería la primera vez que consuelo a una abandonada.
Tampoco fue la única mujer que “me trajo Pachón”. - A sus
19, Antonio Pachón tenía todo un elenco de ex, amiguitas románticas, amores de
colegio, muchachas en proyecto, primas
eróticas, compañeras de trabajo, compañeras de estudios, conocidas en bares y
en la calle, amigas de infancia, ex-amantes con
nombres deleitosos de Vanessas, Sabrinas y Cristinas hasta agotar el
alfabeto. Era feo y casi contrahecho - sus rasgos faciales deformados por los
ataques de psicosis y picos maniacos (alucinaciones en las zapaterías hablando
con gente que no existe)-, pero ligaba mucho más que su hermano Miguel, el
guapo de la familia, semejante a una estatua del Renacimiento por su tez blanca
y pelo ensortijado. Miguel era más pequeño y entonces ligaba menos que su
hermano mayor. Así, entre los dos equilibraban la media local de cópulas, besos
y citas (y eso sin contar los de sus
primos y primas, que eran ultras de todas las prácticas sexuales conocidas o
por venir). - Dos o tres años más tarde
el hermano pequeño, el guapo de la familia, –cuando se transformó en un
atrevido activista político y viajó al Sahara y a Malí- empezaría a romper récords de seducción.
Aquella familia no producía mucho dinero pero gozaba de mucho sexo. Así es el
Sur.
Antonio Pachón García era el costeño arquetipo,sin acento
más que cuando quiere usarlo. Ni seseo ni ceceo, ni jerga de malaquita ni
argot- topacio: Listo hasta pasarse de listo, un mercader totalmente entregado
al placer, una criatura de asfalto, isleta y policía empeñado en convertirse en
un niño bueno preuniversitario con deje
intelectual. Él no voceaba como la mayoría de la clase obrera de la
ciudad (para sobreponerse a los ruidos maquinarios que les atruenan y cuya
vibración les hace morir de infartos y cardiopatías diversas 20 años antes que
la burguesía del otro lado del río, en la misma urbe). Hablaba suave y
procurando ser inteligente.- A mí lo único que me impresionaba era el sujetador
de su novia y que se diera el lujo de
cansarse de ella. ¿Cómo podía cansarse de una muchacha tan bella? Por mí como
si no abría un libro en su vida, eso me importaba poco.
Se acercaba ya la noche de San Juan y Pachón me propuso que
quedáramos a cenar con dos amigas de la Fábrica: la joven Féren y la
treintañera Morphi. Morphi estaba casada y tenía un cachorro, Féren tenía
noviodetodalavida (casi desde antes de nacer), yo tenía novia de fin de semana.
-Llevábamos todos buenas cartas, estábamos inmunizados contra el celibato. -
Pachón tenía novia terminal. Sarah tenía novio formal. Hasta el obispo de la
ciudad debía tener su apaño clerical. La gente se divorciaba un lunes, y al martes siguiente ya había encontrado
pareja nueva. Los solteros con alimentación sexual basada en la cacería
ocasional, eran los más raros en una zona mundialmente famosa por su oferta de sexo libre y sin
límites (la Costa igual que Goa, San Francisco, Ybbozzim o Bangkog había
sido y era el paraíso de los dionisiacos).
Más prudente resultaba echarse una novia más o menos segura
y a partir de ahí desarrollar tus aventuras sobre el tapete de la Costa (con
una población transhumante de más de medio millón de hembras). -Es conocida la
interrelación entre adulterio y sexo: a más cüernos, más coitos por persona y
año: compárense las cifras de Soria o Corea del Norte -donde impera la
fidelidad conyugal- con las de Haití, Rusia, Francia o la Costa del Sol, donde
las mujeres se timan con los empleados de las gasolineras o con el panadero
desde poco después del amanecer. -Pero es necesario asumir que a ti también te
van a poner los cüernos; si no, los números no cuadran. Pues también los chicos
de los surtidores y los obradores están casados o prometidos, no iban a ser
menos: Todos llevaban juego.
Sin duda el sexo hace dulce y agradable la vida. Y Eros.
Pero los cüernos y la traición hacen mucho daño. No puedo olvidar la cara del
novio de Abla cuando lo despachó para venirse conmigo y con mis provisiones de
coca, cerveza, XTC, marihuana y hachisch. Seguro que follaba mejor que yo (pues
mi actuación con Abla fue breve, única y pésima; es mejor no describirla). La
querría más que yo, que no la quería. La conocía mejor. Pero él no tenía
dinero. Así de dura era la ciudad.–Le vi pasar desde mi BMW blanco, yo oculto y
afortunado en la calleja del suburbio,
motor y luces apagadas, casi en estado de meditación a fuerza de sentir miedo,
compasión y deseo a la vez: ¡Pasaba rumiando su despecho el novio de Abla por
la avenida de Europa a medianoche! No me vio. El rostro de la gente que no se
sabe observada, a veces constituye una triste sorpresa para el mirón: Era
evidente que le iban a poner los cüernos y que su novia lo despachaba. No
parecía a punto de llorar sino crispado. No me daba pena. Poco tiempo después
me iba a ver yo, como le veía ahora a él:
cornudo- Minutos después llegó Abla al coche -que osciló ante el peso de
sus caderas tomando asiento, llenándose del olor de su cuerpo y de su ropa sin
perfume- y nos fuimos a nuestro nidito de amor de calle Trinidad, donde
parecíamos emparedados entre las drogas y el sexo.
Pero eso había ocurrido antes, en el interregno, cuando yo
descendía hacia las simas, la ebriedad y el profundo caos de mi duelo. Cuando
nada podía ser divertido si mi padre ya era carne quemada, cenizas, humo, nada;
en un mundo con humaredas de Muerte donde el Filósofo se suicida y yo mato a mi
único hijo a los quince días. Cuando no hallaba nada donde posar los ojos que
me pudiera dar alegría. -Eso había ocurrido en 2003 y ahora Pachón me proponía
a las puertas de la Fábrica, en la tranquila tarde suburbial de primavera,
-bajo los dos eucaliptos gigantes del párkin de barro, bajo el aire perfumado
de jazmín que se parece al olor de felicidad, (o
quizás es la felicidad),- Pachón me propone que salgamos con las eróticas
compañeras de la Fábrica, Morphi y Féren, la
noche de San Juan. - Solamente la idea me hace
tambalearme.
Noche de san juan
Yo no soy
de los que sufren por amor mas el amor
Aún
me cita en un minuto veinte veces.
Yo no soy el despechado del amor
Hombre de hambre en hüera vida.
La mayor Luna del año, la del 22 de
Juno,
Iovis dies del quinto
del XXI, fiebre de paraselene,
Verso de amigo perdido, calvero
circular en alta mar,
Fósforo brilla a contramar y en el filo de la ola, riela Luna.
Yo no soy
el de la pena del amor mas el Amor
Me da trabajos perdidos y esta hora
de esta línea...
Yo ya no sé si soy yo o voz de mi madre ausente por Nueva Luna.
Yo no soy de los que anhelan el
blancor
De la nueva y llena musa mientras
mengua media uña.
Yo no soy el que se duele gravado por
0 en lunas.
Yo soy aquél que urde un plan muy
musical en arenal
De playas de San Andrés, escombros pulverizados
Y gravilla y alquitrán y aún metal,
Grúas altas como la alta t,
azules y rojas como las haches,
Neoyorquinas en la noche del Pireo.
Y tres chimeneas
de usinas alzan hacia el
Weste ónomas demónicas,
Cabalgan sobre los falos nostalgias de
siderurgia.
Yo soy el
que frente a mi PC apagado, en mi bufete de prócer
Resisto las emanaciones de los brazos
de la bella,
Las
ganas de abalanzarme sobre la que todos
Quieren. Deseo
Huye de las luces del amor hacia el
revistero, Satie, las tablaturas...
Yo no soy el que suspira por no besar
sus gordezuelos.
Comprendo la ausencia al mes de mi
hermana, la Antiluna.
Necesitará girarse y no ser ella
ninguna. Yo no soy
El que lamenta telones de nubes sobre
la Luna
Y la
compara con lámpara tirada de cualquier forma
Sobre la cortina rota tras un
episodio violento.
Hay halo aún sobre el mar, aura en el
fleco de la muy pequeña unda.
Ojos de madura hermosa me dicen en mi
salón:
“Yo le quiero y le respeto; yo no sé
si le deseo”
-Yo la quiero, la respeto...No sea
amar un sufrimiento.
Sea yo ... Vuelve joven, hija de una
concepción con gracia.
Grande, crecida en labios:“Estoy muy contenta”, casi canta
Y mi amigo medita, mira el cielo, un
vaso de agua y no piensa.
Le pido que lo haga en la playa y Pachón
en nada piensa
Y nos callamos y pensamos por un
momento en el Cielo
Y es casi como si oyendo el mar
tampoco nosotros pensáramos.
Yo no soy
el que sufre por no haberlos aún besado.
¡LA POESÍA se estaba
convirtiendo en novela y narración, el presente en pasado, el mundo físico en
mundo ideal, la mentira en verdad, el duelo en dicha, lo bueno en malo...!
Por
un momento levanté la vista del Catálogo de las bellas que turbaron a mi Señor
Jean Souffrance y eché un vistazo en torno para saber dónde estábamos. - Estábamos
todavía en los burdeles de la ciudad, muy lejos de la calma, de las playas...
Cuatro o cinco chicas calzadas con tacones de aguja y lencería de lujo blanca,
roja y negra acordaban con mi Señor a pocos metros, el reparto sexual de la
noche. A mí también se dirigían algunas viéndome apartado en un rincón leyendo
el vanidoso documento.
El
Drogadicto Loco de la Carretera, mi raptor, no parecía tener miedo a la Muerte.
Ni a la Locura. Era evidente que hacia la noche del solsticio de verano de 2005
“él no era de los que sufrían por amor más el Amor...” Es decir, que había decidido divertirse con
las mujeres –o “con Eros” como le gustaba escribir a él- y no enamorarse. Pero
el Amor “aún le citaba en un minuto veinte veces”. Estaba escrito. - Yo
solo quiero volver a Diosa. - Cada vez me parezco más a mi secuestrador, mi
proveedor, mi maldición. Son ya muchos
años desde que aquella lejana mañana me cogiera haciendo autostop junto a la
sierpe de asfalto. Casi 20.
No
envejecíamos porque no éramos humanos. Pero mis jardines cerebrales estaban
poblados por entidades y climas que antes no conocía: la pequeña plazoleta
atronadora de la Gran Urbe Costera, el castro gris visitado por la lepra, la
Nueva York-Delhi, Trípoli en los 60, Ciudad Maldita, Nueva Orleans, BD, el
jardín lúgubre del Loco, Friburgo y siempre de nuevo La Costa, a la que
volvíamos como ahora. Me gustaba nuestra vida de burdeles y novelas porque
parecía eterna.
HEBE OVOIDE
Miles de cosas sutiles, pequeñas,
imprevistas, casi redondas, sin ira, ovoides,
Como tus ojos ovoides,
ovoides.
¿Existe alguna palabra, idea, salto
Que rimar con Hebe no me
gustara?
Miles de actos sutiles,
diminutos, casi redondos, ovoides
Como tus ojos verdosos,
estrábicos, verdáceos, ovoides.
Cuando quise hablar de amor,
“Las emociones”,
Dijiste,“son en general
casi siempre negativas”.
Con exasperante lentitud o de manera súbita se
sale del duelo. De pronto la primavera de 2005 aparecía cargada de buenos
presagios, de triunfos en todos los frentes: con las chicas, con las formas,
el dinero.
La
primavera parecía otra vez Primavera. No como cuando estamos deprimidos y hasta
cuando llega el buen tiempo parece más triste que los fondos del invierno.
Tal
vez mi buen humor se debiese a la situación política nacional. Ya no te
descerrajaban los de ETA con sus Parabellum la tapa de los sesos por ser
concejal, guardia civil, policía, juez, profesor de universidad, ministro,
escolta o por cualquier otro motivo que atentase contra la dignidad de Euzkadi,
ese país tan digno y tan libre.
La
alegría empezaba a parecerse a la auténtica alegría y no solo a la mueca cínica
del que ha decidido llorar a su modo el lado cómico de la vida. El presente
aparecía en presente. Estaba enamorado de Lesbia y estaba enamorado de todas.
Los días de sol empezaron a sustituir a las noches de luna.
Tal
vez fuese porque la Providencia me ponía delante de mi camino a la bella
pelirroja Hebe, recién llegada aquel año a la Fábrica de Membrillo como
interina: Parece una espigada universitaria al borde de la treintena. Viene de Granada,
pero ha hecho la Ruta Quetzal en barco por América, ha estado en la
India y sigue las enseñanzas y prácticas del kriya -yoga de Yogananda. Venera a
la Maha-Devi pero no lo dice. Sin duda es una chica destinada al éxito en la
Fábrica y en general en la sociedad. Tiene un hermoso, alto y delgado cuerpo;
cuerpo esbelto como de adolescente. Es pelirroja pero la larga melena la suele
llevar recogida en monástica coleta. Se ve que, si se vistiera, sería de una
belleza deslumbrante.
Ella
medita y todo lo demás deja de ser importante. En la cafetería de la Fábrica, a
la hora de máximo revuelo, todos los ruidos se paran, dejan de existir los que
nos rodean para que yo oiga nada más que la fina voz de Hebe hablándome de
Yogananda. Así quisiera seguir escuchándola no solo toda esta mañana sino todas
las mañanas que seguirán. Bastante me preocupa a mí el trabajo o la hora. No
pienso más que en Yogananda, en la India, en Hebe. Y las tres substancias se
mezclan.
Los
ojos de Hebe eran verdes y un poco estrábicos, con tendencia a quedarse en
blanco como los de una yoguini en éxtasis o un junkie muy muy colgado.
Así eran sus ojos: con forma de huevo, ovoides. Y así era su espíritu: sutil,
curioso, y serio. Decía cosas que me enamoraban como que “no estaba con nadie pero que no quería en este momento tener
una relación comprometida”. Decía, con espíritu meditativo, que “las emociones por lo general son casi siempre negativas”,
lo que hería mi corazón y me hacía desearla, - mi deseo por Hebe era una
especie de cruzada contra la frigidez emocional: Si yo pudiera en su carnosa
boca, en sus labios de negra, besarla e irla enredando en roces y suaves
mordiscos cada vez más impredecibles; si yo pudiera hacer el amor meditando o
meditar haciendo el amor con Hebe...
Miles de cosas sutiles,
pequeñas,redondas, sin ira, ovoides,
Miles de actos sutiles,
diminutos, casi redondos, ovoides...
Como tus ojos ovoides,
ovoides.
¿Existe alguna palabra, idea, salto
Que rimar con Hebe no me
gustara?
CARPE DIEM
Tiempo
habrá para esconder el cuerpo de la vejez pero ahora
Disfrutemos de este cuerpo y de tu
cuerpo y de cuarenta.
Tiempo habrá para tormentos de
hospital o del averno pero ahora
Gocemos del estanque y de las bellas
libemos.
Hoy como nunca sentí que mi físico es
hermoso y es sagrado
De mis uñas a mi pelo,
desde mi nuca hasta el sacro
Mientras en piscinas de Bethsaida
presumo de elenco y la niña
Insiste en nombres raros como
Eustaquia, Belén o María de las Mercedes.
Harta de las interminables
enumeraciones de Cristinas,
Pasa a clasificarlas por naciones,
religiones...
“Budistas 0; hinduístas ninguna; ortodoxas 1; musulmanas 640; católicas
1003”.
Tiempo habrá para escribir del
desamor como los otros mas no ahora.
“Déjame
olvidarme de mi hoy hasta mañana”, dice
Dylan.
La rubita hoy no ha venido a su cita
con pileta, con el césped, con la siesta.
Tal vez sea descendiente del buen zar
que fundó San Petersburgo.
Echo de menos, a un paso de mi delicia,
cosas como su bikini verde
Y sobre todo el gesto desafiante,
finamente conmovida por mi canto
Mientras bajaba despacio, muy
semejante a una reina, la escalera de la pisci.
Tiempo habrá para
charlar con los santones,
los lamas, los papas,
el sankaracharia, ajatolahs, bhodisattvas
mas no ahora.
Hoy sea solo con la gloria de estos
cuerpos,
de este cuerpo, el ilusorio.
autobiographica IV
Cada vez me voy pareciendo más a mí mismo. Mis
poemas a mis narraciones, mi monólogo a mis diálogos. La persona que fui a la que soy ahora. Porque
lo que cuento es más reciente; solo han pasado 8 años. Para mi memoria es como
describir los objetos que tengo encima de mi mesa, al alcance de la vista.
Preguntarle
a un escritor cuánto hay de autobiográfico en su obra de ficción, indica la
pequeña capacidad mental del que formula la pregunta: Parece claro que el
protagonista, los personajes, los hechos y las pasiones de A la Búsqueda del
Tiempo Perdido no constituyen un reportaje fotográfico ni una crónica en
clave de los amigos y del ambiente de Marcel Proust en el periodo de
entreguerras. Sus biógrafos (por ejemplo, Georges D. Painter) lo han demostrado
hasta la saciedad. -Que el narrador y primer personaje se llame Marcel, no
significa que sea Marcel Proust, idéntico al autor. Que se pasee por el Bois
de Boulogne o por Cambray, tampoco lo convierte en un ser de carne y
hueso. - Proust fue mucho más que un
cronista del “gran mundo”. Fue un Poeta. – Tampoco la Recherche es una
invención total; puesto que hubo algún dilettante como Swann, algún
aristócrata como Charlus, alguna cocotte
como Odette, que fueron sus modelos o inspiradores. También Leonardo o
Rafael retrataron a personas reales disfrazadas de San Juan Bautista o de
Platón en sus cuadros alegóricos, puramente fantásticos.
Pero
ellos –las personas reales- ya murieron hace mucho mientras que los personajes
literarios y de los cuadros viven una y otra vez en los ojos del público. -De
modo que toda ficción es autobiográfica en un sentido profundo, hasta las
novelillas de extraterrestres o Sinuhé el Egipcio. -Eso no significa que a
Cervantes le ocurrieran todas las peripecias que le ocurren al Quijote. O que
Kafka se metamorfoseara en escarabajo gigante.
O que Mika Waltari vendiera la tumba de sus padres para estar con
Nefernefernefer. Ni que Murakami haya plagiado la novela de una chica de una
secta que cuida a una cabra ciega y da a todas sus afirmaciones una entonación
interrogativa.
Pero,
por otro lado, si el autor –ese pobre ignorante que no sabe dónde se mete, el
que salió a cazar mariposas y se tropezó con un diplodocus (como dijo el
maestro Sábato de madame Curie)- permanece aferrado a un único personaje
autobiográfico al que además pretende encarnar en su vida –médicos que escriben
novelas de médicos, arquitectos que se creen Howard Roark o Peter Keating, políticos de la Transición que
publican una novela sobre un político de la Transición, Sábato sacando a Sabato
en Abbadón, Simenon o Le Carré y sus detectives-trasuntos-, le va
a salir un engendro. Demasiado autobiografismo lleva a incurrir en la
mistificación arrepentida de las confesiones, en la autoglorificación de las
memorias o en la sublimación de los poemarios líricos.
Es
decir, siempre lo mismo: romanticismo, egolatría, impostura: el Werther, San
Agustín, Jean Jacques, Casanova, Jung o Una Temporada en el Infierno
de Rimbaud.
Así
que el patético autor –un don Nadie- escribe novelas, y su protagonista (que es
un trasunto de sí mismo pero que a lo mejor se peina de otra forma o es mujer
como la Bovary de Flaubert), hasta habla en primera persona: Como si el
personaje fuera el narrador y el narrador fuera el propio autor. Algo así como
si Jesucristo escribiese su propio evangelio. O Krishna dictara a Ganesha el
Guita.
Pero
todo es falso en lo que a las novelas concierne. Personajes que hablan en
primera persona como yo o El Extranjero de Camus, nos parecemos a
actores que salieran solos al escenario para recitar un monólogo que les van
dictando a través de un audífono inalámbrico. Al menos eso es lo que se supone
que somos los que contamos al mundo la historia de nuestra vida: Juan Pablo
Castell o Fernando Vidal-Olmos.
Pero solo la historia de Dios, solo la
historia de Eros merece ser contada.
FIN DE LESBIA
Había pensado estar el resto de mi vida con
Lesbia. No había nadie mejor que ella. Era hermosa como el cruce de las blancas
inglesas con la energía oleosa de las mujeres del Sur. Era inteligente no solo
porque hubiera leído las doce tragedias de Séneca, las Bucólicas, las Geórgicas,
la Gramática Histórica de Pierre Chatrêne o porque se supiera la Eneida
de memoria. Sino porque podía entenderme y tolerarme. - Su corazón también
era grande como su mente, tal vez mayor: Empecé a enamorarme un poco de ella
cuando me presentó a su cachorra de 8 años: Tobie, cordis mei.
A
partir de cierta edad empezaron a atraerme las madres, las mujeres con hijos.
-La primera fue Kadhi que parecía un gracioso y filamentoso caniche que había
dado a luz a dos hermosas y grandes perras setter: Ana y Aída. -Yo pensaba que
tener hijos era lo natural y por tanto que las madres eran más felices. Sobre todo,
si eran madres separadas que habían conseguido escapar de la trampa del
matrimonio patriarcal. Debían ser doblemente felices al haberse librado de sus
maridos. La vida para ellas era una
celebración de la Vida (los hijos) sin la cadena de muerte de soportar a un
esposo. –(No voy a decir que todas las mujeres casadas que aún no se han
divorciado llevándose a sus hijos consigo, sean unas amargadas. Pero la mayoría
estarían mejor sin sus cónyuges).
Cuando
la conocí, Lesbia parecía una separada feliz. Su belleza lo demostraba: una
desdichada jamás tendría un cutis como el suyo, mezcla del tacto de la seda y
de la dureza del mármol. La desdicha no deja lugar a una piel como la de ella.
Entendí que formara parte de los Satisfechos –una minoría estadística en la que
me incluyo- cuando conocí a Tobie. Nada más ver a su hija, me enamoré de
ella. Era la niña más bonita que había visto en mi vida. Tenía entonces 8 años,
pero toda la capacidad de seducción y las tretas de un alma femenina que ha
pasado por millares de encarnaciones. - De inmediato supe que me encontraba
ante una prodigiosa emanación del planeta Venus y que nada me interesaba más
que pasar el mayor número posible de horas y de años a su lado. Pero, aunque
ella se volvería tan vieja como yo algún día, yo no volvería a ser tan joven
como ella nunca.
Tobie
sin embargo no era físicamente perfecta como Lesbia. Le olían mucho los pies,
por ejemplo. La boca de su madre estaba mucho mejor dibujada. Pero fuera destos
dos defectos, - y de su continua tendencia a parlotear sin medida y a estallar
a veces en algún berrinche caprichoso-, no podía encontrarle ninguno.
Como era del planeta Venus –de su zona
central- aunque no era más que una niña, le gusté desde el principio. Y su
madre decía que Tobie “me adoraba”. Lo nuestro fue un flechazo. Desde
que conocí a su hija, ya ni me planteé romper con Lesbia. Hubiera sido una
locura: Si dejaba a Lesbia, perdía a Tobie. No estaba la cosa como para
ir descartándose de triunfos; ya he dicho que todo el mundo iba cargado de
juego y que, si te divorciabas esta semana, para la próxima ya te habías casado
de nuevo (por no quedarte en tierra de nadie).
Sin
embargo, todo esto había ocurrido mucho antes, siete años atrás, cuando Lesbia
me confesó en la Fábrica casi con cara de culpable, de arrastrar un grave
defecto de fabricación, que era divorciada y que tenía una cachorrilla. Fue eso
sin embargo lo que me hizo enamorarme: la posibilidad de una extraña familia,
de un hermoso contubernio.
Los
primeros polvos con Lesbia no habían sido más que dos o tres aventuras de
donjuán. Pero en cuanto conocí a su hija mi corazón empezó a derretirse. Y
comencé a recuperar el alma.
-
Al principio no te das cuenta. Te parece que sigues siendo frío e implacable
igual que antes, cuando –en el interregno- perdiste el contacto con el Amor: es
decir, con Dios, que es Eros. Lo empiezas a notar en un dulce deseo de llorar,
empiezas a llorar más, no porque estés triste sino porque vuelves a sentir que
tienes alma. No está claro qué es lo que ha producido el cambio. Tal vez sea
porque en la tarde invernal en los bosques, con Tobie y con su madre, -a
la vuelta de un largo día de excursión en la sierra bermeja y sus derivaciones
hacia Gades-, la niña, cansada, se dejó abrazar. - Es tan pequeña que puede aún
ir de pie entre mis piernas en el asiento del copiloto. La abrazo, aunque nos
conocemos de apenas hace unas horas. Estoy tan emocionado que siento ganas de
llorar. Hundo mi nariz en su pelo que huele a niña, a galletas, a pureza. Es el
aroma más embriagante que ha producido Venus en eones. No se puede describir ni
comparar con nada: El aroma del pelo castaño de Tobie. Ni su cuerpo
fragante y fresco.
-
Comprendo
que el lector –sujeto simiesco desprovisto de corazón y de sensibilidad- al
recorrer estos esfuerzos míos de expresión, empezará a tener pensamientos
sucios y sospechará que oculto deseos lujuriosos por la pequeña cría de mi
novia. Pero yo no me dirijo al lector –que será un gorila, un machista, un
energúmeno incapaz de toda ternura, un asesino en serie más o menos reprimido-
sino a la delicada Lectora.
La
delicada Lectora conoce el misterio del amor de madre y no necesita ni
explicaciones ni justificación. Ella conoce los verdaderos senderos de Eros
cuya poesía carece de límites y es eternamente nueva, como la vida dando más
vida, la madre dando a luz a una futura madre.
Se
nota que ha vuelto el Amor (o que tú has vuelto a Él) porque tienes menos
prisa, porque tienes más confianza, porque eres más humilde y agradecido: ¿Qué
podía yo ofrecerles a aquellos dos seres perfectos y felices, Lesbia e hija? No
aspiraba a convertirme en el macho-alpha de un nuevo núcleo zoológico. No era
padre ni patriarcal. Los machos –como seguramente le ocurre al estimado lector-
son esos que se emborrachan y pegan a sus mujeres lo normal: todos los fines de
semana. El machista odia a la mujer, quisiera aplastarla contra la pared como a
un insecto nocivo, quisiera aniquilarla no solo a ella sino al Eterno Femenino
(tal como lo había llamado el mayor Poeta de Alemania). -Aquello por lo que yo
vivo.
Notas
que sale el sol y que te gusta que salga. No te planteas una infinitud de
preguntas angustiosas sobre el sentido del tiempo mientras amanece, como te
planteabas cuando estabas deprimido, sin amor. La caída de la noche tampoco te
parece deseable o un alivio de luto, como quien se envuelve en una capa negra
para no ver nada.
Pero
esto había ocurrido mucho antes, debió ser después de las macabras simas a las
que me arrastrara Aricia, con su espeluznante mundo interior donde se mezclaban
Duchamp, Desnos, Warhol, Beuys y el robot de Copelia. - Conocer a Lesbia y a su
hija había sido volver a la vida, ver el cielo, salir de subterráneos donde ya
olía a muerte y a suicidio. Pero ocurrió en 1998 y entonces nacía; yo ahora
cuento el fin de Lesbia en 2006 cuando murió nuestro amor. - Cuando la perdí a
ella, perdí a Tobie. No he vuelto a verlas. Podría llorar si pienso en
ellas. Pero los personajes de novela no lloramos porque no tenemos cuerpo.
Somos letras de cuerpo 14 pero lo que se dice “cuerpo”, no tenemos. Nuestra
cáscara es de palabras. Somos más inmateriales que el Espíritu, más sutiles que
los fantasmas.
En
2005 había conocido a Antonio Pachón. La noche de San Juan de aquel año, -junto
a él, Morphi y Féren- , había sido memorable; aquella primavera variopinta me
había entretenido con Hebe y medio escuchado el mensaje de Yogananda; había
completado con Lesbia una tumultuosa peregrinación a Santiago a donde llegamos
la mañana del 25 de julio; después nos habíamos separado y la cabeza de Buddha
me había obsequiado con el cumplimiento de mis dos mayores deseos en la Feria;
los salafistas el 7 de julio masacraron el metro de Londres; a partir de ese
atentado se concedieron una pausa en las carnicerías de grandes capitales de
Occidente. - La violencia internacional volvía a sus cauces habituales: niños hambrientos
y mujeres violadas en los sitios de siempre.
Después
de Santiago seguí con mi pareja Lesbia hasta mayo de 2006 pero ya nunca
estuvimos bien. De dedicarle a mi novia dos días de la semana y de esos
solamente un tercio de las horas, pasé a estar ausente y lejos de ella todo el
tiempo. Sin embargo, apenas discutíamos. Tal vez nunca le perdoné que abortara.
Llegué a quererla más que a mi vida. Y su pequeña cachorra, Tobie,
despertaba en mí sentimientos excesivos, como un apetito de heroicidades.
-
Sabes que ha vuelto el Amor, porque te sientes más valiente. Como dijera Osho: lo
contrario del Amor no es el Odio; lo contrario del Amor es el Miedo.
El
resto del tiempo fantaseaba con las adolescentes rubias que se ven en las
piscinas privadas de Torremolinos, hundidas en un triste verano solitario en la
Costa. Y cerca de esas fantasías, Tobie en la piscina dibuja curvas en
torno a mí y a una enorme palmera canaria. -La tarde es cálida pero tibia y la
felicidad absoluta vibra en la primavera eterna de la Costa. La niña ya no es
tan niña, ya va para 15 años y evito mirarle los pechos bajo el bikini, aunque
su madre me habla constantemente de los progresos de su tamaño. Tobie de
repente siente un gran interés por saber con cuántas mujeres he estado.
Antes no hablábamos destas cosas. Su madre no nos puede oír porque no está y en
la piscina apenas hay nadie. Quizás no es una conversación conveniente,
adecuada entre una niña (o semi-niña) y el novio de su madre.
Por
algún motivo decidí presumir de elenco delante de Tobie que parecía
impresionada y tanto más guapa, cuanto más humilde. Me daba un poco de pena,
como las mujeres cuando caen seducidas y hasta se quedan con la boca abierta.
Luego nos desahogamos nadando y jugando a zambullirla o a acariciarla; casi
desde el primer día que nos conocimos me había dejado abrazarla. Existía un
fenómeno de magnetismo entre nuestros cuerpos. -No volveré a abrazarla nunca.
Se ve que soy peor que esos maltratadores, los maridos. Porque yo soy de los
que pierden a la mujer y a la hija, uno de esos que matan a la mamá y a las
crías antes de que nazcan. Y ella, un ser prodigioso e inocente, un ángel que
–por pura misericordia de Eros- me permite purificarme en su contacto.
Mientras en piscinas de Bethsaida
presumo de elenco y la niña
Insiste en nombres raros como
Eustaquia, Belén o María de las Mercedes.
Harta de las interminables
enumeraciones de Cristinas,
Pasa a clasificarlas por naciones,
religiones...
“Budistas 0; hinduístas ninguna; ortodoxas 1; musulmanas 640; católicas
1003”.
Cada vez me voy pareciendo más a mí
mismo: Quizás fue allí donde inicié el vicio de las clasificaciones. De mil
maneras distintas, Tobie me
inspiraba. Por momentos pensaba que detrás de sus ojos marrones y grandes como
los de un cómic manga, su pelo castaño en forma de campana, se escondía un
genio. La vida a su lado era una diversión permanente. Era imposible que yo
quisiera algo que ella no quisiera, que no la respetara, que no la viese
perfecta. A veces sentía miedo de estar tan enamorado de Tobie pero ella, leyéndome el pensamiento desde su aguda inocencia,
me hacía un gesto y yo me sentía correspondido. Y daba gracias a Dios.
Su madre también estaba encantada con
nuestro idilio. Era el mejor tipo de familia que yo podía alcanzar a mis 43
años pasados. Pero no podía durar toda la vida.
Tiempo habrá para
charlar con los santones,
los lamas, los papas,
el sankaracharia, ajatolahs, bhodisattvas
mas no ahora.
Hoy sea solo con la gloria de esos
cuerpos,
de este cuerpo, el ilusorio.
El poema es una invectiva contra las
religiones ascéticas. En contra del Islam, del cristianismo (su hermano
gemelo), del judaísmo y de otras orientaciones espirituales que condenan el
cuerpo o al menos recomiendan no estar muy apegado a él -puesto que es efímero
e ilusorio-; el sentimiento durante aquel verano era que el cuerpo era hermoso
y santo como el de Tobie a sus 14. Que lo efímero era inmortal y real lo
ilusorio. Y sin embargo me acercaba al final con Lesbia, mi montaje de
felicidad-estable-en-el-adulterio muy pronto se me iba a caer encima de la
cabeza. Caminaba hacia el duelo, hacia el dolor, hacia la bigamia.
La Navidad no fue feliz en los escasos
días que le dediqué a Lesbia (o ella a mí). En cambio el resto del tiempo fue
mucho más narrable, más rico en incidencias... - Las vacaciones de Semana Santa
tampoco nos devolvieron la alegría. La niña no nos acompañaba. Ahora
discutíamos sin resultado porque caíamos en largos silencios por no seguir
disputando. Parecíamos personajes de una trágica canción de Jacques Brel : “Y cuanto más nos
corteja el tiempo,/ más nos atormenta el tiempo.../ Por supuesto, lloras menos pronto/, me desgarro más tarde/, protegemos
menos nuestros misterios...”. - Progresos de la madurez: Parejas en
estado terminal que todavía se aman. Sentí que debía dejar a Lesbia y que no
hubiera querido dejarla nunca. Pero así es el amor.
MORPHI
Y
bien, ya no deseo demorar la revelación por más tiempo: mi historia termina en
campanadas de boda, en un final feliz absoluto: MORPHI –que lleva el mismo
nombre que el de una bailarina de las memorias de Giacomo Casanova- es mi
mejor amiga. La conocí en el 2005 y es mi mujer, aunque aún no estemos
legalmente casados.
La
conocí en el presente siglo, no en el pasado, el viejo XX. La nuestra es una
relación totalmente del XXI, de la Era Post- Atómica (como la hubiera llamado
Mukunda Yogananda). Por eso tal vez nos entendemos tan bien. La telepatía es
instantánea y a diario entre nosotros. Cuando no dormimos juntos –cosa que
ocurre nada más que dos o tres noches al año- quedamos por teléfono para mirar
la Luna a las doce y nos enviamos mensajes mentales. Siempre funciona.
Durante
mucho tiempo presumimos de no haber discutido nunca. Aquello fue nuestro
idilio: desde el 24 de junio de 2005 hasta julio de 2007. -Luego ya no pudimos
decir lo mismo; habíamos perdido la inocencia como personajes de una canción de
Pablo Milanés. Es cierto, que este último verano, el 2012, le pedí su mano para
que el capitán del Royal Voyager nos casase. Nunca le había preguntado a nadie
si se quería casar conmigo. Me había costado dar ese paso 49 años. Casi medio centenar
de vueltas evitando el paso por la vicaría.
-Pero en la taquillas de la Información de nuestro crucero (Adventurer
of the Seas) una azafata centroamericana monísima y algo tiesa me informó
de que la broma –y sin capitán- te salía por más de 400 dólares. Así no. -Lo nuestro es algo muy serio que no se ve
dónde acaba.
Morphi
es mi ladera, mi mujer, la única después de Lesbia... Llevo ya un lustro sin
tocar otra piel ni besar otros labios ni fundirme con otro cuerpo. La verdad es
que no representa ningún sacrificio. Cuando le preguntaban a Paul Newman por su
célebre fidelidad a la bella Jeanne Woodward, él contestaba con sorna que para qué iba a salir de casa a comer hamburguesas si en casa
tenía filetes de ternera. A mí me sucede lo mismo que a ese héroe de
América fallecido no hace mucho (D.E.P.): Aunque me aproximo día a día a la
impresionante edad de los 50, muchas niñas y mozuelas, teennagers,
jovencitas y treintañeras, madres en la mediana edad, solteronas picantes,
ancianas elegantes, damas, chicas, hembras y monstruas me siguen deseando hasta
el punto de ponerse tontas –musas con mal de siècle- o de contemplarme por detrás remordiéndose
los labios. -Y eso que yo no soy guapo ni estoy bueno.
Es
un hecho probado que yo seguiré ligando hasta si me veo anclado a una silla de
ruedas. Doy por supuesto que en los ingresos hospitalarios que habré de sufrir,
las enfermeras se pondrán calientes cuando me miren a los ojos. Quedan todavía
avalanchas de venusinas que se derramarán sobre la urdimbre de mi futura
biografía. Eso es seguro. Llorarán sobre mi carroña y después de la muerte un
rastro de efluvios afrodisios será la ruta de mi karma hacia universos
inconcebibles donde me aguarda la esencia de esos seres magníficos: lampiños y con curvas, cargados de senos
nunca iguales sino infinitamente únicos como las flores de nieve; las de voces
atipladas y dulces como el canto de la pulcra ruy-señora; las que limpian el
mundo sangrando una vez al mes; las que avanzan a través de la rapiña y del
tumulto del siglo estrechando contra el pecho a sus cachorrillos (mientras sus
machos las violan, las descuartizan o se las comen); mártires, santas, sibilas,
heroínas sin pene; diez veces mejores que los varones del planeta Marte, raza
de violadores; las que bajan los ojos o los guiñan bajo sus barakanos, las que se esconden la cara con velos o se
hacen estrías sangrantes en las mejillas;
las que callan y sufren; o parlotean y se creen a veces felices sin
dejar nunca de trabajar y de parir como esclavas. Las pobres mujeres a las que
amo como a mi madre, y a Diosa.
Ya
he explicado que a mí no me agobia que se enamoren de mí. Me resulta más que
habitual que algunas se pongan bizcas cuando me miran de manera prolongada, -no
sé por qué, debe ser algún componente químico de mis feromonas, o una vibración
especial de mi aura- siguen sucediéndose escenas donde una jovencita me pide
una entrevista para declararme, llena de
vergüenza, que está totalmente colada por mí, que no puede pensar día y
noche más que en mí.- Antes cuando esto
ocurría, yo las consolaba de sus penas de amor tocándoles el culo (a veces, no habían terminado de desahogarse
cuando ya les había arrancado suavemente
las bragas). O bien ya les estaba haciendo el amor y aún me preguntaban
llorando si les reservaría al menos un rinconcito de mis sentimientos. Y yo me
reía comprensivo y conmovido pero no les garantizaba nada. -Solo una vez tuve
novia y la perdí para toda la vida.
Ahora
es más o menos como entonces pero no me acuesto más que con Morphi y mi deseo
por ella –en contra de lo que esperaba-
no ha hecho sino aumentar con los años. Espero que su carne se reseque y
enferme y muera al lado de la mía; la amaré a través de todos los círculos del
samsara y en los 7 cuerpos de los que hablan Osho y los iniciados. Cada vez
estoy más firme en la convicción de que Dios y su Esencia Femenina existen por
toda la vida eterna. Y he de hallarLa...Estoy dispuesto a conocer los mundos
superiores, los planetas donde moran los ángeles y los bhodisattvas y
allí buscarla con otro rostro, con otro cuerpo.
“Cuando regrese,
lo haré con las ropas de otro hombre,
con otro nombre
y no habrá nadie que me esté esperando.
“Si acaso no me reconocieras
y me dijeras que yo no soy yo
te daré muestras para que me
reconozcas:
Te hablaré del limonero altivo de tu jardín,
de la ventana por donde entra la luna,
de los rincones de tu cuerpo,
señales del amor.
“Y cuando subamos temblorosos hasta la ciega
habitación
el uno en los brazos del otro,
susurrándonos quedo
durante toda la noche luminosa
-la Noche del Amor
y todas las noches que seguirán-,
te contaré mi viaje entre abrazos,
te susurraré al oído
toda la aventura humana,
la historia que no tiene fin.”
LAS
CHICAS jugaban ahora a presentarse ofreciéndome sus vulvas para que las probara
una a una. Me evocaba un ritual antiguo, una especie de combate prehistórico.
Cada una tenía un sabor y una sensibilidad distintos. Yo yacía tumbado sobre un
gran camastrón y ellas por turno doblaban la pierna derecha junto a mi oreja
mientras estiraban la otra de pie en el suelo, como una columna con tacón. Yo
les lamía sus pequeñas conchas gelatinosas, almíbares casi salados, y después
de un rato dejaban paso a la siguiente. -Y todas me sabían bien.
Tenía
razón mi Señor: Era hermosa la vida moderna: había mucho más sexo. Mi Señor
esta vez no había querido disfrutar de la carne de las mujeres del club, sino
que se había quedado esperándome en el bar, escribiendo el último capítulo de
su catálogo.
-Leíamos
y escribíamos mucho en los clubs pues pasábamos mucho tiempo en ellos. Siempre
teníamos dinero, no envejecíamos, siempre éramos jóvenes en la carne. Pero ya
iba siendo hora de morir- .
-
Sin necesidad de
reflexionar ni de evaluar, elegí a una chica morena extraordinariamente bella.
Era gitana. No hizo falta que me lo dijera: algo en su cutis blanco me hizo
estar seguro de que era la gitana pálida con la que mi
Señor había a menudo fantaseado sin haberla hallado. En su absurda pasión por conocer a todas las mujeres. Cada
vez nos íbamos pareciendo más. Esto era una señal de su próxima muerte. - Pues
era él el que tenía que morirse. Pues yo no conozco la muerte. Pues yo soy
eteno en la Diosa. Y yo solo quiero ver a Diosa.
Mientras
me hundía en cópulas inenarrables con aquella muchacha apenas conocida, una
parte de mi alma no podía dejar de pensar en mi Señor: ¡Había sufrido una
recaída, se resistía a terminar de una vez! La violencia de mis pensamientos me
hizo clavarme con mayor profundidad en las bellas entrañas de la muchacha
gitana, que no paraba de reírse. Incluso cuando se veía obligada a suspirar o
jadear, seguía riéndose.
Mi
Señor huía del final volviendo a la que llamaba “Beatriki” (y que en realidad
no se llamaba así). Yo no necesitaba leer su diario o sus memorias para saber
lo que escribía. Mientras la chica del burdel me regalaba otro “porque le
había gustado mucho el primero”, vi claramente el alma de mi Señor allá
abajo llorando con la mirada de Ulises: “Cuando regrese lo haré con las ropas de otro hombre,
con otro nombre... “ Sus pensamientos llegaban a mi cerebro con la
exactitud de una emisión radiofónica: Estaba huyendo de la Muerte al entregarse
a la ilusión de la Vida Eterna. Pero no existe. Ni Dios tampoco. La Verdad es
compleja.
Al
pensar esto último, besé con agresividad a mi compañera de una noche. - Por un
instante vi que dejaba de sonreír después de que yo le mordiera los labios. -
Era evidente por los néctares que manaban como orines de entre sus muslos, que
yo le gustaba. - Pero yo haría el amor con ella hasta que amaneciese y sin
embargo no estaba allí del todo, sino que en buena parte los obscuros senderos
y enramadas de mis cármenes cerebrales -y ya iba yo adoptando el modo de hablar
de los mortales, cautivos del hechizo de las palabras- merodeaba el Loco, mi
captor, volviendo en su nostalgia a la noche con el amor perdido de 2001,
volviendo a aquellas palabras en apariencia sabias pero estúpidas:
Pues
nunca se vuelve al mismo sitio ni a la misma mujer. Ni es cierto que la
aventura humana no tenga fin.
-
¡¡¡
Ojalá te mueras,
ojalá te mueras,
ojalá te mueras,
ojalá se te colapse
la carne del corazón
entera!!!
, vociferó dentro de la caja de mi cráneo la
voz aguardentosa y gutural del Viejo Juglar Lascivo: Me espanté: ¡Estaba dentro
del mismo cuarto que yo y las chicas! Desnudo, colmado de atenciones hacia su
sexo que era del tamaño de una porra de policía. - Pensé rápidamente: ¿Cómo
podía estar sucediendo esto? ¿No estaba yo hace un momento bailando alegre
sobre el vientre de aquella zíngara que no paraba de reírse? Pero recordé que
desde que dejé mi playa nada de lo que sucede deja de ser desvarío: Ya no estaba
a solas con la chica gipsy sino rodeado de jóvenes prostitutas morenas y
del Juglar Lascivo que a su vez estaba rodeado de rubias. - Estábamos en otro
burdel y en otra época, acaso en 2005. Sentí envidia y deseo, una mezcla como
una sombra que entonces aún no conocía, que ya conozco.
Y
entonces, por un fugaz instante, comprendí que mi Señor había recitado el texto
final de una película. Incluso pude recordar su título y el nombre del
director: Theo Angelópoulos; nada del mundo humano me era ajeno o inaccesible.
Pero solo quiero ver a Diosa.
Y al mismo tiempo sentí, -mientras eyaculaba
por cuarta vez en los rincones frescos y fragantes de la joven-, que mi Señor,
mi captor, el que narra, podía de algún modo escucharme y aterrarse ante la
posibilidad de que, tras la Muerte, no haya nada.
Las
chicas de este otro lupanar me lamían por turnos pero no despegaban los ojos
del lado opuesto del cuarto: Allí, sentado en una butaca, el viejo bardo de
todos los tiempos, el pícaro inquietante de todos los cuadros, un hombre
áspero, inconsumible, dejaba que le masturbasen y le hicieran felaciones. Y todas miraban su
sexo. Yo también. En un momento dado se levantó y se fue.
PACHÓN, MORPHI, FÉREN. PRIMEROS ENCUENTROS
Al principio ni siquiera te das cuenta de que
vuelves a ser feliz, de que tu alma –tras larga incursión por simas- vuelve a
aspirar aire libre.
La
Noche de San Juan de 2005 bien pudo haber sido otro episodio en la vida de un
mujeriego que 15 días más tarde se va con su novia a hacer un peregrinaje de
purificación a Santiago. Qué bien. - Sin
embargo, alguna cualidad de belleza en todo aquello resultaba audible incluso
para mí, que todavía estaba con medio cuerpo metido en el duelo. Como el tono
de fe en la voz de Beatriki aunque yo la
hubiera perdido. –Quizás era la amistad entusiasta de Pachón, sus ganas de
“exprimirme”, como él decía. Quizás era la voz musical de Féren y su rara
belleza de andaluza blanca. Quizás los ojos glaucos de Morphi mirándome y dándome
dignidad. Una dignidad que yo no sentía desde años atrás, desde que decidí
tener pareja, pero ponerle los cüernos lo más posible.
- Al principio todo parece ser igual:
Yo un tipo de lo menos recomendable arrastrando a tres jóvenes a la creación de
una suerte de grupo de meditación tántrico que era el sustituto de mis expectativas anárquicas
pero con algún bagaje adquirido en Oriente.
La
madre de Féren –que había pertenecido a varias sectas y echaba las cartas (como
una gran cantidad de mujeres en la Costa, tradicionalmente arrojada en brazos
de la brujería)- pensaba que formábamos una secta.
Desde
que Pachón nos había puesto en contacto, los cuatro nos juntábamos con bastante
frecuencia para tomar una cerveza, cenar juntos, contemplar la playa de noche y
charlar de mil cosas, mientras Eros presidía el aire de nuestras reuniones. -Ya
que era evidente que existía una cierta tensión erótica entre los dos hombres y
las dos mujeres del grupo, una tensión de muchos vértices: - 1.1) Pachón
deseaba a Féren, 1.2) Pachón acariciaba y abrazaba con frecuencia a Morphi, 2)
Morphi parecía enamorada de mí, 3) yo no estaba enamorado todavía de nadie pero
3.1) fantaseaba con la joven Féren, la
de la voz bonita como un clarinete o un piano, y 3.2) con su amiga treintañera
Morphi, la de la voz verde y serena como el Viento, 4) Féren no se sabía a
quién deseaba pero se mantenía “inspiradora” con todos (es decir, 1 y 3); 1.3) Pachón nos deseaba a todas y yo me
preguntaba qué quería exactamente de mí.
Según
avanzaba el 2006 me vi convertido a mi pesar en un gurú sin doctrina ni método;
puro carisma: ¡Aquellos jóvenes parecían dispuestos a seguirme! Pero ¿hacia
dónde? –Yo, desconcertado, les conducía a las playas. Como si la Luna y el
silencio fueran maestros mayores. Yo no tenía respuestas, ellos sí.
-
¿No veis acaso que
solo soy un loco drogadicto de 43 años, la cara enrojecida de los borrachos
fumadores, de los fumetas sin rehab y alcohólicos bien conocidos? ¿Qué os
parece tan interesante y tan respetable en mí? ¿Es porque tengo un buen
puestecillo de trabajo en la Fábrica? ¿Es porque tengo dinero, porque voy
cargado de drogas como los camellos de los Reyes Magos el 6 de enero? - No,
porque no os invito a nada sino que es más bien al revés: los jóvenes convidan
al viejo ruinoso, al crápula, adinerado solo durante los primeros días de mes.
Y drogas no tomáis; me las dejáis para mí solo.
-
Entonces ¿por qué?, ¿qué os gusta de mí?, ¿qué demonios os atrae? No
creo que Pachón sea maricón aunque rime; sí, ya sé que le gustaría ir por ahí
de mariposa gay en los cafetines culturales; pero en realidad es un machista
de barriada que moquea testosterona y está dispuesto a tirarse a todas las
panaderas de la ciudad y a las que vengan. Féren no creo que se ponga bizca
mirándome el culo cuando me vuelvo; tiene un noviodetodalavida que es 30 años
más joven que yo y 30 veces más hermoso (yo no lo soy, no estoy bueno). ¿Quizás
Morphi se ha acercado a mí porque le excita mi cuerpo? “Esa tía lo que
quiere es llevarte a la cama”, me había dicho Lesbia cuando le conté una
conversación con Morphi. - ¿Tendría razón?
-
Pero no. Morphi está casada, o algo así: Malcasada, emparejada pero
sola con un cachorro. Es obvio que no se ha acercado a mí en busca de sexo como
esas mujeres que follaban con fiebre, animales que huelen agrio porque están en
celo, infiernos de Eros en extrema necesidad. No creo que sea por mi cuerpo. No
la he pillado aun remordiéndose los labios mientras me admiraba por detrás.
Tiene más clase. Sus ojos glaucos, glaucos siempre se mueven en altos temas: si
el Ego es transcendente o psico-físico, los elementos básicos de la vida
emocional del niño (el sentimiento de posesión o “esto es mío y de nadie más”)
o la adivinación del carácter a través de la astrología (como la mayoría de las
mujeres de la Costa es aficionada al Zodiaco y lo entiende de manera
instintiva). - Parecía atraída por mi espíritu, como Pachón por mi
“sabiduría” - qué pelota era-, o Féren –que era toda curva, esfera y emoción-
por mi amor a la música.
-
¿Pero no te das cuenta, hija mía, que las redondas que yo prefiero son
las que te hacen juego con los ojos, tus lindos ojos tristes de muñeca que va a
echarse a llorar o a reír en cualquier momento...?
-
Y Vd., que me trata todavía de
Vd., señora de la cruz, concepción de un respeto infamante..., ¿acaso no se da
cuenta todavía de que todo esto no es sino una maniobra recherchée de un
hombre rebuscado que se llama Jean Souffrance y hace 20 años que lleva
escribiendo sus memorias de casanova y ... no te das cuenta? ¡Después de
seducir y encerrar a la decadente clase burguesa del otro lado del río, -la
casi francesa de la gran ciudad costera del extremo Sur de Europa-, ahora
quiere burlarse del otro extremo, de la sufrida chica de suburbio proletario,
cerca de las huertas míticas y las palmas y pomas del extrarradio! ¿No lo ves?
No. No lo ves. Todavía.
-
¿Y tú tampoco, grillado, psicótico, anomalía? Si te crees que yo soy
sabio, es que eres idiota. Tiene mucha razón tu primo Fidel cuando le dice a tu
padre que te voy a meter en cosas más graves que mujeres o drogas. Sí. Conmigo
como maestro acabarás atravesando los quirófanos, convirtiéndote al salafismo,
dándoles mordiscos a tus propios intestinos. Si me eliges de maestro vas a
terminar muy mal. Quizás aprendas algo: A no seguirme, a no confiar en líderes.
Cosas más graves que la politoxicomanía o la mezcla del sexo con la
radiactividad. Podías haberte ahorrado el viaje. Pero tienes demasiadas ganas
de viajar. Y 20 años.
Y lo peor es que les iba tomando cariño.
Imagínese la inteligente Lectora una secta donde el líder es un demonio
arrepentido con las peores intenciones. Un drogado. Un abortista. Un verdadero
hijo de puta de los que ya no se enderezan (empalmarse, eso sí; disculpe mi
observación). Y bien, continúe suponiendo la Lectora que un pequeño grupo de
jóvenes son seducidos por este desaprensivo y deciden nombrarle su gurú. - Lo
normal es que el diablo les conduzca a la destrucción. Los fieles adelgazan; el
líder engorda cada día más.
Así
sucedería con Féren, Morphi y Pachón: Desde que me conocieron, no volvieron a
ser los mismos. ¿No tenían tanta curiosidad por mí? Ahí tenían los resultados
de mis obscuras doctrinas y enseñanzas: alpha) Féren acabó casándose con
su noviodetodalavida y haciéndoles operaciones a gatos semi-muertos; beta)
Pachón convertido en un espectro con diverticulitis, aferrado a la nostalgia de
la campiña de la Toscana y al YO SOY de Maharaj; gamma) Morphi ... fue tal vez la que peor terminó
puesto que ha terminado estando conmigo.
-Ya he explicado lo que les pasa a las mujeres que se me enamoran.
BIGAMIA
Divagaciones
Muchos
hombres en el fondo creen que podrían estar casados con más de una mujer. Pero
nuestras leyes lo prohíben. Por eso, la mayoría, además de señora tiene alguna
amante y varias amigas.
El
marido fiel es una rareza estadística. Más que matrimonio estable, lo que
abunda es el adulterio reglamentario. Y los que no tienen capacidad para
follar de gratis, aún tienen a su disposición las ratoneras de los burdeles
para huir de las esposas. Ellas en cambio, lo más que llegan es a magrear a un
macizo stripper en sus patéticas despedidas de solteras. Pero es raro
que el servicio incluya un completo, “el final feliz” (como los masajes
de Lucas, el hombre-molino amigo de Morillo). Algunos documentales demuestran
que en Brasil las celebrantes llegan a chuparle el miembro al stripper
de forma colectiva. Y eso que es en Brasil: la patria de la bossa y de
las garotas llenas de graça. En España las señoras –aun las de
clase baja- son quizás más “señoras” (o más reprimidas) y no pasan de juguetear
vergonzosas o un pelín atrevidas con el tanga del chico que se desnuda. Aunque
no piensen en otra cosa más que en hacer lo mismo que hacen las brasileñas. - Lloro
de compasión por las pobres mujeres, mis desgraciadas hermanas, cuando las
recuerdo riéndose en sus despedidas de la libertad.
Se
ha demostrado, gracias a las encuestas, que la mujer española es una de las más
fieles del mundo, aunque bastante por debajo de los parámetros de Japón e
India. Aunque a veces en la Costa parecía que todos nos habíamos acostado con
todas, eso solo se debía a la itinerancia. En realidad, la española –a pesar de
su aspereza o falta de dulzura- suele ser leal con su cónyuge mientras que su
novio o pareja se la pega con todas las que puede o visita de forma regular los
clubs de furcias o los reservados de bujarrones. Lo mismo sucede en Italia y en
general en el Sur: Los cüernos los ponen ellos (aunque no salgan las cuentas).
Países
luteranos acusan una inversión de estos estándares: Las alemanas y las
inglesas, las finlandesas y las rusas, las cocottes de Francia y las
salvajes ninfómanas de Groenlandia –donde es obligatorio tirarse a la mujer del
esquimal, te guste o no- zorrean a
espaldas de sus mariditos o hasta se lo hacen delante de él para así ponerle en
su sitio. En mi opinión están a pocos pasos de la destrucción de la familia, la
asexualidad masiva y el porcentaje de personas que viven solas en Tokio o en
Manhattan. Pero de momento se divierten follándose a hombres de paso mientras
sus maromos oficiales las esperan consternados cada noche que ellas salen de
marcha con sus amigas, preguntándose qué pueden estar haciendo hasta tan tarde.
Vuelven con las vaginas viscosas, aunque se han lavado, todavía están medio
engrasados los rieles del multiorgasmo clandestino... De modo que se ponen
cariñosas de nuevo en el lecho nupcial y el marido o compañero experimenta la
lujuria imprevista de su chica –la infiel por mucho que se lave o le regale un
polvo de consolación- como una prueba de fidelidad apasionada. Y todos tan
contentos.
En
vista de la universalidad del adulterio y de los contadísimos casos de parejas
que se guarden fidelidad y sean honestos entre ellos, parece que el matrimonio
y los votos matrimoniales son imposibles de cumplir, contrarios a la naturaleza
tanto de ellas que fantasean con Antonio Banderas mientras hacen el amor con el
padre de sus hijos, como para ellos que no dejan pasar una sola oportunidad de
mirar culos de peatonas en el paseo del domingo, abrazados a sus mujeres legales como a tablas
de naufragio, que lo saben y les dejan. - Todo esto me hace llorar de pena. Por
eso yo nunca me he casado. Para no pecar contra Eros.
Desde
el principio me dieron morbo las casadas, las señoras. Ya me gustaban de niño
mis maestras francesas: aquella distinción y ojos grises de madame Vendesse,
su rigor extremo y sus extremas disciplinas, me hacían fantasear a los seis
años con escenas donde se revelaba como la digna heredera del marqués de Sade y
de la Historia de Ô.- Sin embargo, a partir de los 30 casi todos mis
compañeros y compañeras de generación habían sucumbido a la cloaca
matrimonial. De modo que me especialicé en separadas decepcionadas para
siempre del patriarcado tradicional, resumible en un solo voto: “Tú me
planchas, me cocinas, me crías niños, me lo haces todo y yo me emborracho desde
el viernes, te doy palizas los sábados,
te pongo los cüernos los domingos y te violo los lunes; y respecto al dinero,
ya veré si te doy algo para que me compres”. Si se pronunciara ese voto real como la
vida misma, se lo pensarían dos veces.
Casi
era inevitable morderles los labios a las mujeres-de en cuanto sus
consortes se daban la vuelta. Y la culpabilidad “las ponía cachondas”,
como hubieran dicho en su horrible jerga los Soberanos de El Florida. Casi era
una grosería no darle un azote en el culo a la mujer de A. cuando A. no nos
podía vigilar. Algunos novios –como el de la Infiel hace 1000 años- hasta me
pedían que cuidase a sus prometidas. ¡Y se iban tan tranquilos, como si te
prestaran el coche o la casa! Por supuesto que se la cuidaría, le “apartaría
los moscones” (frase que me ha torturado durante más de veinte años, como si no
pudiera olvidar mi indignidad condensada en el recuerdo de cada una de las
palabras que dije).
El
colmo de la infidelidad es la novia aún en traje de boda tirándose a 5 ó 6
amigos de su marido en las toilettes del local del banquete. Eso sí que
es plantear con claridad y decisión lo que se espera de un contrato
matrimonial. Tuvo que ser una luna de miel de lo más truculenta. Con cuatro o
cinco mujeres que tuvieran esa resolución, se levantaban diez o veinte puntos
nuestros exiguos índices de infidelidad femenina. Y hay pocas masturbaciones
tan gratas como la mano de las mujeres que no se quitan el anillo de casadas.
-Querida Lectora, si aún no estás casada, yo te pediría –en pro del crecimiento
de nuestra relación (ya larga)- que corrieras a comprar las alianzas. Si no te
casas, no le estaríamos poniendo los cüernos a nadie y por tanto no habría
estremecimiento.
La
utopía o fantasía feliz del infiel es que su mujer le pilla fornicando con una
amiguita y que se les une. O bien que él le sorprende a ella y acaban
enredándose en una orgía donde ella es penetrada por los dos con mucha
deportividad. - En realidad, lo importante es quién la tendrá más larga, quién
es el marido de verdad, el hombre de verdad; y a ella naturalmente el que más
le excita es el nuevo, el ave de paso o “espíritu libre”, pene y
piel desconocidos. - Pero la mujer cumple sus deberes conyugales hasta en el
infierno de las bacanales, no deja de ser honrada ni en un ménage à
trois con su esposo. Se sigue preocupando de él y cuidándole hasta cuando
su alma se corre en la lujuria. No le desatiende. Se nota que tiene alma de
madre por cómo besa a su marido en la boca. - Y como está muy agradecida, es
más cariñosa que nunca en sus felaciones al complaciente consorte (además, las
embestidas en la posición del toro que le está metiendo el otro, también deben
excitarla; no es todo amor por agradecimiento). Los dos hombres quedan
de pie frente a frente y la mujer entre ambos arrodillada y por dos agujeros
enhebrada. No se miran, porque están a punto de eyacular y no pueden abrir los
ojos (están los tres que se les caen las babas). Pero no hay agresividad.
Cuando vuelvan a vestirse, ya se han hecho amigos. Todos están de acuerdo en
que hay que repetirlo.
Hombres
que se atrevan a vivir la utopía de la infidelidad sexual consentida y que,
como Scott-Fitzgerald entren en una competición abierta con su amada –o esposa-
para ver quién se acuesta con más gente, hay muy pocos. El campeón del mundo en
tríos no es Francia –la que acuñó el término de ménage à trois- sino Yemen y la
meseta del Mato Grosso. - A la mayoría, un acuerdo marital de libre-follar-para-todo-el-mundo
(la expresión es del psicólogo Wilhelm Reich), le parece indecente. En el fondo
no tienen corazón ni cojones para pillar a sus mujeres en flagrante delito de
adulterio – (flagrante porque estaban chillando como nunca suelen)- y en vez de
montar una escena de celos y de matarlos, tener una conducta mucho más pacífica
y amorosa.
-(No
acabo de entender por qué precisamente el 78 % de yemeníes confiesa en encuestas
autorizadas haber gozado de un trío más de diez veces en el último año. En cambio,
en España solo un ridículo 1% declaramos haber disfrutado de esa experiencia al
menos una vez pero a lo largo de la vida. En mi caso –más de 20 ménages à
trois – calculo que debe haber uno entre un millón. La sociología desciende
a la base, al detalle personal de la novela psicológica).-
Cargado
con todas estas extrañas ideas que ya se habían convertido en ideales o
banderas a lo largo de años de fidelidad a la infidelidad, de compromiso con no
casarme con nadie, en vez de tener un hijo, había consentido un aborto y me
sentía maldito como está maldito el asesino que ha perdido la cara. Había
contribuido a la muerte de mi padre. Antes había colaborado de varias formas en
el suicidio del Borracho el Filósofo (y hasta, de forma indirecta, en el
proceso de destrucción de sus amigos Benjamín y Javier C.). Era en cierta forma
culpable de la Muerte; no de la muerte de esta o de aquella relación –pues yo
mataba todas mis relaciones- o de la muerte de estos cuerpos amados... Sino que
Yo Soy la Muerte, la misma muerte.
Y
pronto habré de morir yo, lo presiento, aunque el autor –ese inepto, realmente
un escritor torpe y aburrido, sin brillo ni talento, un verdadero imbécil que
no está a la altura de sus propios personajes, mucho más complejos e
inteligentes que él mismo-, aunque el autor no quiera, aunque la Lectora no
quiere, tendré que acabar algún día. Una novela no es un puzzle ni un laberinto
por mucho que se empeñen Perec o Cortázar. Tiene vida propia y avanza con sutil
ritmo oculto. Ritmo de la inspiración, igual que el de Eros.
...Hijo muerto, asesinado
Antes de su propio alba;
No se conservan sus restos
En la Clínica Cloaca...
Cargado
con todas esas ideas que se mezclaban con valores, no había provocado más que
muertes. Quizás fuera hora de cambiar de ideas, de deshacerme de ellas. Quizás
fuera hora de tomarme en serio el Amor y de ser fiel, a ver si así volvía la
Vida y pasaba la culpa y la tristeza del largo interregno 2001-2005. - Por
supuesto que los macroatentados de Nairobi, Buenos Aires, Nueva York, Atocha y
Londres eran culpa mía. Energías colectivas sumadas de muchos individuos que se
comportaban, pensaban y sentían como yo (donjuanes) habían desembocado como el
karma en aquellas notorias masacres. Yo
había causado la Muerte. Era hora de cambiar.
Pero
al principio no parece que hayas cambiado. No puedes ser un hombre totalmente
nuevo. Cargas con tu memoria y con tu cuerpo, donde están grabados como en
piedra escrita cada uno de los instantes, emociones y actos de tu vida (y aun antes de que nacieras como encuentro
de óvulo grande con espermatozoide pequeño).
Sin
embargo, has cambiado de preferencias, de gustos. Cada vez te gusta más el día
y el sol; cada vez te gusta menos la noche. Empiezas a sentir algo así como
cariño de madre (en mi caso por Tobie, por Sara, por Edu, últimamente
por Pachón, Féren y Morphi). Empiezas a preferir tener momentos de ternura y
compenetración con los demás. Antes preferías discutir y avasallar; pero eso
solo trajo muerte y más muerte. Ahora te parece que llorar o enternecerte no es
ser débil sino al revés. Antes eras joven, ahora ya no. Antes eras más
inocente. En la página número 1 eras menos sabio que en la 455; si no ¿de qué
servirían las novelas?
Poco a poco empecé a preferir las
situaciones apacibles, propias de un hombre que frisa los 43. Por ejemplo,
conversar con los pescadores en la mañana de domingo, del pasado de la Costa,
cuando aún no existían los polígonos industriales, cuando las riberas del
Guadalhorce eran huertas y prados. El señor lleva un mono manchado de pintura
porque ha estado haciéndole un chapucilla a su amigo, pero es muy hermoso,
tiene los ojos verdes de algunos marineros, más claros que los de Morphi, que
son glaucos, pero no serenos. Además, me invita a cerveza. Lesbia me espera
arriba en nuestro nidito de amor y todo es correcto salvo que me olvido de que
había quedado con ella para comer a las 14.30, es decir, hace dos horas.
Me
gusta Torremolinos... El junkie
andaluz nativo
recibe un chaparrón de
hostias el domingo 24 de Hannuahr del 2004
del señor con acento
castellano, semicalvo, de ojos claros, casi autofulgentes
aun cuando La Colina en sus
trece plantas apenas ha todavía despertado
y ¿lo que me guste, importa?
Me amazes
Towémolinos y su mezcla de spaniards
con spinenglish,
Idiolecto Carihuela
y camareros hablan mayormente en alemán de Maguncia
con tornasoles provenzales y
franceses adornados con alguna guinda en english...
- A los hijos de San Jorge
les repugna un poco, no pueden disimularlo,
el moro que pasa cargando el
cuerpo colgón pero yerto de un cordero a
su fiesta en una bolsa.
Me
asombra Torero Linos... y lo que me asombre ¿importa?
Ellos aunque cuiden de un
perruncho carente de P-degree
no fueron tampoco mucho más
benevolentes con los cerebros alimentos de cerebros de terneras
y mi odio contra Europa ¿a
quién le importa? No van a comprar más
Shivas
tallados en cristal y en su
forma de 4 brazos en la Om jewellery de la calle San Miguel los indios de nombre
Krishna.
Me
gusta la flor de enero temblando en Torremolinos aunque no conozca
el blanco de la Edelweiss
ni si este pentágono morado
en el macetero de la escalera
es una especie de dhalia y ella es ... lo
sepa o no, el nombre ¿importa?
El viejo finlandés de
Shangrilah con un ojo vaciado o blanco
que yo no puedo mirar
Goes downstair a eso
de la una en busca de su paqueta ducados overlooking
a la bella
la bella flor.
Este pequeño suceso
anecdótico de Tu continuo proceso hace que me repantingue en la recacha del sun.
Aun en el semicaliente
paraíso hay una insinuación de frío
como en el piso de al lado
del que vio un asesinato.
Hasta en las playas donde se
fomentan desde hace siglos los veranos del amor
los restos de tempestades
gélidas de Toronto nos azotan algo profundo y el aire
es hirïente como un Tour de Rhemolinos.
Me
gusta Tor de Pollinos donde mi atención
se reparte
entre la naturaleza viva sin
flores de flamboyán pero sí de muchos paloborrachos,
la espalda juguetona al sol
de una gata pelirroja
y los senos un poco caídos,
aún bellos, de mujeres sureñas de 45 años
con pezones desabotonados o
lisos tras sus leves camisetas de tirantas.
Me
gusta este Do Re Do Mi Do
donde me olvido
cerca de dos horas y media
de mi verdadero amor
por los ojos de galadsia
de un marino.
Dice
que él no pudo estudiar
más que un año
que se crió
en granjas del Guadalhorce
mucho antes de que existiera
el Polígono.
Que
solo con su mujer lo hace sin preservativo
y que lleva con ella 25
años.
También recordamos cuando
éramos pequeños
y solo sabíamos jugar al
fútbol; fue antes de que americanos nos enseñaran
el basketball y el voleo y el hockey y
el balonmano.
Lleva
una boina francesa y se conoce
perfectamente la costa desde
Torre hasta Tarifa.
Me gusta Torremolinos y sus
hijos (una noruega, una inglesa de Vwarda, un israelita...)
Y lo que me gusta ¿importa?
Escuchar a los pescadores
refiriéndose a la Luna.
En hoteles five stars
donde las fuentes descienden
por las paredes del mármol
de los salones
escuché en labios de Sat
las verdades siempre nuevas
de los Vedas.
LA POESÍA ESTABA atropellando
a la narración. De forma inesperada ya no estábamos ni en burdeles ni en playas
sino en el interior. Desnudos bajo el claro de Luna, nos encontrábamos en el
jardín del Loco. Pero este era otro. Mi Señor debía haber vivido muchos
traslados y en muchas casas diferentes, y en ellas siempre había buscado el
campo. Pero no se atrevía a volver del todo. Casi en el centro del jardín con
seto de aromática arizónica, un enorme álamo blanco alto como veinte hombres.
Era el rey de aquel lugar; lo presidía sin violencia. Un hombre que tuviera esa
estatura, no tendría la humildad de un árbol.
Una
ligera brisa con olor a ciénagas frescas endulzaba el aire de la noche de
verano y hacía temblar las hojas con un rumor delicado. Ese sonido me llevaba a
pensar en Diosa, que es eterna.
Acaso
si veláramos bajo la Luna desnudos, como extraños oficiantes de una religión
perdida, ella volviese. Mi señor no parecía tan ebrio. Parecía dispuesto a
estar en silencio consigo mismo tanto tiempo como silbara el Viento en el vasar
de cristales del álamo. Es decir, siempre. Pues ese sonido, el del suave viento
de verano en las hojas del árbol, es el sonido de lo eterno. Éramos absolutamente felices en ese momento
de silencio, suspensos entre tanta belleza. Casi era como en playa. Pero no
veía a Diosa. O tal vez sí: en la Luna
Por
un momento madre Luna parpadeó ¿Será posible que mi llanto y mi nostalgia hayan
llegado por el túnel amarillento de la Luna hasta el corazón grande de la
Diosa?
Por
un momento yo no sentí a mi yo, fui parte del césped y de la granada cebada ahí
fuera, los campos de mies estival que nos rodeaban, kilómetros y kilómetros de
tierra fértil que arrojaban perfumes de
gramínea y de frescas riberas sin pueblos ni hombres. Los mortales no han
mejorado con sus perfumes el simple olor de la cebada poco antes de la cosecha.
Yo
era el río allá lejos, al fondo de los olivos y cereales, hacia el Norte
y el Oeste, donde se estanca entre juncales y parece que no fluye. -Fui un paisaje
de riberas y belleza semejante al Paraíso. Fui el río en su estado de
conciencia. E inquietante ave nocturna con su graznido espantoso y su propósito
aún más ténebre. Todo lo entendía y todo lo sabía. El secreto perdurable de las
estrellas arriba, en la noche clara de verano, la Luna y su corte que no la
desluce. Los mortales no han sabido tallar ningún diamante azul, rosa o blanco
tan bello como el brillo de un planeta o una perseida. –Ahora madre Luna me
habló a mí aunque gire fiel cada noche su vuelta a nuestro mundo, el planeta
del que quiso enamorarse, única Luna para todos. Pero sentí que me hablaba a mí
solamente, para que solo yo la entendiera, -aunque brillase para todos, humanos
que en ese instante, como yo, estarían admirándola-, porque me sobrecogió un
terror santo. ¡Estaba a punto de ver a Diosa en la redonda pantalla de la Luna!
-
Quizás fuera una alucinación –como dicen los mortales- o mi fuerza
inventando realidades pero por un instante más fugaz que un parpadeo –antes de
bajar con terror la vista- pude ver con mis ojos a la Diosa, su lindo
rostro.
Y ya iba yo a empezar a
llorar por los hilos de la Luna, ya iba de nuevo a llorar la pérdida, cuando de
manera milagrosa se abrió la puerta principal de la casa del jardín y ,
precedida por un fulgor como el que harían miles de estrellas, apareció ante mi
vista de cuerpo entero: Esta vez iba coronada por un aura de oro, envuelta en
un manto azul, ataviada
con magníficas vestiduras y guirnaldas, perfumada con aromas celestiales, plena
de toda clase de maravillas, resplandeciente, infinita.
Pude ver algo de su faz antes de
fundirme con ella. Era rubia y sus ojos
ambarinos. Por un momento pasó por mi mente en éxtasis la comprensión del
misterio de la Concepción In-maculada.
Entonces
al girarme para buscar a mi raptor, me pude dar cuenta de que a mí
no me veía pero sí la veía a ella. Yo era como un fantasma y podía levantar
la mano ante sus ojos sin que reaccionara de ningún modo; sus ojos abismados en
Ella. Entonces comprendí que estaba realizando su fantasía. –Estuvimos toda la
noche amándonos y cuando llegó el alba, parecía que hubiera pasado una décima
de segundo.
SAT PREMA DAS Y EL MAHA-MANTRAM
Escribo
sobre las mujeres que me turbaron, quiero hacer la crónica de los avatares del
Amor y sin embargo todavía no he hablado de Sat.
Conocí
a Sat, después del primer viaje a la India en el 92, cuando la Duende y yo
conseguimos estar a la mayor distancia posible, pues ella se fue a Cuba, que se
sitúa en las antípodas de la patria de Radha-Krishna.
Pero
ni siquiera esa cantidad de quilómetros consiguió separarnos. En la primera
noche de nuestro reencuentro ya le conté una aventura que había tenido con una
chica vasca que no usaba preservativo. Eso se lo tenía que contar por razones
médicas aunque se echara a llorar y le amargase un poco más la vida. En cambio
los episodios galantes de mayor relevancia en India – con la libanesa Carmen
Messara en Varanasi- y algunos encuentros sexuales más durante su ausencia, no
se los conté. La pobre lloraba diciendo que si lo hubiera sabido, se habría
enrollado con un cubano negro que estaba buenísimo y que no había dejado de
pretenderla durante todas las vacaciones. Yo miraba las fotos de su viaje,
consideraba a mi rival y compadecía a la Duende, que ya no dejaría de llorar
hasta que rompiéramos.
Fue
aquel año álgido - con Exposición
Universal en Sevilla y Juegos Olímpicos en Barcelona- cuando conocí a Sat en la boda de Carmen, la
hermana de Aradhya. Carmen del Valle era amiga de la Duende y había estado con
ella en Centroamérica de cooperante. Luego había emprendido un largo periplo
Norte-Sur a lo largo de las Américas. Al final del viaje se separó de su pareja
que la acompañaba. Yo la admiraba por todo eso y además era una mujer muy
bella, de una belleza trágica endulzada por un seseo granadino que era
delicioso escuchar; todavía recuerdo la templada voz de Carmen del Valle. Había
vuelto medio turulata de América aunque pareciera la estampa del sentido común.
Al poco tiempo se casaba en España con un dudoso aventurero de Chile, llamado
Carlos.
En
su boda conocí a Sat. Lo primero que me llamó la atención de Sat, fue su cabeza
rapada con una delgada coleta que le colgaba por detrás como a los devotos de
la India y a los bhaktis de Occidente que adoran a Krishna. Le pregunté, en
cuanto pude estar a solas, por qué llevaba la cabeza así y él me respondió
sonriendo que era por higiene pero también como una señal de estar en el camino
espiritual. Era la primera vez que cruzábamos palabra pero desde el
primer momento, desde que me dijo eso y le miré a los ojos, su rostro redondo
de mapuche o de lama, su coleta, me resultaron inusualmente simpáticos. Y supe
que me haría amigo de él desde que le vi.
Estas
impresiones son raras y algunos pensarán que se trata de exageraciones
poéticas cuando son meras observaciones
sobre hechos providenciales, claros signos de que la Providencia –Dios, Krishna, Eros- existe y maneja a voluntad, como un novelista, los hilos de nuestro Destino. Y
en especial los encuentros con personas que van a ser especiales en nuestra
vida. Es decir, en especial, los avatares de Eros. Todo resulta más fácil de explicar si Dios
existe: Ya he conocido a Sat en otras encarnaciones, en otras vidas, hemos
quemado juntos ya mucho karma. No hace mucho que he vuelto de mi primer viaje a
la India y no quiero otra cosa más que volver o, si no, hablar de la India con
alguien que conozca sus misterios. Y él ha aparecido para eso. Me sonríe
de una manera que me hace confiar plenamente. Es como si ya le conociera y no
tuviera nada que temer. Quedamos para vernos otro día en Lanjarón donde vive
con Aradhya en una casa en la montaña.
La
mente tal vez duda cuando se encuentra eso tan raro: los ojos de un hermano, el
que puede comprenderlo todo. La verdadera amistad es más rara, más preciosa que
el amor. Se puede uno enamorar tal vez 75 veces a lo largo de la vida si se
cambia de amada de un año para otro desde el nacimiento a la tumba. Pero nadie
puede presumir de haber tenido 75 amigos íntimos. Yo ya no tengo ninguno. Los
perdí a todos por negligencia, incluso a Sat. Soy del peor karma que hay: el de
los que traicionan precisamente a las personas que más quieren. Y todavía
quiero a Sat aunque hace años que no le veo.
Pronto
estaré muerto y no tendrá ninguna importancia como no la tienen los muertos de
las guerras, meras apariencias, mallas de maya que para los ojos de Krishna ya están muertos aun antes de iniciarse la
batalla. Pronto moriré pero antes debo ir a ver a Sat y cantar con él en la
mañana el mantram. Tal vez me ponga a sus pies y se los bese como si
fuera el mismo Govinda encarnado en el Maestro, si me habla durante tardes interminables
de los pasatiempos infinitos del Ladrón de
Corazones, el de cientos y miles de nombres. -Gracias a Sat conocí a
Chaitanya y sus 8 slokas:
“Gloria al sankirtana de Shri Krishna, que limpia el
corazón de todo el polvo acumulado por años, y extingue el fuego de la vida
condicionada, de reiterados nacimientos y muertes. Este movimiento de sankirtana
es la bendición prinicipal para toda la humanidad, pues difunde los rayos de la
Luna de la bendición; es la vida de todo el conocimiento trascendental, aumenta
el océano de la bienaventuranza, y nos permite saborear plenamente el néctar
que siempre estamos ansiando.
“¡Oh, mi Señor!, solo Tu
santo nombre puede otorgarles toda clase de bendiciones a los seres vivientes,
y por eso Tú tienes cientos y millones de nombres, tales como Krishna y
Govinda! En estos nombres trascendentales has invertido todas Tus energías
trascendentales, y ni siquiera hay reglas estrictas para cantar esos nombres.
¡Oh, mi Señor!, Tú eres tan bondadoso, que nos has permitido acercarnos a Ti
fácilmente mediante el canto de Tus santos nombres, pero yo soy tan
desafortunado, que no siento atracción por ellos”.
Me gustaba eso de que “no hubiera reglas
estrictas para cantar Sus nombres”. Me gustaba que el mismo Chaitanya –el
creador del sankirtana- dijera que no sentía atracción por los nombres
innumerables de Dios. Ese reconocimiento me hacía pensar que era auténtico.
“Uno
debe cantar el santo nombre del Señor en un estado mental humilde,
considerándose más bajo que la hojarasca de la calle; uno debe ser más
tolerante que un árbol, estar exento de todo sentimiento de vanidad, y estar
dispuesto a ofrecerles pleno respeto a los demás. En semejante estado mental,
uno puede cantar el santo nombre de Dios
constantemente.
“¡Oh, Señor todopoderoso!, no tengo ningún deseo de acumular riquezas, ni
tampoco deseo bellas mujeres, ni quiero tener seguidor alguno. Lo único que
quiero es Tu servicio devocional sin causa, nacimiento tras nacimiento”.
Quizás
en el fondo yo me pareciera a Chaitanya y fuese como él alguien que no se
siente atraído por la práctica religiosa, alguien que a pesar de ello es
empujado a la devoción casi a la fuerza. Yo tampoco ansiaba ya bellas mujeres
ni seguidores.
“¡Oh, hijo de Maharaja Nanda (Krishna),
yo soy Tu siervo eterno, mas aun así, de una manera u otra he caído en el
océano del nacimiento y de la muerte. Por favor, rescátame de este océano de
muerte, y colócame en Tus pies de loto, como uno de los átomos de ellos.
“¡Oh, Govinda!, sintiendo la separación de Ti, considero que un momento
es como doce años o más. Lágrimas fluyen de mis ojos como torrentes de lluvia,
y en Tu ausencia me estoy sintiendo totalmente vacío en el mundo.
Así me sentía yo, herido de Amor y buscándolo
en el espejismo de los rostros de mujeres.
“Yo no reconozco a nadie más que a Krishna
como mi Señor, y Él lo seguirá siendo aunque me maltrate con Su brazo, o aunque
me destroce el corazón con no estar presente ante mí. Él es completamente libre
de hacer todo lo que quiera, pues siempre es mi Señor venerable,
incondicionalmente”.
Me
gustaba todo lo que rodeaba a Sat: que viviera en el aire alto de las
Alpujarras, su Jardín del Amado decorado con estatuas e imágenes de Krishna y de Radharani, el olor dulce del sándalo, el
olor del prasadam, Sat leyendo el Guita y comentándolo. Ni se me ocurría
hacer preguntas; era evidente que poseía el don de la elocuencia, jamás me
cansé de oírle cuando explicaba las Escrituras, a menudo citaba el texto
original en sánscrito y el sánscrito con sus aes, sus cerebrales y sus versos
sintéticos, me hacía perder el sentido de la realidad.
Luego
me quedaba a dormir en aquella casa de la montaña abierta al mundo. Lo que me
gustaba de Sat es que parecía totalmente independiente del deber de ganarse la
vida con un trabajo estable como el mío en la Fábrica de Membrillo. ¿Cómo lo
habían conseguido? Les proveía Krishna,
gastaban poco. Nada era más alternativo ni revolucionario que pensar todo el
tiempo en Krishna y adorarLe continuamente
pronunciando Su nombre.
Cuando
Sat me puso en contacto con Krishna, yo ya Le conocía. Mi memoria se pierde en
las tinieblas de la infancia, tal vez entonces ya Le conocía. En India Le había
visto muchas veces. Casi no había pensado en nadie más durante los veinte días
de tumultuoso viaje. Era como si Él me rondase.
Una
noche de invierno en el cuarto de invitados de su casa de la montaña, Sat me
pidió que pronunciara el maha-mantram; le vi tan afectado, tan humilde
que no pude menos que darle sartisfacción. Por primera vez en mi vida, con tono
tambaleante dije:
“Hare Krishna, hare Krishna.
Krishna, Krishna, Hare Hare.
Hare Rama, hare Rama,
Rama Rama, Hare Hare”.
Satisfecho, con alegría memorable, Sat dijo: “Guau. Ahora mismo debe
haber en el Cielo millares de ángeles cantando”. Me pareció que me daba
demasiada importancia. No creía que tantos seres se alegrasen por el retorno
del pecador arrepentido, oveja negra, hijo pródigo.
Todo lo que decía Sat me
emocionaba. Era la Verdad Absoluta. Ya jamás me apartaría del bello nombre de Krishna.- Pero no es verdad: me aparto del Amado., me
aparto del Amor. Le rehúyo y sin embargo
no logro rechazarLe nunca por completo.
¡De qué manera, Amado, te
rehúyo
Y pequeñas mazorcas de maíz
Me hacen pensar en el
tímpano
Rubio de maizosa rubia!
¡De mil modos, Amado, me
aparto:
Diminutos poliedros de carota
Se parecen regulares a sus
labios!
¡E invocándote te huyo
Por los fondos de un oído
Absolutamente rubio
Y el aliento mañanero de una
mujer en la lluvia!
Los
círculos de tu incienso
Pretero por los de grupas.
Desde
aquel primer encuentro quedé impresionado por la forma de vivir de Sat y de Aradhya:
Aquello sí era salirse del Sistema. En los primeros tiempos, como no tenían aún
casa, habían dormido en el coche en plena sierra, abrigados con mantas. Luego,
amigos que eran ángeles, les habían ayudado a levantar una casa y hasta les
habían regalado un baño y una estufa de leña. Estaban convencidos de que Dios
cuidaba de ellos y que no debían preocuparse del sustento.
A partir de entonces empecé a acudir con frecuencia a la
casa de Sat y de Aradhya en las Alpujarras, no había nada mejor que
subir hasta allí donde gravita la presencia del Amado en el Jardín aun antes de
que aparezca Sat. Yo me demoro en el jardín: Dios será invisible y los ateos
derivarán de ello su inexistencia, pero que no sea visible directamente –porque
tiene todas las formas y ninguna en particular, porque Él es Forma Pura- no
significa que sea imperceptible. Para los sensibles es fácil sentirlo. Un
verdadero materialista, igual que no puede hacer el Amor, tampoco puede
disfrutar del campo: Hari estaba allí por todas partes: se le podía oler en el
sándalo dulzón, se le podía oír en la caricia del viento sobre el bancal o en
el salto de la rana en el estanque con lotos. Continuos y apasionados
pensamientos de devotos habían levantado ese jardín que era un templo. Dios no
es invisible; es sutil.
No
había nada mejor que escuchar a Sat leyendo el Guita. La guturalidad rotunda de
la lengua de Vyasa despertaba dentro de mí un instinto obscuro como si aquello
fuera la lengua de los ángeles o de los semidioses, un idioma que disponía a la
mente en otro sentido distinto al habitual. A continuación venían las
explicaciones de mi amigo con su simpática
voz algo nasal y su entonación chilena. Predicaba con calma y con
discernimiento y su voz en esos momentos era el sonido más sosegador de todos
los que produce el universo. Habría estado escuchándole sin pausa, jamás me
cansaron ni podrían aburrirme las verdades siempre nuevas de los Vedas.
-
Pero tú no crees. Habla. Vamos di todos tus puntos críticos –me
desafiaba Sat al final de sus comentarios; yo comprendía que era un honor que
me invitase a preguntar, me distinguía así en medio del grupo. A menudo
comprobé que Sat podía leerme el pensamiento.
Sin embargo yo le decía que sí creía y que no
tenía preguntas. Era evidente que estaba inspirado por Krishna, que amaba y
conocía aquel libro como los senderos y parterres de su propio jardín y que
llevaba una vida ejemplar de auto-subsistencia en el campo. –En la India había
aprendido a entregarme a lo irracional, a no discutir: ¿Dios hecho hombre hace
5000 años en Vrindaván con la forma de un príncipe de piel azul? ¿Tenía un
disco mágico, hacía milagros como sostener la montaña de Govardhana para que sirviera de paraguas? ¿Había derrotado
a un demonio? ¿Había conducido el carro
de Arjuna? ¿Había cantado una por una las palabras del Bagavad-Guita? ¿Eran
dulces y embriagadoras las notas de su flauta? ¿Y por qué era tan hermoso? ¿Por
qué me atraía tanto si no era más que una fantasía? ¿Habría renacido 8 veces
como pez, serpiente, jabalí, enano, león, gigante, ¿, Rama; renacería como
Buddha y Maitreya?
Yo
no tenía preguntas, tenía ganas de cantar: Al final de la lectura, Sat sacaba
el harmonio, la mindarga y los crótalos y uníamos nuestras voces en el kirtam.
Pero cualquier canto devocional no era más que un preludio para entonar el
maha-mantram de Hare Krishna:
– Hare
Krishna, Hare Krishna.
Krishna, Krishna, Hare Hare.
Hare Rama, Hare Rama.
Rama, Rama, Hare Hare.
Lo cantábamos al final
sedientos de paladear de nuevo cada una de las 32 sílabas, lo cantábamos de
todas las formas y con todas las melodías posibles, le poníamos hasta la música
de La Cucaracha. Nunca nos cansábamos de repetirlo. Era el poema perfecto, eternamente
nuevo; en cierta forma había que buscar razones para hacer otra cosa, para no
estar cantando el mantram de manera
continua. Al final su dulce murmullo termina por acompañarte todo el tiempo,
como el murmullo de tu propia sangre: Hare Krishna.
Dios no será visible,
pero se ha podido fotografiar a personas en el trance de la fusión con lo
Absoluto. Un día ocurrió en el momento en que estábamos cantando con especial
emoción: Una devota empezó a llorar y a sofocarse de acuerdo con los 8 síntomas
del éxtasis. Nadie dejó de cantar pero la vibración espiritual del corro se
elevó y pude notarlo en la piel porque sentía al grupo y no solo a mí mismo. No
había simulación ni histeria en aquellas lágrimas sino que era la simple
experiencia de haberse sentido respondida por Krishna. Avergonzada la devota,
salió al jardín para que no la viéramos llorar. Yo sentí envidia de su soledad
en el jardín. -El éxtasis es semejante al orgasmo pero no idéntico.
Debía ser verdad que Dios
existe y que cuida de nosotros. Los ateos son unos valientes dispuestos a
cruzar el universo soltándose de la mano
del Padre. No creen más que en sí mismos, en el Hombre. Pero yo ya había visto
a dónde conduce todo eso: a la Muerte. Tal vez, si cambiaba de ideas,
volvería la Vida, que es Eros.-No me costaba mucho admitir los milagros puesto
que he asistido a numerosos prodigios o sucesos sobre-naturales a lo largo de
mi vida, como queda consignado en el presente catálogo. Mi suerte en el Amor es
el más milagroso de todos ellos. Algo bueno, algo muy sutil y auspicioso tuve
que hacer yo en otras vidas por la Mujer, para que en la presente se me haya
otorgado una facilidad de acceso a sus encantos rayana en lo increíble.
Sat no era un cura ni un bráhamana
ni un swami ni mi “disipador de tinieblas” (o tal vez sí) pero
era un devoto verdadero. En lugares apartados donde rumorean los pequeños
arroyos de la agreste Alpujarra, rodeados de perfumes naturales a azahar,
semejantes a las esencias del Paraíso de Vaikhunta, Sat me habla de Krishna
y experimento la Felicidad Absoluta.
No era un sacerdote como
los que había conocido en mis viajes –el de Vrindaván, el de Poona o el
de Santander. Sat siempre era humilde y tolerante pero poco a poco me
presionaba para que me comprometiera, para que practicara. Y yo siempre lo
demoraba. No me apartaba del mundo
material ni de las actividades fruitivas. Comía carne, bebía alcohol,
tomaba toda clase de tóxicos. Pero poco a poco, -como otro vicio erótico-
tomaba el rosario y repetía Hare Krishna, Hare
Krishna, Krishna Krishna, Hare Hare. Estaba más que demostrado para
mí, el poder del mantram.- Luego me apartaba, perdía el rosario, volvía
siempre hacia las simas. Y Sat siempre me perdonaba, como si fuese sabio y
dulce. Como el mismo Krishna.
Pasaban mujeres que yo
llevaba a las Alpujarras a confrontarlas con mi maestro: La Duende, Mysia,
Démeter, Aricia, Lesbia, Morphi... Sat las recibía siempre con hospitalidad
oriental y nunca me criticaba por voluble. Era comprensivo y firme como la
verdadera sabiduría. La de Krishna.
Otras veces bajaba él a
la Costa y nos encontrábamos en hoteles de Torremolinos, con lobbies de
paredes marmóreas por donde corren hilillos de agua. La voz de Sat hablando de Krishna, una y otra vez y siempre de Hari-Krishna en sus infinitos pasatiempos, se trenza con
la canción del agua pero yo escucho más la de Sat. Nunca debí apartarme de su voz. Su voz
hablando de Krishna.
MORPHI II
Mi bigamia duró desde las
22 h. del 8 de enero de 2006 hasta las 23 h. del 19 de mayo del mismo año. Pero
no fue una verdadera bigamia sino someterme a la evidencia de que me estaba
enamorando de Morphi. - Yo no podía haberlo querido: Estaba más o menos estabilizado
en el adulterio y pensaba seguir así, en una especie de interregno. Estaba
enamorado de Tobie, laetitia cordis mei; pero Eros me perseguía en imprevisibles
aventuras las dos terceras partes de mi tiempo, el que no pasaba con ellas. - A
veces Eros y la Aventura se presentaban sin que hubiera podido aún despedirme
de mi novia y de su hija; ellas me observaban un poco intrigadas, como si yo
fuera un personaje novelesco, un Rocambole, se hacían preguntas sobre
mis curiosos acompañantes callejeros y me dejaban ir. -Ellas estaban del lado
de la rutina y de la normalidad. Quizás yo debería haber aumentado mi
permanencia y mi confianza en esa zona. Hasta un 33.3 % por ejemplo. Estaba
alcanzando una edad respetable y no quería ser uno desos solterones que no
creen ya en el Amor (ni en Dios) y salen por ahí a arponear universitarias como
personajes de Philip Roth.
Había empezado por tomarme a guasa
nuestro grupo de meditación. Por sistema les había mostrado los peores
aspectos de mí mismo y allí seguían conmigo. Con Morphi había empezado a quedar a solas. Pero
solo para enseñarle que tenía la mayoría de los chakras cerrados o averiados,
para rechazarla como a un ser poco evolucionado que me hace gracia. Nuestro
primer beso fue cuando yo bajaba la basura:
Lo normal habría sido abordarla
cuando
subimos al piso; no al salir,
en la
escalera despintada con olores
de cenas
vecinales ya muy frías
y en la
mano la bolsa de basura.
O volcarse en ese espacio del sofá
no más
largo que el impulso del abrazo;
no en
inhóspito entresuelo con sonidos
de
extraños, televisiones, ladridos
de mi bloque
sacando mi basura.
La risa y el sarcasmo siempre
estaban cerca, como las ganas de burlarse. La sensación de ser basura, también.
Y sin embargo ella me seguía mirando con ese respeto incomprensible. Hasta
obligarme a preguntarme qué habría visto en mí para respetarme tanto. ¡Si solo
soy un borracho, un drogadicto, un loco, un colaborador del Diablo, el que
arrastra a las mujeres a la perdición!
Su rostro
podría ser el de un hombre,
las
diabólicas aristas de la hermana
de César
Borgia.
No sé qué
luz
(quizás esa
luz que asciende)
pinta un
halo en su barbilla violeta.
De su labio
pienso: “leporino”... No sé,
podría
haber pensado otra cosa:
los
crueles, sensuales bultos de Casanova.
... Sin embargo, el cambio no llega
de la noche a la mañana, nadie sabe exactamente en qué momento cambió la
dirección de su karma. Ni por qué. (Ni tampoco qué es el karma). No fue
una decisión consciente, un acto de voluntad puesto que la Voluntad y hasta la
Conciencia están sometidas a la Ley Causal (o karma). Tenía razón Sat: “En
realidad, no es uno el que cambia”. Al lado de Sat –que atesoraba el tesoro
de los Vedas en su casita homemade de las Alpujarras-, desde la mirada
de Krishna, todo
resultaba diáfano. Y era posible conocer la
Verdad: No es el ego el que cambia pues el ego no quiere cambiar; es el alma.
Y el Alma se despierta en el silencio del canto de los nombres de Eros.
Parece ,porque tiembla, que sería
capaz de
entregarse a inconcebibles
contorsiones
y humedales de lascivia
pero admiro
sus hombros inmaculados
muy lejos
de mi bolsa de basura.
La beso, la acaricio porque casi no la veo
y ella en
el ascensor febril con su boca
recorre la
elongación de mi nuca
hasta
provocarme risa
de bazofia,
desecho y barredura.
Pero todavía conservé a mi novia de fin de semana mientras
los 2/3 restantes los pasaba cada vez más con Morphi. Quizás yo era uno desos
árabes o hindúes que pueden satisfacer a dos mujeres. ¿No había vivido Jung con
su amante y su esposa en la misma casa? Hasta el asexuado Heidegger –un Maestro
de la Muerte de Alemania- había tenido una amiguita. Por no hablar de Spencer
Tracy, que nunca se separó de su señora ni se casó con la Hepburn.
Pero ¿por qué solo dos? ¿Por qué no diez mil? -Porque un
ser que satisfaciera a 10.000 mujeres no sería humano.
Pero poco a poco Morphi con su
imbatible respeto, inmune a todas las payasadas o auto-envilecimientos que yo
pudiera escenificar, me iba venciendo. Yo me emborrachaba y me colocaba hasta
caerme al suelo delante de ella y mis otros dos fieles. Cuando me pedían
consejo u orientación, les daba los peores: que se inyectaran heroína, que les
faltaran el respeto a sus padres, que no se separasen de sus maridos o novios o
que rompieran (dependiendo de lo que fuese a hacerles más infelices), que
adoptasen dietas que les llevarían a la tumba o al menos a complicaciones
intestinales irreversibles, que rompieran los cristales de los sindicatos
estatales (nosotros, CNT, no disponíamos de cristales), que incendiaran los
bosques, que contaminaran las playas, que devoraran cadáveres, que maltratasen
a sus hijos. En fin, que hicieran lo peor.
Estas doctrinas unidas a mi comportamiento claramente
pecaminoso de acuerdo con cualquier código moral, deberían haberles disuadido
de seguirme: Un gurú no bebe grandes cantidades de vino francés ni hace cenas
copiosas (a menos que sea Gurdjieff). Iban a acabar muy mal pero yo seguía
sonriéndoles y cautivándoles. Fiel a la burlona anti-enseñanza de la
anti-Poesía, lo único que contaba.
Mi
única manera de avisarles del peligro era llevarles a las playas, enseñarles la
Luna, tomar absenta, evocar a Lautréamont,
cantarles el maha-mantram durante
horas, como un loco. Pero ellos seguían creyendo en mí.
Poco a poco fueron tejiendo una crisálida de oro en torno
a mi aura como el personaje de Murakami: a) Pachón seguía manteniendo que yo
era la persona más sabia que había conocido y a mí no se me ocurrían más monstruosidades para decepcionarle; b) Féren se alejaba de su
novio para venirse con nosotros, los de la Secta; el novio aparecía solo para
demostrarnos que no estaba celoso, como si
ni Pachón ni yo diéramos la talla de rivales; yo
hablaba de las Caras de Bélmez de la Moraleda y él casi se enfadaba por
“mi credulidad”; entonces yo le daba la razón de manera cobarde: no pensaba
competir con él, que no ha visto en la noche la avalancha de espíritus; c)
Morphi me escuchaba y me escuchaba en silencio con sus ojos glaucos, glaucos. Poco a poco, ante su respeto, fui empezando a hablar en
serio, a tomarme a mí mismo en serio después de años... A quererme, a quererla.
Poco a poco ella empezó a hablarme del “padre de su hijo”,
un extraño giro de lenguaje que parecía encubrir algo. Sintomáticamente yo al
principio le aconsejaba que mejorase su relación con su pareja, que no se
separase. En esto sí me parecía a los curas y no desvariaba ni pizca. - No era
la primera vez que me cruzaba con una mujer que se queja de su relación con
otro. Ya me había ocurrido en numerosas ocasiones desde los 15 años y la
estrategia siempre era la misma: Hablar a favor del otro, ponderar sus
méritos – como con Marcos y la primera Cristina- mientras le vas tocando el culo a su mujer,
novia o enamorada. Del mismo modo que en Friburgo dormí el mejor sueño de mi
vida después de que Carmen me confesara que tenía novio. Qué tranquilidad.
Pero cada vez me divertía menos el sarcasmo. Ya no quería
reírme de Morphi, de la pelirroja, como si fuera un patético personaje de
novela del que abusa el psicópata protagonista . - Ella
me llevaba a la Feria del Libro de la Alameda; yo compraba textos de los que
incitan a la violencia revolucionaria. Ella me llevaba a parques japoneses de
la Costa poblados por el espíritu de Buddha y cientos de pájaros; yo le cantaba
canciones que solo hablaban de la Muerte, la vieja melancolía. Ella me llevaba
a las rías; yo la arrastraba a los cementerios. Yo perdía las llaves de la casa
y del coche por la noche; ella me los devolvía por la mañana (como si fuese mi
ángel,con toda la autoridad de haberlo sido siempre). Era el ojo avizor que
todo lo encuentra. Yo le pedía que me dejara en las simas, en los burdeles de
la zona portuaria; ella me llevaba a los paseos marítimos felices de la Costa, almádenas de todo
sufrimiento. Yo le señalaba, -entre
lágrimas-, las industrias papeleras
pestilentes que contaminan Pontevedra; ella me llevaba a comer entre risas
mejillones de los criaderos de altamar. Yo iba hacia el Mal; ella siempre me
llevaba al Bien.
Una tarde, no tuve más remedio que
confesármelo a mí mismo. - A pesar de mi vida de crápula impenitente, había
adoptado la costumbre desde hacía ya muchos años –tal vez desde el principio de
mi existencia- de pasar una gran parte de mi vida en recogida soledad. Muy a
menudo mis soledades eran deliciosas porque disponía de drogas diversas en
cantidades considerables. La distinguida Lectora –que ya me va conociendo un
poco, tal vez como se conoce a un hijo...- ya se habrá imaginado que yo
soy desos que hacen yoga después de haberse jincado una buena loncha de
cocaína. Mezclas irreverentes. Profanaciones. Meditar bajo los efectos de la
heroína y el alcohol. Ensoñaciones guiadas por el LSD. Iniciaciones con ayahuasca.
Terapias en éxtasis. Pero lo mejor es drogarse solo, lo que le gusta al
drogata: Tú y la Droga, cara a cara, eternamente.- Y en mis soledades solía reflexionar sobre
las cosas que me iban pasando en forma de diálogo razonable conmigo mismo. Como
si escribiera un diario, un diálogo,
algo así como mi Catálogo. Ya entonces llevaba mucho tiempo
escribiéndolo, viviéndolo; y tú conmigo.
Aquella tarde estuve un buen rato hablándome a mí mismo
mientras oía música: Pensaba en Morphi: De repente alguien dentro de mí mismo
–un amigo más lúcido y más amoroso que cualquier amigo- me dijo que estaba
volviendo a pasar : estaba quedándome prendido y enganchado de la voz de Morphi, süave y verde como el viento... Pronunciaba
demasiado a menudo su nombre a lo largo del día, pensaba demasiado en
ella, era preocupante que pasaran las
horas sin que se nos agotara la
conversación ni los pasatiempos: todo con ella parecía interesante como una
novela. Y a la vez, ameno. Pero Lesbia me había pronosticado que no rompería
con ella hasta que no encontrase a otra. Me había sentenciado. Ella a veces
también hablaba como un oráculo; al fin y al cabo, era andaluza y le
sobrevenían a veces chispazos de clarividencia. No debí
dejarla nunca.
Estaba volviendo a pasar. No era
la pelirroja, el experimento de un sádico que se está preparando para matar,
descuartizar y comerse a otra: su ex o amor de su vida. No pensaba hacerle daño
a una persona que llevaba tanto tiempo escuchándome con tanto respeto como si
oyese al oráculo, mientras yo no decía más que disparates y malicias.- No era
la seducida ninfa del arroyo. No era la insatisfecha mujer perfecta de obrero.
Ni una treintañera en minifalda con ganas de marcha. Ni una putita de barrio.
Algo dentro de mí,
se puso a hablar en silencio durante largo tiempo: Me asaltaba, me decía,
-mientras yo escuchaba vidalas y fumaba sin pensar aparentemente en nada- , que
me tomara en serio a aquella mujer que había aparecido en mi vida y que se
quedaba aunque yo le dijese medio en broma que la mitad de los chakras los tenía atascados, que yo se
los podía calentar o abrir un poco pero algunos eran más delicados que otros y
no teníamos tanta confianza... Sí, que
siguiese con su pareja oficial (el marido-de-su-hijo, el padre-de-sí-mismo),
que no se quedara en terreno de nadie; ah, y lo de nuestro beso no se debía
repetir; porque yo quería seguir con Lesbia y con ella, Morphi, mantener una
amistad platónica de largos coloquios y solo un beso en los labios sellados en
las despedidas. Es decir, casi sin Eros.
Pero ¿qué puede haber de más erótico que lo
platónico, no enrollarse y desearse?
Durante meses acudimos puntuales a nuestra cita bajo la Luna todas las noches
en la floresta. Ella desnuda y yo desnudo. Y la Luna. Nos mirábamos, nos
deseábamos cada vez más y no nos tocábamos, por un voto. Pero una desas noches
el deseo fue tan grande que las almas mismas saltaron y se fundieron en el
aire. Fue un 8 de enero. Las cosas graves pasaban siempre en torno al 8 de enero; en mi destino debe
haber una conflagración astrológica que confluya con muchas líneas en torno al
Día de Reyes y, sobre todo, al octavo día del año.
Mi segundo yo me fue hablando a
lo largo de toda la tarde de soledad. Yo no tenía más que fumar, a veces
distraerme con un pasaje emotivo de las zambas y sobre todo escuchar. Hablaba a
una velocidad endiablada esta parte de mí o como se la quiera llamar. No era yo
mismo ni tampoco un trasunto de mi imaginación porque decía cosas que yo no
había ni siquiera imaginado y sobre todo por su tono impositivo, como si
quisiera arrancarme la venda de los ojos, hacer que me enfrentara a la Verdad.
Su tono empezó a tocarme el corazón: - ¿Qué
tenía de malo Morphi, por qué demoraba tanto el encuentro si en realidad no
deseaba más que estar todo el tiempo con ella, causa de mi delicia? ¿Qué tenía
de malo, qué me asustaba tanto? ¿Por qué no rompía con Lesbia y sostenía una
relación más seria y comprometida con Morphi? ¿Qué mujer había conocido como
ella, mejor que ella?
-
Claro –replicaba mi parte más
cínica-, esto es descartarse de triunfos aunque ya lleves juego: Llevas tres
reyes y la sota de bastos, tiras la sota pero solo para que te vuelva a salir
la de copas.
Morphi, de hecho, se parece a la
Sota de Copas en la estampación de Heraclio Fournier: delgada, esbelta,
pelirroja y con nariz aguileña.
-
No quiero descasarme de Lesbia
para re-casarme con la malcasada o incasada Morphi – seguía yo, cada vez más
fumado y más divagatorio, más retórico- que se separaría de su no-marido o
no-muerto “padre-de-su-hijo”. Dejemos las cosas como están que ya es bastante
enrevesado. No quiero aumentar los picos de la Costa en
divorcio-seguido-de-segundo-(o tercero, o enésimo)-matrimonio. Yo prefiero
contribuir a otras barras estadísticas. No soy de los que se separan un martes
de la Vieja para juntarse un miércoles con la Nueva, mucho más Joven, a ser
posible centroamericana. No tengo novia ni esposa. Tengo a Lesbia, tengo a
Tobie y diversiones. Y está bien así.
-
Pero, por favor, deja de decir estupideces. Pareces un personaje, no
una persona. No dices más que desvaríos para hipnotizarte a ti mismo con tus
trucos y derivas de siempre. Pero, por favor, piensa un poco en ella: Es bella,
es deseable, tiene los ojos glaucos, glaucos como los del soneto del dulce
mirar. Es la Musa, la memoria de la humanidad. Es capaz de conducir las almas
al cementerio, envía mensajes telepáticos a través de la Luna, desentraña con
frialdad objetiva el misterio de las geometrías escherianas de la Alhambra, insinúa los del Sacromonte, y tiene en sus ojos glaucos, glaucos los
espíritus atormentados, no serenos, de bella Ciudad de Costa siempre envuelta
en matanzas desde hace miles de años.
-
Vaya. Parece que a quien te
gusta es a ti.
-
Pues claro que me gusta.
Al final de la conversación, yo, vuelto a la condición de
individuo único –y por tanto con un solo interlocutor mental- me eché a llorar:
La música aún sonaba: Tenía razón mi alter-ego, mi amigo imaginario: Morphi era
maravillosa, encontrarla fue intuición de Dios. En ese momento conclusivo
decidí entregarme al amor de Morphi –que no
tenía ni idea de lo que le esperaba, ni puta idea de dónde se metía- y decreté
unirme a ella, como ocurrió. Y Jorge Cafrune
cantaba en mi pequeño piso de soltero, asomado al litoral y al fósforo de
Huelin:
“Tus palabras son
fresco manantial.
Al oír tu voz
aprendí a cantar”.
EN UNA ESCUELA DE AMOR
Al principio no te das cuenta de que tu
destino (o tu karma) ha cambiado de sentido, no te llegas a creer que eres
feliz...
Una mañana se presentó
por sorpresa en la Fábrica de Membrillo un joven muy hermoso. Llevaba unos
pantalones vaqueros gastados y ceñidos con una marca como de desgarradura por
zarpa de tigre a la altura de los muslos. Su rostro y su voz también eran
especialmente eróticos. Había venido a reclutar adeptos para su causa que era
algo así como transformar los procesos de elaboración de membrillo, transformar
el mundo. Nada menos. Yo no podía haber sabido que el único captado en
la Fábrica sería yo. Aquella primera
vez, le desafié, pero luego terminamos tomándonos juntos unas cañas.
Dos o tres semanas
después me llamó para animarme a hacer un curso que ofrecía su asociación
durante la Semana Santa. Su voz grave, varonil, me convenció del todo.
Yo venía de las simas y
me encaminaba hacia las simas mientras seguía chapoteando en las simas. Pero me acercaba cada vez más y como sin querer
a la luz. - Mi primera impresión del curso de Revolución del Membrillo fue de
lo más malévola: No vi sino un campo de caza y, durante todo lo que duró la
charla de presentación, no me dediqué sino a evaluar y a re-evaluar a las
chicas, damas y señoras que poblaban la sala. Había muchas de mi edad o de
edades accesibles. Si habían acabado allí, es que estaban perdidas; lo que las
hacía aún más vulnerables. Me dieron pena de antemano. Pero supe que me
divertiría. Aún no la vi a ella.
Todo aquello me daba
asco. Qué pintaba yo allí. Había venido solo porque me cautivó una voz. Y ahora
solo se me ocurría coquetear con unas y con otras de las muchas hembras que
poblaban el curso y que en general parecían abiertas a cualquier clase de
intercambio en los seis días que quedaban. Me frotaba las manos por anticipado:
casi no podía imaginarme con qué regalos me obsequiaría Eros-Dionisio,
Cupido-Baco en una situación tan femenina como esta.
Las mujeres a este curso
en un hotel venían solas, sin maridos ni hijos (pues la mayoría languidecían
enfangadas en la trampa del matrimonio). Venían a liberarse, a buscar apoyo
para dejar de ser unas esclavas. Pero los maridos las acompañaban hasta la
misma puerta y venían a buscarlas a la salida no fueran a despistarse. Algunos
merodeaban como almas en pena en torno al recinto del curso, espiando a sus
esposas. Se imaginaban a sus mujeres folleteando dentro de la impunidad del
hotel donde ellos no podían vigilarlas. Pero el último día se presentaban
sonriendo con suficiencia para llevarse a sus hembras en propiedad;
desafiantes, despectivos con nosotros, los locos del curso que les habíamos
quitado a sus mujeres una semana.
Y sin embargo ellas no
habían venido buscando sexo. Para encontrar sexo habrían ido a otros sitios.
Ellas habían venido porque no aguantaban más y querían cambiar. Finalmente,
casi todas se separaron. Yo puse mi granito de arena –como pellizco en pezón-
en todas y cada una de aquellas separaciones. No era la primera vez que
escuchando a una mujer lamentarse de la rudeza, desconsideración y falta de
atenciones de su marido, me voy mostrando cada vez más fino, más considerado y
más atento con su señora. Cuando se siente más cómoda, le pongo una mano en la
nalga o en el pecho –como haciéndole reiki o encendiendo sus chakras- y espero a que continúe con su palinodia
mientras la voy acariciando en movimientos redondos para reconfortarla.
Ya la primera noche había
conocido e intercambiado señales con dos o tres maestras, una estudiante, una
pintora, una mujer muy alta y fuerte que se llamaba Dadi, tres enfermeras, una
médica, una inspectora, una psicótica, una oficinista, 6 ó 7 modeladoras de
membrillo y alguna de las guapas camareras
casi niñas del hotel. - El curso trataba de cambiar y destruir nuestro
carácter, pero yo parecía fascinado por mis propias máscaras.
Hasta
que la vi a ella.
No
fue el primer día.
Habrá quien no crea en el
amor a primera vista, en el flechazo. Será porque
nunca lo ha experimentado. Pero el amor súbito traspasando el corazón es un
fenómeno bien conocido desde que Alejandro cayera fulminado ante Roxana.
Petrarca también tuvo la sangre infectada por el spiritus de Laura. -Yo
en cuanto vi a Carmen, me sentí ardientemente enamorado de ella: Caminaba,
graciosa, por el otro lado de la sala y
ella también me miraba a mí a través del tumulto. Todo dejó de existir salvo
ella, como si hubiesen enmudecido todos los sonidos del mundo, como si Carmen
fuera el único objeto de atención de un sueño. Sentí de inmediato que aquella
total desconocida me gustaba desde la punta del pie hasta la coronilla. Iba
vestida de blanco, con un holgado traje de algodón. No era alta pero estaba
bien proporcionada. Ya no era joven sino de mi edad: Mejor; ninguna treintañera
tendría nunca esos grandes pechos caídos de madre. Mirar su cuerpo, me hacía
marearme de deseo. Hubiera vendido mi alma al Diablo, solo por acercarme a su
carne.
En cierto momento dejó de mirarme para bajar
la vista. Avergonzada o provocativa. Luego volvió a levantar sus bellos ojos
grises como diciéndome: “ahora tenemos un secreto”.
De inmediato
desaparecieron todas las demás mujeres del curso. Solo existía Carmen.
Fui apegándome cada día
más a ella. Primero su voz raspada, como si siempre estuviese un poco afónica,
me conmovió. La voz de Morphi era como la del viento: verde; pero la voz de
Carmen me enternecía. Se me saltaron las lágrimas cuando la oí hablar por
primera vez. La primera sílaba que articuló me abrió el corazón y pude darme
cuenta de que estaba rendido. Parecía la voz de una mujer inocente y bella,
delicada y fina, sensible e inteligente.
Poco después supe que había pasado su infancia en Alemania y podía
hablar la lengua de Schiller aunque se negaba a hacerlo. Su conexión con
Alemania la volvía doblemente atractiva. Pero Carmen no era Carmen de Friburgo.
Luego empezó a hablarme
de su marido, del que se sentía muy descontenta.
Sé lo que el lector –ese
ser animalesco- puede pensar: Descontenta significa que su marido no le da lo
que le tiene que dar. Y si requiriéramos más aclaraciones, lo que el marido le
tiene que dar es una mezcla de sexo duro y violencia doméstica. De modo que
toda mujer descontenta es una insatisfecha sexual. Y su cura, una penetración
en toda regla por un macho salvaje.
Pero Carmen no estaba
frustrada por el sexo ni dejaba de estarlo; se trataba de algo más. Durante
horas y horas de paseos por los céspedes y jardines de lantanas del hotel, ella
me lo iba contando y yo apenas atendía a sus palabras, suspendido por la
belleza de su rostro y de su voz. No había visto una cara tan perfecta en mi
vida: Su nariz inglesa era tan recta que de frente no se le veía la punta. Para
mí no había otro deleite que mirar todo el día el rostro pálido, conmovedor de
Carmen hablando y hablando. No necesitaba nada más. Pero junto al deseo de que
me miren sus ojos grises o me sonrían sus labios, cada vez me siento más cerca
de ella y voy conociendo a distancia el olor de su boca, de su pelo y de sus
brazos. Paso tanto tiempo cerca de ella, que yo mismo huelo a Carmen. Y es ese
olor que llevo clavado ya al fondo del cerebro, lo que me hace estar ebrio y
enamorado. Los demás parecen darse cuenta mejor que nosotros de lo que nos
pasa: Nos respetan como si estuviéramos produciendo un milagro. Todo el mundo
parece darse cuenta de que nos pasa algo. Nosotros pasamos hipnotizados sin
darnos cuenta de nada, como en una burbuja del jardín de las delicias: El olor
del cuerpo de Carmen se parece al olor del campo en un día de primavera con
lluvia.
Sin embargo aquella vez todavía no sucedió nada entre nosotros. O sí:
Una noche, ya terminadas
las tareas y clases del curso, proyectaron en la sala de reuniones del hotel un
vídeo del fundador de la asociación. Yo ya había visto en Poona que las
sectas suelen alimentar la fe de los adeptos con películas del líder. Yo no
tengo miedo de los lavados de cerebro religiosos, no me asusta la conversión;
en cierta forma, ya me he convertido y, por otra parte, es imposible que yo
abrace ninguna fe.-De modo que, por curiosidad, fui a escuchar el vídeo. Estaba
tan cansado por la jornada, que me tumbé al fondo en la penumbra pensando en
echarme una siestecita.
Sin embargo el discurso
trabado de aquel sabio, el fundador, pronto me espabiló: Aquel hombre de más de
70 años, con su sutil seseo chileno –semejante al de Sat - estaba desarrollando
ideas incendiarias: Afirmaba que nuestra sociedad era un fracaso y el sistema
educativo un fraude donde se oprime a los niños y adolescentes mediante los
exámenes y la memorización de conocimientos ( a esto lo llamaba el modelo
Singapur ), como si fuesen pellas de membrillo que los tutores deben moldear en
razón de lo conveniente. Sin embargo no hablaba con amargura o desesperación sino
como si conociera alguna clase de solución. – Vencido, como siempre, más que por los argumentos por la belleza desa voz (con los años
llegaría a ser el sonido más dulce del mundo)- me incorporé para mirar al viejo
revolucionario: Medía casi dos metros, era enorme como Júpiter o el Homero de
la Apoteosis de Ingres. Sus facciones también eran grandes y marcadas: los ojos
extraordinariamente perspicaces pero discretos –ojo clínico u ojos de brujo- ,
la nariz fuerte y aguileña, el pelo y la barba blancos y abundantes como los de
un cenobita del desierto. También tenía pinta de viejo hippy o de
rabino. Era un hombre muy hermoso y por el tono de su voz comprendí que tenía
razón: No debía de allí en adelante sino hacerme cargo de su doctrina,
estudiarla a fondo y practicarla en lo posible para ayudarle en sus objetivos.
Así lo decidi para años venideros, sobre la marcha y en cuestión de segundos.
Su objetivo era cambiar el mundo. Y yo estaba completamente de acuerdo.
Si no hubiera pasado por
la India tres veces (y por su fantasía, miles), no me habría rendido con tanta
facilidad. Acaso el lector escéptico, que se ha especializado de la mano de
Nietzsche y secuaces, en ponerle pegas a todo, sagaz experto en desconfiar de
todo lo grande y en buscar por sistema, -pasándose de listo- , el lado demasiado humano de los héroes del
teatro del espíritu (como hubiera dicho Juan Villalba), humillar todos los
ideales, el pequeño hombre de Reich empeñado en empequeñecerlo todo, esté pensando
que fui hipnotizado por el dirigente de una secta. No comprende que la peor
secta es la misma sociedad de los normales y que la voz que dice la Verdad
puede ser detectada simplemente por su tono si se tienen oídos. Y el alma no
necesita pensar ni darse tiempo como la mente para rendirse al amor de la
admiración.
No recuerdo cómo me despedí de Carmen.
O si lo recuerdo, prefiero conservar ese secreto entre nosotros (y ni siquiera
entre paréntesis, dar pistas a los curiosos). - A la vuelta en la ciudad
costera del extremo sur de Europa, no podía más que pensar en ella y en el
Sabio. Continué aún otro mes en la bigamia: viviendo entre semana con Morphi y
los fines de semana con Lesbia y a veces Tobie. Pero no podía durar. Y aunque mi vida fuese electrizante y con
raciones de sexo dobles y hasta triples, todo me aburría, estaba ausente,
absorto en una posibilidad de amor y en un posible conocimiento de la vida más
alto...
Me aburre el tumulto, las turbas ilusionadas, la
alfombra roja,
La alegría numerosa, la
blasfemia urbi et
orbi bajo
palio.
Me aburre no sólo la acción
directa, la narración autobiográfica, la política,
La erística sino las mismas palabras.
Me aburre el fragor de la oficina cuando regresa la Sexy , tres tiros,
Los ataques epiléticos de
perros sino hasta las mismas ideas.
Me aburre el ruido igual que
un silencio desconcertado,
El ansia de estar obligado a
parecer feliz aun en tinieblas.
Me aburre el maremágnum, la expectación de las bellas
por Eros.
Al sol la varada barca, me
aburre cadáver hembra.
Me aburre el cinéma sin
Emma, me aburre la música, los libros,
El Siglo de la Luces, las
simas,los héroes, las tinieblas.
Me aburre el dibujo desas fibras
Que marcan la urdimbre del
desarrollo desigual de las cosas.
Me aburren las sorpresas del
Destino, el Sol, la Luna,
El Oeste, la India de Saraha,
los continentes, el hielo, las islas,
Italia igual que Oriente.
Las proezas de la voluntad,
las dimensiones del genio.
Me canso hasta del agua.
Me aburre el mar y sus
transformaciones, el mundo sin Dios, la Vida.
Los niños índigo, las musas nepalíes, los
hipnotizadores de Birmania, los
colores...
Y la muerte, y la vista.
De modo que deambulaba
por la vida aburrido, sumido en el spleen y en la nostalgia. Por fin el
19 de mayo le dije a Lesbia que quería dejarlo y fue la escena más triste, la
que no debe ser contada para no revivirla (o, al no ser narrada, acaso me
atormente durante años). Pero eso no cambió nada: No pensaba separarme de bella
Lesbia un viernes para ser el novio de Morphi el sábado, por eso del horror
vacui de los sistemas dinásticos, que no soportan el interregno.
Pero de hecho ¿no lo
estaba haciendo? Cada vez más añorante (no sabía de qué), caía de nuevo en mis
desiertos de tedio, estaba siempre en otra parte y mi mente –en contra de mi
alma- dudaba: acaso unirme a Morphi no fuese lo mejor, como me había convencido
aquella tarde mi alter ego. Había tirado
una carta (Lesbia) pero no para quedarme con una sola (Morphi) sino con
dos (Morphi y Carmen). Sí, era parecido a un juego de naipes donde te dan
nuevas cartas pero tú siempre tienes que llevar 2. Cuando ascendió Carmen, fue
derrocada Lesbia.
Tal vez me hubiese
equivocado al descartarme de Lesbia y quedarme con Morphi. Debido a los
estragos de nuestra relación, Morphi estaba cada día más delgada: Una tarde que
fuimos a la playa me dio pena verla en bikini: estaba esquelética a
consecuencia de los tumultos de la bigamia; yo perfectamente sano. Desde luego
no habría sido por el sexo o por el cuerpo que yo había cambiado de figura o de
carta: la carne de Lesbia era mármol. Pero, precisamente no encontrar atractiva
en lo físico a Morphi, demostraba que estaba enamorado de ella: Porque me daba
pena verla tan desmejorada y sentía que la quería y hasta la deseaba en su
cuerpo reducido a las formas de sus huesos. Huía de ella –de su Amor- soñando
las horas muertas con Carmen. Por fin, al llegar
el verano, me marché de la ciudad costera y la dejé sola con su cachorrillo. Mi
plan era abandonarla: ¡Corría peligro de convertirme en pareja estable! Eso no. Prefería tirar todas
las cartas.
En julio había otro curso
para modeladores de membrillo y profesionales del modelado en general. Se
celebraba en el mismo hotel. Probablemente iría la misma gente puesto que era el segundo, continuación del de Semana
Santa. Es decir, probablemente iría Carmen. Por respetar el código de Eros
–nunca escrito- no la llamé para preguntárselo sino que me presenté sin avisar
confiando en que ella acudiera.
LEYLA
El Islam aún no existía ni
en el Nombre
Y yo ya estaba.
Aláh como Elohim
y como Elías colgaban impronunciados
De la constelación del
Camello, de su cuello.
El desierto era el vergel de
los Salmos. El semita
Aún andaba por Jericó en
taparrabos
Y yo ya existía.
Yo soy el árabe eterno.
Muhammad ni
siquiera había sido ideado.
La reina de Saba no había
nacido.
Recuerdo:
Las griegas buscaban
enloquecidas
En las honduras de Asia
El tesoro de la tumba de
Alejandro.
No habían llegado los de
Hebrón.
Ni el Preste Juan. El Alkhorán
Colgaba aún sin recitar
De las estrellas eternas.
Y yo ya estaba.
No te creas
Que soy el árabe lúbrico
Asurbanipal en jayma, burlón
moro, casi Otello;
(Más soy rubio como
Lawrence):
Yo soy el árabe eterno.
He visto desfilar completa
Entre las dunas
La historia del mundo.
Las glorias de Escipión y de
Galba.
La biblioteca de Tombuctú.
El primer hombre humano.
Y yo ya estaba.
El agua resbalaba en el plano
El agua resbalaba en el plano
Fulgente de la pirámide
Y yo ya estaba.
Dicen que odio a las mujeres
Pero yo te pregunto:
¿Qué harías tú con las tuyas
Si vivieras como yo en el
desierto?
¿Un hotel de bondadosas, un club, un harem?
Yo soy el árabe eterno.
La Luna y sus medias noches
Me han acuciado siempre.
Yo ya estaba, ya fui, ya
seré, ya era
Con la Noche antes de llamarse Leyla.
NO ME COSTÓ MUCHO desentrañar el arabesco de mi Señor.
Llevaba más de 20 años escuchando sus desvaríos aunque no envejeciéramos en el
cuerpo. Sus acertijos eran ya para mí una música familiar, una canción
conocida. Llegado a su cincuentena espiritual se había propuesto soñar con
lugares donde no había estado, personas
a las que no había visto, épocas que no podría vivir. Se entretenía fantaseando
con los hombres de las riberas de Riunatá, canción de verano y remo, amores del litoral.
Era
absolutamente ridículo.
Otras
veces trataba de pre-sentir las baladas espantosas del Ártico. O hacía poemas
sobre la antigua Creta o sobre Ybozzim, su Poema de Cartago. Desvariaba que
viajaba hacia el interior de los Cárpatos mientras los campesinos se
santiguaban en las postas. Lloraba las ruinas de Itálica. Intentaba imaginar
las flores de Polinesia, la melena de Berenice.
Volvía siempre a las florestas, a las selvas de la India donde tañe y
baila Govinda. - Se había apoderado
de él la pasión por lo exótico ahora que
viajábamos menos que nunca.
Seguíamos
absortos en una tierra horizontal hasta en los colores, que siempre eran
marrones y verdes más o menos pardos. A veces veíamos pasar por el Cielo
bandadas de flamencos o alguna cigüeña haciendo su ronda y seguíamos meditando
largos días, con alegría, en el pecho
blanco de las aves.
Eran
tan insignificantes las cosas que pasaban –pues casi nunca pasaba nada en aquel
llano árido y a la vez húmedo: algún pato...- que los pequeños sucesos
adquirían una cualidad emocionante.
Mi
Señor podía estar meses llorando la muerte de cuatro gatos (Lola, Tigre, Copito, Fofó).
El
campo se nos había metido dentro como una especie de música, una emoción. Un
espacio: Como si el álamo blanco soplase dentro de nosotros.
Era
irracional: más allá de las bestias, reposábamos en el alma de los olorosos
vegetales. Y cada vez leíamos menos. No tenía la menor importancia el Arte, al
lado de los espectáculos eternos del campo.
Sin
embargo, yo quería volver a playa, desentrañar los enigmas. Y solo quiero
volver a Diosa. Y solo existe la Diosa. De modo que continuaba
examinando su maldito catálogo para acabarlo. Lo leía en el fondo de un lúgubre
caserón de campo rodeado por la nieve, acurrucado frente al fuego de la
chimenea.
-
¿No creéis, Señor, que estáis un poco obsesionado con el árabe blanco,
la gitana blanca, la flamenca rubia y la pura Bukovina?
Era
la primera vez en 15 años que le hablaba en voz alta, pues casi siempre nos
comunicábamos por telepatía como hizo él en aquel momento al mirarme con sus
conmovedores ojos de donjuán, de largas pestañas. Era realmente hermoso. Podría
dibujar de memoria las facciones de su cara, su cuerpo entero hasta en el
detalle relamido de sus genitales; creo que podría musitar la música que
componen las espinas dendríticas al crecer en su cerebro. Lo conozco más que a
fondo y por supuesto : mucho mejor que a Mí Mismo (pues ¿quién soy?)
No
hacía falta que dijese nada, estaba drogadísimo –pues disponía, para no variar,
de toda clase de substancias en su casa de campo- pero expresaba con claridad
un desprecio infinito a través de su mirada. Acaso fuera a golpearme. En ese
momento se parecía a BD en los excesos de su arrogancia. Casi no entendía nada.
Estuvo mirándome así sin parar varios meses hasta que pasaron las Perseidas de
2010.
EN UNA ESCUELA DE AMOR II
Y
allí estaba ella. Me miraba desde el otro lado de la sala como si hubiera
pensado lo mismo que yo, como si me hubiera esperado dos meses aunque no
intercambiamos ningún mensaje. Al fin y al cabo, Carmen
era una mujer casada y aunque yo no respeto esta institución, sí considero su
envergadura; lo mismo que la de las leyes o la policía.
Los
asistentes al curso debimos emparejarnos para trabajar juntos: Se pronunciaba
un nombre, los demás te miraban, algunos levantaban la mano humildes por si los
querías elegir y tú escogías a uno para los restantes 6 días. Cuando me llegó a
mí el turno, un nutrido grupo de hembras levantó el brazo. Algunas me conocían
del curso pasado y querían seguir tratándome más a fondo, se creían candidatas
a mi intimidad. Pobrecillas. Otras no me conocían pero algo en mi aspecto les
había interesado y se ofrecían. Qué incautas. Les dediqué a todas una sonrisa de despectivo
agradecimiento mientras elegía sin dudarlo a Carmen. Y no existía más que
Carmen.
Ni
siquiera me paré a compararla con ninguna otra. Para mí las demás ni siquiera
eran mujeres, podían ser, como mucho,
figuras de fondo al igual que el
hotel o los jardines. Pero mi corazón estaba centrado en Carmen y todo lo demás se desvanecía.
Desde
aquel momento no hice apenas otra cosa que estar a su lado desde la mañana a la
noche. Paseábamos por los jardines, ella me hablaba de su vida y yo la
escuchaba embelesado por la forma de sus labios, su voz algo raspada, como si
sufriese una afonía crónica provocada por un exceso de emoción. Poco a poco
algo se fue derritiendo en su interior gracias a tanto paseo y al amor
constante. Lloraba cada vez más, se despojaba de máscaras, me daba las gracias
con frecuencia, me decía que me admiraba, cada vez se contenía menos delante de
mí, como si tuviera ganas de desnudarse el alma. La excelente profesional con
cargo de directora, se transformaba día a día en un ser atormentado por la
culpa y angustiado ante un porvenir de decrepitud física. La madre modelo era
un bruja parricida. La esposa abnegada y descontenta, una hembra carnal que se
ondula y se trenza en una danza muy erótica, algo que será difícil de olvidar
como matar un recuerdo. -Ni siquiera voy a consignar aquí una décima parte de
las confidencias que me hizo (y que al no contar, conservo). En realidad, Carmen era mucho más bella
después de desmoronarse que con su maniquí de plástico de antes. Igual que debe
ser mucho más bella desnuda que vestida; ya no podré saberlo nunca.
Todo
su cuerpo era cuidado, armonioso y se movía con plena conciencia. Su piel
sugería una limpieza extrema hasta el punto de despertar mi deseo por verla
sudando o sucia. -Toda clase de profanaciones rozan la locura enamorada de los
devotos.- El olor de Carmen era el aroma
más fresco que había olido en mi vida. Era una sugerencia como a madre joven
absolutamente blanca. Pues a pesar de su cabello negro endrino (que a ella
tanto le asustaba algún día perder) la tez de Carmen era pálida y sus ojos
grises poseían el don de un erotismo inimaginable –a pesar de aquella primera
mirada con la que me poseyó sin que yo antes me hubiera fijado en
ella-, había en ellos matices de
coquetería que no había tenido conmigo pero que podía imaginarme.
Todo
transcurrió rápidamente. Como ella estaba casada y con dos hijas, yo saqué mis
cartas: Yo llevo Morphi y un cachorrillo. Puestos a presumir, puedo inventarme
que tengo varias mujeres repartidas por el tablero del mundo; me las cuidan sus
padres o sus primos; yo paso de vez en cuando a follármelas y a preñarlas; son
mías; luego me largo; ¿qué te parece? - Daban ganas de llorar por todo: La
forma apasionada de amistad que aquella mujer había ideado para regalármela,
era algo que yo nunca había conocido. Era evidente que me quería y yo no podía
comprenderlo. Era evidente que Carmen era- , igual que Morphi, Sarah, Haleh,
Suzanne Stroke (D.E.P.) u otras- una mujer semi-real, algo así como una
iniciada, una extra-terrestre, una bruja, una santa, una sanadora a pesar de su
apariencia de señora. Los que no han conocido a este tipo de mujeres, es normal
que no crean en la magia ni en la sinergia ni en la sanación ni en las
coincidencias exageradas ni en la energía de campo ni en la Nueva Era ni en
nada. Yo a veces no creía; sobre todo si estaba borracho, es decir, casi todo
el día. Pero entonces, en la Escuela de Amor, nunca estaba borracho sino en un
ensueño lúcido. - Yo las veces que intervenía era para aconsejarle que
se divorciase de su marido, que no les prestase atención a sus hijas, que se
olvidase de sus padres, que descuidara sus deberes profesionales o familiares,
que tomara drogas y se emborrachara, que cantara durante casi todo el día, como
una loca y sobre todo que fuese infiel a su marido aun antes de separarse (porque
si lo hacía separada, ya no sería una infidelidad aunque se produjera 15
minutos después de haber cortado). En
fin, que fuera malvada. Ella me escuchaba como si fuera su terapeuta, se tomaba
muy en serio mis anti-consejos.
Todo
ocurrió muy deprisa: Sonaba una canción, ella la baila en torno a mí, se trenza
con mis piernas y con mi torso, me acaricia y se despide, tal vez para siempre.
Estoy llorando todo el tiempo mientras veo a Carmen hacer esto: darme su cuerpo
tanto tiempo deseado de esta manera: estos minutos son eternos, no van a
terminar nunca, no se han iniciado, tú bailas
y te rozas con el cuerpo del amigo, y sé que
ahora te irás y de nuevo experimento la felicidad absoluta: estar contigo es
todo lo que quiero. Oír de nuevo esa música, ese concierto.
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